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Lyons
Isla de Skye, Mancomunidad de Lira
15 de mayo de 3029
Dan Allard observó cómo ardía el comando de las FIS.
—Será mejor que vengas, mi coronel —gruñó por radio—. Acabo de delatar nuestra presencia. —Hizo hincar una rodilla al Wolfhound y utilizó su metálica mano izquierda para recoger a Clovis—. He encontrado a Clovis, pero he armado un poco de jaleo.
Los parpadeantes reflejos de luz en la boca de la ametralladora colocada en el tejado del hangar, revelaban la más obvia de las posiciones ocupadas por el enemigo. Pese a que el monitor auxiliar enumeró los impactos de balas pesadas que había recibido la mano del Wolfhound, Dan sabía que nada la atravesaría y heriría a Clovis. Mientras no apriete el puño, amigo mío, estás tan a salvo como un bebé en los brazos de su madre.
Dan giró el brazo derecho del Wolfhound y lo extendió hacia los soldados. El brazo carecía de mano y, a juzgar por su rápida reacción, los soldados del Condominio no tardaron en distinguir lo que llevaba. Dan centró sobre su posición el punto de mira del láser pesado y envió un rayo rojizo de luz coherente que penetró en el nido de ametralladora.
Bastó un leve roce del rayo láser para que varios kilojulios de energía hicieran cristalizar los sacos de arena y convirtieran la ametralladora en metal fundido. El calor encendió las municiones, lo que desencadenó una serie de explosiones. Los soldados, que habían saltado fuera del nido, lograron eludir la furia del láser, pero no pudieron escapar de la caótica ráfaga de balas que salieron disparadas.
Un nuevo elemento se sumó al estrépito de la alarma disparada por Clovis. Entre las sirenas se oyó un fuerte lamento, que aumentó en intensidad en un ensordecedor crescendo y luego se volvió casi inaudible. Dan entornó los ojos y abrió de nuevo el canal de radio.
—Se ha disparado la alarma de incursión de ’Mechs, Morgan. Saben que estamos aquí y se largan a toda prisa. —Dan contempló la oscura pista de aterrizaje que se veía más allá del hangar de ’Mechs—. Parece que tienen cobertura aérea.
Dos cazas ligeros de clase Sholagar se movían por la pista. Ambos aviones, con alas en forma de disco, empezaban a tomar impulso cuando algo cayó desde arriba en la pantalla holográfica de Dan. Unas líneas blancas incidieron en el ala derecha del primer Sholagar y la partieron como con una sierra. La mitad del ala cayó y resbaló por la pista sobre un lecho de chispas rojas y anaranjadas.
El caza dañado, que seguía siendo impulsado por el motor montado en el ala izquierda, giró y se interpuso en el camino del segundo avión. El piloto de éste no podía despegar, pues no había alcanzado la velocidad suficiente. Sí pudo levantar el morro del caza al intentar eludir el choque con su mutilado compañero, pero la cola del avión golpeó violentamente la superficie de la pista y se desintegró. El segundo caza cayó sobre el primero y ambos explotaron entre un resplandor digno de una supernova.
Entre la estática generada por la explosión, Dan oyó la voz del comandante Seamus Fitzpatrick, jefe del batallón del aire del regimiento.
—Buen disparo, teniente Kirk. Los mantendremos en el suelo, mi coronel.
La respuesta de Morgan Kell sonó preñada de ira y vibrante de emoción.
—Seamus, aquí no queda nada. Dan, ¿puede oírme Clovis?
Dan frunció el entrecejo al escuchar el tono de voz de Morgan.
—No. Todavía no lo he metido dentro del ’Mech.
—Bien. —Morgan titubeó por un momento mientras escogía con cuidado las palabras—. ¡Atención, muchachos! Órdenes finales. O’Cieran y su infantería han confirmado lo que todos nos temíamos. Esa zona de tierra removida por la que hemos pasado es una fosa común. No habrá tregua: ningún ’Mech de esta compañía dejará Nueva Libertad en estado operativo.
Dan dejó que las órdenes de Morgan resonaran en su mente mientras levantaba la zurda del Wolfhound hasta el hombro izquierdo. Pulsó un par de botones del lado derecho del tablero de instrumentos y se abrió una pequeña escotilla en el cuello del Wolfhound. Dan miró de reojo cómo Clovis entraba en la carlinga y cerraba la escotilla.
—Allí encontrarás un chaleco refrigerante y unos auriculares —dijo a Clovis, señalando detrás de la silla de mando—. Puedes conectarte a la red de comunicaciones.
Clovis, pálido y sudoroso, asintió en silencio. Parecía muy cambiado. ¿Sabrá ya lo que ha sido de los demás?, se preguntó Dan.
Clovis se ciñó el chaleco refrigerante, de una talla muy superior a la suya, tanto como pudo. Luego enchufó el cable de alimentación a una toma del lado derecho de la silla de mando del Wolfhound, Se puso los auriculares de comunicaciones e introdujo la clavija en una toma situada bajo el tablero de instrumentos. Se ajustó el micrófono y sonrió débilmente.
—Gracias por salvar mi despreciable pellejo —dijo.
Dan se sintió inquieto al oír el matiz de autocompasión en las palabras de Clovis. Debe de haberlo afectado estar oculto dos días en una base arrasada.
—¡Eh!, ¿para qué están los amigos? —contestó, esforzándose por dar un tono despreocupado a su voz—. Me alegro de que impulsaras a aquel soldado a salir de detrás del árbol. —Desvió la mirada hacia un área situada a la derecha de la silla de mando—. Tenemos compañía. Atate a ese asiento de eyección, Clovis. A partir de ahora, el paseo será un poco accidentado.
Un Clint kuritano surgió de detrás del hangar de ’Mechs. Levantó el cañón automático que empuñaba, como una pistola, en la mano derecha, pero antes de que pudiese apretar el gatillo, Dan accionó dos interruptores del tablero de instrumentos del Wolfhound. Se encendieron dos focos que el ’Mech llevaba montados ligeramente por debajo de la cabeza y dio al piloto de Kurita una excelente vista del ’Mech al que se enfrentaba.
El Wolfhound, de configuración humanoide, disponía de dos tipos de rastreadores, como todos los demás ’Mechs ligeros: magnético y de infrarrojos. Visualmente, sin embargo, el Wolfhound era una máquina espeluznante. El diseño de la cabeza era similar a la de un lobo: desde el morro saliente hasta unas orejas largas y puntiagudas. Aquel temible ’Mech, alto y esbelto, podía parecer la encamación de un legendario dios de la guerra.
Dan giró el láser pesado del Wolfhound y lo disparó en el mismo momento en que el piloto del Clint accionaba el cañón automático. Sorprendido por el aspecto del Wolfhound, o quizá porque no había visto jamás un ’Mech de aquel diseño, el disparo del kuritano salió desviado a la izquierda de Dan y abrió varios boquetes en la ladera de la colina.
El láser pesado del Wolfhound perforó el blindaje del pectoral izquierdo del Clint y, con un fogonazo de fuego incandescente, el rayo le consumió uno de los láseres medios.
El piloto del Clint corrigió la puntería y disparó el cañón automático por segunda vez. Los proyectiles de uranio destruyeron parte del blindaje del pectoral izquierdo del Wolfhound, que osciló ligeramente al notar el impacto de los cartuchos en el pecho; sin embargo, ninguno de ellos horadó su piel blindada. El láser medio que le quedaba al Clint, y que llevaba montado en el centro del torso, proyectó su rayo de color rubí hacia el muslo izquierdo del Wolfhound. Varios fragmentos de coraza se fundieron y cayeron, pero sólo aparecieron más planchas protectoras debajo de las destruidas por el rayo. Dan lanzó una carcajada.
—¡En efecto, hijo de perra! ¡Este ’Mech es demasiado poderoso para ti! —Centró todos los puntos de mira de sus armas en la silueta del Clint y miró de reojo a Clovis—. ¡Esto se va a poner al rojo vivo!
Dan apretó todos los gatillos. Uno de los tres láseres medios montados en el torso del Wolfhound abrió una brecha dentada a lo largo del blindaje del costado derecho del Clint, pero los daños pasaron inadvertidos tanto para el atacante como para el blanco. El láser pesado evaporó la coraza del brazo derecho del Clint y fundió la boca del cañón automático. El láser medio, montado en el centro del pecho del Wolfhound' rasgó como un escalpelo los músculos de miómero que controlaban el brazo y dejó colgando las fibras de la inutilizada extremidad del ’Mech. El tercer láser medio, montado en el torso, perforó la axila del Clint y fundió más elementos de su estructura interna. El esqueleto del ’Mech, afectado por el peso muerto que representaba el brazo derecho, se curvó hacia el suelo e hizo perder el equilibrio a la máquina.
Torrentes de calor bañaron la carlinga del Wolfhound como un horno. Los monitores de calor subieron precipitadamente a la zona roja y el ordenador redujo en 10 km/h la velocidad operativa del ’Mech, a causa del incremento de calor. Dan temió que la temperatura resultara insoportable para Clovis y miró al enano. Estaba enjugándose el sudor de la frente con la manga.
El piloto del Clint encendió los retrorreactores para huir de su enemigo; para su desgracia, el inerte brazo derecho empezó a oscilar sin control en cuanto el ’Mech alzó el vuelo. El piloto intentó compensarlo aplicando más potencia a los reactores del costado y la pierna derechos, pero el reactor de iones montado en la espalda se soltó del deteriorado esqueleto del ’Mech. El Clint salió disparado hacia el cielo, se inclinó a la derecha e, impulsado por los reactores, se estrelló contra el suelo.
La cabeza se separó del tronco y rodó hasta un pequeño barranco.
Antes de que se apagaran los ecos del choque del Clint contra el suelo, otro ’Mech salió del refugio que representaba el hangar. A Dan se le secó la boca al ver que aquella máquina de guerra humanoide levantaba uno de sus brazos de doble cañón y apuntaba hacia él.
—¡Aquí Allard! ¡Tienen un Rifleman que quiere cortarme la cabellera! —vociferó por la radio.
Dan giró sobre el pie derecho del Wolfhound para proteger las zonas que ya estaban dañadas. Viró el láser pesado hacia el Rifleman y maldijo su suene al ver que perdía intensidad el retículo del punto de mira de los láseres medios. ¡Condenación! Si lo esquivo, el ’Mech quedará fuera del alcance de los láseres medios. Dan optó por centrar el punto de mira del láser pesado en el Rifleman y apretó el gatillo.
Cuando el láser despidió su rayo escarlata, los monitores de calor del Wolfhound volvieron a subir hasta la zona roja. Aunque el rayo cortó varias planchas del blindaje del costado izquierdo del Rifleman, no consiguió atravesar su gruesa coraza. Las humeantes placas cubrían el suelo a sus pies, pero los daños no habían averiado realmente aquel ’Mech pesado.
El cañón automático del Rifleman vomitó una ráfaga de cartuchos con una llamarada, pero los proyectiles pasaron volando por encima de la cabeza del Wolfhound. El láser pesado, que colgaba bajo el cañón automático, taladró la pata derecha del Wolfhound con su rayo infernal. El blindaje hirvió y se evaporó bajo su terrorífico contacto, pero resistió y no permitió que se produjeran daños internos.
Pese al peligro que corría, Dan sonrió de manera inconsciente. Está claro que construyeron este juguete para que aguantara casi todo lo imaginable. Pero, si ese Rifleman usa su otro láser pesado, estoy perdido.
Dan movió el Wolfhound más a la izquierda del Rifleman, pero el propio hangar de ’Mechs le impedía moverse lo suficiente. El Rifleman giró sobre su pata izquierda para encarar al Wolfhound con ambos brazos levantados.
—¡Agárrate, Clovis!
Dan dio un brinco con las poderosas patas del solfhound y fue a parar al hangar de ’Mechs. Derribó paredes y destrozó ventanas del edificio. Saltaron chispas cuando los incontrolados brazos del ’Mech rompieron las conducciones eléctricas de los tres pisos del bloque. Cuando explotó el transformador instalado en el tejado, una llamarada se elevó hacia el cielo nocturno.
Dan se tambaleó en la silla de mando. El casco se hundió contra sus hombros, produciéndole un cierto dolor, y notó un sabor de sangre en la boca al haberse partido el labio. Miró a Clovis, que colgaba desmadejado de las correas del asiento. Le manaba sangre de la nariz, pero los ojos seguían brillándole.
Clovis se irguió e hizo un ademán para tranquilizar a Dan.
—¡Más vale esto que acabar frito! —exclamó.
Dan desató la cinta de Jeana de su brazo derecho y se la tiró a Clovis.
—Sujétate con más fuerza. No quiero que salgas rebotado de un lado a otro.
Esa cinta me ha mantenido a salvo. Espero que también te sirva a ti…, pensó.
El piloto del Rifleman, sorprendido por la poco ortodoxa maniobra de Dan, no pudo girar a tiempo de inmovilizarlo contra el edificio. Los láseres pesados, atravesando el espacio en el que se encontraba el ’Mech unos segundos antes, abrasaron una estructura situada cerca del hombro izquierdo del Wolfhound. Dan esperaba ver los rayos de los láseres medios montados en el pecho del Rifleman, pero en realidad oyó el estruendo de los cañones automáticos.
Los dedos de Dan rozaron velozmente el teclado de su tablero de instrumentos y conmutó el rastreador de magnético a infrarrojos. Los brazos del Rifleman brillaban con un tono amarillo intenso; las bobinas se enfriaban y trabajaban a su máxima capacidad para disipar el exceso de calor causado por los láseres pesados.
—¡Eh, Clovis, ya lo tenemos! Está cociéndose ahí dentro. ¡Basta un disparo!
—No, Dan —le advirtió la voz de Morgan Kell en el neurocasco—. Quédate donde estás. Este es mío.
Dan vio que el Archer de Morgan salía de detrás de una colina a su izquierda, en el mismo límite del alcance de su ’Mech. La imagen de infrarrojos parpadeó y se desvaneció, pero no así la débil sombra visual. Cuando Dan conmutó los rastreadores a Starlight para ver el Archer con mayor claridad, cortó la comunicación por radio.
—Mira, Clovis: Morgan lo está haciendo otra vez. Su ’Mech no se registra en los rastreadores: ¡sólo se distingue a nivel visual!
El piloto del Rifleman parecía no haberse dado cuenta de que le faltaba una imagen a la que apuntar, e hizo converger sus armas en el Archer. Comprendió que aquel 'Mech era un hueso más duro de roer y atacó con todos sus recursos. Los dos láseres pesados clavaron sus rayos de color rubí en el Archer, mientras que los láseres medios lanzaban sus haces en su estela. Disparó también una ráfaga de proyectiles del cañón automático, desechando una lluvia de vainas por las bocas de eyección.
El Archer no giró ni se agachó para eludir el feroz ataque del Rifleman. Los haces de los láseres pesados pasaron sobre los encorvados hombros del Archer y dibujaron sendas líneas de fuego paralelas en la ladera de la colina. Los rayos de los láseres medios, por su parte, iniciaron pequeños incendios a cada lado del Mech de Morgan; sin embargo, ninguno de ellos acertó en el Archer. Los disparos de cañón automático marcaron dos trazos en dirección a la máquina de guerra de Morgan, pero se desvanecieron antes de impactar en ella.
Dan se quedó anonadado. ¡Oh, Dios mío! No es sólo que ningún 'Mech pueda apuntar automáticamente a Morgan. ¡Ni siquiera se le puede dar! Es como un espectro. Es intocable. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Es invencible…
Las toberas de los afustes de MLA colocados sobre los hombros del Archer, se abrieron con el mismo chasquido amenazador de una pistola al amartillarse. Cuarenta misiles surcaron la noche a lomos de brillantes estelas de fuego e impactaron en el Rifleman con la fuerza de una titánica maza. Las explosiones le arrancaron grandes pedazos de coraza del pecho del ’Mech, especialmente en el costado izquierdo, donde el láser del Wolfhound ya había fundido parte del blindaje. Las detonaciones que se produjeron dentro del cavernoso pecho hicieron que el Rifleman se estremeciera. Un fantasmal chorro de plasma brotó del agujero abierto en su pecho, insinuando la destrucción de su estructura interna.
—¡Cierra los ojos, Clovis! ¡Le ha dado al reactor!
Dan levantó la mano para protegerse los ojos, pero no podía apartar la mirada. ¡Sal de ahí! ¡Salta! ¡Ya no puedes salvarlo!
Las planchas del blindaje se doblaron por efecto de la presión interna, haciendo más abultado el anguloso torso del Rifleman. El calor del reactor de fusión invadió el depósito de municiones del cañón automático en el pecho. Una serie de detonaciones voló el blindaje en ciertos puntos del ’Mech y una luz terriblemente intensa alumbró a través de los orificios como los rayos del sol entre nubes de tormenta. Nuevos chorros de plasma manaron de aquellas brechas y el Rifleman se partió en dos a la altura de la cintura. El torso saltó disparado hacia los cielos como una cometa y quedó inmóvil en el aire al implosionar el hirviente plasma del interior del ’Mech.
Los bordes inferiores del torso del Rifleman seguían brillando con un rojo incandescente. Por fin se volcó y se precipitó contra el suelo. Cayó sobre el hombro derecho, pero las explosiones de la munición del cañón automático, que seguían produciéndose en el interior del mecanismo de disparo, le hicieron dar una última vuelta. Aunque el ’Mech quedó tumbado de espaldas y la carlinga parecía intacta, el piloto no salió expulsado.
Dan cruzó la pared del hangar de 'Mech hacia el Archer.
—Gracias, mi coronel —dijo.
La voz de Morgan no había perdido por completo su tono gélido, pero Dan notó un matiz de compasión en ella.
—Tenía que hacerse, capitán. Vámonos. Todavía tenemos trabajo, si hemos de ganar la batalla de Nueva Libertad.