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Zona de Aterrizaje Pulsar, Sarna
Comunidad de Sarna, Confederación de Capela
27 de mayo de 3029
La capitana Alanna Damu apretó los dientes e hizo presión con los pies en los pedales de la silla de mando. Se encendieron los retrorreactores del Víctor y aminoraron su rápido descenso. Lanzó una mirada al altímetro de su monitor auxiliar. Tres, dos, uno… Gracias a un rápido pisotón a los pedales, aminoró el impacto y dobló las rodillas del ’Mech para absorber el choque del aterrizaje.
Cuando el ’Mech tocó el suelo, el impacto no sacudió a Alanna con tanta violencia como esperaba, a pesar de su velocidad. O sé aterrizar mejor de lo que creía, o… Acarició el teclado del tablero de instrumentos y gruñó cuando la información solicitada apareció en el monitor auxiliar.
—¡Maldita sea! —exclamó—. ¡Lo último que necesitaba para mi compañía es aterrizar en una condenada marisma!
Los sensores del Víctor le proporcionaron una vista completa del amplio valle que el Mando de Invasión había denominado Zona de Aterrizaje Pulsar. A la derecha, en una suave elevación, había un bosque de hoja perenne, con árboles tan altos que empequeñecían incluso a los BattleMechs. La espesa maleza se extendía hasta las ondulantes colinas del norte, donde los Montes Grises se alzaban y formaban el horizonte septentrional. Desde sus cumbres nevadas fluía el ancho y cenagoso río que se había desbordado e inundado el valle. Las montañas iban disminuyendo de tamaño hacia el este, pero otras colinas restringían la visión en aquella dirección. Sólo al sur, hacia donde corrían las tranquilas aguas del río, estaba el paisaje despejado.
Demasiado espacio a campo abierto, se dijo Alanna. Me pregunto si la mariscal Tamara Hasek escogió este lugar, o si fue el auténtico poder que está detrás del trono quien eligió esta zona de aterrizaje. Vio que un Orión tomaba tierra entre otros ’Mechs de la compañía y desechaba su equipo provisional de cohetes. Abrió un contacto por radio con el piloto de aquel 'Mech.
—Abre bien los ojos, teniente. Esto es una auténtica barraca de tiro al blanco, en la que nosotros somos las dianas.
—¡Ya lo creo, mi capitana! Apuesto que el viejo Corazón de Piedra eligió el lugar de aterrizaje cerrando los ojos y tocando el mapa con un dedo. ¡Uf! ¡Una ciénaga!
Alanna sonrió cuando Rex Archambauld mencionó el apodo por el que se conocía al comandante en jefe «de combate» del Quinto de Fusileros de Sirtis. Tamara Hasek, la tía de setenta años del difunto duque Michael, constaba como jefe supremo de la unidad y se suponía que tomaba parte en la planificación de todas las actividades de los Fusileros. No obstante, el mando cotidiano era ejercido por un secuaz del duque Michael, el general Gordon Hartstone[1]. Aunque era un oficial muy capacitado, su actitud y sus modales le hacían un flaco favor a la hora de congraciarlo con ciertos miembros de su unidad.
Rex sabe que tendrá otro borrón en su historial por culpa de ese comentario cuando sean revisadas las cintas de batalla, pero supongo que no le importa. Es demasiado bueno para que lo aparten del servicio y las Fuerzas Armadas lo saben. Creo que lo mantienen como teniente para que no arme jaleo entre el personal. Alarma sonrió. Me da igual… No podría encontrar un mejor segundo en todo el ejército.
Alanna conmutó el rastreador a la modalidad de resonancia magnética y escudriñó las colinas del norte.
—Rex, las colinas septentrionales parecen estar despejadas. Saquemos a todo el mundo de este pantano y vamos hacia allá.
—Buena idea —resonó la fuerte voz de Rex en su neurocasco—. ¿Quieres que vuele alguno sobre la cima?
Alanna se mordisqueó el labio inferior por un segundo.
—Sí. Lleva la compañía a la colina y que suba Jack con su Ostroc.
—Recibido. Corto.
Alanna sacó el pie derecho del Victor de las aguas cenagosas con un ruidoso chapoteo. El pie dejó un agujero del tamaño de un aerocoche de lujo, que la marisma se apresuró a rellenar con aguas cenagosas. Con un gran esfuerzo, consiguió liberar luego la pata izquierda. ¡Esto podría durar una eternidad’!
De súbito, el ordenador dibujó un conjunto de imágenes altamente metalizadas en uno de los bordes de su pantalla holográfica. Como un enjambre de abejas, procedían del bosque y cruzaban la marisma a toda velocidad. Alarma giró la cabeza del ’Mech para centrar en la imagen las naves que se aproximaban y conmutó de nuevo la recepción por sensores a modalidad visual.
—Levantad las cabezas, chicos. Tenemos compañía.
—Lanza Fuego. Patrulla a dos-siete-cero grados —dijo secamente la teniente Opal Karsten por la radio—. ¡Fuego cuando dé la orden! —Tras hacer una pausa, preguntó en tono vacilante—: «Capi», ¿'qué rayos son esas cosas?
Los dedos de Alanna revolotearon sobre el teclado.
—El ordenador no tiene ninguna referencia clara, pero el perfil de características y la velocidad sugieren que son Savannah Masters. Clasificados como experimentales… Son una serie de aerodeslizadores capturados por unos piratas de la Periferia hace un año. —Entornó sus castaños ojos al examinar la información auxiliar—. Procura dar en el blanco. Son rápidos y peligrosos.
La voz de Knute King, tan arrogante como siempre, invadió el canal de combate con una áspera carcajada.
—Son chinches, nada más.
Alanna tembló de ira. Observó en la pantalla la formación en forma de cuña de los aerodeslizadores, que se desplegaron en cuanto estuvieron a distancia de tiro. Cada aerodeslizador era apenas más grande que el pie de un ’Mech, iba pilotado por un solo hombre y estaba constituido por un motor de fusión, un pequeño blindaje, un láser medio, un enorme ventilador… y poco más. En circunstancias normales, su ataque sería suicida; pero estando pegados aquí y moviéndonos con lentitud, ¡parecemos patos entre cazadores! Abrió el canal de radio.
—¡A todos los ’Mechs con retrorreactores! ¡Despegad y moveos doscientos metros al sur! Los rodearemos. Van a atacamos por la espalda. ¡Aprovechad todos los disparos!
El Víctor despegó hacia el cielo. Alanna oprimió el pedal izquierdo hasta ponerlo en posición horizontal; el retrorreactor de la pata derecha desprendió una fuerte llamarada y el ’Mech se inclinó en el aire para poder contemplar desde arriba los aerodeslizadores que se acercaban. Luego extendió el brazo izquierdo y apuntó a un grupo de cinco que se aproximaba al enfangado Orión de Archambauld. Son demasiado rápidos para poder rastrearlos, pensó Alanna. Tendré que confiar en la suerte. Sin esperar a que el ordenador fijara el punto de mira en el blanco, algo que ella sabía que no se produciría nunca, apretó el gatillo.
Uno de sus dos láseres medios acertó a un aerodeslizador. El rayo cercenó el blindaje del flanco izquierdo del Savannah Master y cayeron gotas de material fundido en las aguas de la marisma. El piloto de la nave quiso alejarla del intenso calor y la hizo virar a un lado sin perder velocidad. A continuación disparó su láser contra el Orión de Archambauld al unísono con las otras cuatro naves de su grupo de ataque.
Cuatro rayos de láser medio impactaron en el pesado ’Mech. Dos le taladraron el costado derecho y abrieron unas cicatrices rojas y brillantes bajo la axila. Un tercero arrancó un fragmento de coraza del brazo derecho, mientras que el último le alanceó el muslo derecho. El rayo perforó el blindaje, convirtiendo en vapor todo cuanto tocaba, pero no logró atravesarlo por completo.
El Orión disparó con todo su armamento, salvo sus misiles de corto alcance. El cañón automático, que sobresalía de la cadera derecha, hizo un disparo que pasó muy por encima de su blanco; sin embargo, sí acertaron los quince MLA lanzados desde el afuste montado en el hombro izquierdo. Un aerodeslizador se vio rodeado de explosiones, que lo levantaron de las aguas y lo sacudieron entre una nube de fuego. El aerodeslizador fue visible durante una fracción de segundo entre el humo y las brillantes llamas; luego se desintegró y una lluvia de escoria metálica cayó en el agua.
Varios aerodeslizadores atacaron por la retaguardia al Thunderbolt de Tom Clark. Dos de ellos le acertaron con sus láseres medios, pero el daño que le infligieron fue poco importante. Cuando uno de ellos pasó al lado del ’Mech, Clark lo atacó con un láser medio y arrancó parte del blindaje de la proa de la nave. El Grasshopper de Nancy Campion, aún más devastador, destrozó un Savannah Master de un solo disparo de su láser pesado. El rayo corroyó la pequeña nave como si ésta se pudriera, y en la carlinga reinó el fuego y la muerte.
Los cinco aerodeslizadores que formaban la tercera escuadrilla apuntaron al Crusader de Karsten y también le dispararon por la retaguardia. Un rayo destruyó parte de la coraza de la columna vertebral del Crusader; los otros dos que dieron en el blanco, le perforaron el costado izquierdo y destruyeron tres radiadores. Un chorro de vapor y un fluido amarillo verdoso brotaron de la brecha abierta. Aunque Karsten disparó dos andanadas de MLA y sus dos láseres medios contra los aerodeslizadores, todos ellos escaparon indemnes.
Alanna, angustiada, observó cómo Eric de Chanoui levantaba y giraba los brazos de su Rifleman para cubrirse la retaguardia, en previsión de un ataque por detrás. Sin preocuparse por el incremento de calor que se produciría, disparó los láseres pesados y el cañón automático. Si no les acierta ahora, ¡se convertirá en historia!
El cañón automático del Rifleman lanzó una ráfaga que impactó en la proa de un aerodeslizador. Los cartuchos, como una lluvia de granizo, hicieron añicos la coraza de aleación ferrocerámica que enmarcaba el parabrisas. El impacto frenó la nave lo suficiente para que uno de los láseres pesados del Rifleman le alcanzase también. El Savannah Kaster quedó atrapado en el rayo de color rubí y explotó en una bola de fuego que se precipitó, como una piedra, contra la agitada superficie de las aguas.
Los otros cuatro aerodeslizadores cruzaron la nube de fuego en que se había convertido la nave líder. Tres de ellos acertaron al Rifleman con sus láseres y dos rayos le atravesaron el blindaje posterior. Una serie de explosiones detonaron en el interior del tórax del Rifleman cuando los rayos destruyeron la protección del motor de fusión y el increíble calor generado afectó el depósito de municiones del cañón automático. A medida que se propagaba el fuego por las entrañas del ’Mech, el perfil angulado de su torso se curvó y brotaron llamas del orificio abierto en su columna vertebral.
Una llamarada surgió del pecho del Rifleman unos segundos antes de que una tremenda explosión lo hiciera pedazos. El asiento de eyección de De Chanoui saltó hacia arriba y dibujó una curva hacia las colinas del norte. El ’Mech se partió por la mitad y una argénteo chorro de llamas ascendió hacia el cielo. Los brazos del 'Mech salieron despedidos en distintas direcciones mientras los fragmentos del torso salpicaban el agua. Las patas quedaron intactas, de pie en medio del pantano, aunque desprendían una columna de humo del lugar donde había estado el tronco de la máquina.
Alanna vio cómo estallaba otro aerodeslizador cuando Eve Bors lo atacó con el láser pesado de su Ostsol. Desde su posición aventajada, Alanna sólo distinguía daños en la pata derecha del Ostsol, pero Eve se apresuró a informar de que el blindaje de la espalda de su ’Mech estaba prácticamente destruido.
Los aerodeslizadores, que habían atacado desde el oeste, continuaron volando hacia el este. Siguieron el río hasta un recodo que giraba al norte y desaparecieron tras las colinas donde había aterrizado la silla de De Chanoui. Esto no me gusta en absoluto. Esos tipos eran demasiado buenos para ser milicianos liaoitas.
Alanna se puso en contacto con Rex Archambauld a través de la frecuencia de órdenes de su compañía.
—Rex, ve a buscar a los que están en las colinas. Mantente alerta y utiliza a los ’Mechs con retrorreactores como escoltas. Paso al canal general de órdenes. Quiero que nos envíen protección aérea.
Accionó dos interruptores. Esperaba oír el tono aburrido de un operador de radio instalado en el centro táctico de la invasión. Sin embargo, en el neurocasco resonó un batiburrillo de voces y ruidos.
—¡Estamos sometidos a fuego intenso en la sierra de Boomslang! —oyó decir a una nerviosa voz. El gemido de un cañón automático servía de fondo a la transmisión—. ¡Necesitamos apoyo aéreo!
—Negativo, Batallón Deuce. Los apoyos únicamente serán asignados a petición de un oficial con mando. Mi pantalla muestra que usted sólo es capitán. ¿Dónde está el coronel Harkness?
—Harkness cayó con su Marauder en una emboscada de la milicia de Liao —replicó la voz del oficial con irritación—. Tenían cohetes de tipo infierno y lo asaron vivo.
Alanna sintió como si una daga gélida se clavara en su estómago. ¡Qué muerte tan horrible!, pensó. Los cohetes infierno explotaban justo antes de impactar en su objetivo y cubrían el ’Mech o el edificio con un combustible gelatinoso que era terriblemente inflamable. El incremento de calor bastaba para dejar inoperable un ’Mech. Alanna miró de reojo sus propios monitores de calor y sintió un escalofrío.
—Por si todavía no se ha enterado, genio, soy el único oficial que queda en el Segundo Batallón de 'Mechs. Creo que eso me conviene en coronel, ¿no le parece?
—Supongo que sí, coronel Moultrie —contestó el operador del centro de mando, hecho un manojo de nervios—. Sin embargo, sigo sin poder proporcionarle apoyo aéreo. No tenemos más…
Alanna intervino antes de que Moultrie pudiese insultar al operador del centro táctico.
—Coronel, aquí la capitana Damu, Primer Batallón. Ustedes están al este de nuestra posición. ¿A qué unidades se enfrentan?
—’Mechs y fuerzas blindadas en las faldas de las colinas —respondió Moultrie, más sereno—. Como están atrincherados, no podemos hacer nada. ¿Pueden ustedes venir hacia aquí?
Alanna solicitó al ordenador un mapa táctico del área y creyó ver un modo de atacar la sierra de Boomslang desde el oeste. Pero, antes de que pudiera dar una respuesta, el Ostroc de Jack Cannon llegó a la cima de la colina que se alzaba al norte de la marisma. Una luz centelleó en el tablero de instrumentos de Alanna, anunciando la llegada de un mensaje por la frecuencia de órdenes, y se apagó bruscamente.
Alanna levantó la mirada y vio que el ’Mech se tambaleaba y luego giraba sin control. El blindaje se desprendió a pedazos de su torso de forma cilíndrica. Comenzaron a producirse unas explosiones en el depósito de MCA y surgieron llamaradas de los numerosos orificios abiertos en el pecho. El Ostroc retrocedió a trompicones por la ladera y estalló. La mitad superior de su torso cayó y se hundió en el pantano.
—¡Jesús, María y José! —exclamó Alanna—. ¡Coronel, alguien acaba de atacarnos! —Aguardó la respuesta de Moultrie, pero no se oyó nada—. ¿Coronel Moultrie? ¿Coronel?
La voz de Rex Archambauld se introdujo en la frecuencia de radio.
—Antes de que le dieran, Cannon informó de que había dos Saladins en la otra vertiente. Los identificó como miembros de la Caballería Blindada de McCarron. Aquí nos enfrentamos a un adversario realmente fuerte, «capi». ¿Qué demonios vamos a hacer?
El pánico que se traslucía en la voz de Rex permitió a Alanna recuperar su autocontrol. Esta gente está bajo mi responsabilidad. He de sacarlos de esta encerrona. Tragó para disolver el nudo que tenía en la garganta.
—Moveos todos al oeste, hacia el bosque.
—«Capi», eso quiere decir que nos apartaremos del grueso de nuestras tropas —respondió Rex, dubitativo—. Estaremos solos.
Alanna meneó la cabeza. No me lleves la contraria, Rex.
—Teniente, por si no te has dado cuenta, nos encontramos con una oposición en lo que se suponía que iba a ser un paseo triunfal. Esperábamos encontrarnos con milicias y nos topamos con mercenarios bien adiestrados con unas ansias de desquite más profundas que un agujero negro. El mando dice que nos hemos quedado sin apoyo aéreo y el Segundo Batallón está siendo diezmado en la sierra de Boomslang. Esto es un follón de mucho cuidado. Algún imbécil nos ha hecho meter la cabeza en la boca de un chiroptopardo y yo no quiero saber nada más de todo esto.
—Recibido, mi capitán —resonó la voz de Rex, llena de energía y rabia—. ¿Qué haremos cuando lleguemos al bosque?
Alanna se estremeció. Las imágenes de cómo debió de morir el coronel Harkness pasaron fugazmente por su cerebro.
—Lo incendiaremos y procuraremos avanzar siempre por delante de las llamas. Con suerte, eso nos protegerá del enemigo y podremos salir de lo que, obviamente, no es más que una gigantesca trampa. —Torció los dedos como si fueran garras—. ¡Y, si sobrevivimos, mataré al idiota que nos ha metido en este lío!