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Lyons

Isla de Skye, Mancomunidad de Lira

17 de mayo de 3029

Daniel Allard cerró los ojos y giró la cabeza despacio. El dolor le punzaba como un haz de rayos en el cuello y los hombros. A pesar de las almohadillas, el neurocasco ha convertido mis músculos en puro protoplasma. Arqueó la espalda y oyó una serie de crujidos a lo largo de la columna vertebral. No había sentido tanto dolor desde la batalla de Styx, en la que Patrick Kell perdió la vida.

Dan volvió a abrir los ojos y contempló las ruinas de Nueva Libertad a través de la ventana de la sala de conferencias. Aquellos edificios, construidos por los Demonios de Kell, tenían los tejados desplomados y las paredes derruidas. Parecían árboles metálicos retorcidos, enfermos y sin hojas. Un grasiento humo negro seguía alzándose de algunos montones de escombros y quedaba suspendido en el húmedo aire.

Los restos de dos docenas de 'Mechs yacían diseminados por toda el área. La mayoría de la escoria estaba amontonada en distintos puntos y los Techs recuperaban todas las piezas que pudieran aprovecharse; desde lejos, parecían hormigas a la busca de provisiones. En algunos casos, como el Rifleman destruido por Morgan, las patas permanecían incólumes, mas no soportaban el peso de ningún tronco.

Dan paseó la mirada por los rostros de los reunidos alrededor de la mesa de conferencias. Conn O’Bannon, el bajo pero fornido comandante en jefe del Segundo Batallón de ’Mechs, tenía el aspecto de no haber dormido desde que los Demonios de Kell aterrizaron en el planeta dos días atrás. Su unidad se había enfrentado al Primer Batallón del Tercero de Regulares de Dieron en las afueras de St. Johns. Aunque dispersaron a los Regulares, no pudieron impedir que dos compañías se retirasen en orden a sus Naves de Descenso y huyeran.

Frente a él se encontraba sentada Salome Ward. La unidad que estaba bajo su mando, el Primer Batallón de ’Mechs, rompió las líneas de los Regulares cerca de Montpelier. El general enemigo, el Tai-sho Sen Ti Ch’uan, murió durante el ataque y su segundo, el Tai-sa Hiro Akuta se rindió cuando se dio cuenta de que le habían cortado la retirada hacia su Nave de Descenso. Tras recibir la promesa de que sus hombres no serían maltratados, Akuta pidió y obtuvo permiso para hacerse el seppuku.

El comandante Seamus Fitzpatrick estaba sentado junto a Salome y observaba a unos Techs, que escudriñaban entre los restos de los dos cazas Sholagar en busca de alguna pieza útil. El agotamiento lo mantenía encorvado como si fuera jorobado y tenía ojeras bajo sus ojos, habitualmente de un color verde brillante.

Dan, que jugueteaba de manera inconsciente con el fajín verde de Jeana, desvió la mirada hacia el comandante Richard O’Cieran. ¡Condenación! Si los demás parecemos cansados, Rick parece muerto. El jefe de la infantería se sostenía la canosa cabeza con ambas manos y mantenía la mirada gacha. Le ha afectado mucho el haber tenido que excavar para confirmar la existencia de una fosa común. Una cosa es la guerra entre ejércitos, pero resulta inconcebible la matanza de una ciudad entera.

Dan levantó la mirada cuando Morgan Kell entró en la sala, seguido de Clovis y «Gato» Wilson. Cuando hubieron ocupado sus respectivos lugares alrededor de la mesa, Morgan se dirigió a la cabeza de ésta y se apoyó en ella con gesto agotado.

—Gracias por habernos esperado. Tim Murphy acaba de morir a causa de las heridas que sufrió hace dos noches. Esto eleva la cifra de nuestras bajas a siete y la del total de muertos a treinta. —Las palabras de Morgan estaban teñidas de ira y frustración—. Todo esto me resulta inaceptable.

—Hemos conquistado el planeta —intervino Salome—. Las dos Naves de Descenso que partieron se acoplarán a su Nave de Salto dentro de tres días, si mantienen la velocidad actual. No corremos ningún peligro real de un contraataque. Los pillamos por sorpresa gracias a haber aparecido tan cerca de Lyons y haber utilizado la luna para ocultar nuestra maniobra de acercamiento. ¿Vamos a hacer las maletas y tratar de llegar a tiempo a Ryde?

—No podemos —contestó Morgan—. Según nuestro plan original, la Cucamulus nos aguardaría en Alphecca para transportarnos a Ryde. Cuando nos enteramos del ataque a Lyons y dimos media vuelta, Janos Vandermeer trajo la Cu a la distancia suficiente, dentro del sistema estelar, para damos esa ventaja táctica. Necesitamos diez días para que la Cu pueda efectuar un nuevo salto, y luego habríamos de pasar otros diez días en Alphecca. No podemos llegar a tiempo.

Conn O’Bannon se mesó sus castaños cabellos y frunció el entrecejo.

—Tal vez Yorinaga Kurita nos espere —sugirió.

—No, Conn. No lo creo. Se adentrará en el sistema, quizás incluso aterrice, pero luego se largará. —Morgan tomó asiento y añadió—: En realidad, no importa. Hemos de arreglar todo este jaleo.

—¿Hay algo que me haya pasado inadvertido? —preguntó Dan—. Creía que el planeta estaba conquistado por completo.

—Así es. No obstante, la razón de que ejecutasen a todos los habitantes de Nueva Libertad que encontraron, plantea nuevas preguntas que hay que responder. —Morgan miró a Clovis—. Explícales lo que me has contado antes.

El enano, de rostro ojeroso y sin afeitar, dio un fuerte suspiro y se frotó la barbilla.

—A pesar del valiente intento de Dan de destruir este edificio, haciendo retroceder su Wolfhound contra él, sólo consiguió crear un cortocircuito en todo el sistema eléctrico y derrumbar el pasillo que conducía al centro de ordenadores. Esto impidió que el personal del Condominio pudiese borrar sus bancos de datos, que es un procedimiento de seguridad normal. Con la ayuda de «Gato», he conseguido recuperar el sistema y he averiguado el motivo de la masacre…

Clovis se calló bruscamente, abrumado por la emoción. Morgan continuó el relato en su lugar.

—Las FIS se enteraron de la existencia de Nueva Libertad a través de canales normales y la vincularon con el grupo de personas que había habitado la base de Styx hace dos años. Las FIS siempre las habían considerado una amenaza. Al parecer, ciertos agentes de la isla de Skye proporcionaron información a las FIS en la que se insinuaba que los colonos de Styx planeaban asesinar al Coordinador del Condominio Draconis. El Tercero de Regulares de Dieron recibió la orden de borrar Nueva Libertad del mapa.

Rick O’Cieran asestó un puñetazo en la mesa.

—¡Por el amor del cielo, Morgan! Arrollaron una trinchera y mataron a todo el mundo: hombres, mujeres… No hacían ninguna distinción… —Miró a Clovis y agregó—: Si no hubieras conducido a esos niños al refugio, los habrían matado también. —Se volvió hacia los demás oficiales—. No todos estaban muertos cuando taparon la trinchera. Algunos murieron intentando salir de allí…

El silencio invadió la sala. Dan tragó saliva al recordar a una joven pareja cuya casa él mismo había ayudado a construir. Nunca pensaron en otro futuro más que el de envejecer juntos. Como MechWarrior, acepto los riesgos de la guerra, pero aquellos chicos no participaron jamás en nada de todo esto. Levantó la mirada y dijo:

—Sabemos que ningún habitante de Nueva Libertad estaba conspirando contra el Coordinador del Condominio. ¡Diablos, todos eran miembros de Heimdall! Dado su pasado contrario a la Mancomunidad, antes habría pensado que el Condominio los recibiría como aliados.

—Probablemente, ésa es una de las razones por las que las FIS toleraban su presencia en el sistema Styx —repuso Morgan—. Por desgracia, el asunto de la Silver Eagle hizo cambiar de opinión a las FIS. La base de Styx les costó numerosos soldados de elite, ’Mechs y, en definitiva, una inmejorable oportunidad de capturar a Melissa Steiner.

Morgan vaciló y todos reconocieron en silencio el precio que habían pagado los Demonios de Kell por aquella operación: la muerte de Patrick Kell y otros tres amigos.

—¿Qué pudo hacer pensar a las FIS que los refugiados de Styx se habían convertido en asesinos? —inquirió Dan.

—No «qué», sino «quién»… —lo corrigió «Gato» con su profunda voz y en tono ominoso.

—Sí, ¿quién? —asintió Morgan—. Sin duda, fue el mismo duque Aldo Lestrade quien sembró ese rumor en los oídos de un agente de las FIS. Seguramente comentó nuestra relación con Nueva Libertad para sugerir que estábamos entrenando a comandos asesinos.

Salome meneó la cabeza y sus rizos de color cobrizo se le desplegaron sobre los hombros.

—Creía que habíamos llegado a la conclusión de que Lestrade no sugeriría ningún ataque contra su propio territorio. Esto sigue sin tener sentido para mí.

—Míralo de la siguiente manera, Salome —dijo Fitzpatrick—. Lestrade hace correr este rumor, lo que conviene a Lyons en un objetivo apetecible. Lo único que pierde es un pequeño asentamiento, cuya destrucción nos dolerá a nosotros, pero a él no le costará nada. Sabe que el Condominio no puede mantenerse en el planeta y sospecha que los kuritanos retirarán sus tropas en cuanto aparezcan las fuerzas de la Mancomunidad.

Salome se mordisqueó el labio inferior por unos instantes y asintió.

—Lestrade sufre una incursión en la isla de Skye. Por lo tanto, puede quejarse aún más por la traición de la Mancomunidad a su pueblo. —Salome calló mientras elaboraba la extrapolación lógica de aquella línea de razonamiento—. Lestrade puede declarar su territorio incluso neutral. Kurita lo mantiene intacto y ello le permite redistribuir sus fuerzas en otros frentes.

Dan se sintió sobrecogido.

—Si la isla de Skye se independiza, el resto de la Mancomunidad queda separado de la Federación de Soles. Hanse se ve obligado a reabrir las vías de tránsito, lo que implica estar en guerra con una porción de los dominios de su propia aliada.

—Peor aún —añadió «Gato»—. Las guerras civiles son impopulares. Si Katrina cayera, otro ocuparía su lugar. Como Melissa está atada por su matrimonio, el candidato sólo puede ser Frederick Steiner.

—Frederick es una marioneta en manos de Lestrade —convino Dan—. Fred ocupa el trono y Lestrade vuelve al redil. Fred firma la paz con Kurita y todos son felices y comen perdices. Aldo tira de las cuerdas de Fred y la Mancomunidad se va al infierno en una Nave de Descenso…

Morgan sonrió con crueldad.

—Eso debe de ser lo que planeó Lestrade, pero esta vez le hemos estropeado los cálculos. Volverá a intentarlo… Lo sé. Quiero que todo el mundo esté listo para la partida dentro de una semana. Lestrade debe de estar en su hogar ancestral de Summer. Quiero destruirlo todo a su alrededor. Ha llegado la hora de acabar de una vez para siempre con sus maquinaciones.

Sólo una voz disintió de los apresurados gritos de apoyo a la propuesta de Morgan.

—¡No! —Clovis se puso de pie sobre su silla para que su cabeza estuviese por encima de las de los demás—. No. No podéis hacerlo.

—Te agradezco tu preocupación, Clovis —dijo Morgan con tono cortante—, pero estoy dispuesto a correr cualquier riesgo con este ataque.

—No dudo de tu habilidad, Morgan Kell, para dirigir la operación militar y capear la agitación política que, por supuesto, crearía tu acción. Pero lo que digo es que no podéis matar a Aldo Lestrade, porque yo reclamo ese derecho. —Irguió la cabeza—. Exijo ser la persona que acabe con él.

Clovis contempló a los estupefactos mercenarios y prosiguió:

—No creáis que hablo sólo movido por la ira y el pesar por lo ocurrido aquí. —Tragó saliva, intentando disolver el nudo que tenía en la garganta—. Es importante, por supuesto. Si alguna vez habéis tenido que decir a un niño que sus padres han muerto por razones que no entenderá jamás, sabéis lo que uno siente por dentro. Cada vez que he dicho esas palabras, la cólera y la exasperación eran como dagas que me desgarraban el alma. La venganza parece ser la munición que puede volver a imponer la justicia.

El enano fue agachando la cabeza mientras pronunciaba poco a poco unas palabras escogidas con cuidado.

—Sé lo que estáis pensando, porque habéis perdido a amigos y amantes en esa batalla. Recuerdo la fiesta que celebramos hace menos de un mes y sé que no volveré a ver algunos de aquellos rostros. Quiero que alguien pague por todo ello, pero la venganza no es el motivo por el que reclamo a Aldo Lestrade. El único modo de que esas heridas puedan cerrarse es reconstruir Nueva Libertad. Eso es lo que haré antes de ir en pos del Diablo de Summer.

Clovis calló y antes de continuar miró a todos los presentes en la habitación.

—Toda mi vida he conocido su maldad. Mi madre trabajó como criada para la familia Lestrade y llegó a conocer a Aldo mucho mejor de lo que ella habría deseado. Hace veinticuatro años, durante aquella incursión que costó la vida al padre de Aldo y lo convirtió en duque, mi madre huyó de Summer con la ayuda de una célula de Heimdall. Seis meses después nací yo y he permanecido con Heimdall desde siempre.

»Los niños pueden ser crueles y lo eran conmigo. Mi madre me consolaba contándome historias de mi padre. Ella decía que era un bravo MechWarrior que algún día vendría a buscarnos y nos llevaría consigo. En mis fantasías, veía a mi padre destruyendo a todos mis enemigos. Así podía soportar cualquier cosa mientras aguardaba su retorno. Para que estuviera orgulloso de mí, aprendí todo lo que puedo sobre perditécnica y me esforcé por ser el mejor en cosas como programación de ordenadores, pues a todos los demás les parecía muy difícil.

»Naturalmente, no existía aquel padre de proporciones míticas que un día vendría a buscarme. Cuando me hice mayor, oí despiadados rumores sobre mi madre. La llamaban “la puta del duque”. Poco a poco, la verdad salió a la luz. Por fin, una noche me encaré con mi madre. Ella admitió que Aldo Lestrade la había dejado embarazada. Le tuvo demasiado miedo para rechazar sus insinuaciones o decirle que esperaba un hijo suyo. Desde entonces, me prohibió hablar de este asunto. Si ella hubiera estado aquí, en lugar de en la Bifrost, tal vez yo no os habría dicho nada.

Clovis abrió las manos ante ellos.

—Ya veis: Aldo Lestrade es mi padre. Asesinó para alcanzar el trono de Summer, y sus maquinaciones han destruido a mi pueblo, la gente de Nueva Libertad. Para ser fiel al precedente que él mismo estableció, tengo el derecho de ser quien mate a mi padre, Aldo Lestrade. —El atractivo rostro de Clovis se deformó en una espantosa máscara—. Los guerreros matan a los guerreros. Los Lestrade matan a los Lestrade. Dejádmelo a mí.