12

12

Bethel

Marca Capelense, Federación de Soles

14 de abril de 3029

El capitán Andrew Redburn contempló el monitor auxiliar de su Centurión.

—Repita eso, capitán. ¿Qué diablos está diciéndome?

El capitán de la Nave de Descenso, de clase Overlord, apretó los dientes al oír la iracunda voz de Redburn.

—Redburn, he dicho que nos han tomado el pelo. Tenían una condenada Leopard oculta en la sombra de la Overlord. Se ha separado y se dirige hacia la base.

Andrew dio un puñetazo sobre el brazo de la silla de mando. ¡Andrew, eres un redomado idiota! Sí, aprendiste a prever cuál sería la zona de aterrizaje de los enemigos y ahora has traído aquí a tus hombres, pero ¿quién te enseñó esa pequeña gema de conocimientos? ¡Justin Xiang Allard! Andrew apretó tanto los puños que le blanquearon los nudillos. ¡Maldición! Justin debió de planear esta pequeña incursión y sabía que yo picaría el anzuelo como un recluta. Tal vez esté incluso a bordo de la Leopard.

Redburn miró el monitor principal y vio que toda la compañía Delta, salvo él mismo y otros tres, ya había salido de la Defiant.

—Escuchad, compañía Delta. Una nave Leopard se dirige a nuestra base para hacer de las suyas mientras nosotros estamos aquí. Bisot, De Ridefort, St. Armand y yo no hemos desembarcado todavía, por lo que emprenderemos el regreso. Drew, como me llevo a dos de tus Valkyries, une tu lanza al grupo de Archie.

—Recibido, «capi».

Redburn conmutó el dial de la radio a la frecuencia de órdenes, que compartía con su segundo, el teniente Robert Craon.

—Robert, lo dejó todo en tus manos. Tienes veintitrés ’Mechs en perfecto estado de funcionamiento. Su Overlord puede transportar treinta y seis ’Mechs, aunque es probable que lleve menos. Ataca y lárgate hasta que las fuerzas estén igualadas; luego, ve y dales una lección. Si deciden emprender la retirada, déjalos. Pero apodérate de todo lo que dejen atrás.

—Copiado, mi capitán. Tenga cuidado.

—Por esas palabras hay que vivir —dijo Andrew. Pulsó un botón y apareció de nuevo en pantalla la cara del capitán de la Defiant—. Capitán, ¿puede conducirnos de nuevo a la sección occidental del perímetro de nuestra base, en una trayectoria baja y a gran velocidad?

—Ese rumbo ya estaba diseñado y programado —respondió el capitán de la nave, sonriendo—. Llegaremos en menos de cinco minutos.

Andrew se estremeció al notar cómo retumbaban en toda la nave las vibraciones de la ignición del motor. El sudor le resbalaba por la espalda. Deben de ir al laboratorio, pero ¿cómo pudieron enterarse? El oficial de guarnición que relevé me dijo que la auténtica finalidad del laboratorio sólo había sido transmitida del comandante en jefe antiguo al nuevo. La guarnición no podía ser demasiado grande, porque Bethel es un planeta despreciable. Lo único que hacen es cultivar cereales en las llanuras y esa industria de vino joven de las montañas.

Andrew estableció comunicación por radio con los otros tres pilotos de su improvisada lanza.

—Escuchad, chicos: esto puede ser un hueso duro de roer. Una Leopard se escapó de la sombra de sensores de la Overlord y se dirigió hacia nuestra base. —Andrew inspiró hondo. Más vale parecer un poco optimista, pensó—. Hace un par de meses, TerraDyne publicó una serie de reportajes sobre un importante avance científico en las técnicas de miniaturización. Estaban preocupados porque creían que algunos agentes locales de la Maskirovka podrían estar interesados en ellas. Parece que alguien de Sian se lo ha tragado.

La voz de Odo St. Armand resonó en el neurocasco de Andrew.

—¿A qué nos enfrentaremos, «capí»?

Andrew tecleó varios mandatos y conectó el monitor principal al ordenador de la nave. Este mostró en la pantalla una representación de los niveles de desaceleración, manejo y expulsión de energía de la Leopard.

—Según el ordenador, parece que transportaba un grupo de ’Mechs ligeramente más pesado que el nuestro. Teniendo en cuenta las preferencias de Liao, tal vez sean un Centurión, un Vindicator y un par de esos modelos nuevos que tienen… ¿Cómo se llaman? ¿Raven?

Andrew tecleó otra solicitud de información y el ordenador le proporcionó una descripción técnica del Raven. Aquel ’Mech, de aspecto semejante a un cuervo, ostentaba dos láseres medios en el ala derecha, un afuste de seis toberas de MCA en el costado derecho y un paquete de Contramedidas Electrónicas en la nariz. El ordenador confirmó que su cálculo de las fuerzas enemigas coincidía con los parámetros sugeridos por los datos de vuelo del Leopard. Andrew sonrió.

—El ordenador dice que hay un ochenta por ciento de probabilidades de que mi configuración sea correcta. El Raven tiene un blindaje comparable a una hoja de papel tisú, pero los afustes de ECM hacen que resulte difícil acertar en él. Procurad no caer en ninguna emboscada. El Vindicator es el único de sus ’Mechs que dispone de retrorreactores. St. Armand, su CPP haría papilla tu Jenner, así que mantente apartado salvo que puedas entrar en el interior de la instalación.

—Recibido, «capi» —dijo St. Armand, y lanzó una carcajada—. Ya me encargaré del Raven, chicos, si vosotros queréis el Vindicator. Supongo que el capitán querrá tener un mano a mano con el otro Centurión.

—Eso suena muy bien, St. Armand. Ya veremos si sus nuevos Centurions funcionan mejor que el que piloto yo.

De repente, un recuerdo salió arrastrándose del pozo en el que Andrew guardaba sus pesadillas y pensamientos desagradables. Dos años atrás, en una nave que viajaba de la Mancomunidad de Lira a la Federación de Soles, Andrew había visto el holovídeo de una batalla en Solaris. Justin tomó parte en aquella batalla y combatió con un Centurión.

En el instante en que se le ocurrió aquella idea, presintió que era Justin el piloto del Centurión de Liao. Sentimientos contradictorios laceraron la mente de Andrew. Sobre todo, se sentía enojado porque consideraba aquel ataque a su planeta como un insulto personal. Es una represalia contra su padre y el Príncipe. Hace más de año y medio, envió a unos asesinos a matamos a mí y a los oficiales de la compañía Delta. Sin duda, sintió un gran placer cuando se enteró de que éramos nosotros quienes protegíamos el premio que quiere conseguir.

Andrew apretó los dientes y sintió un retortijón en el estómago. No, no es posible que ocurriera así. Al menos, el Justin Allard que conocí no era un homicida. No habría enviado a unos asesinos. No lo creí entonces y no tengo motivos para creerlo ahora. Una sensación de náusea le provocó un sabor amargo en la boca. ¿Cómo he podido pensar cosas tan terribles de un hombre que fue mi amigo?

Una tercera emoción agitó a Andrew y su mente retrocedió ante sus implicaciones. Tanto si es el mismo hombre que una vez llamaste amigo como si no, sigue siendo un MechWarrior mejor de lo que tú serás nunca. Ya viste lo que hizo con un Valkyrie en combate con un Rifleman. El Valkyrie perdió el combate, por supuesto, pero aquel Rifleman perdió una cantidad de blindaje que bastaría para construir un Jenner. Ambos llevaréis Centurions de nivel similar, lo que significa que él te lleva ventaja, aunque debe de haber olvidado más cosas sobre la técnica de combate del MechWarrior de lo que tú podrías imaginar.

El rostro del capitán Poiter apareció de nuevo en el monitor principal.

—Ya llegamos, Redburn. ¡Diga a su gente que se prepare!

La voz de Porter arrancó a Andy de sus cavilaciones.

—¡Listos o no, caballeros, vamos allá! —exclamó.

Porter entornó las puertas del módulo de ’Mech antes de que la nave se posara sobre la superficie del planeta. Aterrizó con brusquedad en el suelo y el Jenner de St. Armand ya había cruzado la escotilla antes de que se hubiese extendido la rampa por completo. De Ridefort y Bisot utilizaron los retrorreactores para salir del interior de la nave. Formaron un perímetro defensivo mientras el Centurión de Redburn salía torpemente de la Defiant.

El Centurión señaló al oeste con el cañón automático.

—Vámonos —dijo Redburn—, pero mantened mi velocidad. —Hizo avanzar su ’Mech por la carretera a 68 km/h, su velocidad máxima—. Vuestras rápidas máquinas podrán usar su velocidad en cuanto entremos en combate. No falta mucho para eso.

La voz de bajo de Gerald de Ridefort retumbó en el casco de Andrew a través de los altavoces.

—¿Cuáles serán las normas de combate, señor?

Andrew tragó saliva.

—Si algo se mueve, destruidlo. Primero atacaremos y luego ya pediremos disculpas.

Después de doblar un recodo de la carretera y subir una leve cuesta, los Valkyries empezaron a dejar rezagado al Centurión. Andrew vio una serie de brillantes fogonazos, como flechas, que surgían de un soto sombrío situado a la izquierda.

Dos Ravens escondidos allí habían disparado sendas salvas de MCA. Las explosiones sacudieron el Valkyrie de De Ridefort. Dos misiles reventaron el blindaje del grueso muslo izquierdo del ’Mech, mientras que otro le envolvía el tobillo derecho en un halo de llamas anaranjadas. El último misil detonó bajo la puntiaguda barbilla del Valkyrie y le levantó bruscamente la cabeza al tiempo que le arrancaba varias planchas de armadura. Los misiles que fallaron el blanco salpicaron la ladera de la colina con brillantes explosiones de colores bermellón y dorado.

El Valkyrie de De Ridefort se alejó a trompicones de la emboscada y Andrew hizo girar su Centurión hacia la arboleda. Levantó el cañón automático. El retículo dorado del punto de mira cruzó la pantalla holográfica de Andrew como un meteorito y se centró en un objetivo. Parpadeó una vez, confirmando la localización de un blanco, y Andrew apretó el gatillo.

El cañón automático Luxor gruñó como una bestia salvaje y vomitó fuego y metal. Balas trazadoras fosforescentes dibujaron líneas de luz desde la boca del arma hasta el objetivo y se dispersaron en agudos ángulos cuando sus fragmentos rebotaron en una nube de placas de blindaje destrozadas. Una luz plateada brilló con una vivida luz en el costado derecho de un Raven; los cartuchos del cañón automático le arrancaron el ala derecha y la lanzaron por los aires.

El Jenner de St. Armand proyectó cuatro rayos de láser medio en el bosquecillo, que hicieron arder los árboles que tocaron. Tres de aquellas lanzas de energía perforaron el Raven que todavía estaba intacto. Dos rayos convirtieron el blindaje de la pata izquierda en chorros de líquido y dejaron al descubierto los músculos de miómero y los huesos de ferrotitanio. El otro rayo abrió una brecha en el vestigio de ala izquierda del ’Mech.

El segundo Raven, definido por el ordenador de Andrew como «Beta», disparó sus dos láseres medios contra el Valkyrie de Bisot. Los rayos desgarraron como zarpas el pecho del ’Mech. La coraza fundida resbaló sobre las brechas abiertas en la carne de cerámica del 'Mech, pero no logró penetrar más allá de su gruesa piel.

De manera sucesiva, Bisot y De Ridefort —que había recuperado el control de su ’Mech— apuntaron sus láseres hacia el Raven Beta. Ambos láseres dispararon sendos rayos intermitentes. El disparo de De Ridefort falló, pero el de Bisot dio en el blanco. Su láser prendió fuego en el costado izquierdo del Raven y le rebanó varias planchas del blindaje como un leñador al talar un tronco.

El otro Raven. Alfa, lanzó una nueva andanada de MCA contra el Valkyrie de De Ridefort, pero los misiles pasaron lejos de su blanco. Pese a la desconfianza de Andrew ante el daño que podía causar el recalentamiento a su ’Mech, unió los objetivos de sus MLA y su cañón automático. Esto ha de acabar ahora. Centró el punto de mira en el Raven Alfa y lo disparó todo.

Los MLA del Centurión perforaron la oscuridad de la noche y la sacudieron con los estroboscópicos fogonazos de media docena de explosiones. Saltaron pedazos de blindaje de la pata y el brazo izquierdos del Raven como hojas levantadas por el vendaval. La tormenta de proyectiles del cañón automático arrancó la coraza del pectoral izquierdo del Raven como si fuera la piel de una naranji. El Raven se tambaleó, abrumado por la brutalidad del ataque, y se sentó en cuclillas.

El Raven Beta disparó una andanada de MCA contra el Valkyrie de Bisot. Los misiles impactaron en el 'Mech humanoide dibujando una línea recta. Uno estalló en el blindaje del pecho, ya debilitado por los efectos del láser, mientras que otros dos explotaron sobre el brazo izquierdo. El cuarto y último misil detonó en la cabeza del Valkyrie, pero Bisot resistió aquel impacto, que había desgajado varios fragmentos de blindaje.

El Jenner de St. Armand volvió a concentrar su fuego en el Raven Beta. El piloto del Raven hizo una maniobra para apartarse y sólo dos rayos lo alcanzaron. Uno de ellos atravesó la deteriorada coraza del ala izquierda del ’Mech y salió por el otro lado. Una lluvia de chispas brotó de la herida y el ala se torció hacia el suelo al fundirse las fibras de miómero.

Los daños en el ala y un efecto incontrolado de rotación hicieron perder el equilibrio al Raven. Giró sobre su pata izquierda justo a tiempo para que el segundo rayo del Jenner rasgase el blindaje del costado derecho. De Ridefort y Bisot sumaron sus láseres al ataque y acertaron de lleno al acosado Raven. El disparo de Bisot perforó la pata derecha del ’Mech e introdujo parte de la coraza semifundida en la dislocada juntura de la rodilla.

El Raven tropezó con la pata dañada y retrocedió a trompicones hacia la derecha. Aquel movimiento dejó al descubierto el flanco izquierdo del Raven a De Ridefort, quien disparó un rayo láser que atravesó las piezas vitales del ’Mech y desencadenó una serie de explosiones en el depósito de MCA. Como una ristra de petardos, las detonaciones se sucedieron una tras otra, formando una bola de fuego que creció hasta convertirse en un brillante sol. Su cegadora luz blanca redujo el esqueleto del Raven a la mínima expresión y luego lo consumió vorazmente.

Andrew ordenó al Centurión que echara a correr por la ladera de la colina al ver que el Raven Alfa se incorporaba y huía bajando por la otra vertiente. Hemos perdido demasiado tiempo para ir en pos de él. Hemos de llegar a la fábrica. Andrew marcó la frecuencia de la nave Defiant y dijo:

—Porter, hay uno que se dirige hacia ustedes. Destruyanlo. —Andrew volvió a la frecuencia de órdenes antes de que Porter le contestara—. Recordad, chicos: tienen una Leopard por ahí, o sea que será mejor que no hagáis ninguna tontería.

Al llegar a la cima de la colina, Andrew conmutó los rastreadores de Starlight a infrarrojos. La pantalla holográfica cambió de negro con trazos de tono verde oscuro, a un surrealista paisaje bañado en los colores del arco iris. Los hombres y las máquinas irradiaban rastros de calor blancos y amarillos. A la derecha, vio la silueta de un Vindicator y media docena de traviesas bolas de luz que identificó con hombres que corrían. En la fábrica vio un Centurión junto al edificio y observó cómo una figura humana saltaba del tejado del laboratorio a la carlinga abierta del ’Mech.

—Bisot, De Ridefort, el Vindicator es vuestro. St. Armand… —La voz de Andrew se apagó mientras su espíritu se rebelaba ante la posibilidad de ordenar a un ’Mech que atacase a la infantería.

—Estoy buscando bichos, «capi» —sonó la voz de St. Armand.

El Vindicator, que parecía un gigante de forma humana, salvo por el cañón de proyección de partículas que constituía su antebrazo derecho, avanzó para impedir que el Jenner persiguiera a los que huían. Levantó el CPP y disparó un rayo azulado artificial, pero el dentado chorro de energía voló lejos del Jenner. El rayo impactó en un pino y lo transformó de inmediato en una antorcha que explotó en un millón de astillas encendidas.

Ambos Valkyries lanzaron sendas andanadas de MLA hacia el Vindicator. Los misiles estallaron en ambos extremos del CPP, le arrancaron todo el blindaje y dejaron al descubierto sus brillantes bobinas azules de carga. Cinco misiles chocaron contra el pectoral izquierdo del Vindicator y destrozaron las escotillas que protegían las toberas de los afustes de MLA del pecho del ’Mech; sin embargo, no lograron causar daños graves. Otras dos explosiones abrieron brechas profundas en la coraza de la pata derecha del ’Mech, pero no consiguieron perforarla.

Andrew volvió su atención hacia el Centurión. Seleccionó la antigua frecuencia táctica que había compartido con Justin Allard cuando éste estaba al mando del Primer Batallón de Adiestramiento de Kittery, el grupo que se había convenido en la compañía Delta.

—Eres tú, ¿verdad, Justin?

La voz que respondió sonó más monótona e inhumana que la de un ordenador.

—Huye, Andrew. No te debo nada. No tienes ningún ascendiente sobre mí que te pueda salvar la vida. —El Centurión de Liao se giró hacia Andrew con la plancha facial bien cerrada—. En Solaris maté a hombres mucho más hábiles que tú, capitán. ¿Es que quieres morir aquí y ahora?

¡Cabrón! Andrew centró el punto de mira de sus MLA en el Centurión de Justin y contestó con una andanada. La mitad de los misiles abrieron cráteres en el blindaje del pectoral derecho de Yen-lo-wang. Fragmentos de cerámica semifundida saltaron de la silueta reluciente y dorada del 'Mech en la pantalla de infrarrojos de Andrew, mientras que las brechas abiertas brillaban como ascuas de color anaranjado.

Los otros cinco misiles rodearon la cabeza del Centurión con un halo de llamaradas. Las explosiones hicieron que Yen-lo-wang se tambaleara y le saltaran varios pedazos de coraza. El ’Mech retrocedió a trompicones hacia el laboratorio, derribó una pared y destrozó las ventanas del tercer piso. Andrew reconoció la maestría de Justin con los controles al ver que el Centurión se apartaba del edificio, hincaba una rodilla y se incorporaba con la zurda apoyada en el suelo.

La feroz risa de Justin privó a Andrew de todo sentimiento de euforia.

—Así que al cachorro le han salido los dientes. Muy bien, Redburn. Sigue. —La voz de Justin se redujo a un gélido susurro—. Nunca he pensado que la estupidez sea un motivo para ser compasivo con un enemigo.

Andrew apretó los dientes. ¿Cómo pude llamar amigo a ese hombre? Puso en marcha su ’Mech y se lanzó a la carga dentro del alcance de sus MLA. Quiero que este combate sea sucio y salvaje, no impersonal como un duelo de misiles. Centró la imagen de Yen-lo-wang en el punto de mira del cañón automático y apretó el gatillo.

El feroz chorro de metal de cañón automático impactó en Yen-lo-wang justo debajo de la boca del láser medio, en el centro del pecho. Los fragmentos de coraza saltaron como astillas bajo el filo del hacha y un hilo blanco de calor cruzó la pantalla de Andrew, que sonrió satisfecho. Ha atravesado el blindaje y dañado la protección del motor.

La risa de Justin pasó a insinuar un cierto respeto.

—¡Maldita sea! Y yo, con un chaleco refrigerante estropeado. Has estado bien, Andy, pero no lo bastante. Adiós.

Cuando Yen-lo-wang levantó la boca del cañón automático hacia el ’Mech de Andrew, éste sintió una punzada en el estómago. Hay algo raro en ese 'Mech, alguna modificación que debió de hacerle en Solaris… ¡Oh, no! ¡Lleva un Pontiac!

El estridente gemido del cañón automático de Yen-lo-wang resonó en la noche. Cartuchos de uranio impactaron en el muslo derecho del Centurión. Planchas de blindaje aplastadas se convirtieron en polvo entre chirridos y crujidos. Andrew se imaginó a un animal mordiéndolo en el muslo. Otros cartuchos desgarraron los gruesos músculos de miómero del Centurión y sintió que su ’Mech se estremecía. Se quedó anonadado.

Los proyectiles devoraron como una plaga el fémur de ferrotitanio. Aún resonaban los ecos del hueso al romperse en la carlinga cuando Andrew pugnó por mantener erguida la máquina. El Centurión, que había perdido la estabilidad de manera irremisible a causa de la pata descoyuntada, se inclinó a la derecha, cayó al suelo de costado y rodó hasta quedar tumbado de bruces.

Saltaron chispas por la carlinga como si fueran fuegos artificiales. Dos monitores se estropearon y un tercero mostraba, con imparcial objetividad, los daños infligidos al Centurión. Había perdido la pata derecha y la caída había averiado el cañón automático. Se registraban daños en los sistemas internos y, además, el ordenador informó que, a causa de la postura del ’Mech, el sistema de eyección no podía funcionar.

Andrew sintió las intensas vibraciones de las pisadas de Yen-lo-wang al acercarse y se preparó para el golpe de gracia. Se acabó. Ese cañón automático hará picadillo de esta carlinga.

—Supongo que todavía estás vivo, Andrew —retumbó la voz de Justin en su neurocasco—, y así te dejaré. En Solaris hice este mismo favor a uno de mis enemigos. No cometas el mismo error que él viniendo de nuevo en mi busca. —Hizo una pausa y añadió un comentario sarcástico—. Y no te acerques por Solaris: allí no habrías aguantado tanto.

Andrew clavó el dedo índice en la pantalla táctica del sistema solar.

—Mire, Porter, usted mismo ha dicho que podemos alcanzarlos. Sólo nos llevan, una ventaja de cuatro horas. Si viajamos a 2,5 G y pasamos lo bastante cerca del tercer planeta, ese gigante gaseoso, para conseguir un efecto de honda, alcanzaremos su Nave de Salto antes que ellos. —Se peinó con los dedos sus espesos cabellos de color castaño rojizo—. ¿Por qué ninguno de ustedes puede entenderlo?

Robert Craon intercambió una mirada con el capitán Porter antes de responder.

—Capitán Redburn, entendemos lo que quiere decir, pero sería un suicidio. La Defiant se lanzaría sobre otra Overlord y una Leopard. Todo lo que tiene que hacer la Overlord liaoita es remolcar a la Defiant mientras el capitán Porter intenta alcanzar a la Leopard. No saldría bien.

Andrew lanzó una mirada furibunda a su ayudante.

—¡Entonces, nosotros haremos que salga bien!

La puerta del centro táctico subió hasta el techo. Andrew volvió bruscamente la cabeza y reconoció de inmediato la delgada figura del presidente de TerraDyne.

—Esto es una reunión privada, Anderson. No se admiten civiles.

Anderson entró en la cámara sin decir nada y dejó que la puerta se cerrase a su espalda. Luego pasó una tarjeta de identificación plastificada sobre la pantalla. Mostraba una foto suya, un patrón de retina y el encabezamiento «División de Contraespionaje (DCE)». Sin embargo, el nombre que constaba era el de un tal Richard Dorvalie.

—Salgan —dijo Dorvalie a Porter y Craon—. Y tengan en cuenta que no he estado nunca aquí.

Ambos hombres miraron a Redburn. Andrew abrió la boca para protestar, pero la actitud irritada y desafiante que lo había impulsado hasta entonces, se evaporó. Asintió con gesto cansado. Cuando hubieron cruzado la puerta, Redburn clavó una mirada penetrante en el agente secreto.

—Bueno, ¿qué pasa aquí en realidad?

Dorvalie mantuvo impasible su anguloso rostro.

—Eso no es importante, capitán Redburn. Lo importante es que he recibido un comunicado del Príncipe en el que me pide que le transmita sus felicitaciones.

Redburn se apoyó pesadamente sobre la representación táctica. El ordenador actualizó la posición de las naves y colocó a la Leopard y a la Overlord todavía más lejos de Bethel.

—¿Y qué he hecho para complacerlo? No sabía que dejar que un traidor le averíe a uno el 'Mech se recompensa con una medalla o un comunicado de agradecimiento.

—Déjese de monsergas, Redburn —replicó Dorvalie con una expresión más severa—. La autocompasión es algo impropio de usted. Ha impresionado al Príncipe por haber dividido su unidad y marchado en pos de la Leopard. El grupo principal de su unidad se enfrentó al Cuarto de Rangers de Tau Ceti y capturó un par de ’Mechs pesados. Ustedes despacharon dos Ravens, que, por cierto, hemos enviado al ICNA para que sean examinados, y un Vindicator, Y también identificó usted al piloto del Centurión con el que combatió.

Andrew meneó la cabeza, perplejo.

—¿Qué les pasa a ustedes, los espías? Está intentando consolarme ensalzando que haya descubierto una nubecilla blanca en medio de una borrasca. ¿No se ha olvidado de algo? ¡Entraron en el laboratorio y consiguieron huir! Por lo que respecta a la seguridad, ¡ese laboratorio es como un hemofílico que se hubiera enredado en una planta carnívora!

Dorvalie se permitió una sonrisa, aunque breve y controlada.

—Capitán, ésa es la razón por la que el Príncipe está tan satisfecho y por la que ustedes no van a perseguir a la Leopard.

De súbito, la comprensión cayó sobre Andrew como una pared de ladrillos. Retrocedió hasta la pared y resbaló hasta el suelo.

—¿Fue todo un montaje? ¿Para eso he dejado que un Vindicator enviase al hospital al piloto de un Jenner, con un brazo y una pierna fracturados? ¿Para eso tengo dos Valkyries embalados para mandarlos al taller? ¿Por qué demonios no me informaron para que pudiese prevenir a mi gente?

—Si no hubiéramos aparentado que la resistencia era real, Liao no habría creído jamás que la información que había obtenido era realmente valiosa. Esto no es ningún juego, pero hay ocasiones en que hemos de engañar al otro bando para que haga lo que queremos. Funcionó con la Operación Emboscada y ha funcionado también ahora. Aunque podría habernos costado algunas bajas, gracias a Dios, no ha sido así nuestra jugada podría poner fin a la guerra pronto y poder salvar así innumerables vidas.

—Bien —suspiró Andrew—, me alegro. Me alegro de que Justin Xiang no se haya salido con la suya y el Príncipe se haya podido vengar de él.

Andrew se cubrió los ojos con las palmas de las manos. La próxima vez, me tocará a mí. Y entonces, Justin, seré yo quien ría el último. ¡Ojalá mis carcajadas resuenen en tus oídos cuando mueras!