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Sian

Comunidad de Sian, Confederación de Capela

20 de marzo de 3029

Justin Xiang colocó una nueva batería en la carabina láser Magna y se asomó al recodo. Echó atrás la cabeza al ver que dos siluetas, situadas ali fondo del pasillo, le disparaban un rayo de color rubí. Se agachó como mejor le permitió su exosqueleto, se arrojó al corredor, rodó por el suelo y se incorporó sobre una rodilla. Su dedo se cerró alrededor del gatillo.

Unos ardientes dardos escarlatas rasgaron el pasillo. Un rayo impactó en el pecho de uno de los guardias y refulgió como un meteoro sobre su chaleco ablativo. El guardia se quedó rígido y cayó de espaldas. El otro guardia fue herido por tres rayos, que le laceraron el cuerpo desde la cadera derecha hasta el hombro izquierdo. El impacto lo hizo girar y se desplomó inerte.

Justin corrió por el pasadizo y se arrodilló junto a los hombres a los que había disparado. Tiró las armas lejos de su alcance, se volvió e hizo una seña a los hombres apostados más atrás. Dos de ellos pasaron a su lado y tomaron posiciones a cada lado de la puerta. No está mal, por ahora. Sólo hemos perdido tres hombres de la docena con la que empezamos. Puedo aceptar un veinticinco por ciento de bajas. Justin entornó sus almendrados ojos de color castaño. E incluso más: esta misión es muy importante.

Los otros seis miembros del grupo llegaron a la altura de Justin. Los que vigilaban la retaguardia seguían apuntando hacia el otro extremo del pasillo, para impedir toda posible persecución. Los otros tres hombres —conocidos en el equipo de asalto como «mulos»— buscaban posibles lugares donde poder agazaparse. Las bolsas que llevaban sujetas a sus cinturones de tela hacían que su silueta fuera más voluminosa, pero seguían siendo blancos pequeños a pesar de todo.

Justin se volvió hacia los dos hombres apostados ante la salida de la instalación. Hizo un gesto para indicarles que debían cruzar la puerta. Uno de ellos se giró y se incorporó, pero le dispararon desde el exterior y chocó de espaldas contra una de las jambas de la puerta. El segundo hombre retrocedió, pero las piernas ya no le respondían.

—¡Tienen un Locust ahí afuera! —exclamó.

¡Maldición! ¡Se suponía que nuestra maniobra de distracción había alejado a todos los ’Mechs!

Justin se revolvió y vociferó:

—¡Ling! ¡Maximovitch! Preparad esos cohetes V-LAW y colocaos junto a la puerta. Yo lo distraeré.

Justin empuñó un lanzador portátil de misiles de corto alcance que llevaba uno de los «mulos». Echó un vistazo a la munición a través de una mirilla transparente y vio un fragmento de una banda roja identificativa que rodeaba la cabeza explosiva. Bien. Un cohete infierno. No destruirá al Locust, pero el combustible gelatinoso que va a proyectar estropeará sus sensores infrarrojos. Debió de haber descubierto a mis dos hombres apostados junto a la puerta mientras rastreaba diseños de calor.

Justin dio su carabina a uno de los «mulos» y señaló los rociadores situados en el centro del techo.

—Por favor, señor Chung, refresque un poco este lugar.

Un disparo bastó para que toda la hilera de rociadores los regara de agua. Justin dejó que su ropa se empapase lo suficiente para anular su silueta en cualquier pantalla de infrarrojos. Luego echó a correr hacia la salida. En cuanto quedó bañado por la luz del sol, giró a la derecha, alejándose del lugar donde aguardaban los ’Mechs del equipo de asalto y en dirección al Locust.

¡Estúpidos! ¡Esperabais que iríamos en pos de nuestros 'Mechs para combatir contra vosotros! Justin blandió el lanzamisiles como un guantelete que fuera a arrojar en señal de desafío. ¡Es un error que procuraréis no volver a cometer en mucho tiempo!

El Locust intentó girar con rapidez, pero aquel ’Mech, de diez metros de altura y aspecto estrafalario, no había sido construido para efectuar movimientos laterales ágiles. El piloto orientó la ametralladora hacia Justin y la achaparrada ala del costado izquierdo del ’Mech expulsó un chorro de balas. Sin embargo, el agente de la Maskirovka corrió hasta rebasar la línea de alcance de la ametralladora. El piloto, mientras seguía haciendo girar su ’Mech, le apuntó con el láser que sobresalía de la parte inferior del cuerpo.

Justin cayó de rodillas a sólo tres metros de donde pasó zumbando el ardiente rayo láser. Justin sintió las oleadas de calor emitidas por el rayo y se incorporó sobre una rodilla. Apoyó el peso del lanzamisiles sobre el hombro derecho, agarró el cañón con su metálica mano izquierda y disparó el misil.

En un abrir y cerrar de ojos, el cohete infierno cruzó los veinticinco metros que lo separaban de su objetivo. En vez de impactar en el blindaje del Locust, hecho de una aleación ferrocerámica, el proyectil se abrió como una espantosa flor de fuego. Zarcillos de espesas sustancias químicas envolvieron el ’Mech, lo bañaron como si fueran miel y estallaron en llamas.

Ling y Maximovitch, acurrucados, se asomaron al umbral de la puerta. Sus misiles atravesaron las llamaradas y explotaron contra el casco del Locust. Ambos misiles produjeron una nube negra sobre el ’Mech, pero el fuego no tardó en consumir la pintura como un combustible adicional.

Justin los felicitó alzando el puño izquierdo. Tiró el lanzamisiles descargado, se llevó la diestra al micrófono de cuello y abrió un canal de comunicación con su compañero.

—Con esto debería bastar, Tsen. Hemos acabado. ¿Cuánto hemos tardado?

La vibrante voz de Tsen Shang sonó de inmediato, pero pareció carecer en parte de la emoción que esperaba Justin.

—Doce coma veintitrés minutos. Habéis reducido en un minuto y medio el tiempo obtenido en el ejercicio anterior.

—Y esta vez ha sobrevivido una persona más —respondió Justin, sonriente—. La misión ha funcionado, aun sin llenar de gas todo el complejo. Está claro que la operación es viable.

—Recibido. —La voz de Tsen estaba preñada de irritación—. El Canciller quiere que te presentes inmediatamente ante él. No te molestes en lavarte: no le importará.

—Recibido. Corto.

Justin apartó la mano del micrófono y frunció el entrecejo. Tsen Shang había estado comportándose de una manera extraña desde que el contraataque a los almacenes davioneses había resultado ser una gigantesca trampa. No obstante, él era inocente, pues se había visto obligado a basarse en los informes de Michael Hasek-Davion para planear la operación. Era imposible que Tsen pudiera imaginar que aquella información había sido diseñada por el mismo Ministerio de Inteligencia de Davion. Nadie podría haberlo concebido.

Justin se despojó del equipo que llevaba a la espalda y lo dejó caer al suelo. Lo señaló a uno de los hombres que volvían de apagar el fuego del Locust dirigido por control remoto. Pensó en quitarse el agobiante exosqueleto, pero decidió que no tenía tiempo. Salvo que alguien le disparara con un rayo láser de baja potencia, el traje no se tensaría para simular una herida y, por tanto, no crearía ningún problema.

El cambio de actitud de Tsen Shang incomodaba a Justin como un cuello de camisa demasiado estrecho. Creía que Shang estaría contento de que Justin hubiera persuadido al Canciller para que no lo hiciese ejecutar ni lo exiliara a Corazón Desnudo. Aparentemente, en cambio, todo aquello había vuelto más taciturno a Shang. Justin también sabía que Romano Liao debía de tener algo que ver con los cambios de humor de aquel hombre. Romano es una excelente candidata para una demostración de control de natalidad retroactivo.

Justin había conocido a Tsen Shang dos años atrás en Solaris VII, el Mundo del Juego. Tsen, agente de la Maskirovka, simulaba ser un acaudalado noble capelense que patrocinaba un equipo de ’Mechs pesados en los combates de Solaris. Justin, que acababa de ser exiliado de la Federación de Soles, luchó bien y cambió la suerte de los representantes de la Confederación de Capela en los juegos. Basándose en algunos de los actos de Justin, Tsen Shang comprendió de inmediato que el hijo del ministro de Inteligencia de Davion podía ser una valiosa baza para la Confederación. Shang raptó a Justin y Maximilian Liao lo reclutó para la Maskirovka.

Justin y Tsen trabajaron codo con codo y desarrollaron un plan para hacer más eficaz la Maskirovka. Maximilian Liao aceptó el plan, lo puso en marcha y designó a Justin y a Tsen para que encabezasen el todopoderoso «equipo de crisis». Aquella decisión cargó una gran responsabilidad sobre los hombros de ambos e hizo que pasaran a mantener desde entonces una intensa relación con la familia real capelense.

Justin sonrió mientras caminaba desde el área de simulación de combates al Palacio de la Primavera. Sí, una relación realmente intensa, pensó. Romano acosó a Tsen como un vampiro a un pez-sangre de Spica. Quería que fuera su perrito faldero dentro de la Maskirovka y lo consiguió. Yo sospechaba que Romano acabaría volviéndolo en mi contra para consolidar su propio poder, pero mi relación con su hermana mayor hizo que Romano me odiase hasta el punto de redoblar sus esfuerzos. Shang está atrapado entre nuestra amistad y la manipulación de Romano. Por desgracia, Romano está ganando

Justin se obligó a sí mismo a detenerse por un momento. Inspiró hondo para que el fresco y limpio aire primaveral le limpiase los últimos vestigios del hedor del cohete infierno. Miró más allá del palacio de aspecto cúbico, hada unos pinos altos. La oscuridad del bosque era tan tentadora que pensó en ir corriendo a su santuario.

Rechazó aquella idea a desgana. Probablemente, es inevitable que Tsen y yo nos distanciemos. Y el hecho de que descubriera que mi ayudante Alexi Malenkov espiaba a Romano, no ayudó a que volviera a verme con buenos ojos. Supongo que habló a Romano de la vigilancia a que estaba sometida, pero ella no ha intentado que me asesinen. Parece que se asustó al verme tan enfurecido por el atentado que organizó contra mi padre. Aún no ha convencido a Tsen de que se oponga frontalmente a mí, pero su taciturna actitud sobre la Operación Comunión de Intrusos debe de significar que está debilitándose su resistencia.

—¡Justin, espera!

La voz de Candace Liao hizo asomar una sonrisa a los labios de Justin. Gracias a sus largas piernas, ella llegó a su lado enseguida. Era tan alta como él. Sus grises ojos brillaban de malicia. Cogió de la mano derecha a Justin y sus largos cabellos negros cayeron sobre sus hombros, enmarcando su hermoso rostro.

Justin le apretó con fuerza la mano y la besó en los labios.

—Buenos días —le dijo, y miró el sol con los ojos entrecerrados como un marinero calculando la hora—. ¿Qué haces levantada tan temprano?

—Debiste haberme despertado —respondió Candace, haciendo pucheros en actitud burlona—. Te dije que quería presenciar el ensayo de vuestra operación.

—No fue eso lo que murmuraste esta mañana, cuando yo bajé a rastras de la cama —repuso Justin, sonriente.

—Ni siquiera intentaste despertarme.

Justin se echó a reír.

—¡Ya lo creo! Tú, mi duquesa, me lo habías ordenado, y yo hice un valiente intento de cumplir con mi deber. Sin embargo, esta mañana me diste una contraorden.

—¿Qué dije?

—No sé si dijiste «lárgate» o «tápame» —contestó. La abrazó por la cintura y le dio un beso en la punta de la nariz—. Deduje que deseabas seguir durmiendo.

—Muchas gracias, querido amante, pero no debiste hacerlo. Hay cosas que ya debería haber hecho hoy.

—Cálmate, Candace. Sé que te preocupa lo que Hanse Davion piense hacer en el área de tu Comunidad de St. Ivés, pero no tenemos absolutamente ningún indicio de que planee un ataque contra tu territorio.

Candace se soltó del abrazo de Justin.

—Eso no me tranquiliza, ciudadano Xiang. Si no recuerdo mal, la invasión de Davion fue una sorpresa total.

Justin inclinó la cabeza.

—Touché, duquesa. Sin embargo, me permito comentarte que teníamos numerosos datos sobre incrementos de tropas a lo largo de la frontera. Nuestro error fue suponer que Davion sólo quería emprender una nueva edición de sus maniobras de Galahad. Eso era lo que decían los comunicados de Michael Hasek-Davion. Únicamente esperábamos que Hanse hiciese algunos ejercicios de estiramiento, pero lo que hizo fue saltar sobre nosotros.

El nerviosismo de Candace degeneró en ira.

—A causa de los ineficaces intentos de contraataque de mi padre, la Comunidad de St. Ivés ha sido despojada de todas sus Naves de Salto. ¡No podríamos enviar refuerzos aunque Davion nos atacara!

Justin lanzó un suspiro.

—De acuerdo, no tenemos refuerzos. Tu padre ya ha movilizado todas las unidades de reserva de todos los planetas y ha ordenado el adiestramiento de los civiles para que también luchen contra los invasores. Eso tal vez retrase el avance de Davion, pero no van a volverse las tornas en la guerra. —La mano de Justin se cerró en un puño como una flor en una película de imágenes aceleradas—. Mi ataque sí logrará que todo sea distinto. En cuanto hayamos atacado Bethel y las instalaciones secretas del Instituto de Ciencias de Nueva Avalon que hay allí, ya podremos derrotar a las fuerzas de Davion. —Candace le lanzó una mirada gélida y Justin se la devolvió—. Las Naves de Salto de St. Ivés están formando un circuito de órdenes que transportará a mis tropas a Bethel y les permitirá regresar sin perder tiempo.

Candace asintió con gesto envarado.

—Comprendo la importancia del circuito de órdenes y de la incursión, pero me pregunto si se efectuará a tiempo de salvar la Confederación de Capela.

—No puedo darte una respuesta, pero sí sé que no debes temer por la Comunidad de St. Ivés. Alexi me mostró un informe que indicaba que el Quinto de Fusileros de Sirtis había sido trasladado de Kittery. Estaban ansiosos de vengar la muerte de Michael Hasek-Davion. Si Hanse los ha sacado del planeta, es que pretende usarlos en otro lugar. Mientras no tengas Naves de Salto en St. Ivés, Hanse sabe que no vas a atacarlo. Esperará.

—Por el bien de mi pueblo, confío en que estés en lo cierto.

—Yo también lo espero —dijo Justin con una sonrisa cruel—. Quiero que Hanse Davion se obsesione tanto en prever el futuro que no se dé cuenta de lo que voy a hacerle. En cuanto haya terminado la Operación Comunión de Intrusos, utilizaremos su propia tecnología contra él. Será fabuloso.

Candace le acarició el pecho y los hombros y enlazó los brazos alrededor de su cuello.

—Te creo, amor mío, y deseo sinceramente compartir tu victoria, pero te suplico que tengas cuidado. Hay algunos que te tienen en su punto de mira. Pavel Ridzik fue el consejero de mayor confianza de mi padre en el pasado, igual que tú ahora. No dejes que tus deseos de venganza te hagan ciego a los manejos de aquellos que quieren eliminarte.

Justin la abrazó y la miró fijamente a sus ojos de color azogue.

—Tendré cuidado.

Candace sonrió, llena de alegría.

—Dispongo de algunos recursos para aislarte de ciertas cosas. Tu puesto en la Maskirovka también te protegerá. Ambos sabemos quién es la peor amenaza y cuánta influencia tiene en mi padre. —Le dio un suave beso en los labios—. Mientras estemos juntos, Justin Xiang, ella no podrá hacernos daño a ninguno de los dos.

Justin asintió en silencio. ¿Así es el juego, entonces? Tanto Candace como Romano se han percatado de la debilidad de su padre, pero también son conscientes de que sólo^ él puede apartar a la otra de la lucha por el poder. Este es un lugar peligroso, Justin, pero es el lugar donde te ha llenado el deber. Saca el máximo partido de la situación, porque el que quede en segundo puesto en esta carrera, acabará en un ataúd. Sonrió a Candace y la abrazó con fuerza.

—Juntos somos invencibles —le aseguró.