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Dromini VI

Prefectura de Kessel, Distrito Militar de Dieron, Condominio Draconis

15 de septiembre de 3029

El duque Frederick Steiner hizo una mueca de dolor cuando el guardia draconiano le agarró una mata de su canoso cabello y lo obligó a levantar la cabeza. Steiner, arrodillado y con las muñecas sujetas con unas peculiares esposas en forma de cruz, contempló a su captor, mas sus azules ojos no admitieron la derrota. Me tiene en cuerpo, pero jamás en alma.

Vestido con un shitagi gris y el tradicional zubon negro, Theodore Kurita miró al guardia con expresión ceñuda y apoyó la diestra en la pistola que llevaba en la cadera derecha.

Iie. No trate así al duque. Su rendición no es ningún deshonor para él.

El guardia soltó los cabellos del duque, que cayó en el suelo en cuclillas.

—Gracias, príncipe Theodore —murmuró, e irguió despacio la cabeza al tiempo que aumentaba la emoción en su voz—. Imaginaba que su código de bushido no vería más que pura cobardía en mi acción.

Theodore no contestó directamente a Frederick, sino que ordenó al guardia que le liberase la diestra y luego saliese de la habitación. Contempló la ciudad de Kanashimi a través de la pared de vidrio cilindrado a fin de conceder al duque unos momentos de intimidad para que se desperezase y ejercitase los músculos del brazo.

—Ya tenemos controlados casi todos los incendios —comentó.

Frederick sintió un cierto consuelo, aunque mantuvo el rostro impasible. Han pasado seis horas desde la conclusión de la batalla, pero los incendios siguen ardiendo. Bien. Eso significa que esta misión puede haber logrado algo de provecho.

—Perdone que esa noticia no me produzca un gran regocijo. Preferiría que los incendios estuvieran totalmente incontrolados.

El joven MechWarrior apartó la mirada de la ventana con expresión divertida.

—No esperaba menos de usted, duque Frederick. Es probable que yo sintiera lo mismo en su situación, pues me parece que somos muy parecidos. Siempre supuse que acabaríamos enfrentándonos, pero creía que las circunstancias y el momento serían muy distintos.

El tono contrito de Theodore confundió a Frederick.

—Usted y yo somos MechWarriors, príncipe Theodore. Ahí acaba nuestra similitud. Teniendo en cuenta nuestras vocaciones, ¿no sería éste el único tipo de encuentro que podíamos esperar? Tal vez habríamos podido enfrentarnos en el campo de batalla, pero no veo ningún otro conflicto entre nosotros.

Theodore se dirigió a un aparador y sirvió un poco de sake en dos tacitas.

—Bien, Frederick, como ambos somos MechWarriors, no deberíamos emplear los títulos.

El alto y delgado príncipe ofreció una taza con el licor de arroz a Frederick, aunque la dejó en el suelo para que su cautivo lirano tuviera que inclinarse para recogerla. Luego se colocó lejos del posible alcance de Frederick.

El duque agachó la cabeza ante Theodore para agradecer aquel gesto, que indicaba que podía ser peligroso pese a estar esposado. Frederick se inclinó hacia adelante y cogió la taza.

—¿Como había imaginado nuestro enfrentamiento, Theodore?

El heredero del Coordinador sonrió sin emoción.

—Había imaginado que usted y yo guerrearíamos como jefes de nuestras naciones respectivas. Esperaba que usted ya hubiera sustituido a aquella mujer…

Frederick, asqueado, escupió a un lado.

—Como he descubierto en los últimos días, yo habría sido una marioneta controlada por Aldo Lestrade en caso de haber llegado al poder. No me siento honrado por hacer semejante confesión, pero no es momento de engañarme a mí mismo. Sólo a través del Aldo podría haber derrotado a Katrina Steiner; sin embargo, la espada que me abría el camino al trono se habría convertido en una daga apoyada en mi garganta.

Theodore sorbió un poco de sake.

—Soy consciente de ello —dijo sonriendo, pero su mirada estaba perdida en la distancia—. Había dictado órdenes a algunos de los Nekekami de matar a Lestrade en cuanto tuviera éxito su plan de convertiros en arconte.

El fuerte líquido quemó el pecho de Frederick y le calentó el estómago.

—No debería resultar difícil enfrentarse a un títere sin titiritero.

—Subestima mucho su capacidad como líder militar —dijo Theodore, dejando la taza sobre el aparador para tener las manos libres—. Estando usted en el trono, la Mancomunidad de Lira y el Condominio Draconis podrían haber librado una guerra gloriosa. Usted habría descubierto que yo había ordenado la muerte de Lestrade y habría lanzado las fuerzas de Skye contra mí. Habría sido espectacular… Una lucha abierta por el poder militar, el cumplimiento definitivo del bushido para todos los que intervinieran.

Frederick se rio con desdén.

—Es fácil para usted imaginar una batalla semejante, siendo el vencedor y teniéndome encadenado.

Theodore se volvió e hizo un ademán hacia la pared acristalada y las finas columnas de humo gris que se alzaban de media docena de emplazamientos.

—En cierto modo, todo esto ha aumentado la estima que siento hacia usted. Vino con un regimiento de choque para destruir los suministros necesarios para una invasión, consciente de que se enfrentaría a un número de defensores tres veces superior al suyo, como mínimo.

»Con su liderazgo, sus MechWarriors sublimaron sus propios sueños de gloria personal. Combatieron como unidades, casi con mentalidad de colmena, en un ineluctable propósito de alcanzar sus objetivos. Cuando uno caía, otro ocupaba su lugar. Los que habían sufrido daños, seguían combatiendo fuera de toda lógica y obligaban a mis hombres a destruirlos antes de que pudieran seguir al grueso de su fuerza de ataque. Muchas de las compañías alcanzaron sus objetivos y causaron una gran destrucción antes de que pudiéramos detenerlos. Fue magnífico.

—¿Y lo estropeé todo al rendirme? —preguntó Frederick.

—No, en absoluto. Usted exigió a la Arcontesa la promesa de que dejara una Nave de Salto para que rescatase a los supervivientes y le aseguró que usted no estaría entre ellos. Luego negoció un trato conmigo, entregándose a cambio de que dejara con vida a algunos de sus hombres. Debe recordar que el bushido exige no sólo perfección en el arte de la guerra, sino perfección en el arte de ser un guerrero. El hecho de que sienta compasión y preocupación por su gente forma parte de ello y, por tanto, no significa ninguna deshonra.

Frederick se mantuvo impávido. Si estuviera en mi pellejo, me solicitaría permiso para hacerse el seppuku para limpiar de vergüenza el nombre de su familia. Esta misión era mi acto de expiación. Ahora, tras haber sobrevivido a todo, no deseo morir. ¿Invalida esto lo que intenté hacer?

—¿Están siendo sacados mis hombres del planeta?

—Sí. Hace unas dos horas, su Nave de Salto partió del punto de salto pirata para acudir al encuentro de ellos. La Nave de Descenso despegó hace una hora y debería acoplarse con ella dentro de un día o dos. —Frunció ligeramente el entrecejo—. Lamento decirle que su asalto, pese a su valentía, no logró destruir suficientes suministros como para desbaratar mis planes. Con las Naves de Salto ya en el interior del sistema, dispongo de los transpones necesarios para traer los abastecimientos que requiero para la invasión. Conti y la Quinta Espada llegarán la próxima semana y traerán más suministros. Como máximo, su acción me ha retrasado una semana. Lo siento.

—No tanto como yo.

—Así habla un guerrero. —Theodore alzó su taza hacia Frederick—. Brindemos, Frederick. Por lo que pudo haber sido… el regreso al estilo honorable del guerrero.

Cuando la Nave de Salto lirana Tyr partió de su posición entre las siete Naves de Salto del Condominio que seguían recargándose, en un punto de salto pirata lejos de Dromini VI, expulsó todos los desechos producidos durante el tiempo de espera. Las aguas residuales cristalizaron de manera instantánea en relucientes fragmentos de hielo, mientras que los restos más sólidos se alejaban de la nave y caían poco a poco sobre la flota kuritana y el planeta que giraba más abajo.

Ocultos en sacos plateados marcados con el emblema amarillo y negro utilizado para identificar materias biológicas peligrosas, catorce agentes de Loki, dependientes del Cuerpo de Inteligencia Lirano, flotaban en dirección a las Naves de Salto enemigas. Cada agente guiaba su saco hacia la nave que tenía asignada mediante un paquete propulsor para infantería aeromóvil, especialmente modificado para aquella misión. Aunque se dirigían a las naves por parejas, sus cometidos habían sido elegidos al azar y concebidos por un programa de ordenador que seleccionaba de manera aleatoria los ataques óptimos mínimos necesarios para inutilizar una Nave de Salto. Ningún agente sabía quién era enviado a su misma nave. Así, no podría delatar a su compañero en el caso, altamente improbable, de que fuera capturado con vida.

James, que había sido educado desde su nacimiento para ser agente de Loki, sentía los latidos de su corazón mientras la Nave de Salto Samayou Hito, de clase Monolith, ocupaba por completo la diminuta ventanilla de su saco. Los dobles sensores largos y plateados situados en la proa de la nave parecían unos gigantescos ojos compuestos y acentuaban su aspecto de avispa. Los brazos móviles unidos al trío de collares de acoplamiento espaciados a intervalos regulares a lo largo del cuerpo de la nave, estaban en posición de repliegue; a pesar de ello. James torció su vehículo ameboide hacia el brazo situado en medio de la nave. El colector solar en forma de rosquilla, desplegado en todo su esplendor, colgaba de la popa de la nave para absorber la energía necesaria para recargar los frágiles propulsores Kearny-Fuchida.

Al cabo de una hora de vagar por el espacio, James llegó a los brazos de acoplamiento centrales de la Nave de Salto. De lejos parecían los brazos mecánicos que utilizaban los robots mineros en atmósferas hostiles. Cuando estuvo cerca de ellos, el agente de Loki vio su verdadero tamaño. Cada uno de los dos dedos gemelos era un cilindro de seis metros de diámetro, en cuyo extremo había un collar de acoplamiento. Al extender los brazos, seis Naves de Descenso podían acoplarse a la Nave de Salto. Si se contaban los tres collares de acoplamiento montados en el casco de la nave, se obtenía un total de nueve Naves de Descenso que podían acoplarse al mismo tiempo. Teniendo en cuenta aquella capacidad, a James ya no le cabía ninguna duda del motivo por el que la Nave de Salto de clase Monolith era la más apreciada en los Estados Sucesores, ni de que realizar su misión con éxito era un factor de máxima importancia.

Impulsó el saco hasta el interior de las fauces abiertas de uno de los dedos. Luego desgarró su plateado forro con un vibropuñal. Salió al exterior, plegó el saco y lo guardó en un bolsillo de la pernera del mono gris que llevaba sobre el ajustado traje de vacío. Por unos instantes, le complació que el Condominio Draconis aprobara el dar a sus asTechs unos uniformes tan prácticos. Pero ahogó aquella ínfima emoción tal como se le había enseñado.

—La razón es el motor que nos impulsa —murmuró, como si fuera un mantra—. La pasión con el éxito es el único combustible con el que lo alimentamos. Mente despejada y victoria limpia.

Avanzó por el tubo a tientas. Cuando se había adentrado unos cien metros, llegó ante la gran escotilla, de funcionamiento similar al de un iris. Estaba cerrada para impedir que saliera al exterior la atmósfera de la nave. A la izquierda encontró la estrecha puerta por la que pasaban los asTechs que salían a supervisar las maniobras de acoplamiento. Aunque la misión había ido bien hasta entonces, James se sentía pesaroso: una Nave de Salto kuritana había partido para llevar a cabo una tarea aislada y había quedado fuera del ámbito de aquella operación. Por lo tanto, la misión de los equipos de Loki no tendría un ciento por ciento de éxito.

James olvidó su decepción y se puso a trabajar. Del bolsillo de la pernera izquierda sacó un delgado paquete de tejido de mylar, lo desplegó hasta que alcanzó una forma oval, escasamente mayor que la escotilla de los asTechs; a continuación, separó con cuidado la banda protectora que cubría su borde adhesivo y la apretó contra el casco de la nave. Comprobó que la adhesión era correcta y se volvió con cuidado para no romper la membrana que lo tenía atrapado contra la escotilla.

Abrió una pequeña bombona de oxígeno que llevaba sujeta al cinto. El siseo de escape del gas aumentó a medida que éste llenaba aquel capullo artificial. Cuando el contador digital de su brazal indicó una atmósfera de presión, cerró la bombona y centró su atención en el mecanismo de apertura de la escotilla.

El agente de Loki extrajo un cilindro de plata del bolsillo que tenía a la altura del pecho y lo introdujo en la redonda cerradura. Pulsó un botón del cilindro y observó el brillo de una luz roja intermitente, mientras la ganzúa automática probaba una combinación digital tras otra de códigos. Por fin, una luz verde brilló en el dispositivo, que fue pronto imitada por el sensor de presión atmosférica de la placa de cierre. James se sintió satisfecho al ver que la presión estaba igualada a ambos lados de la escotilla y la abrió con un chasquido.

Cruzó la escotilla rápidamente y la cerró a sus espaldas. Tiró el paquete propulsor y el casco de visera opaca que había llevado durante el viaje. En el apagado brillo amarillento de las luces de emergencia del brazo de acoplamiento, vio un reflejo de su rostro. De manera involuntaria, se llevó la diestra al rabillo del ojo. Pese a que ya había pasado un mes desde que tenía aquella cara alterada por la cirugía, todavía no se había acostumbrado a aquellos ojos almendrados, ni a los cabellos negros, ni a su tez bronceada.

Nunca se le había pasado por la cabeza que pudiera preferir el encontrar la muerte con su verdadero rostro. Era un huérfano criado por y para Loki y su concepto del «yo» estaba vinculado de forma inexorable al destino de la Mancomunidad de Lira. Se consideraba a sí mismo como un simple glóbulo blanco cuya misión consistía en hacer todo lo preciso con tal de proteger la salud del Estado. Su éxito (y no albergaba la menor duda respecto a alcanzarlo) salvaría la Mancomunidad. El hecho de que él hubiese de morir en el empeño no significaba nada, pues la Mancomunidad se lo había dado todo. ¿Cómo podía negarse a devolverles cuanto él era?

Se quitó los guantes, los tiró, tomó impulso y fue flotando por el brazo hacia el segundo mamparo de presión atmosférica. Utilizó de nuevo la ganzúa automática para abrir la pequeña escotilla montada en el mamparo de la gigantesca esclusa de aire. Atravesó la escotilla, la cerró y se enderezó. Comprobó que tenía el uniforme bien puesto e inspeccionó el interior de la sección de propulsión de la nave.

Como un largo y delgado dirigible comprimido en segmentos, que le daban la apariencia de una descomunal ristra de salchichas, siete tanques de helio rodeaban el propulsor Kearny-Fuchida. Aquel descubrimiento causó unos momentos de desazón a James, pues los informes de espionaje indicaban que la Samayou Hito no había sido provista de tanques secuenciados, sino que mantenía un único sistema general de helio. Como el propósito de la misión era volar los tanques de helio (es decir, inutilizar la Nave de Salto sin destruir el insustituible propulsor K-F), aquel nuevo sistema complicaba las cosas.

Basándose en el principio de que la gente no cuestiona a aquellos que saben lo que hacen, tomó impulso apoyándose en el casco y flotó hasta situarse bajo el tanque de helio más próximo. Localizó el sello que se extendía a lo largo del tanque y sacó un puñado de pasta explosiva grisácea de la bolsa de herramientas que llevaba al cinto. En su centro, oprimió un molde de titanio. Procuró que el fondo del molde estuviera lleno del explosivo plástico y aplicó todo el paquete al acero del tanque. Luego extrajo un pequeño detonador digital de un bolsillo y lo apretó contra la masa explosiva hasta adherirlo a ella. Ajustó el cronómetro a una hora y lo trabó para que sólo pudiera ser controlado con el módulo que llevaba montado en la hebilla del cinturón.

Efectuó la misma operación con tres tanques más antes de que lo descubrieran. Un guardia exigió que saliese de detrás del tanque y le presentara sus documentos de identificación. Como réplica. James estableció en ocho segundos el cronómetro y lo pegó a la pella de explosivo que tenía en la mano; hizo una bola con todo y la arrojó contra el guardia.

La explosión produjo una violenta onda de choque en la atmósfera de gravedad cero, que proyectó a James contra el casco de la nave. Entre la neblina roja y los retales de ropa en que se había convertido el guardia, James vio que otros dos oficiales de seguridad arremetían contra él.

Sonrió y golpeó la hebilla de su cinturón. Se desencadenaron explosiones por toda la cámara, acompañadas de fuego y fragmentos de metal al rojo que volaban por doquier. Espesos jirones de bruma blanca invadieron la atmósfera por efecto del helio líquido, que había comenzado a manar a través de los orificios abiertos en los tanques. Los asTechs y guardias kuritanos comenzaron a gritar cuando una oleada de frío los bañó e inmortalizó en sus rostios el terror de sus últimos momentos de vida.

James, cuyo cuerpo congelado se hizo pedazos en el momento en que la onda expansiva lo lanzó de nuevo contra el casco de la nave, no podía haber imaginado una muerte más feliz, fuera cual fuese su rostro.

Theodore Kurita bajó su taza de sake y dijo:

—¿Sabe, Frederick? Sólo lamento que este ataque suyo se haya producido después de que la Genyosha hubiera partido del planeta. Estoy seguro de que, mientras se acercaba con sus tropas, vio cómo sus Naves de Descenso salían del sistema. Me habría encantado presenciar un duelo entre Yorinaga Kurita y usted.

Frederick esbozó una sonrisa.

—No habría sido un gran combate, y usted lo sabe tan bien como yo. Por lo que he entendido de los informes referentes a la campaña de enero en Northwind, Yorinaga Kurita sólo tiene una idea en su mente. Dudo que usted pudiera haberle ordenado que se enfrentara a mí, del mismo modo que no podría impedirle que se enfrentase a Morgen Kell.

Al pensar en Kell, Frederick supo que había de respetarlo, aunque lo odiaba por su firme apoyo a Katrina. Hay algo en su alma que lo impulsa y le da un carisma que yo jamás conoceré. En el Mundo de Mallory, cambió su vida por las de sus hombres, como yo he hecho aquí. La diferencia radica en que él sobrevivió. Aceptar la muerte de buena gana y sobrevivir le dio una fuerza que me habría gustado rozar, aunque fuera una sola vez en mi vida.

Theodore asintió, como si estuviera de acuerdo con el comentario de Frederick, pero el zumbido del visífono que tenía sobre el aparador interrumpió la conversación. Theodore se llevó un auricular a la oreja y giró la pantalla para que Frederick no pudiese ver la imagen del comunicante.

Aun sin oír lo que éste estaba contando al príncipe, las preguntas que ladraba Theodore y la ira que le enrojecía el rostro revelaron a Frederick todo cuanto necesitaba saber. Algo había ido mal, muy mal. Sea lo que sea, me alegro de haber estado aquí para verlo, pensó.

Theodore dio un manotazo al visífono, que se estrelló contra el suelo entre las tazas de sake y las jarras de cristal de otras bebidas. Se revolvió con los ojos ardiendo de ira y señaló con furia al noble lirano cautivo.

—¡Hijo de perra! ¿Cómo puede quedarse ahí sentado, oyéndome hablar de honor y mostrándose de acuerdo conmigo, mientras planeaba una traición semejante?

Theodore desenfundó su pistola.

—No tengo ni idea de lo que está hablando —respondió Frederick, y devolvió la mirada a Theodore en actitud desafiante.

Theodore lo escrutó por un segundo.

—No, usted no habría recurrido a una artimaña tan vulgar. Su prima ha enviado a agentes de Loki para que inutilizaran las Naves de Salto de mi flota. Han reventado los tanques de helio de cuatro de ellas. Dos tienen destruidos los sistemas de recarga solar, mientras que la última ha perdido el motor de mantenimiento en la estación y deriva hacia el sexto planeta, aunque las demás naves deberían poder estabilizar su órbita. —Theodore bufó de rabia—. Lo que usted no consiguió honrosamente en combate, ella lo ha conseguido con una argucia.

La mirada de Frederick, como el cañón de la pistola con la que le apuntaba Theodore, no vaciló ni un momento.

—Ha de acostumbrarse a ello, Theodore. Así son las cosas. Los políticos siempre traicionarán a los guerreros, porque lo que nosotros respetamos como convenciones de la guerra, ellos lo explotan como debilidades nuestras.

Frederick sonrió y sintió una sensación de plenitud cuando el dedo de Theodore apretó el gatillo.