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Sian

Comunidad de Sian, Confederación de Capela

20 de marzo de 3029

En una tranquila hondonada del bosque, Justin Xiang imitaba la serie de ejercicios de t’al chi chuan que efectuaba Candace Liao. La suave brisa que soplaba entre los venerables pinos bastaba para acallar los ruidos de la civilización procedentes del complejo palaciego, situado a dos kilómetros hacia el sur. Sólo algunos de los rayos del sol poniente atravesaban el laberinto de troncos de árboles; y los que lo conseguían, proyectaban reflejos cobrizos en su sudorosa piel.

Las gotas de transpiración le causaban picor en los ojos a Justin, y el cansancio hacía arder sus músculos, pero se negaba a poner fin a los ejercicios. Sólo ha pasado año y medio desde que Candace empezó a practicar t’al chi, pero ya ha conseguido serenarla y proporcionarle una gran elegancia de movimientos.

Contempló el hombro izquierdo de la mujer. Varias cicatrices blancas hendían la piel que recubría el deltoides. Justin sabía que éste estaba compuesto de más fibra de miómero que natural. Hace trece años, se hirió ese brazo al saltar de un Vindicator averiado. Ha trabajado mucho en la rehabilitación y ahora casi puede moverlo de manera normal.

Candace se cruzó de piernas, con las manos colgando a los costados, e hizo una reverencia a Justin.

—Ya no puedo continuar —dijo.

Justin devolvió el saludo con un gesto menos grácil.

—Perdóname, estaba soñando despierto y había perdido la concentración.

Candace se arrodilló sobre la alfombra de agujas de pino del color del óxido que cubría el suelo y sacó dos toallas blancas de una bolsa de lona de color pardo. Ofreció una a Justin.

—¿En qué estabas pensando?

—Recordaba la leyenda popular de que una herida no puede cerrarse, a menos que así lo desee la persona que la infligió —contestó Justin mientras se secaba el sudor de la cara, y le miró el hombro.

Candace asintió con expresión pensativa.

—¿Has deseado que sanara mi hombro?

—Sí, y mi deseo está haciéndose realidad.

Justin se colgó la toalla alrededor del cuello y la sujetó por los extremos.

—¿Y qué me dices de tu brazo? —inquirió Candace—. ¿También la persona que te causó esa herida ha deseado que se cerrase?

Justin levantó la mano de acero ennegrecido para examinarla. A partir del codo, tenía una marcada semejanza con el miembro que debía sustituir, pero su fría artificialidad era una burla de aquella pretensión. Justin se concentró, abrió la mano y la giró con un movimiento de muñeca.

—Me temo que el hombre que me hizo esto ya no puede desear que sane nada. —La mano postiza de Justin se cerró en un puño—. Mi amiga metálica se tomó su propia venganza cuando descubrí quién me había mutilado.

Candace sintió un ligero estremecimiento.

—Tal vez he formulado la pregunta de manera incorrecta. Me refería a la cicatriz que tienes en tu interior. Hay veces en que pienso que tu odio hacia Hanse Davion te consumirá. No quiero que eso llegue a pasar.

¿Qué estás diciendo?, pensó Justin.

—¿No quieres que ataque Bethel?

Candace obligó a Justin a sentarse a su lado y le tomó las manos entre las suyas.

—Ambos podemos ver los efectos del odio incontrolado que anida en mi hermana Romano. La ha infectado y la ha vuelto maligna. Entiendo y comparto la cólera que sientes hacia el Príncipe por las injusticias que dejó que cometieran contigo. Comprendo tus ganas de avergonzarlo y humillarlo.

—¿De verdad lo entiendes, Candace? —preguntó con vehemencia Justin—. ¿Lo sabes todo? ¿Sabes que, cuando yo me encontraba en Solaris, ordenó a mi padre que enviase a una de sus espías para que se convirtiera en mi amante? ¿Sabes que ella enviaba informes sobre todo lo que yo hacía? ¿Sabes que el príncipe Hanse Davion ofreció un título de nobleza, un regimiento e incluso un planeta para aquel que me matara en los juegos de Solaris?

Justin se puso bruscamente de pie y se alejó unos pasos de Candace.

—¿Qué siento por el Príncipe? Me duele su traición. Hice todo cuanto pude por él, del mismo modo que ahora hago todo cuanto puedo por la Confederación de Capela. Él me separó de mi familia. Me robó mi dignidad, mi sustento y mi respeto por mí mismo. —Se revolvió y añadió—: Siempre creí, quizás ingenuamente, que yo era importante.

»Pero, en una fracción de segundo, el Príncipe me demostró que no era nadie, que era un tipo insignificante. Me destruyó, movido por el resentimiento. —Se miró la mano izquierda y se rio entre dientes—. En aquellos tiempos, no podía controlar este miembro. Eso fue lo que me impidió cortarme la otra muñeca: no podía sostener una navaja de afeitar con el pulso lo bastante firme para poder abrirme las venas… ¿Crees que el Príncipe desea que se cierre esa herida?

Candace se incorporó. Sus ojos relampaguearon con un brillo plateado.

—Si lo deseara, ¿permitirías tú que se cerrase? Si extendiera la mano hacia ti en señal de amistad, ¿se la estrecharías?

Justin la miró fijamente, con el rostro envuelto en sombras. Su voz se convirtió en un susurro mortífero.

—No juegues conmigo, Candace. Habla claro.

Candace cruzó los brazos sobre el pecho.

—A pesar de tu entusiástico discurso sobre esa incursión en Bethel, con la que conseguirás apoderarte de la tecnología que convertirá a nuestras fuerzas en las reinas de los campos de batalla, tú sabes que es improbable que eso ocurra. Quieres humillar a Hanse Davion atacando una base que él cree que permanece secreta y a salvo. Lo entiendo y lo aplaudo. Un ataque a su territorio llevará la guerra a su propio campo. ¡Excelente! Han de comprender que esta guerra es algo más que los duelos de Solaris. Y es posible que esa nueva fibra de miómero haga que nuestras escasas reservas de ’Mechs estén más capacitadas para defender lo poco que todavía nos queda.

—Tenga usted cuidado, duquesa: está bordeando la traición.

—¿Ah, sí? —se rio Candace con voz ronca—. ¿Es traición prever el futuro y adaptarse a él? Sabes tan bien como yo que nunca recuperaremos ni una décima parte de lo que ya no tenemos. Hemos perdido Tikonov para siempre y, con ella, algunas de las fábricas de producción de 'Mechs más importantes. El futuro no está escrito en una burda pintada de la pared. El Príncipe ha dejado bien claro su mensaje en brillantes letras holográficas de dos metros de alto: «¡La Confederación de Capela debe morir!».

Justin inclinó la cabeza con desolación.

—Lo que dices es cierto. Aunque la ira que siento hacia Hanse Davion nubla mis ojos con una bruma sangrienta, no me deja ciego. ¿Tu análisis te ha ayudado a forjar algún plan de acción?

—Sí. En el espacio de almacenamiento que se encuentra bajo la silla de mando de tu ’Mech, encontrarás un holodisco en el que he grabado un mensaje para el Príncipe. En él le pregunto en qué términos aceptaría nuestra rendición.

—Rendición… —Justin pronunció aquella palabra como si le produjese un sabor amargo en la boca—. Hay algunos que lo considerarían un acto de alta traición y se encargarían de que te castigaran por ello.

Candace irguió la cabeza.

—Si dicen que es traición desear la seguridad de mi pueblo, soy culpable. Si dicen que es traición querer preservar algo de la Confederación de Capela, soy culpable. Pero la pregunta es: ¿eres tú uno de esos que estarían dispuestos a castigarme por ello?

—Sabes bien que no soy tan inhumano como esta prótesis podría sugerir. A un nivel puramente intelectual, sé que tienes razón. A un nivel emocional, mi amor hacia ti y mi desprecio hacia Hanse Davion acaban de entrar en conflicto. Si éste es tu deseo, estrecharé la mano de Hanse Davion siempre que me la ofrezca. Sin embargo, hasta ese día, será mi archienemigo.

Justin extendió los brazos y ella se acercó a él.

—Dejaré el holodisco en la instalación de Bethel. No obstante, una vez que hayamos arrasado su base de investigación, no me atrevo a aventurar cuál será la reacción del Príncipe. —Le dio un beso en la frente—. En cuanto a la acusación de traición, no te preocupes. En mi mente, tu destino y el de la Confederación de Capela están unidos de manera inexorable. Acepto como mi deber sagrado el custodiaros a ambas.

Yo te protegeré de todos tus adversarios, amor mío, pensó Justin. Pero ¿quién me protegerá a mí?