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Tharkad
Distrito de Donegal, Mancomunidad de Lira
20 de junio de 3029
Jeana forzó una sonrisa al sentarse al borde de la cama, mientras contemplaba cómo Misha introducía el holodisco en el visor.
—No, Misha, no me impona hacer una visión previa de nuestra próxima emisión de un vídeo de guerra. Al fin y al cabo, debería saber qué es lo que contamos a nuestro pueblo.
¿Cómo puedo decirte que ya lo he visto dos veces y en ambas casi me muero al ver que el Wolfhound de Dan era alcanzado por los disparos?
—Desde que tu madre comentó mis teorías a Simón Johnson —dijo Misha, y se apartó sus largos cabellos negros del cuello de su vestido rojo—, él me ha obligado a realizar visiones previas de todos estos noticiarios para ver qué datos de espionaje dejamos escapar. Ahora preferiría no verlo, pero quiere mi aprobación antes de que tú y yo vayamos a pasar la semana en el Palacio de Invierno. —Pulsó un botón del mando a distancia del visor. Una marcha militar retumbó en la habitación antes de que aparecieran las primeras imágenes en la pantalla—. Johnson confía en poder mostrar una copia a los oficiales de la Federación de Soles cuando se reúnan esta tarde con él y tu madre. Por sus prisas, me imagino que su venida ha sido inesperada. Con la Interdicción, es probable que todos los planes se vayan al infierno. En cualquier caso, Johnson espera que le dé mi aprobación para pasar a recogerlo cuando vaya a la reunión.
Jeana asintió con gesto inexpresivo mientras la profunda voz del comentarista reemplazaba a la música.
—Tropas del Condominio Draconis aterrizaron en Lyons en un osado ataque detrás de las líneas. Creían que su asalto a un planeta no protegido arruinaría nuestra voluntad de luchar, pero no podían estar más equivocados. Aunque aterrizaron sin ninguna oposición, pronto se encontraron enzarzados en una batalla a muerte con los famosos mercenarios de los Demonios de Kell.
Aparecieron las secuencias de la batalla, seleccionadas de la señal de salida de los sensores de los ’Mechs, tanto de los Demonios de Kell como de los capturados al Condominio. Jeana y Misha contemplaron cómo los ’Mechs rojos y negros del regimiento de los Demonios de Kell avanzaban entre las humeantes minas de lo que había sido Nueva Libertad.
—Aunque toda oposición había sido eliminada de la ciudad, los Demonios de Kell seguían vigilantes —prosiguió el locutor—. Sin embargo, la noche anterior, los MechWarriors del Condominio trataron de convertir en historia este pequeño enclave.
Jeana se puso tensa cuando aparecieron las imágenes del duelo entre el Wolfhound de Dan y el Clint kuritano. Los cartuchos del cañón automático abrieron una hilera de orificios en el pecho del Wolfhound, mientras que un láser medio impactaba en su muslo izquierdo. El Wolfhound reaccionó y el enfoque pasó a simular cómo habría visto un piloto el terrible contraataque de Dan.
—Encolerizado por el ataque kuritano a esta inocente población, el capitán Allard responde al fuego enemigo sin preocuparse por la diferencia de peso entre su ’Mech y el de su contrincante.
Antes de que el programa pudiera mostrar el enfrentamiento entre Morgan y el Rifleman (la parte que Jeana más odiaba, porque Dan casi rozaba el desastre), la salvó una suave llamada a la puerta.
—¿Sí?
Misha apagó el holovídeo.
—Alteza, el capitán John Bailey, de la Guardia Ligera de Davion, solicita hablar con vos —dijo la doncella de Melissa a través de la puerta.
Al oírla mencionar el nombre de la unidad de Andrew Redburn, a Misha se le iluminó el rostro. Jeana se incorporó y se ciñó el cinturón de plata a su mono azul de la Armada. Misha se alisó las arrugas de su larga falda. Luego, ambas se miraron en el espejo y se echaron a reír.
Jeana se acercó a la puerta y dijo:
—Lo recibiremos en el salón.
Aguardó el tiempo suficiente para que su criada condujera al visitante al salón recibidor de sus aposentos. Dejó que Misha la precediese y despidió a la doncella con un asentimiento de cabeza. A continuación, alargó la mano y cruzó la alfombra blanca de la estancia para saludar a su invitado.
—Capitán Bailey, estoy encantada de conocerlo.
El capitán davionés, que tenía un aspecto fascinante con su uniforme de tono pardo, dio un taconazo con sus botas de caballería e hizo una respetuosa reverencia. Tomó la mano de Melissa y la besó fugazmente.
—Conoceros es el mayor honor de mi vida, Alteza —dijo. Sus azules ojos centellearon, tratando de comunicar un mensaje que Jeana no podía imaginar.
Ella apartó la mano y se volvió hacia Misha.
—Le presento a mi mejor amiga, Misha Auburn.
—La hija del historiador —la reconoció el capitán, sonriendo y tomándola también de la mano—. Es un gran placer.
Hay algo que no encaja. Jeana vio que una expresión consternada alteraba el semblante de Misha. ¿Qué es?
—Usted debe de haber sido destinado a la Guardia Ligera recientemente, capitán —comentó Misha con una sonrisa cortés.
Las espesas cejas negras de Bailey se arrugaron en una profunda cuña.
—Llevo tres años en la Guardia, señorita Auburn.
Misha parpadeó dos veces y señaló las medallas que lucía en la pechera izquierda de la guerrera.
—Entonces —dijo Misha—, ¿por qué no lleva la condecoración azul y verde del ataque a St. Andre?
¡Eso es! Mientras Bailey ocultaba su sorpresa con una afable sonrisa, Jeana se abalanzó sobre él y le asestó un rodillazo en la entrepierna que lo alzó en vilo. Bailey se dobló de dolor. Jeana lo agarró por sus rizados cabellos negros y le empujó la cabeza contra la rodilla, que tenía levantada de nuevo.
—¡Melissa! —exclamó Misha, horrorizada.
Jeana hizo caso omiso del grito de Misha y quitó la pistola al guerrero, que había quedado inconsciente. Bien. Una pistola de agujas Mauser & Gray M-27. Abrió la recámara y vio un paquete, aún no estrenado, de balas de polímero. Plástico suficiente para una larga batalla.
—Melissa, ¿qué haces? —le espetó Misha, agarrándola de los hombros—. Me asustas.
Jeana señaló las botas del hombre.
—Las espuelas. No lleva espuelas…
Misha se quedó boquiabierta.
—No es un MechWarrior de la Federación de Soles… Debí haberme dado cuenta…
—En realidad sí viste algo raro. Te fijaste en que no llevaba la condecoración de la campaña de St. Andre.
Debí haberme fijado en el taconazo. Todos aprendimos a hacerlo en Sanglamore, porque le gustaba al duque Lestrade, pensó Jeana. Abrió la guerrera al impostor y le levantó la camisa.
Alrededor de la cintura, llevaba una larga y fina tira de seda verde. Se la señaló a Misha.
—El Fajín de Sanglamore. Este idiota quería fingir que era davionés, pero era incapaz de desprenderse de su fajín. —Jeana lo desató y se lo quitó—. Ayúdame a darle la vuelta y sacarle las botas.
Misha obedeció las órdenes de Jeana con movimientos lentos, como si estuviera en trance.
—Sanglamore… Eso quiere decir que procede de Skye.
Jeana hizo una mueca mientras envolvía el fajín alrededor de la garganta del hombre y utilizaba sus cabos para maniatarlo.
—Y significa que los demás visitantes de la Federación de Soles también son impostores. Probablemente pensaban retenerme como rehén. El duque debe de querer matar a la Arcontesa, una vez más.
Misha se incorporó y se dirigió al visífono.
—Llamaré a Simón Johnson —dijo.
—¡No!
La orden de Jeana dejó paralizada a Misha.
—¿Por qué no? Tu madre está reunida en estos momentos con el impostor. ¡Está en peligro!
Jeana se levantó, empuñando la pistola con la diestra.
—Si damos la voz de alarma, seguro que la matarán. Yo diría que esperan a Johnson para matarlo también. Si él muere, todo el dispositivo de seguridad lirano se derrumbará y será muy sencillo dar un golpe de Estado. Esta vez, Lestrade apuesta para ganar. ¿Dónde están reunidos?
—En el despacho de tu madre, supongo —respondió Misha.
—¡Maldición, no nos beneficia para nada! Sólo hay una entrada.
—¿Y el pasadizo oculto tras la estantería?
Jeana sintió que el corazón le saltaba a la garganta. Mis informes mencionaban que Melissa conocía los pasajes secretos del palacio, pero nunca tuvimos tiempo para que me los enseñara más allá de unos pocos metros. ¡Rayos!, ella creció aquí, como Misha. Nunca podré conocerlos tan bien como ellas. Y Melissa dijo que había olvidado casi todo lo que sabía.
—Misha, muéstrame el camino.
—Ya lo sabes —dijo Misha, sonriente—. Solías esconderte allí para escuchar a tus tutores cuando informaban a tu madre sobre lo que te enseñaban.
Jeana titubeó y adoptó un tono más autoritario.
—Misha, no es momento de jugar. Muéstrame el camino.
—Te comportas de una forma extraña, Melissa. Tal vez sea todo producto de tu imaginación. Voy a llamar a Simón…
La voz de Misha se apagó cuando vio que Jeana levantaba la pistola y quitaba el pestillo de seguridad.
—No harás nada de eso. La vida de la Arcontesa está en juego, Misha, y te mataré si es preciso para salvarla.
La expresión de Misha pasó de la confusión al horror.
—Melissa, necesitas ayuda…
Jeana meneó la cabeza. ¡Dios mío! Está aterrorizada y no puedo obligarla a que me ayude. Tengo que decírselo.
—Escucha, Misha, yo no soy Melissa. Me llamo Jeana Clay y soy su doble. Ella está con Hanse Davion.
Misha se quedó mirándola con total incredulidad. Sus castaños ojos se llenaron de lágrimas.
—No, eso es imposible. Lo habría notado.
—¡Piensa, Misha, piensa! No te derrumbes ahora. ¿Cuál es el factor más importante en la boda de Melissa con Hanse Davion? ¿Qué necesitan para estabilizar la situación?
—No lo sé.
—Piensa, Misha. Piensa en la Historia que te enseñó tu padre. Utiliza la cabeza. ¿Qué necesitan?
Misha bajó la mirada. La concentración le hizo arrugar el entrecejo.
—Un heredero… Un hijo uniría ambas naciones.
—Exacto —dijo Jeana, sonriendo—. La Arcontesa necesitaba tener aquí a Melissa, para que la oposición no pudiese decir que había vendido a su hija a Hanse Davion. Pero Melissa ha de estar con él para quedar embarazada. Yo estoy aquí para que ella pueda estar en dos sitios a la vez. —Bajó el arma—. Ahora llévame al despacho y ruega para que lleguemos a tiempo todavía.
Misha, se dirigió a la chimenea situada en el rincón de la habitación. Con los dedos, oprimió la boca de una cabeza de león ornamental labrado en la repisa. Jeana oyó un chasquido y la chimenea se retiró de la pared. Detrás había una estrecha abertura con burdas paredes de ladrillos.
—Has de ir delante de mí, porque no hay ningún lugar donde puedas pasarme —le dijo Misha—. El pasadizo sigue la pared a lo largo de cinco metros. Luego bajaremos por una escalera de caracol que nos conducirá al nivel principal, donde se encuentra el despacho. Al llegar al pie de la escalera, sigue a la izquierda, toma la segunda a la derecha y luego la primera a la izquierda. La estantería se halla en un extremo del despacho, frente al escritorio de la Arcontesa. El pestillo está sobre la abertura.
Jeana asintió y entró en el oscuro túnel. Imperaba un olor a humedad y se levantaban pequeñas nubes de polvo con cada paso. Jeana sintió algunas telarañas que le rozaban la cara y las manos. Mientras caminaba, acariciaba la pared con los dedos de la mano izquierda para que su fría y áspera textura la mantuviese anclada en la realidad.
Tantos juegos, tantas mentiras… Cuando esto se acabe, Misha se sentirá como una estúpida por haber sido engañada por mí. Estará ofendida porque Melissa no confió en ella. Peor aún, tendrá que mentir a su padre y no revelarle nada de todo esto.
Cuando llegó a la escalera de caracol, comenzó a bajarla despacio. El miedo le producía retortijones en el estómago, pero cesaron pronto. Notó que sonreía casi como cuando su padre estaba aún vivo. Es así, ¿verdad? Es así como te sentías cuando fuiste a defender a Katrina Steiner hace tantos años, en Poulsbo, ¿verdad, padre•? Así se siente alguien al saber que lo que uno hace está bien, sin importar el coste…
Jeana volvió a tocar la pared cuando llegó al pie de la escalera. Recordó que debía tomar el segundo pasillo a la derecha y se pasó la pistola a la zurda. El corazón le retumbaba en los oídos mientras avanzaba en la más absoluta oscuridad. Al llegar al recodo, volvió a cambiar la pistola de mano, la cargó y se detuvo ante la entrada secreta del despacho.
Descorrió el pestillo y dio un paso adelante. De manera simultánea, la estantería se deslizó lo suficiente para que ella pudiese pasar. La Arcontesa se levantó de inmediato, perpleja.
—¡Melissa! ¡Qué sorpresa tan agradable! —exclamó. El asombro y la ira que destellaban sus ojos grises reclamaban una explicación.
Jeana levantó la pistola de agujas mientras los dos invitados de la Arcontesa se incorporaban.
—Exitus acta probat, como le gustaba decir al duque. Se acabó: Bailey ha echado a perder vuestros planes.
Los dos impostores reaccionaron al oír pronunciar a Jeana el lema no oficial de Sanglamore. El más bajo se movió a la derecha de Jeana y buscó la pistola que llevaba al cinto, mientras que el más alto se desplazaba a la izquierda. ¡Maldita sea! Hay que dividir el disparo. Jeana vio que el más bajo miraba de reojo a la Arcontesa, forzando su decisión. ¡Te tocó!
Adoptó una postura de combate y apretó dos veces el gatillo. La primera nube de agujas hizo trizas el uniforme del asesino a la altura del corazón. El impacto lo hizo girar de tal manera que el segundo disparo de Jeana le acertó en el hombro izquierdo. Se desplomó en el suelo ya muerto.
Jeana se volvió ligeramente a la izquierda, apuntó al otro hombre y efectuó su tercer disparo. Vio que le pintaba la garganta y la barbilla de un tono escarlata y acarició el gatillo una vez más. Antes de que pudiese ver si había acertado, algo grande y pesado la golpeó en el pecho. Una constelación de estrellas explotó ante sus ojos, saltó hacia atrás y se golpeó la cabeza contra la estantería.
Una oleada de sombras la dejó sin visión por unos instantes. De pronto, se encontró en el suelo. Vio la pistola a escasos centímetros de su diestra, pero su cuerpo rehusó su orden de agarrarla. Como para zaherirla aún más, rodó hasta quedar tumbada de espaldas y perdió de vista el arma.
Intentó tragar saliva, pero no pudo. Deben de haberme dado… muy fuerte. Sintió que la sangre le goteaba en la garganta. ¿No debería sentir más dolor?
La Arcontesa se arrodilló junto a Jeana e hizo la señal de la cruz. Luego, le cerró los ojos. A Katrina le temblaba el labio inferior y pugnaba por contener las lágrimas. Primero tu padre, y ahora tú. Tu familia ha servido a la Mancomunidad con mayor valentía y altruismo de lo que ella, o yo, nos merecemos.
Misha cruzó la entrada del pasaje secreto y dio un breve grito. Se arrodilló junto al cuerpo de Jeana y apoyó la cabeza de ésta sobre su regazo.
—Arcontesa, ¿está…?
Katrina asintió. Escudriñó el rostro de Misha y el conflicto de emociones que se desarrollaba en él.
—Ya sabes que no es Melissa, ¿verdad?
—Nunca lo habría adivinado —respondió Misha, mientras acariciaba los cabellos de Jeana—. Sólo diciéndomelo pudo convencerme para que le hablara del pasadizo. Sabía que vos estabais en peligro… Dijo que los impostores eran de Skye.
—Sí, reaccionaron cuando ella citó una frase que había aprendido en Sanglamore.
—¿Qué vamos a hacer ahora?
La Arcontesa se incorporó despacio.
—Melissa y tú pensabais pasar unos días en el Palacio de Invierno, ¿verdad?
—Sí, una semana.
Katrina reflexionó por unos momentos mientras se mordisqueaba con aire abstraído la uña del pulgar.
—Tu estancia se prolongará. Simón Johnson sellará el palacio para que nadie pueda veros. —Sonrió con astucia—. Y tengo una misión especial para ti.
—¿Qué queréis que haga? —preguntó Misha, sin dejar de acariciarle el pelo a Jeana.
—No puedes quedarte aquí, pues tu padre podría averiguar lo que ha ocurrido. Por lo menos, aún no debe enterarse. He de mandarte lejos de aquí. —Katrina asintió con ademán resolutivo—. Sí, irás a la Federación de Soles y traerás de vuelta a casa a mi hija.