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Moore
Distrito Militar de Dieron, Condominio Draconis
1 de agosto de 3029
El Chu-i Jinjiro Thorsen se ajustó sus gruesas gafas sobre la nariz, pero no se atrevió a hacer ningún otro gesto desde el rincón de la sala de reuniones. ¿Por qué el Tai-sa Sanada me ha traído a esta reunión? Este no es el lugar apropiado para alguien como yo. Sabía que su tez más clara y sus ojos azules lo distinguían como un mestizo del Distrito de Rasalhague. Ello daba una razón más a los grandes y poderosos hombres presentes en la sala para mirarlo con cierto desprecio.
Jinjiro observó a los que estaban sentados alrededor de la mesa. Todos son generales y señores de la guerra. Cuando estaba en la Academia de Sun Zhang, mis compañeros y yo soñábamos con ocupar sus puestos algún día. Nunca imaginé que llegaría a conocerlos. Especialmente, al hijo del Coordinador.
Theodore Kurita, de complexión alta y delgada, se hallaba de pie en la cabecera de la mesa. Los demás oficiales iban acicalados y vestidos con uniformes recién lavados y planchados, pero Theodore llevaba sus cabellos largos y despeinados, como si la guerra no le dejase tiempo para cuidar su aspecto personal. Tampoco lucía medallas en su mono negro, ni una insignia que indicase su unidad o su rango. Llevaba la cremallera subida sólo hasta la mitad, enseñando a los allí reunidos el chaleco refrigerante y la hombrera para el neurocasco. Una pesada pistola colgaba de su cadera derecha.
Jinjiro sonrió para sus adentros. ¡Qué irónico es que el Tai-sa esperara al último minuto para decirme que se requería mi presencia en la reunión! No tuve tiempo de cambiarme después de los ejercicios matutinos. Resistió la tentación de bajarse la cremallera del mono a la misma altura que el de Theodore.
El hijo del Coordinador escribió unos mandatos en el teclado que tenía frente a sí. Un mapa holográfico de la frontera entre Lira y el Condominio apareció sobre el centro de la mesa y giró poco a poco para que todos los presentes pudieran verlo sin dificultad. Por último, se detuvo ante Theodore.
Jinjiro examinó el mapa con atención, aunque se sabía de memoria la posición de cada planeta, cada batalla, cada derrota. Hemos sufrido graves pérdidas en el Distrito de Rasalhague… Incluso mi mundo natal, Gunzburg, se encuentra ahora tras las líneas enemigas. El ataque inicial de Steiner en el Distrito de Dieron destruyó la 11.ª Legión de Vega, la unidad de Theodore. A través del brillante mapa, Jinjiro se fijó en la cicatriz, casi desaparecida, que se extendía desde el centro de la frente hasta el borde exterior de la ceja izquierda de Theodore. Escapó con vida a duras penas, pero consiguió reunir fuerzas suficientes para frenar el avance de los Uranos. Todo lo que ha llevado a cabo es increíble… sobre todo, teniendo en cuenta el escaso apoyo que ha recibido desde Luthien.
Theodore se apoyó en la mesa y dirigió la palabra a los presentes.
—Está claro, caballeros, que las fuerzas defensivas del Distrito Militar de Dieron han conseguido detener la ofensiva de Steiner e incluso han recuperado la mayoría de los planetas que habíamos perdido.
Jinjiro sintió que el orgullo aleteaba en su corazón al oír a Theodore alabar los esfuerzos en los que él había tomado parte; sin embargo, su esperanza se frustró en cuanto la expresión y la voz de Theodore se volvieron iracundas.
—¡Los guerreros no son defensores! Se supone que hemos de atacar al enemigo en su territorio, no esperar a que nos dispute el derecho de poseer nuestros propios mundos.
El Tai-sho Palmer Conti carraspeó antes de tomar la palabra.
—Comprendo lo que usted quiere decir, Alteza, pero hemos recibido pocos recursos adecuados para tareas de ataque.
La fría sonrisa de Theodore borró la expresión autosuficiente de Conti.
—¡Y qué ridículo provecho han sacado de esas oportunidades! Por supuesto que han atacado el planeta davionés de Northwind a principios de año y destruido el Quinto de la Caballería Ligera de Deneb, pero ya no controlan ese planeta, ¿verdad?
—Era imposible prever que llegarían refuerzos davioneses —replicó el Tai-sho, envarándose.
—Me parece recordar que la Quinta Espada de Luz no tuvo problemas ante la primera oleada de refuerzos. Destrozaron al Equipo Banzai con bastante facilidad. Pero, claro, entonces tenían la ayuda de la Genyosha, ¿no es así?
—Su ayuda no tuvo ninguna trascendencia —repuso Conti. Sus ojos castaños centelleaban de ira—. Fue insignificante. Y se marcharon antes de que llegase la segunda oleada de fuerzas de Davion, compuesta de cuatro regimientos de los Montañeses de Northwind. Tuvimos suerte de poder retirarnos en orden y salvando parte de nuestras fuerzas.
Theodore lanzó una carcajada. Jinjiro vio que Conti se encogía de vergüenza como si aquel sonido lo atacase físicamente.
—Palmer, no me cuente historias sobre la potencia de las antiguas unidades de Liao. No le hace ningún favor. Sí, salvó la Quinta Espada y ahorró a mi padre una humillación innecesaria, pero sacrificó un batallón del 36.º de Regulares de Dieron para conseguirlo. —Kurita clavó su mirada en el oficial de tez oscura que estaba sentado frente a Conti—. Estoy seguro de que el Tai-sho Hadji Rajpuman aprovechó la oportunidad para cubrir su retirada. Si hubiera estado menos preocupado por conservar su honor, habría visto la manera de preservar también a sus tropas.
La piel de Palmer Conti comenzó a adquirir un tono rojo como la remolacha desde el cuello de la chaqueta.
—No había otro modo, Kurita-sama. Hice lo que debía hacer para enmendar un cierto error de estrategia. Estábamos atacando a las órdenes de Maximilian Liao —dijo con desprecio—, lo cual me parecía muy cuestionable.
Jinjiro vio cólera y compasión en el semblante de Theodore.
—Hay ocasiones, Palmer, en que me pregunto cómo ha alcanzado la posición que ostenta en la actualidad. Entonces, los recuerdos me vienen a la mente con mayor claridad. Si hubiese optado por retroceder a la cordillera Fauces de Granito, en vez de retirarse, podría haber cubierto a los Regulares. Ninguna unidad, ni siquiera una unidad liaoita, habría cometido la estupidez de perseguir a un regimiento Espada de Luz por aquel laberinto de cañones.
»De hecho, utilizando aquella estrategia, podría haber salido por el Paso del Cóndor, en el lado norte de Kuroiyama, y atacado a los Montañeses desde una posición ventajosa.
Jinjiro vio que Conti tenía la mirada perdida mientras reflexionaba sobre la sugerencia de Theodore. El gesto de pesar que asomó a su semblante reveló a Jinjiro que había comprendido que se trataba de una maniobra inteligente. El Tai-sho recobró la compostura de inmediato. Jinjiro adivinó que Conti negaría que un plan semejante pudiese haber tenido éxito. Eso demuestra que Conti está más preocupado por sí mismo y su futuro que por el bienestar del Dragón. La brillantez de Theodore Kurita se desperdicia en oficiales como ese, en detrimento de todos nosotros. Sintió un regusto amargo en la garganta y miró de reojo a su propio jefe. Es una lástima que haya tantos Conti al servicio del Dragón.
Conti abrió la boca, pero Theodore lo hizo callar con un brusco ademán y se volvió hacia Jinjiro Thorsen.
—Muchos de ustedes se preguntarán por qué he incluido a un Chu-i en una reunión de jefes militares tan importantes —comenzó.
El hijo del Coordinador hizo una pausa lo bastante larga como para que sus palabras quedasen grabadas en las mentes de aquellos que no se habían dignado siquiera fijarse en el teniente que estaba sentado junto a la pared. Jinjiro se sonrojó al ver que dos generales lo escrutaban con ojos críticos y su Tai-sa le lanzaba una mirada feroz. Tragó saliva. ¿Qué he hecho? Debo de haber sido un pirata tirano en una vida pasada…
Theodore le indicó con un gesto que se pusiera de pie.
—Mírenlo, caballeros. Viene a esta reunión vestido para el combate. No ha olvidado lo que es la guerra. Este hombre está preparado para luchar donde y cuando se lo exijamos. —Se encogió de hombros, casi con impotencia—. No obstante, el aspecto puede ser engañoso.
Jinjiro se desanimó cuando la mirada de Theodore se clavó en el perfil del Tai-sa Sanada. Estoy aquí porque Sanada ha denunciado mi insubordinación. Me castigarán a título ejemplar. Estoy perdido. Pugnó por ocultar su miedo al ver que Theodore desabrochaba su pistolera.
—Durante las hostilidades en La Blon —explicó Theodore Kurita—, el Chu-i Jinjiro Thorsen ordenó a su lanza media que avanzara hasta una ciudad aparentemente abandonada por las fuerzas liranas. Al hacerlo, estaba desobedeciendo una orden dada por el Tai-sa Sanada, aquí presente. Sanada, que lideraba su lanza de mando, había planeado tomar la ciudad en persona. —Theodore sonrió complacido—. Pretendía reclamarla para su batallón.
Theodore sacó la pistola y la cargó.
—Según los informes —continuó—, Jinjiro tenía la «impresión» de que algo iba mal. Por eso entró en la ciudad. Asegura que sólo quería explorarla y regresar cuando llegara el Tai-sa Sanada. Por desgracia para él, unos comandos liranos tendieron una emboscada a su lanza con MCA y cohetes tipo infierno. Aunque los ’Mechs de su lanza estaban cubiertos de fuego a causa de los cohetes infierno, lograron evacuar la ciudad y fue llamada la infantería para que eliminase la resistencia.
Levantó la pistola. Jinjiro contempló el cañón apuntado hacia él.
—Por este acto de insubordinación, el Tai-sa Sanada ha ordenado la formación de un consejo de guerra y la degradación de este oficial.
Jinjiro inspiró hondo y sintió un pozo de serenidad en su alma. Cuando me hice guerrero, acepté que la muerte en acto de servicio al Coordinador sería mi destino en la vida. Si ha de llegar de este modo, no hay que eludirla. Jinjiro lanzó una mirada a Sanada, sentado en el extremo de la mesa, y sonrió. Insubordinado o no, te salvé la vida, viejo loco. Nadie más volverá a hacerlo por ti.
Theodore se volvió y disparó al Tai-sa Sanada en la cabeza. Jinjiro dio un salto de sorpresa; pero, a diferencia de los demás hombres presentes en la habitación, no contempló el cuerpo caído, sino que observó cómo la plateada vaina de la bala danzaba y giraba sobre la negra mesa. Irguió la cabeza y su mirada se cruzó con la de Theodore Kurita. Lo sabe. Sabe que estaba preparado para morir, para satisfacer la vanidad de un oficial. Lo que casi eliminó estará, a partir de ahora, a su servicio.
Theodore dejó que los ecos del disparo se apagaran por completo antes de hablar.
—El Tai-sa Sanada era un imbécil. Su objetivo, ganar una gloria personal tomando aquella ciudad, estaba en contradicción con el objetivo del ejército: la victoria total. ¿De qué nos sirve ganar batallas, si perdemos la guerra? De nada, por supuesto; pero sólo individuos como el Chu-i Thorsen lo han comprendido. —Kurita miró el mapa holográfico y prosiguió—: Mi padre ha perdido de vista ese objetivo. Lo obsesiona vengar la deshonra que sufrió al tratar con los Dragones de Wolf. Sus escasos oficiales de estado mayor competentes sacan fuerzas de flaqueza para compensar nuestras pérdidas en el Distrito de Rasalhague. A nadie le preocupa el Distrito Militar de Dieron, pues aquí hemos perdido ante nuestros enemigos la menor extensión de territorio.
Palmer Conti se inclinó hacia adelante y escudriñó el mapa.
—Es como usted dice. Nos ha convocado a una reunión que nos causará la muerte si su padre se entera; por tanto, debe de haber planeado algo. ¿Qué nos propone que hagamos?
Theodore sonrió jovialmente. Pulsó un botón y se iluminó un planeta detrás de las líneas liranas.
—Dromini VI, caballeros, es un planeta agrícola de escaso valor militar. La población, budista en su mayoría, apenas ha causado problemas a los invasores, por lo que las Fuerzas Armadas de la Mancomunidad de Lira sólo tiene una unidad miliciana estacionada como guarnición.
»Su sentido de la seguridad es engañoso. Ya tengo un equipo de asalto Nekekami en el planeta y eliminarán a la milicia en tres días. También tengo las coordenadas de un punto de salto pirata más allá del sexto planeta, que nos permitirá ir y escapar con rapidez. Dado que el Nekekami ya ha violado el sistema de seguridad de la milicia, nadie sabrá que ese pacífico mundo se ha convertido en un campamento armado.
Pulsó otro botón para que se encendiese un círculo rojo alrededor de Dromini VI. El círculo abarcaba siete planetas de la isla de Skye y cinco mundos ocupados.
—Estos planetas están a un salto de distancia de Dromini. En cuanto se hayan recargado nuestras Naves de Salto, podemos golpear en el mismo corazón de la isla de Skye.
Jinjiro estudió el mapa con atención. Un plan tan sencillo y, sin embargo, tan devastador. Nos dejará en posición de atacar más allá de la vanguardia lirana. Tendrán que retirar tropas para proteger todos sus dominios, no sólo los planetas clave. De este modo, sus fuerzas quedarán repartidas y nos será más fácil concentrar nuestras propias tropas para derrotarlos. La guerra se convertirá en un juego de azar que podemos ganar.
Conti señaló el planeta Urano de Lyons.
—Supongo que quiere atacar estos mundos para obligar a la isla de Skye a independizarse de la Mancomunidad y declararse neutral. El Tercero de Regulares de Dieron lo intentó y todos murieron en Lyons.
—Sí, tiene razón al decir que quiero forzar a la isla de Skye a que se separe de la Mancomunidad —respondió Theodore al comandante en jefe de la Quinta Espada de Luz—. El duque Lestrade tuvo la gentileza de dejar sin tropas sus posesiones; así nos invitaba a proporcionarle la excusa que necesita para retirarse, pero aquel plan murió con el Tercero de Regulares de Dieron. No obstante, la isla de Skye sigue estando desguarnecida y deseo desvincularla de la Mancomunidad… ¡porque quiero apoderarme de ella! Siete planetas, caballeros, listos para ser conquistados. Luego nos adentraremos cada vez más en la Mancomunidad y cortaremos las líneas de aprovisionamiento de los invasores liranos.
Jinjiro tragó saliva. Pretende realizar algo más que forzar a los Uranos a cruzar de nuevo la frontera. Quiere arrebatarles varios planetas para expandir el reino del Dragón. Sería un golpe tan duro para Casa Steiner que habrían de firmar la paz, dándonos la oportunidad de lanzar nuestra venganza contra Casa Davion.
El Tai-sho Rajpuman miró a Theodore y preguntó:
—¿Qué hay de los mercenarios que destruyeron el Tercero de Regulares de Dieron en Lyons?
El hijo del Coordinador sonrió y oprimió un tercer botón. A su derecha, frente a Palmer Conti, un panel de la pared se deslizó en silencio hacia el techo. Theodore se volvió hacia el oficial de cabellos grises que se hallaba plantado en el umbral.
—¿Qué hay de los Demonios de Kell? —le espetó.
—No deben preocuparnos —respondió Yorinaga, sin sonreír—. Cuando se produzcan los ataques planeados por usted, los Demonios de Kell no serán más que un recuerdo.
Theodore asintió con gesto grave.
—La Genyosha se enfrentará a los Demonios de Kell en Nusakan en octubre…
—Eso significa que nosotros los combatiremos en noviembre —gruñó Conti con desdén.
Yorinaga lanzó a Conti una mirada tan feroz que Jinjiro sintió escalofríos.
—El Tai-sho debería tener la sabiduría de recordar que la Genyosha impidió que el batallón de los Blázeres Azules del Equipo Banzai arrasara su puesto de mando en Northwind.
Conti observó a Yorinaga como una cobra a una mangosta.
—Cierto, pero ustedes perdieron su base en una incursión de Morgan Kell…
Theodore interrumpió la discusión dando un puñetazo sobre la mesa.
—¡Basta, Conti! Esto es una vergüenza. Si alberga un resentimiento personal con Yorinaga, resuelva sus diferencias con él fuera de esta habitación. La Genyosha es una fuerza de combate superior y todos lo sabemos. Sabemos también que mi padre la ha abandonado, del mismo modo que ha olvidado todo el Distrito Militar de Dieron. La Genyosha es una unidad de elite, pero no recibe suministros. Lo mismo ocurre en todo el distrito. Mi padre no nos ofrece los materiales, el apoyo y el respeto que nos merecemos. —Señaló el mapa estelar—. Mi plan nos permitirá pedir, tomar prestados o robar los suministros que necesitamos para mantener una campaña de conquista. La Genyosha será la primera unidad que vaya a la isla de Skye y destruirá a los Demonios de Kell. Yorinaga se ha ganado la gloria y el derecho de hacerlo, y así será.
La expresión de Palmer Conti se ensombreció. Jinjiro imaginó cómo giraban unos engranajes en su cerebro. Luego, el Tai-sho kuritano levantó la mirada.
—¿No delataremos nuestras intenciones con el ataque en Nusakan? —preguntó.
—No —respondió Theodore, riendo entre dientes—. La Arcontesa ha dado su bendición a esa batalla entre los Demonios de Kell y la Genyosha. Tiene lo bastante de guerrera como para no trasladar tropas a aquella área, por temor a deshonrar a Morgan Kell. Las escasas tropas que permanezcan en la isla de Skye no esperarán un ataque y los pillaremos desprevenidos.
Theodore observó cómo Conti asentía con reluctancia.
—Entonces, está decidido —dijo—. A primeros de año ya gobernaremos en la isla de Skye. Si Aldo Lestrade tiene suerte, le permitiré vivir el tiempo suficiente para que compruebe lo brillante que era su plan.