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Furillo

Provincia de Bolán, Mancomunidad de Lira

25 de abril de 3029

—Lo que quiero preguntarte, Ryan Steiner, es: ¿quieres ser arconte?

Ryan Steiner se peinó su espesa cabellera rubia con unos dedos largos y delgados y clavó su mirada en su interlocutor. Tu tono, tío abuelo Alessandro, sugiere que «sí» es la única respuesta adecuada. Es la que yo estaría tentado a dar, aunque sé que tú esperas recuperar el trono. Entornó los ojos y creyó ver un destello de disgusto en los grises ojos de Alessandro. Es verdad que mis ojos son más oscuros que los de casi todos los Steiner, pero eso no quiere decir que yo sea tan débil o incapaz como pareces imaginar.

Ryan respondió con calma al anciano que estaba sentado frente a él en el solárium.

—Sí, Arconte, deseo conseguir el trono.

La sonrisa de Alessandro al oír la respuesta de Ryan llevó un hálito de vida al semblante cansado y arrugado del ex Arconte. Hablan pasado veintidós años desde que Katrina Steiner lo había depuesto. Ryan sabía que Alessandro había sido más sutil que otros en sus intentonas de recuperar el poder, pero ninguna de sus conspiraciones había tenido mucho éxito. Ryan se preguntó qué nuevo plan había concebido su tío y por qué intentaba involucrar en él a su sobrino nieto.

Como si pudiese leer los pensamientos de Ryan, Alessandro le indicó que tomara asiento en una de las sillas de mimbre colocadas ante un visor de holodiscos. Sobre ellos, a través del techo de cristal del solárium, las estrellas brillaban intensamente. Ryan sonrió al ver que la más grande de las dos lunas de Furillo había entrado en la constelación de Serpentario. Siempre lo he considerado un buen presagio. Tal vez funcione el plan del viejo.

Alessandro se inclinó hacia adelante y apoyó los codos sobre las rodillas.

—Como bien sabes, he estado planeando mi regreso al Arcontado durante casi tantos años como tú tienes de vida. —El anciano sonrió con tristeza—. Con el paso de los años han fracasado docenas de planes, pero nunca he perdido la esperanza. Dicen que la práctica hace al maestro, y yo he practicado tanto que sé más de cien maneras distintas de alcanzar el poder. Todavía me quedan partidarios diseminados por toda la Mancomunidad y conozco secretos que podrían obligar a cooperar a los enemigos más encarnizados.

El anciano observó las estrellas como si las odiara.

—Lo que ya no me queda, Ryan Steiner, es tiempo. Aunque sólo tengo setenta y dos años, la vida se me acaba. Los médicos creen que se debe a una dosis de radiación que recibí en una batalla de ’Mechs, hace cuarenta años. —Alessandro contemplaba la noche estrellada y hablaba como si desafiase al mismo Universo—. Mi cuerpo está consumiéndose, pero me he negado a que me tratasen los médicos. No quiero tener una muerte indigna.

A Ryan se le secó la boca. ¿Morir? Seguramente hace tiempo que lo sabe. Por eso quiere «ayudarme». Nunca ha necesitado mi ayuda, pero ahora está cortejándome para que acepte sustituirlo.

—Me siento terriblemente triste por esa noticia, Arconte.

Los rasgos de Alessandro se acentuaron en una expresión semejante a la de una víbora.

—No me compadezcas, Ryan. No lo aceptaré. Te he mandado llamar para convertirte en un arma que pueda usar contra mis enemigos. En estos momentos has de recibir otra lección y no existe ninguna manera sutil de enseñártela. —Alessandro recogió un mando de control remoto y apuntó al visor de holodiscos—. Mira esto.

La pantalla se iluminó y mostró el rostro atractivo y majestuoso de un hombre que podría ser veinticinco años más joven que Alessandro, pero que en realidad sólo tenía dieciséis años menos. Sus ojos grises y sus cabellos de color rubio platino lo delataban como un Steiner, mientras que la cicatriz que le surcaba el rabillo del ojo derecho lo identificaba como MechWarrior. Su profunda voz retumbó en los altavoces.

—Saludos, Alessandro.

Ryan sonrió sin querer. ¡Tío Fredenck! ¿Cuándo empezaste a tratar con tanta familiaridad al Arconte?

La imagen de Frederick sonrió para tranquilizar al público.

—Hace demasiado tiempo que estamos enfrentados. Todavía recuerdo tus visitas a nuestro hogar, cuando yo era apenas un niño. Siempre quise ser como tú; y, al hacerme adulto, llegué a sentir un gran afecto por la foto que nos hicieron cuando te graduaste en la academia de Nagelring. Recuerdo que me prometiste el mando de tus ’Mechs cuando fuera lo bastante mayor para ganármelo. Desde entonces me he esforzado por ser digno de tu ofrecimiento.

La mano de Frederick se dirigió, de manera inconsciente, a la cicatriz que le cruzaba la sien.

—Ha llegado la hora de que superemos nuestras diferencias y nos opongamos juntos a la Bruja. Ya ha entregado a su hija a Hanse Davion y me temo que pronto le dará también el resto de la Mancomunidad. Se ha sumado abiertamente a la guerra y envía a nuestros compatriotas a la muerte para que el Dragón no se lance al cuello de Davion. Estoy convencido de que esta situación te alarma tanto como a mí.

Frederick irguió la cabeza. Cuando la cámara se retiró despacio, pudo verse que iba ataviado con el uniforme más cargado de medallas que pudiera imaginarse en la Mancomunidad de Lira. Aunque se había ganado cada una de aquellas medallas, parecía una prostituta cubierta de joyas en vez de un guerrero heroico.

Ryan entornó los ojos. Hace ostentación de los servicios que ha prestado a la Mancomunidad al tiempo que propone una traición. Miró de reojo a Alessandro; su expresión de asco le indicó que los pensamientos del Arconte corrían paralelos a los suyos propios.

—Vivimos en una época en que los hechos elementales podrían cambiarlo todo —prosiguió Frederick su monólogo—. La Mancomunidad se aproxima a su disolución a causa de Davion y de esta guerra. Si le ocurriese algo a la Arcontesa, la agitación social podría destruir la Mancomunidad. Ninguno de nosotros quiere que suceda algo así.

»Tú, Alessandro, sigues teniendo un considerable carisma en la Mancomunidad. Por desgracia, tu edad pone en entredicho tu capacidad de liderar un gobierno capaz de poner orden en nuestra nación. En mi caso, esto no es ningún problema. Aunque ambos sabemos que lo darías todo por la Mancomunidad, creo que tu edad no es un factor que juegue a favor tuyo.

Frederick intentó sonreír con afecto, pero su ansia de poder deformó su semblante.

—Ha llegado el momento, tío, de que me entregues el manto del liderazgo de la oposición. Te solicito que me prometas tu apoyo, para que esta Mancomunidad que tanto queremos pueda sobrevivir, a pesar de los graves errores cometidos por la Bruja. Es hora de que mi generación recupere el control de la Mancomunidad, y tu deber es apoyarme.

»Por favor, envíame tu contestación cuanto antes. No hay tiempo que perder.

Alessandro congeló la imagen en un momento en que Frederick tenía la boca abierta, dándole una expresión estúpida. El anciano, sonriendo, se volvió hacia Ryan.

—¿Qué te ha parecido?

—El mensaje es abiertamente hostil y arrogante. Frederick insinúa que Katrina Steiner podría sufrir algún incidente desastroso. Como el tío Frederick no es muy dado a las sutilezas, debo suponer que el duque Aldo Lestrade está actuando en la sombra. Ello me conduce a tener escasa confianza en que la conspiración pueda tener éxito.

Alessandro asintió con gesto severo. El placer que le había producido el análisis de Ryan centelleaba en su mirada.

—Si Frederick hubiera dicho: «Alessandro, voy a enviar al Décimo de la Guardia Lirana a Tharkad para derrocar a Katrina», tal vez yo lo habría apoyado. Han fracasado al menos tres atentados contra Katrina organizados por Aldo Lestrade y no veo ningún indicio de que ahora pueda conseguir sus propósitos.

Ryan se irguió en la silla.

—¿Creéis que volverá a intentar matarla?

—Estoy tan seguro como de que los neutrinos preceden a la luz visible en una supernova. Mientras Katrina viva, nadie podrá deponerla. Está demasiado aferrada al poder. La gente acudiría en su defensa. Katrina Steiner gobernará la Mancomunidad de Lira hasta el día de su muerte. Quizá Frederick no lo comprenda, pero estoy seguro de que Lestrade sí.

—¿Qué creéis que quiso decir Frederick cuando insinuó la disolución de la Mancomunidad? —preguntó Ryan, arrellanándose en su asiento—. ¿Pensáis que tiene algo que ver con el movimiento separatista de Lestrade en la isla de Skye?

Alessandro exhibió una amplia sonrisa.

—Muy buena pregunta: Yo diría que Lestrade utilizará cualquier ataque de Kurita como excusa para declarar la independencia y no beligerancia de la isla de Skye. Pavel Ridzik ha hecho algo similar y ComStar casi se adelantó a la Federación de Soles en reconocer su reino. Me parece que Lestrade ya ha comentado sus propósitos con algunas autoridades de ComStar.

—¿Por qué apoyaría ComStar la independencia de esas naciones?

Alessandro se encogió de hombros, despreocupado.

—Como son pacifistas, tal vez creen que podrán acabar con las guerras nación por nación. También pueden conseguir concesiones de un gobierno poco importante con mucha mayor facilidad que de una nación grande; por ejemplo, dinero por mejoras en la red de comunicaciones. Maximilian Liao es famoso por dejar marcadas sus huellas digitales en todos los billetes C que gasta su gobierno.

—Entonces —dijo Ryan con una sonrisa—, sabemos que Frederick tomará el poder una vez que le haya pasado algo a Katrina, y también sabemos que Lestrade declarará independiente la isla de Skye. Se me ocurre que esto último podría suceder antes que lo primero. Luego, Frederick podría traer de nuevo al redil a la isla de Skye, para obtener rápidamente unos altos índices de popularidad.

—Muy bien, Ryan, muy bien. —Alessandro observó a su sobrino nieto con atención—. Por lo tanto, ¿cuál crees que será mi respuesta a Frederick?

Ryan se humedeció los labios.

—Os negaréis a apoyarlo.

—No. Te has equivocado. Si quieres llegar a ser arconte, debes aprender a utilizar a tus enemigos. Se nos presenta una situación en que Frederick es arrojado contra Katrina. Si Frederick fracasa, quedará eliminado. Si triunfa, Katrina quedará eliminada. Mi papel consiste en servir como catalizador, porque ambos resultados son buenos para mi… eh… tu futuro político.

Ryan asintió despacio.

—Diréis a Frederick que lo apoyáis, pero en realidad no le prestaréis ninguna ayuda. Si tiene éxito, estará en una posición débil. Entonces podréis usar vuestra influencia para apoyarme en una campaña para derrocar a ese asesino con las manos manchadas de sangre.

El Arconte sonrió.

—Melissa se sentirá desgarrada entre la lealtad a su marido y a su patria. Tú reunirás todas las fuerzas antidavionesas que existen en la Mancomunidad y, mediante una campaña de relaciones públicas perfectamente preparada, nos ganaremos su apoyo. Así, tú serás arconte y Melissa podrá ir a vivir con su esposo.

—¿Y si el plan de Frederick se va al garete?

Alessandro se relamió los labios como un gato hambriento.

—Nos aseguraremos de que la Arcontesa vea una copia del holodisco que acabas de ver. Bastará para demostrar que Frederick no es más que un majadero, y a Katrina le bastará para que pueda librarse de él. Entonces estará en deuda con nosotros, y eso te acercará un poco más hacia el Arcontado.

El joven Steiner frunció el entrecejo con cierta preocupación.

—¿Por qué deberíais ayudarla? La odiáis. Durante más de veinte años, habéis intentado acabar con ella. Incluso tratasteis de asesinarla en Poulsbo, el mismo año en que yo nací. Me dejáis confundido.

Alessandro se arrellanó en su silla y juntó las yemas de los dedos.

—Ya veo que te has creído todas las historias que mis enemigos han hecho circular a lo largo de los años. Es cierto que me opuse a Katrina Steiner, mas no porque no creyera que pudiera ser una excelente arcontesa. Yo intuí hace mucho tiempo sus dotes de liderazgo y la habría nombrado mi heredera antes que a Frederick.

Ryan no daba crédito a sus oídos.

—¡Pero ordenasteis que fuera asesinada en Poulsbo! No me parece que sea precisamente un indicio de querer nombrarla heredera del Arcontado.

—No, Ryan, no envié a agentes de Loki a Poulsbo en su busca. Esa historia es una invención de principio a fin. —Alessandro, con la mirada perdida, se rio para sí—. ¿Sabes qué es Heimdall?

Ryan sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

—Se supone que es una organización antigubernamental. Es muy secreta, pero corren rumores de que muchos miembros importantes del gobierno están vinculados a ella. —Titubeó antes de añadir—: También se dice que Heimdall impidió que vuestros asesinos la mataran en Poulsbo.

Alessandro lanzó un suspiro.

—Es cierta la frase de que son los vencedores quienes escriben la Historia. Lo que has dicho sobre Heimdall es verdad. Un cierto número de nobles formaron esa organización hace muchos años para luchar contra los excesos del gobierno. Sólo los miembros de ese maldito grupo saben cuándo se fundó en realidad. Lo que ocurre es que en 3005 averigüé la identidad de uno de los líderes de Heimdall: se llamaba Arthur Luvon.

Ryan se quedó boquiabierto. ¡El marido de Katrina y padre de Melissa!

—¿El duque de Donegal?

Alessandro asintió con solemnidad.

—Envié a agentes de Loki para matarlo durante su visita a Poulsbo. Era imposible que supiera que Katrina y el primo de Luvon, Morgan Kell, estarían cenando con él la misma noche escogida para el atentado. De algún modo, escaparon de la trampa y supusieron que la víctima debía ser Katrina. Al año siguiente, esta creencia se consolidó tanto en la mente de Katrina como en la de todo el pueblo lirano. Cuando ella salió de su escondite, nuestra relación ya estaba muy deteriorada y ella había caído por completo bajo la influencia de Arthur Luvon. ¿Cómo podía explicarle que no pretendía asesinarla a ella, sino al hombre a quien quería? Si le hubiese dicho la verdad, creo que su venganza habría sido más rápida y menos compasiva.

Ryan observó cómo se encogía Alessandro, abrumado por el cansancio. Una parte de él anhela morir e incluso desea que Katrina lo hubiera matado después de derrocarlo. Otra parte de su ser, la parte que me incita a que rivalice con Melissa, paladea la idea de que ha vivido el tiempo suficiente para preparar su venganza por lo que ella le hizo hace tantos años

—La lección de la que hablasteis antes…, creo que la he aprendido —dijo Ryan, sonriente—. Si he de ser arconte, debo saber enfrentar a mis enemigos entre sí. No debo fiarme de la palabra de nadie, a menos que tenga pruebas de que esa persona la mantendrá. Y, en una negociación política, siempre debo buscar el sentido oculto de las palabras. Todos van a procurarse el máximo beneficio.

Alessandro exhibió una amplia sonrisa.

—Realmente has comprendido lo que he estado enseñándote. Recuerda: no hay nada en el Universo más deseable que ser arconte. Para alcanzar ese rango, no es preciso que puedas superar a tus adversarios. Lo que necesitas es acabar con la competencia de la manera más implacable posible.

Ryan le devolvió la sonrisa a Alessandro.

—Entonces, empecemos por el tío Frederick…