10

10

Nashira

Distrito Militar de Dieron, Condominio Draconis

27 de abril de 3029

Akira Brahe se volvió y escrutó el enérgico perfil de su padre a la luz de la ensangrentada luna de Nashira. Aquellos rasgos parecían cincelados en piedra. ¿Cómo puede contemplar esta destrucción y mantener una expresión tan vacía de toda emoción? Yorinaga Kurita entornó sus oscuros ojos almendrados. Es como si tratase de comprender lo que los Demonios de Kell han hecho a Nashira en su ataque.

Desde lo alto del centro de mando de la base de la Genyosha, Akira siguió la mirada de su padre sobre los daños causados por los mercenarios. Todos los edificios de la base, salvo aquel en el que se hallaban, habían sido arrasados. Algunos habían desaparecido sin dejar rastro. Los escombros de los demás no se habían diseminado al azar, como habría sucedido si hubiera tenido lugar una batalla en la base, sino que estaban amontonados en los emplazamientos donde se habían alzado los bloques respectivos.

Akira frunció el entrecejo, apesadumbrado. La irritación y la ira centelleaban en sus oscuros ojos. Se mesó con nerviosismo sus cortos cabellos de color broncíneo con los dedos de la mano izquierda.

—No tiene sentido, sosen. ¿Por qué harían algo así los mercenarios?

Yorinaga se volvió despacio hacia su hijo.

—¿Que no tiene sentido? Explícame qué es lo que te confunde.

Akira se sintió herido por el tono de voz de su padre.

—¿Me lo preguntas como mi padre, o me lo ordenas como el Tai-sa de la Genyosha?

Yorinaga inclinó su canosa cabeza.

Sumimasen, Akira. Perdóname. No pretendía menospreciarte, ni aparentar que pongo en duda tu capacidad. —Volvió a contemplar el paisaje de la destrucción—. Es sólo que deseo ver todo esto con tus ojos. Quizá tus ojos estén menos ciegos que los míos.

Akira asintió.

—Me extrañan más cosas que lo que los Demonios de Kell han hecho en nuestra base. Me parece lógico que la destruyeran. Esperaban que estuviéramos aquí, pero no estábamos. —Akira abarcó todo el círculo de ruinas con un amplio ademán—. Lo extraño es que sus acciones fueron incongruentes con los informes de las Fuerzas Internas de Seguridad acerca de la táctica de la escoria mercenaria.

Akira se humedeció los labios. Las FIS nos dicen que todos los mercenarios carecen de honor, pero no vi eso en Northwind, cuando combatía contra el Equipo Banzai, ni siquiera frente a los Bravos de Bradley, el grupo que se hacía pasar por el Tercer Batallón de 'Mechs de los Demonios de Kell. Luchaban por algo más que dinero. Luchaban como auténticos guerreros.

Yorinaga se permitió esbozar una sonrisa.

—Estoy seguro de que los informes sobre este incidente causarán cierta confusión en la corte de Luthien. Mientras estábamos atacando Northwind, porque las FIS nos informaron de que los Demonios de Kell se encontraban allí, éstos violaron la seguridad del Condominio y averiguaron el emplazamiento de nuestra base principal. La atacaron, pero descubrieron que no estábamos aquí, al tiempo que nosotros nos enterábamos de que ellos no estaban en Northwind.

Akira también sonrió.

—En Luthien también tendrán que adarar por qué los Demonios de Kell ordenaron a todos los civiles que salieran de la base y les dieron un plazo de cinco horas para sacar todos los efectos personales de la Genyosha de los edificios que pensaban destruir. —Akira miró el edificio en el que se hallaban y añadió—: Y también se preguntarán por qué dejaron indemne el centro de mando.

—Morgan Kell ordenó a los civiles que salieran y les permitió que llevaran consigo nuestras posesiones, porque quería dejar bien claro que su guerra no tiene nada que ver con el Condominio Draconis, ni siquiera con la Genyosha. —Yorinaga se volvió hacia su hijo—. Y el motivo por el que dejó en pie este edificio es porque fue desde este lugar donde dirigió la destrucción de la base.

Yorinaga señaló unos escombros.

—¿Ves dónde se hallaba la piscina? Fíjate en que las piedras parecen esparcidas al azar, pero forman una cruz al lado del montón más grande.

—Supongo —dijo Akira— que unos cristianos ordenaron esas piedras en memoria de un compañero que creían que había quedado atrapado en el edificio cuando fue destruido.

El líder de la Genyosha sonrió.

—Tu suposición es correcta, pero te equivocas al creer que se refiere a alguien muerto aquí, en Nashira. Recuerda que las FIS averiguaron que Morgan Kell se había retirado a un monasterio cristiano de Zaniah mientras yo estaba exiliado en Eco. Kell ordenó que se dispusiera las piedras con ese dibujo para marcar el sitio donde murió su hermano.

Akira trató de recordar el nombre del planeta donde había muerto Patrick Kell. Eso sucedió antes de que yo ingresara en la Genyosha.

—¿Styx? Ese sistema no es más que un cúmulo de asteroides. —Akira se dio una palmada en la frente—. ¡Claro! Igual que la piscina ha sido reducida a un cúmulo de escombros.

Yorinaga sonrió, satisfecho por la perspicacia de su hijo.

—Aquel edificio representa la Tierra y los cascotes marcan la posición de los planetas situados a unos ciento treinta años luz de distancia.

Aunque Akira no había estudiado astronavegación, gracias a sus conversaciones con los miembros de las tripulaciones de las Naves de Salto había aprendido lo suficiente para reconocer los emplazamientos de algunos planetas.

—¿Por qué, sosen? ¿Qué propósito podría tener ese mapa estelar?

Yorinaga inspiró hondo.

—Como has adivinado, los palos de ciego que dimos la Genyosha y los Demonios de Kell en enero podrían continuar para siempre. Tal vez no coincidamos jamás en el mismo lugar y en el mismo momento. Por eso, Morgan Kell ha tomado precauciones para que esto no vuelva a suceder.

Yorinaga señaló unas ruinas situadas al nordeste.

—Aquel montón representa el planeta Ryde, de la Mancomunidad. A su alrededor puedes ver tres montones más pequeños de cascotes, escogidos de edificios distintos del que simboliza Ryde. Representan sus tres satélites.

—¿Están colocados de tal manera que indican cuándo debe ir allí la Genyosha?

—En junio —contestó Yorinaga—. Dentro de un mes tan sólo. Llegaremos justo a tiempo.

Sumimasen, Tai-sa —dijo Akira, irguiéndose—, achácalo a la sangre escandinava de mi madre o a mi pobre adiestramiento en la Undécima Legión de Vega, pero ¿cómo sabes que no es una trampa?

—Morgan Kell no haría eso —repuso Yorinaga—. No, éste es el último acto de un drama que comenzó hace dieciséis años, en el Mundo de Mallory.

La chillona luz roja de la luna de Nashira pintaba trazos escarlatas en el rostro de Akira.

—Era el año 3013. Creía que tu duelo con Morgan Kell tuvo lugar en 3016.

Yorinaga cerró los ojos y trató de relajarse, pero Akira notó la tensión que atenazaba la delgada figura de su padre.

—Kell y yo nos enfrentamos por primera vez en 3013. Mi batallón de la Segunda Espada de Luz había conseguido atrapar a la compañía de mando del Cuarto de la Guardia de Davion en un laberinto de desfiladeros. Nuestra aeroala controlaba los cielos de toda aquella área, lo que impedía que la Guardia de Davion pudiera enviar 'Mechs con retrorreactores a explorar la distribución de los precipicios y encontrar la salida. Gracias a los cazas, sabíamos dónde podíamos encontrar a nuestra presa; mientras que ellos, sin ’Mechs exploradores, no sabían por dónde huir ni dónde esconderse.

Yorinaga se frotó la frente con la zurda y prosiguió:

—Si ha habido alguna vez una batalla gloriosa, fue aquella. El príncipe Ian Davion mantenía unidas sus tropas a base de puro carisma. Nos tendía emboscadas una y otra vez, mas nunca permitía que lo sorprendiéramos por la retaguardia. En las pocas ocasiones en que nos enzarzábamos en una auténtica batalla, el Atlas del Príncipe era siempre el último ’Mech que se retiraba.

»Por fin, atrapamos a la compañía en un cañón que confluía en un estrecho paso de salida. El príncipe Ian mantenía a raya a mis hombres, disparando una andanada tras otra de misiles de largo alcance que destrozaban los ’Mechs que estaban bajo mi mando. Cuando se le acabaron los misiles, utilizó el cañón automático y los láseres medios para frenar nuestro avance, mientras su unidad salía del cañón.

Yorinaga abrió los ojos bruscamente.

—Debiste haberlo visto, Akira. Aquel Atlas rechazaba nuestros ataques como si fuésemos unas molestas moscas. El blindaje del 'Mech saltaba en pedazos incandescentes, pero Ian Davion no hacía ningún ademán de retirarse. Allí estaba el líder de la Federación de Soles, casi tan importante como el propio Takashi Kurita, pero no daba media vuelta y huía. Raras veces ha nacido un guerrero como él fuera del Condominio.

A Yorinaga se le hinchaban las aletas de la nariz mientras evocaba el pasado; Akira lo escuchaba embelesado.

—Ordené a mis tropas que retrocedieran y llevé mi Warhammer a la primera línea para enfrentarme con el Príncipe. Ambos sabíamos que yo lo mataría, pero creo que le consoló saber que le daría una muerte digna de un guerrero.

»Luchó como un coloso. Movía el Atlas con una agilidad que sólo he visto en un puñado de MechWarriors. Su última ráfaga con el cañón automático estuvo a punto de arrancar el brazo izquierdo de mi Warhammer y sus láseres me desgarraron el blindaje como si fueran las zarpas de una bestia salvaje. Era un guerrero espectacular, pero yo era mejor.

»Llevé el Warhammer al límite de sus posibilidades y aún más allá —prosiguió Yorinaga, absorto en sus recuerdos—. Disparé de forma consecutiva mis cañones de proyección de partículas, sin hacer caso de las oleadas de calor que azotaban la carlinga. El sudor me bañaba la frente y me escocía en los ojos, pero seguí apuntando al Atlas, más por intuición que por capacidad de visión. Mi 'Mech y yo nos movimos casi al unísono al atravesar la coraza del Atlas con los rayos del CPP. Las explosiones que se produjeron en el pecho del ’Mech brillaron como relámpagos atrapados en una nube de tormenta; entonces supe que aquella máquina estaba agonizando. Estoy convencido de que el príncipe Ian habría saltado, pero uno de mis misiles de corto alcance había explotado contra la cabeza del Atlas y sellado la escotilla. El Atlas, que desprendía humo negro por una docena de heridas mortales, se tambaleó y cayó de espaldas al suelo del cañón, ya cubierto de fragmentos de armadura.

Yorinaga calló de súbito. Akira examinó el rostro de su padre, sumido en sombras. Nunca lo había visto tan irritado, tan insultado, tan humillado…

Cuando Yorinaga habló de nuevo, su voz se había reducido a un ronco susurro.

—Me adelanté para ver si el Príncipe vivía aún. En tal caso, lo capturaría; de lo contrario, quería llevar la prueba al Dragón de que su odiado enemigo estaba realmente muerto. Nunca tuve la ocasión de poder hacerlo.

»Dos compañías de Demonios de Kell aparecieron al borde del precipicio como por arte de magia. Una voz, que después identifiqué como la de Morgan Kell, interfirió en nuestra frecuencia táctica. «Déjalo tranquilo», dijo. Era un aviso, un reto y un ruego, todo al mismo tiempo. Pero yo no le hice caso.

»Un caza Shilone del escuadrón que nos cubría, inició un picado sobre el Archer de Kell. De manera instantánea, los afustes de misiles del Archer vomitaron dos nubes de MIA. Los misiles se alzaron sobre nubes de vapor que convergieron en el caza. El resplandor de las explosiones rivalizó con el sol por una fracción de segundo. Luego, los restos del Shilone, envueltos en llamas, chocaron contra la pared del cañón y llovieron sobre el campo de batalla entre miles de lenguas de fuego.

»Los ’Mechs con retrorreactores de los Demonios de Kell descendieron al fondo del cañón —continuó Yorinaga, con la voz preñada de ira y rabia—. El Wolverine de Salome Ward le arrancó el brazo izquierdo a mi Warhammer de un solo disparo. El Archer de Kell lanzó una andanada tras otra de MLA contra las tropas situadas a mis espaldas, pero las escalonó para que pudieran retirarse si lo deseaban. Su escuadrón de cazas controlaba el espacio aéreo sobre el cañón y nos impedían subir para enfrentarnos a ellos.

»Era obvio que sólo quería salvar al Príncipe. No se aprovechó de su ventaja, como nosotros habíamos hecho al acosar a Ian Davion hasta matarlo. Me robó toda la gloria y el honor de mi mayor victoria.

Akira tragó saliva para disolver el nudo que se le había formado en la garganta.

—¿Qué ocurrió después, en el año 3016? Sólo he oído vagos rumores. Cuando las FIS vinieron a casa y nos arrestaron a mi madre y a mí, sólo nos dijeron que te habías deshonrado a ti mismo y al Dragón. Se echaron a reír y dijeron que íbamos a ser esclavos… como si fuéramos afortunados por ello. —Akira miró a los ojos a su padre—. ¿Tan terrible fue lo que hiciste?

Yorinaga entrecerró los ojos.

—Por haber matado al Príncipe, Takashi Kurita me ascendió a Tai-sa de la Segunda Espada de Luz: un gran honor. Estaría al mando del regimiento personal del Dragón. Tenía carta blanca para diseñar operaciones y dirigir la batalla del Mundo de Mallory. Me pasé tres años desarrollando mi plan maestro, pero en todo aquel tiempo sólo tenía una meta: no pretendía tanto conquistar el Mundo de Mallory, como aplastar a los Demonios de Kell y vengarme de Morgan Kell.

»Todo iba a la perfección. El 36.º de Regulares de Dieron logró inmovilizar al Segundo Batallón de ’Mechs de los Demonios de Kell y dejar al Primero atrapado en las montañas. Yo había seleccionado al Primer Batallón como mi objetivo principal, porque Morgan Kell estaba al mando del Segundo Batallón y quería que, cuando fuera en ayuda de su hermano, supiera que ya le había destrozado la mitad de la unidad. Sin embargo, me sorprendió y estaba allí presente, con la Lanza de Mando, discutiendo la estrategia con su hermano.

Akira notó una sensación de inquietud en las entrañas. La calma que ha mostrado mi padre desde que volvió del exilio se está desenmarañando. Este es el hombre que recuerdo de mi juventud, pero no sé si lo prefiero al Yorinaga que he conocido como comandante en jefe de la Genyosha.

Yorinaga escondió las manos en las mangas de su quimono.

—Uno de mis exploradores reconoció el Archer de Morgan y me informó de inmediato de su presencia. También comentó que los Demonios de Kell se habían colocado en una posición pésima para nuestros propósitos. Nuestras únicas rutas eran a lo largo de desfiladeros en los que los mercenarios podían concentrar su fuego. Nuestro ataque sería difícil, pero éramos la Segunda Espada de Luz, el regimiento del propio Takashi Kurita. No seríamos derrotados.

»Entonces sucedió algo notable. Morgan Kell salió de las fortificaciones con su Archer y empezó a enumerar a sus antepasados. Cuando escuché su voz, sentí que la sangre me palpitaba en las sienes. Me llamaba para luchar en combate individual. Estaba dispuesto a poner en juego su vida para salvar a su gente, ¡y yo acepté el trato!

Los ojos de Yorinaga relucían mientras recordaba la batalla.

—Debiste haber visto aquel duelo, Akira, pues fue algo increíble. Kell y yo nos acercamos el uno al otro. Sus láseres medios impactaban una y otra vez en mi Warhammer, pero yo respondía con intermitentes disparos de CPP. El blindaje de ambos 'Mechs se fundía y resbalaba hasta el suelo como la cera, pero todos los daños eran superficiales. Morgan hacía girar su Archer para eludir mis ataques, al tiempo que él lograba acertarme sin cesar.

»Era bueno, muy bueno; pero no lo bastante. Yo sabía que no lo mataría a menos que pudiera inducirlo a cometer un error; por tanto, cuando dos de sus disparos impactaron en mi CPP derecho, conmuté el estado del arma a reserva y no la utilicé en el siguiente intercambio de disparos. Kell se fijó en mi debilidad, giró el Archer y se acercó para seguir combatiendo a corta distancia.

Yorinaga sacó las manos de las mangas y las colocó en la misma posición que habrían ocupado de estar sentado en la silla de mando del Warhammer.

—Levanté el CPP derecho y disparé. El rayo de partículas rebanó el hombro derecho del Archer como una cuchilla y le amputó limpiamente el brazo. El Archer se hincó de rodillas y esperó a que yo lo ejecutara.

La expresión de Yorinaga reflejaba el dolor que sintió en aquel momento. Akira anhelaba consolar a su padre, pero sabía que se sentiría humillado. Esta es su lucha. Lo respetaré. Aguardó en silencio a que su padre continuara el relato.

—En mi euforia, no me fijé en que el retículo del punto de mira no parpadeó cuando lo centré en la figura del Archer —dijo, con la voz alterada por la incredulidad—. El ordenador siguió negándose a centrar el punto de mira en el objetivo, pero aquello no importaba. ¿Por qué iba a necesitar la ayuda del ordenador? Sin cuidado y con demasiada emoción, disparé sobre el Archer con todas las armas de que disponía.

Yorinaga levantó la mirada hacia la luna ensangrentada.

—Todos los disparos fallaron el blanco. Los rayos del CPP salieron muy desviados y convirtieron en vidrio fundido las zonas del firme en que cayeron. Mis MCA se dispersaron en trayectorias al azar que rodearon el Archer pero sin hacerle ningún daño. Mis láseres se quedaron cortos o rebasaron el objetivo, y mis ametralladoras tabletearon impotentes. Me sentí cada vez más embargado por el pánico mientras el calor subía como la espuma en el interior de la carlinga. Pero no era el calor lo que me alarmaba; ¡de algún modo, había fallado mi ataque contra mi enemigo!

»De pronto, las toberas de misiles del Archer se abrieron y salieron dos andanadas de MLA. Aunque no hubo tiempo suficiente para que se cebaran las cabezas explosivas, sentí el efecto de los impactos. Era como protegerse de una granizada dentro de un cubo de basura. Los misiles destrozaron el blindaje e hicieron describir un círculo completo a mi Warhammer; sin embargo, conseguí mantener el equilibrio.

»Cuando pude ver más claro —prosiguió Yorinaga, apretando los puños—, disparé con todo mi arsenal contra el Archer, pero volví a fallar. El ’Mech manco se puso en pie sin parecer afectado por mis ataques. Entonces, Morgan me hizo una reverencia con el Archer.

Yorinaga calló, como si aquella última frase explicase todo lo que necesitaba una explicación. Akira sintió un escalofrío. Este es el conflicto. Mi padre odia y respeta al mismo tiempo a Morgan Kell por lo que hizo. Con aquella reverencia, Kell reconocía que mi padre era un guerrero mejor que él, pero lo privaba de la victoria.

—Se dice que abriste la escotilla y arrojaste la katana y la wakizashi a Kell —dijo Akira en voz baja. Aquellas espadas permanecieron en poder de la familia Kurita durante más de trescientos años, y las recibiste de las propias manos del Coordinador. ¿Por qué lo hiciste?

Yorinaga asintió con gesto cansado.

—Pensé que no tenía elección. Después de haber hecho todo lo posible por matar a Morgan Kell, había fracasado en el cumplimiento de mi deber. Había dejado de ser un guerrero íntegro. Tenía que reconocerlo como superior a mí.

»Y es cierto que recité un haiku:

Un pájaro amarillo veo.

El dragón gris se oculta sabiamente.

El honor es el deber.

»Muchos creyeron que era mi haiku de muerte, pero no era así. En Morgan Kell, en su capacidad, inteligencia y comprensión de nuestra forma de vida, vi algo que podía destruir el Condominio Draconis.

—No lo entiendo —dijo Akira.

—Yo tampoco lo entendí por completo hasta que pasaron muchos años de prolongadas meditaciones. —Yorinaga titubeó, como si tuviera recelos de revelar un secreto peligroso, pero la mirada de su hijo pareció animarlo a proseguir—. Con el bushido, encontramos la disciplina precisa para convertirnos en guerreros intrépidos. El honor es absolutamente importante y nuestro concepto del yo es secundario respecto al Estado y la familia. No somos más que una extensión del Dragón y nuestras acciones honran o avergüenzan al Coordinador.

»Morgan Kell lo comprendió. Utilizó mi deseo de conservar mi honor para salvar a sus hombres. Si yo lo hubiese matado, los habría dejado llorar la muerte de su líder y habría aceptado su promesa de neutralidad. La libertad de los Demonios de Kell se habría comprado, no con la sangre de Morgan, sino con el honor que me demostró en aquella situación.

»Cuando me hizo aquella reverencia, me atrapó. Estábamos de acuerdo en combatir para que el vencedor pudiera ser compasivo con el vencido. Yo había perdido y, como el bushido me obligaba, tenía que retirarme. Si hubiera hecho otra cosa, tal vez habría ganado la batalla, pero habría avergonzado a Takashi Kurita. Él podía vivir sin el Mundo de Mallory, pero ¿podía vivir sin honor?

Yorinaga tragó saliva.

—Regresé a Luthien e informé al Coordinador de lo que había visto y sentido. Luego dimití de mi nombramiento y le pedí que me permitiese hacerme el seppuku. El Coordinador me exilió al monasterio zen de Eco V y se negó persistentemente a mi petición. Once años después, por fin dio su consentimiento, pero antes debía crear y ponerme al mando de nuestra unidad de elite, la Genyosha.

Akira señaló los escombros que representaban Ryde.

—Entonces, ¿iremos al encuentro de los Demonios de Kell?

—Sí —repuso Yorinaga con gesto grave—. Del mismo modo que Morgan Kell aprendió a conocerme y usó esos conocimientos en mi contra, yo también lo estudié mientras estaba en Eco V. Lo conozco… y comparto sus habilidades. Kell y yo volveremos a encontramos en Ryde, Akira. Y nos destruiremos el uno al otro.