7
7
Lyons
Isla de Skye, Mancomunidad de Lira
5 de abril de 3029
El capitán Daniel Allard aceptó agradecido la llave del actuador que le ofrecía un enano situado a la entrada del hangar de ’Mechs.
—Gracias, Clovis. Sólo necesito estos trastos cuando no encuentro ninguno.
Dan se enjugó con el antebrazo el sudor que pegaba rizos de pelo trigueño a su frente. Luego usó aquella herramienta en forma de hoz para sujetar un músculo de miómero en un nudillo de la mano de un BattleMech.
—Bueno, ahora sí que está bien sujeto. Más vale hacer las reparaciones ahora que no en combate.
Los ojos castaños de Clovis parpadearon cuando se subió a una caja de embalaje y se sentó frente al MechWarrior. Sacó una botella de cerveza fría de la espalda y se la entregó a Allard.
—Sólo es una de las maneras que se me ocurren para pagar mi deuda con los Demonios de Kell por habernos ayudado —dijo el enano. Contempló el prado cubierto de hierba de color ocre y miró cómo trabajaban los MechWarriors de los Demonios de Kell—. Fue en Styx donde vi ’Mechs en acción por primera vez. En cierto modo, esas máquinas no parecen las mismas en este lugar.
Dan asintió. Los MechWarriors estamos entrenados para ver los 'Mechs como máquinas de destrucción. Uno de mis instructores las describía como «diez metros de altura y llenos de porquería». A veces hace falta alguien con la clarividencia de Morgan Kell para utilizar los ’Mechs de esta forma.
En el prado, las máquinas de guerra humanoides trabajaban en un enrejado de vigas de acero. A lo lejos, parecían robots infantiles que construían un club secreto. Sin embargo, Dan sabía que aquella estructura se alzaba a una altura de dos pisos sobre el suelo. Se había reducido la potencia a los láseres, usados habitualmente para horadar y destruir otros BattleMechs, para poder emplearlos para soldar las vigas entre sí. Después de lo que hicimos a la base de la Genyosha en Nashira, parece una ironía ver a los 'Mechs construyendo la ciudad de Nueva libertad para los refugiados de Styx.
Clovis se peinó los largos cabellos negros con sus gordezuelos dedos.
—Construir todos esos edificios nos habría costado muchos meses y montones de billetes ComStar. Esto es fabuloso.
Dan hizo un gesto de asentimiento y bebió otro trago de cerveza.
—Tu madre y tú regateasteis bien, Clovis. Nosotros hemos conseguido el acceso a la Bifrost para poder efectuar saltos espaciales, y vosotros obtenéis una ciudad.
Clovis enarcó una ceja.
—Sabes tan bien como yo que Morgan podría haber conseguido más cosas si el duque Aldo Lestrade no hubiese intentado expulsamos de este planeta. Nos dio un plazo de dos meses para tratar de mejorar el enclave, pero dudo de que él esperara mucho de nosotros. Y aquí estamos: casi hemos terminado y aún faltan dos semanas para la fecha límite.
—Tienes razón. Morgan haría cualquier cosa por fastidiar a Lestrade.
Las intromisiones de Aldo Lestrade en la política de la Mancomunidad de Lira han causado numerosos problemas. Sus atentados contra la arcontesa Katrina Steiner han fracasado, pero en su última intentona de quebrantar la alianza entre la Mancomunidad y la Federación de Soles estuvo a punto de morir Melissa Steiner y Morgan perdió a su hermano Patrick.
Dan tomó otro largo sorbo de cerveza. El frío líquido apagó su sed y le recordó cosas más agradables que la política lirana. Bajó la botella y miró a Clovis con malicia.
—Clovis, ¿has pedido a Kaila Bremen que te acompañe al baile del próximo fin de semana?
—No —repuso nervioso el hombrecillo.
—¡Por la Sangre de Blake! No has hecho nada más que perder el tiempo desde que te enteraste de que había roto con aquel tipo… ¿cómo se llama?
Clovis recogió la llave del actuador y empezó a manosearla.
—Thor —respondió—. Se llama Thor.
La imagen de un hombre gigantesco apareció fugazmente en la mente de Dan.
—Sí, eso es. Bueno, ¿por qué no se lo pides?
—No iría nunca conmigo —dijo el enano, deprimido—. Ni siquiera sabe que existo.
Dan bebió más cerveza y dejó la botella medio vacía sobre la caja, al lado de Clovis.
—No es cierto y lo sabes. Te vi hablando con ella el otro día, y no dejaba de sonreír y reír.
Clovis se entristeció. Golpeaba distraído la llave contra la caja de madera, haciendo saltar astillas.
—Sí, estuvimos charlando. Quiere que enseñe a manejar los ordenadores a los niños de sus clases. Una clase de divulgación. Nada especial.
Dan hizo una mueca. Aquí pasa algo raro. Nunca había visto tan bajo de moral a Clovis.
—No sé, Clovis… Si estuviera en tu lugar, aprovecharía la oportunidad…
La larga melena del enano le cayó sobre el rostro.
—Ya lo he hecho. Impartiré la clase a los chicos…
—No me has entendido. Quiero decir que deberías invitarla al baile. Si no lo haces, quizá lo haga yo… Incluso podría actuar como un gamberro y dejarte que vinieses a rescatarla…
Los ojos castaños de Clovis centellearon de rabia.
—No entiendes nada, ¿verdad? Soy tan capaz de rescatarla de tu poder como de volar sin alas. Ella te preferiría a ti, aunque fueses un gamberro, que no te creo capaz siquiera de aparentarlo, antes que a un… medio hombre.
—Lo siento, Clovis —dijo Dan—. No quería hacerte daño. Lo que pasa es que me revienta verte deprimido. Lo peor que ella podría decir es que no.
Clovis apretó los dientes.
—Sé que tu intención es buena, Dan, pero no quiero hablar de este asunto. Para ti, las cosas no están tan mal, porque sabes que una persona especial como Jeana te dirá «sí» algún día —bajó la mirada y contempló el agujero que había abierto en la caja con la llave—. Yo no sé si ocurrirá eso alguna vez.
Cuando Clovis mencionó a Jeana, la mano de Dan buscó la cinta de seda verde que llevaba guardada en el cinto.
—Jeana es una mujer especial para mí, Clovis, pero podría no serlo para otro hombre. Ha habido más mujeres que me han parecido especiales a mí, que yo a ellas. Tú también serás especial para alguien. Pero nunca averiguarás quién es ella, a menos que te abras y aproveches las oportunidades.
Clovis miró a Dan de reojo.
—Apuesto a que no me presentarías a tu hermana Riva.
Dan le mostró una amplia sonrisa.
—¿Van dos billetes ComStar? Le enviaré un mensaje para que venga a conocerte.
Ambos hombres se echaron a reír al imaginarse a Riva Allard viajando durante meses para acudir a una cita en Lyons; sin embargo, sus risas se apagaron cuando se aproximaron dos soldados de infantería de los Demonios de Kell que escoltaban a un visitante.
—¿Capitán Allard?
—Sí, Sullivan, ¿qué pasa?
Dan miró fijamente al visitante, ataviado con una túnica amarilla. ¿Qué está haciendo aquí un acólito de ComStar?
La expresión de Sullivan no ocultaba su irritación.
—Señor, he explicado a este acólito que podía entregarnos el holodisco y nosotros lo entregaríamos al coronel Kell, pero insistió…
Dan asintió con gesto comprensivo.
—Murphy y tú podéis volver a vuestros puestos. Yo me encargaré de nuestro invitado. —Se volvió hacia el acólito y agregó—: ¿Qué puedo hacer por usted?
El acólito, un hombre de tez pálida, entornó los ojos.
—Es preciso que vea al coronel Kell. Traigo un mensaje para él.
—Desde luego. —Dan miró de reojo a Clovis y admiró sus esfuerzos por no lanzar una carcajada—. El cabo Sullivan ha dicho que traía un holodisco.
—Sea lo que sea, es para el coronel Kell, y sólo para él. Esas son mis órdenes y ése fue el deseo de la persona que ha enviado…
—Y pagado… —lo interrumpió Clovis.
—… el mensaje —acabó el acólito, que lanzó una mirada furibunda a Clovis, quien no le hizo el menor caso.
—Si insiste, llamaré al coronel —dijo Dan con aspereza.
El acólito asintió brevemente. Dan recogió la radio de Clovis, que estaba sobre la caja de embalaje, y se puso en contacto con el ’Mech de Morgan Kell.
—Aquí Dan. Lamento molestarte, mi coronel, pero ha llegado un mensajero de ComStar. Te trae un holodisco y se niega a entregarlo a ninguna otra persona.
El ruido de la estática siseó en el altavoz durante una fracción de segundo antes de que fuera sustituido por la voz de Morgan Kell.
—¿Tú qué opinas, Dan?
Dan escrutó al acólito con una mirada descaradamente apreciativa.
—Parece sincero, pero ese mensaje me preocupa. Apuesto a que serán malas noticias.
—Voy para allá. ¿Puedes reunir a los oficiales?
—Conn y el Segundo Batallón de ’Mechs siguen en la cantera. Necesitarán dos horas para volver. Salome y «Gato» están en tu grupo de trabajo, mientras que Scott Bradley se encuentra aquí, en el hangar.
—Bien, Reúnelos, y que venga también Clovis.
—Recibido, mi coronel. Corto. —Dan sonrió al acólito y señaló las obras—. Si quiere ir a su encuentro…
El acólito dio un par de pasos hacia la salida del hangar, pero se paró en seco.
—N… no, n… no es necesario —tartamudeó, nervioso.
Dan se echó a reír. El Archer de Morgan venía corriendo por el campo; sus estruendosas pisadas hacían temblar el suelo. El titánico ’Mech oscilaba sus poderosos puños como un hombre, pero la viga que sostenía, olvidada, en la mano izquierda era una muestra elocuente de la increíble fuerza de la máquina. Sus hombros encorvados y su cabeza adelantada daban al Archer un aspecto animal que resultaba aún más amenazador que su tremendo tamaño.
Dan dio una palmada en el hombro al asustado acólito.
—Espero que esto valga la pena, amigo, porque al coronel… Bueno, no le gustan las decepciones.
Dan observó cómo Morgan Kell introducía el holodisco en el aparato reproductor. En una escala de 1 a 16, la ira de Morgan ronda los 32, pensó. Dan vio que a Kell no le habían gustado las payasadas del acólito, y menos todavía cuando se enteró de que el remitente era Aldo Lestrade.
Dan, sentado y apoyado contra la pared, podía ver toda la sala de reuniones rectangular. Había una larga mesa de roble rodeada de doce sillas. Las cuatro personas presentes en la sala, aparte de él, estaban sentadas cerca del centro de la mesa y todas estaban vueltas hacia el otro extremo de la estancia, donde Morgan manipulaba el visor de holodiscos.
Morgan se irguió y soltó su cólera con un hondo suspiro. El chaleco refrigerante y los pantalones cortos dejaban al descubierto un cuerpo musculoso y con relativamente pocas cicatrices para un MechWarrior de su edad. La larga melena negra de Kell y su espesa barba estaban cruzadas por mechones canosos, pero sólo los suficientes para darle un aire noble. Sus ojos, de color castaño oscuro, centelleaban con una vitalidad que parecía insinuar que aquel hombre viviría para siempre.
—Perdonad la aparatosidad de convocaros urgentemente para ver esto —dijo a los oficiales presentes, sonriendo—. La actitud del acólito de ComStar sugería que podía ser importante. Aunque el mensaje es de Aldo Lestrade, podría tener algún valor. Como pensaba comunicaros su contenido en cualquier caso, pensé que podíamos compartir juntos la sorpresa.
Morgan pulsó un botón del mando de control remoto del reproductor. La pantalla negra se iluminó y apareció el sencillo escudo de dibujo rectangular del planeta Summer. Luego se desvaneció y dio paso a la imagen de un hombre bajo y fornido, sentado detrás de un enorme escritorio. Sus cabellos negros y canosos le envolvían la cabeza como una mala peluca y no se movieron mientras se los ajustaba con su zurda de plástico. Lestrade miró fijamente a la cámara y dijo:
—Coronel Kell, voy a obviar las formalidades porque sé que le parecerían inútiles. No nos caemos bien mutuamente y me satisface mantener nuestra relación a la distancia natural que engendra nuestro odio mutuo.
Lestrade se arrellanó en su silla de piel de respaldo alto.
—Se me ha comunicado que su unidad mercenaria está estacionada en Lyons, uno de mis planetas —prosiguió—. Tengo entendido que ustedes se encuentran en la colina de refugiados que la Arcontesa me animó a que dejara establecerse en ese mundo.
Las palabras que utilizaba y el tono de voz no dejaban duda a Dan de que a Lestrade no le gustaba en absoluto la existencia de la colonia Styx, y que sólo la permitía a causa de las presiones de la Arcontesa de la Mancomunidad, Katrina Steiner.
La cámara retrocedió para mostrar mejor el despacho de Lestrade. Las paredes estaban hechas de piedras grises no pulidas que parecían haber sido juntadas casi al azar. Dan bizqueó. Debe de ser el castillo de los Lestrade. ¿No fue trasladado desde la Tierra piedra a piedra hace unos quinientos años? Me sorprende que haya resistido las incursiones kuritanas de las que siempre se queja Lestrade.
Lestrade se incorporó y fue cojeando hasta la parte delantera de su escritorio.
—Agradezco su deseo de regresar tras nuestras líneas después de una profunda incursión en el Condominio Draconis, pero no quiero que estén en ninguno de mis planetas. Aunque la Arcontesa se haya apropiado de mis tropas para hacer la guerra al Condominio en nombre de Hanse Davion, no quiero tomar parte en dicha guerra. Usted y sus Demonios son una amenaza a la paz y el bienestar de la isla de Skye. Por lo tanto, les ordeno que se marchen.
La cámara hizo un primer plano mientras Lestrade brindaba una sonrisa de plástico a sus espectadores.
—Comprendo que una unidad mercenaria como la suya requerirá un cierto tiempo para organizar su partida. Para salir de la isla de Skye disponen de dos semanas desde el día de recepción de este mensaje. ¿He hablado claro?
Morgan apagó el visor y la pantalla se oscureció de nuevo. Se volvió en su asiento y se apoyó en el borde de la mesa.
—Tratándose de Lestrade, ha sido asquerosamente sincero… —dijo—. Bueno, dice que hemos de partir de Lyons dentro de dos semanas. ¿Algún comentario? Salome…
La comandante Salome Ward, una mujer de cabellos rojos como el fuego, que era la segunda en la escala de mando de la unidad, paseó su mirada por el pequeño grupo allí reunido.
—Como todas las tropas han partido de Lyons para unirse al ataque contra el Condominio Draconis, nuestra marcha dejaría el planeta indefenso. Soy consciente de que Lyons está muy lejos del frente, pero un solo batallón de ’Mechs que llegara en un salto desde un sistema estelar deshabitado, bastaría para sembrar el caos.
—¿Por qué atacar Lyons? —preguntó el comandante Scott Bradley, un MechWarrior que estaba sentado frente a Salome, y sonrió a Clovis en gesto de disculpa—. No quiero menospreciar vuestro nuevo hogar, pero el objetivo de la guerra moderna es destruir la capacidad del enemigo de proseguir con las hostilidades. En ese sentido, Lyons no es un objetivo militar. Si el Condominio pudiese reservar parte de sus efectivos para una incursión, los recursos agrícolas e hidráulicos del planeta sí lo convertirían en un objetivo, pero creo que el Condominio tiene otras preocupaciones en estos momentos.
—Estoy de acuerdo contigo, Scott —convino Morgan—, en que el Condominio tiene otros problemas, sobre todo en el Distrito de Rasalhague. No obstante, la punta de lanza de la ofensiva lirana está situada a muy poca distancia de los límites de esta región espacial. A mí no me parece en absoluto que la frontera de la isla de Skye esté libre de amenazas. Si el Condominio así lo quisiera, sus tropas podrían penetrar por aquí y realizar una maniobra envolvente para atrapar a las fuerzas liranas en una bolsa con su centro en Marfik.
—¿Qué tropas tiene el Dragón para efectuar una maniobra semejante? —replicó Dan—. La mayoría de las fuerzas del Distrito Militar de Dieron, incluida la Genyosha, llevaron a cabo aquel ataque en el Pasillo Terráqueo y fueron repelidas.
—Cierto, pero Davion no ha atacado el Distrito de Dieron para paralizar esas tropas. Por lo que sabemos, están agrupándose en Yorii o Imbros III para atacar Lyons. —Morgan se volvió hacia el hombre negro que se hallaba sentado entre Salome y Dan—. ¿Y tú qué piensas, «Gato»?
«Gato» Wilson entrelazó los dedos y apoyó las manos sobre su cráneo afeitado como si fuesen una gorra.
—Yo no me fiaría de Lestrade hasta el punto de dejar desamparado este planeta. El cree que tiene un as en la manga en alguna parte. El hecho de que quiera alejarnos de Lyons podría ser una manera sencilla de asegurar a Kurita de que él, Lestrade, no interviene en esta guerra. Aunque sea un adulador mentiroso, maquiavélico y ansioso de poder, hemos de recordar que perdió el brazo y la pierna izquierdos en una incursión kuritana. Dudo que le haga mucha gracia un nuevo ataque de las fuerzas de Kurita contra sus posesiones.
—Tienes razón —dijo Morgan, y miró a Clovis—. Tú eres el alcalde de Nueva Libertad. ¿Qué opinas?
El enano sonrió con afabilidad.
—Recordad que sólo soy el alcalde en funciones. En cuanto mi madre deje de pasearse por el espacio con la Bifrost, volverá a ocupar el cargo que le pertenece. —Se volvió hacia «Gato» y continuó—: Mi madre me ha contado muchas historias sobre aquel ataque en que Lestrade perdió el brazo y la pierna. Ella solía trabajar en el castillo de Summer y, cuando se produjo el ataque, tuvo que huir para salvar la vida. Por lo que me contó, parece probable que Lestrade asesinara a su padre, y estoy casi seguro de que preparó los accidentes en los que murieron todos sus hermanos. Así, se convirtió en el heredero del trono. Todo esto no dice mucho en favor de su carácter, pero no puedo oponerme a lo que ha dicho «Gato». No creo que Lestrade quiera que el Condominio realice una incursión en la isla de Skye. Y, aunque lo quisiera, ¿por qué Lyons? No tendría ningún sentido.
»¿No es una discusión un tanto absurda? —inquirió, mirando a Morgan—. En cualquier caso, pensabais marcharos dentro de un mes, ¿no?
—Sí, ése era nuestro plan —asintió Morgan—. Tenemos prevista una cita en Ryde a primeros de junio. Pero, tanto si debíamos partir de Lyons como si no, me irrita aparentar que estoy obedeciendo una orden de Lestrade. Supongo que, en esta ocasión, es inevitable. No podemos permitirnos llegar tarde a Ryde.
Dan apretó los dientes. Morgan dice que es una cita, pero todos sabemos lo que será en realidad. Morgan y Yorinaga Kurita volverán a combatir para decidir quién sobrevivirá y quién morirá de los dos. Mientras esta guerra está arrastrando a todos los Estados Sucesores, Morgan Kell y Yorinaga Kurita mantienen su guerra particular. Si Morgan no estuviera tan concentrado… ¡diablos, lo que está es obsesionado!… con esa rivalidad personal, lanzaría a los Demonios de Kell contra Aldo
Lestrade para responder en persona a la orden de ese demente.
—Por lo tanto, sacaremos a los Demonios de Kell de aquí a tiempo para que Lestrade esté satisfecho de nosotros —prosiguió Morgan mientras se ensombrecía su semblante—. Pero, si nuestro acto de obediencia favorece una de las maquinaciones de Lestrade, juro que los Demonios de Kell harán que el duque lo lamente durante el breve plazo de vida que le quede.