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Nueva Avalon

Marca Crucis, Federación de Soles

10 de septiembre de 3029

Riva Allard se apartó de la terminal de datos, bostezó y se desperezó. Mis ojos me están matando. Consultó su cronómetro. ¡Dios mío, ya son las tres y media de la madrugada! Creía que el tiempo pasa volando cuando uno se divierte, pero no cuando hay que clasificar todos los datos de esta biblioteca. Si me voy a dormir a casa, sólo tendré un par de horas antes de volver para dar la primera clase.

—Apuesto a que te vendrá bien este café.

Riva se sobresaltó al oír aquella voz a su espalda. Kym Sorenson le sonreía con una humeante taza de café en cada mano. Riva cogió agradecida una de las tazas y olió su rico aroma.

—¡Es fantástico, Kym! Si no te debía un favor antes, ahora sí. Y si tú me debes alguno, ya puedes olvidarlo.

—Lamento haberte asustado.

Riva se encogió de hombros y tomó un sorbo del caliente líquido. Como científica, sabía que el café aún no tenía efectos físicos en ella, pero sintió que revitalizaba su cansado cuerpo.

—A estas horas, cualquier cosa me sobresalta. Se supone que los guardias mantienen a la gente alejada del área. Creo que están realizándose unos experimentos en el laboratorio 13J que podrían ser bastante destructivos si escapasen al control de los investigadores.

Kym asintió con gesto distraído mientras echaba un vistazo al laboratorio. Cuatro filas de mesas con superficie de pizarra se extendían de un extremo a otro de la habitación. En la pared más alejada, encima de un grifo, había un estante repleto de tubos de ensayo y vasos de precipitación. En las mesas de trabajo había incontables aparatos, desde microscopios de positrones hasta digitalizadores espectrales bipolares, a lo largo de la pared situada frente a ella, aunque también ocupaban parte del muro exterior. Extraños símbolos y ecuaciones, escritos con tiza de diversos colores, cubrían la pizarra de la derecha.

—Así que éste es el hogar del doctor Banzai cuando no está en su casa, ¿eh? Casi parece normal —comentó Kym, y observó una sandía que estaba sujeta a un tensómetro—. ¿Por qué hay aquí una sandía…?

—No me lo preguntes. Algunos de sus ayudantes me dijeron que, si tocaba esa sandía, podía tener problemas. El doctor tiene muchas cosas por aquí que pueden hacer daño a alguien que no sepa para qué sirven. Así que yo me limito a esta terminal de datos y a mi mesa de trabajo, en aquel rincón. —Levantó su taza de café y sorbió un poco más—. Bueno, ¿qué te hizo llevar a cabo esta buena acción?

Kym se encogió de hombros, pero Riva distinguió de todos modos su expresión de temor. Ha pasado un mes desde que se fue Morgan y todavía no ha recibido ninguna noticia. Sé que tampoco se lleva bien con su familia… Debe de sentirse increíblemente sola.

—No podía dormir y vi las luces del laboratorio desde mi apartamento… —Kym titubeó, como si recordara una velada más agradable—. Odio estar esperando a oír que algo le ha ocurrido a Morgan. Tú tienes hermanos en el ejército… ¿Cómo puedes soportarlo?

—En primer lugar, no estoy tan unida a mis hermanos como tú a Morgan. ¡Uy!, ha sonado un poco mal, ¿verdad? Quiero decir que no estoy unida a ellos en el mismo sentido…

Mientras Riva buscaba las palabras adecuadas, una fuerte vibración comenzó a sacudir el edificio. Los tubos de ensayo en la rejilla de secado repiquetearon en las varillas. Una expresión iracunda apareció en el rostro de Riva.

—¡Otra de esas malditas naves de carga que traen ’Mechs averiados del frente para que los analicen los tipos del laboratorio de armamento! —gritó para hacerse oír por encima del estruendo. Fue a la ventana situada cerca de Kym y miró al exterior mientras los motores de iones de la Nave de Descenso iluminaban la amplia área que separaba el centro de investigación civil de la academia militar—. ¿Qué cree ese idiota que está haciendo? Se supone que debería aterrizar al otro lado del campus.

La Nave de Descenso de clase Overlord, que se mantenía suspendida a unos veinte metros del suelo, abrió sus compuertas de desembarco, de las que salieron unos BattleMechs altos, oscuros y que lucían la insignia de los Comandos de la Muerte de Liao. Riva sintió un sabor amargo en la garganta, pero antes de que pudiera decir nada a Kym, una explosión en el tejado del centro de investigación la arrojó al suelo.

—¿Qué demonios es esto? —Riva meneó la cabeza para despejarse. ¡Liao está atacando el ICNA! ¡Es imposible!

Intentó incorporarse, pero Kym apoyó su zurda en su espalda, mientras se levantaba con la diestra la pernera del pantalón, bajo la que llevaba una pistola de agujas Foxfire sujeta al tobillo. La desenfundó y retiró el mecanismo de carga para llenar la abertura de agujas de plástico balísticas.

—Quédate aquí. Voy a ver qué pasa.

—Ni hablar. Yo iré contigo.

Kym entornó sus azules ojos y miró fríamente a Riva.

—Riva, he sido adiestrada para situaciones como esta. —Vaciló y sonrió débilmente—. Trabajo para tu padre. Soy una de sus agentes.

Riva abrió el bolso que llevaba a la altura del vientre.

—Lo sé. En el mismo instante en que fuiste destinada a mi proyecto como ayudante, supe que eras del MIIO. —Metió la mano en el bolso y sacó una pistola láser Meridian-Nagant Pulsar—. Te descubrí porque soy la hija de mi padre: lo llevamos en la sangre. Cualquier miembro de mi familia te habría reconocido. Mi padre me obliga a llevar esto por si hay algún lío.

Giró el regulador de duración de pulsaciones para que éstas fueran más prolongadas cuando disparase la pistola.

—Si esos tipos de ahí afuera tienen amigos apostados en el tejado, esto quemará todo tipo de protección que lleven. ¿Qué me dices, Kym? ¿Somos compañeras?

Kym parecía recelosa, pero, al oír las ruidosas pisadas de los comandos que bajaban del tejado al nivel superior del laboratorio, asintió y condujo a Riva a un rincón de la estancia.

—¿Qué buscarán? —se preguntó.

—Son liaoitas —contestó Riva—. Sólo querrán asolar el lugar.

—¡Piensa, Riva! Si quisieran destruir el ICNA, habrían desembarcado los 'Mechs sobre el tejado para que destruyesen el edificio.

Riva lanzó una rápida mirada a su terminal de datos.

—El núcleo de la biblioteca… ¡Diablos, quieren el núcleo de memoria de todo el ICNA!

—¿Dónde está?

—En el sótano.

Se produjeron disparos en el pasillo cuando los guardias de seguridad se toparon con los comandos. La puerta del laboratorio se desintegró entre una nube de cristales y astillas de madera cuando el cuerpo de un guardia la atravesó. Un Comando de la Muerte disparó a ciegas en la habitación antes de entrar; sus balas dibujaron una línea irregular en la pizarra.

Cuando el comando apareció en el umbral de la puerta, Kym y Riva surgieron de sus escondrijos. Kym efectuó dos disparos de agujas. Una de las cargas fue a dar en la coraza de plastiacero del guerrero, pero la segunda atravesó la abertura de la axila. El comando giró a consecuencia del impacto y el láser de Riva lanzó un puñado de dardos energéticos rojizos contra él. Aunque dos de ellos rebotaron en la coraza, uno lo hirió bajo la mandíbula; el tercer rayo perforó la parte central de la coraza y lanzó al hombre al pasillo.

Otro Comando de la Muerte arrojó un objeto esférico a la habitación. Kym tiró al suelo a Riva y la empujó contra la pared. La bola de plástico rebotó una vez y explotó con una llamarada roja y un humo blanco. Aquel objeto, una granada de conmoción, hizo saltar en pedazos los vidrios de las ventanas y derribó al suelo la terminal de Riva entre una lluvia de chispas.

Riva sintió la explosión como si fuera un puñetazo en el estómago y un golpe en la cabeza. Un intenso dolor penetró en su cabeza por los oídos, seguido del incesante campanilleo de un timbre. Los pulmones le ardían y pugnaba por respirar, pero apenas podía boquear como un pez fuera del agua. La sangre le manaba de la nariz y le recubría los labios con su gusto salado. Apoyada en la pared, con Kym inconsciente —o muerta— entre sus piernas y la pistola lejos de su alcance, Riva luchó por no dejarse dominar por el pánico.

Entre la humareda, un Comando de la Muerte entró a grandes zancadas en la habitación, y se plantó sobre ellas.

—¡Mujeres! Debí haberlo imaginado. —La visera opaca de su casco y su voz modulada por ordenador hacían que pareciera privado de toda emoción—. Henderson siempre decía que las damas serían su perdición.

Riva se arrojó hacia su pistola láser y cerró la diestra alrededor de su fría culata de plástico. La levantó pero, en una reacción más rápida de lo que ella hubiera considerado posible, el Comando de la Muerte utilizó el cañón de su fusil automático para desviar la pistola en el mismo instante en que ella apretaba el gatillo.

El rayo de luz coherente impactó en la sandía de Banzai; atravesó su corteza verde en un nanosegundo y, de manera casi instantánea, convirtió la acuosa pulpa de la fruta en vapor. La sandía explotó con un mido sordo y sembró todo el laboratorio de metralla orgánica. Una vez destruida la integridad estructural de la sandía, la bandeja superior del tensómetro se precipitó hacia el suelo, exprimiendo los restos de la fruta y aplastándola contra la bandeja inferior. De repente, el equipo situado en la pared opuesta comenzó a chirriar de una manera espantosa y una grabación de la voz del doctor Banzai resonó en la sala.

El Comando de la Muerte se revolvió. El fusil automático que sostenía en la diestra vació todo el cargador en el ruidoso equipo. Saltaron chispas de las máquinas cuando fueron acribilladas por las balas. Las vainas saltaban del arma dibujando un arco, pero dejaron de hacerlo en cuanto se abrió la recámara pidiendo más municiones.

Mientras el comando tiraba el cargador vacío y extraía uno lleno del cinto, Riva volvió a apuntarle con la pistola. Su dedo se cerró sobre el gatillo al mismo tiempo que él la veía en su punto de mira. El primer rayo lo hirió en el lado interior del muslo derecho y lo arrojó contra una mesa. La segunda y tercera pulsaciones de luz coherente le perforaron la coraza como un soldador atravesaría la hojalata. El Comando de la Muerte se retorció violentamente y se desplomó, muerto.

Riva contempló su cuerpo inerte y empezó a temblar. Arrastrada por un torbellino de miedo, ira y revulsión, sus pensamientos corrían desbocados por su mente. Estás en peligro, Riva. ¡Piensa! ¡Piensa! ¡Concéntrate en algo! ¡Has de salir de aquí con Kym!

Oyó la voz del doctor Banzai, fuerte y serena, que repetía el mismo mensaje una y otra vez. Se aferró a aquel sonido y lo utilizó para ir recobrando la cordura. Lo que decía no importaba en absoluto; sólo parecía tranquilo y sensato en una situación que carecía de todo aquello.

Riva puso boca arriba a Kym y comprobó su pulso y su respiración. Sólo está inconsciente. Sangra de la nariz y los oídos. La agarró por las axilas y la arrastró hasta el fondo de la habitación. Luego, armada con la Foxfire y la pistola láser, gateó hasta el cadáver del comando y le quitó las armas y las municiones. Cuando iba a regresar junto a Kym, fuera se encendieron unas brillantes luces y se oyó el gemido de un cañón automático. Riva fue a la ventana y contempló la batalla que tenía lugar abajo.

—No, doctor —murmuró—. Creo que estás equivocado.

La voz grabada de Banzai volvía a repetir su cantilena: «Esto ha sido sólo un experimento. La sandía no era relevante, salvo para demostrarles que no deben tocar algo que no comprendan. Ha sido sólo un experimento, pero la próxima vez podrían estropear algo real».

—No, doctor Banzai —prosiguió Riva—, esta vez es muy real. Parece que la guerra ha llegado a Nueva Avalon.