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Nueva Avalon
Marca Crucis, Federación de Soles
10 de septiembre de 3029
Hanse Davion se sentó en la cama, irritado. Lanzó una mirada a la pantalla de su visor de holovídeo e hizo un esfuerzo por dejar el mando a distancia donde se encontraba, en la mesita de noche. No, Hanse, no vas a ver otra vez ese editorial. No importa cuántas veces lo veas: las palabras no van a cambiar. Emisoras Nueva Avalon tiene todo el derecho del mundo a decir lo que quiera. Forma parte del juego. Acabo de recibir la noticia de que la sexta oleada ha conquistado planetas situados entre el frente y Sama. El editorialista no estaba informado de este éxito, pero eso también es parte del juego.
Aunque se encontraba solo en su dormitorio, el Príncipe se contestó a sí mismo en voz alta.
—¡Tal vez, maldita sea! Pero esto se parece demasiado a una venganza personal… —Apartó las sábanas y bajó de la cama vestido sólo con sus pantalones cortos de MechWarrior—. Rechacé la petición de Karl Green de destinar a su hijo a un área pacificada, algo que el chico tampoco quería, y ahora Green emplea su compañía de holovisión para criticar esta guerra como una agresión absurda.
El Príncipe contempló las luces del Instituto de Ciencias de Nueva Avalon a través de las cortinas de la ventana. Sé realista, Hanse: te ha dolido que te describiera como un hombre que ha separado a los hijos de sus madres y a los maridos de sus mujeres para satisfacer su loca ansia de poder. Sugiere que eres incapaz de simpatizar con los ciudadanos de a pie de tu reino…, que eres un dictador implacable…
Se volvió y miró su lecho vacío. ¿Sería él capaz de entender que yo también he sufrido una separación y una pérdida a causa de la guerra? ¿Creería que yo sólo tenía la opción de combatir con Liao en su propio reino antes de que él lo hiciese en el mío?
La voz interna de Hanse le respondió: Para un hombre como ese, todas las explicaciones no son más que mentiras que encubren otras mentiras. Encontraría motivos más profundos y siniestros para tus actos. Basta que le digas lo que quieres que sepa, para que él pretenda ir más allá. También eso forma parte del juego y la clave del triunfo consiste en no demostrarle hasta qué punto te molestan sus ataques.
—Pero ¿le creerá el pueblo…, mi pueblo? —continuó en voz alta, frotándose su barbilla sin afeitar—. ¿Ha comprendido la verdad mejor de lo que yo alcanzo a ver? Cuando accedí al trono, me consideraba como un guardián del reino de mi hermano, pero eso ya lo superé hace tiempo. ¿Me he convertido en una especie de dictador para obtener un beneficio personal?
Una Nave de Descenso que sobrevolaba el cielo a escasa distancia del ICNA llamó la atención del Príncipe, que sonrió al verla.
—Mientras las Naves de Descenso sigan trayendo los restos de los ’Mechs de Liao, probablemente Green no encontrará mucho apoyo. Los verdaderos patriotas no escuchan nunca a quienes protestan por una guerra victoriosa.
Cuando la Nave de Descenso aminoró su marcha para posarse en el suelo, a Hanse le asaltó una duda. ¿Estaba prevista la llegada de un envío hoy? Fue a su escritorio y descolgó el visífono para comunicarse con la torre de control del espaciopuerto de Nueva Avalon.
—¿En qué puedo serviros, Alteza?
Hanse devolvió la sonrisa al joven técnico.
—Esa Nave de Descenso que ha venido en un vector del ICNA… ¿qué es?
El técnico palideció. Se volvió, pero estaba tan nervioso que se olvidó de desconectar el micrófono.
—Henry, estamos perdidos. Esa Nave de Descenso ha despertado al Príncipe. ¿Cómo que qué príncipe? ¡El Príncipe, idiota! ¿Cómo se llama esa nave?
Henry, fuera del foco de la cámara, vociferó su respuesta. Hanse la oyó antes de que el técnico le transmitiera el mensaje y se quedó anonadado.
—¡Establezca comunicación con el mando táctico y ordéneles que lancen sus cazas! ¡Esa nave no es la Camelot!
El técnico se quedó boquiabierto.
—¿Cómo…?
—No importa cómo lo sé. ¡Obedezca!
Hanse cerró la conexión y se volvió hacia la puerta. Esa nave es falsa. No puede ser la Camelot, porque sólo un puñado de personas sabemos que la Camelot está llevando a mi esposa de vuelta a Tharkad.
Hanse salió de su habitación como una centella. Los dos guardias que estaban apostados ante su puerta, sorprendidos, se apresuraron a ponerse firmes.
El Príncipe, descalzo, pasó entre ellos y recorrió largos pasillos de mármol por los que no había pasado desde la casi olvidada época en que jugaba con su hermano Ian. Al final de uno de aquellos corredores, pulsó el botón de llamada del ascensor, pero la impaciencia lo venció y optó por bajar corriendo las escaleras. Tres tramos más abajo, en el subsuelo del palacio, llegó a su meta.
Encendió las luces del hangar de ’Mechs, jadeando por el esfuerzo y el nerviosismo. La cavernosa estancia, despojada del batallón de 'Mechs que pertenecían a la Guardia Pesada, empequeñecía el único 'Mech que la habitaba. La máquina de guerra, alta y de figura humanoide, con un enorme CPP en forma de pistola en la mano izquierda, contemplaba a Hanse como un caballo de guerra miraría al caballero que lo montaba.
Hanse sonrió y cruzó corriendo el hangar hasta la escalerilla de mano que colgaba desde la carlinga del ’Mech al suelo. Ha pasado mucho tiempo… demasiado. Trepó con ansiedad por el ancho pecho del ’Mech, el sobrecogedor BattleMaster.
Han traído la guerra aquí, porque han olvidado algo. Han olvidado que, antes de convertirme en príncipe de la Federación de Soles, mi trono era una silla de mando, mi corona era un neurocasco, y mi reino era el campo de batalla. A partir de hoy, nadie volverá a olvidarlo.
Las largas zancadas del BattleMaster salvaron los cinco kilómetros que separaban el palacio y el campus del ICNA con tanta facilidad como un guepardo caza un antílope. Hanse aceleró su ’Mech hasta su máxima velocidad por el Parque de la Paz de Davion, dejando huellas de veinte centímetros de profundidad en el terreno. Apenas era consciente de lo que había a su alrededor y únicamente eludió los monumentos diseminados por el área porque temió que alguna colisión pudiera causar daños en el ’Mech. Había desaparecido el príncipe que había presidido las sentimentales dedicatorias de aquellos monumentos; en la carlinga del BattleMaster sólo había un hombre obsesionado por la táctica y la estrategia del próximo combate.
Las llamas que se alzaban de los colegios mayores del ICNA iluminaban las siluetas de los ’Mechs de los Comandos de la Muerte y amenazaban con averiar su pantalla de infrarrojos. De manera inconsciente, Hanse conmutó la modalidad de rastreo a luz normal mientras irrumpía en la refriega. El CPP que empuñaba el BattleMaster en la zurda reventó el blindaje trasero de un Panther y diseminó fragmentos de coraza y piezas fundidas. El Panther se movió hacia adelante y explotó cuando el motor de fusión incendió el depósito de MCA.
Un Marauder se volvió para hacer frente al Príncipe y le apuntó con un enorme brazo; pero Hanse, irritado, lo apartó de un manotazo de su BattleMaster. El CPP del Marauder impactó en un pequeño cuartel para el cuerpo de guardia y su cerúleo rayo redujo el edificio a escombros y astillas encendidas. El ’Mech liaoita, al ver que había fallado su primer ataque, giró para poner en acción su otro brazo.
Hanse Davion, sentado con el cuerpo erguido en la carlinga del BattleMaster, meneó la cabeza. ¡Es imposible que te coloques detrás de mi! Inclinó su ’Mech hacia el Marauder y le golpeó el tórax con el hombro. El desgarbado ’Mech liaoita se tambaleó y cayó de espaldas, manoteando en el aire como una tortuga vuelta sobre el caparazón.
Hanse vio un movimiento en su pantalla de 360 grados y giró el ’Mech a la izquierda. Con la pistola-CPP, asestó un mazazo al Griffin que se aproximaba a su desguarnecida espalda. La gigantesca arma explotó al golpear el rostro del Griffin. Este retrocedió dando vueltas mientras surgía una columna de humo de su carlinga destrozada. Por fin, se desplomó como un ser humano de carne y hueso.
Los demás Comandos de la Muerte fueron alertados por las frenéticas llamadas del Marauder y dejaron sus tareas de destrucción para encararse con el ’Mech de Asalto que estaba entre ellos. Hanse los maldijo en silencio. ¡Rayos! ¡Son demasiados! Lo dominó una hosca determinación, mientras sus venas ardían de ira. ¡Al infierno con las proporciones y los números! Ellos han atacado mi hogar. Si he de morir en esta guerra, que sea aquí.
Hanse centró el punto de mira en un Locust y disparó sus cuatro láseres delanteros. Los cuatros rayos convergieron en el pecho del ’Mech con aspecto de pájaro y lo abrieron como si fueran el escápelo de un cirujano. Luego atravesaron el motor de fusión y el plasma recalentado manó del corazón del ’Mech como pus de un furúnculo. El Locust desapareció con un fogonazo de brillante luz y calor.
Cuando el enemigo devolvió el fuego, Hanse giró su pesada máquina de guerra a la derecha. Hizo caso omiso de los haces de luz coherente que abrían cicatrices en el pecho del BattleMaster y tiró los restos destrozados del CPP. Apenas percibió la lluvia de misiles de corto y largo alcance que acribillaban el 'Mech y lo sembraban de cráteres. A pesar de las estruendosas explosiones y el arco iris de luces creadas por el contraataque liaoita, nada logró atravesar sus defensas.
El BattleMaster agarró el brazo derecho del Marauder caído. Hanse apoyó la pata derecha del ’Mech sobre el torso del Marauder, y le aplastó el blindaje, deformándole el esqueleto. Dio un tirón a sus músculos de miómero y arrancó el brazo del Marauder. Saltaron chispas del destrozado hombro del 'Mech; el metal y el blindaje chirriaron como si el Marauder estuviera vivo y gimiera al ser desmembrado. Del mismo modo que el legendario Beowulf había alzado el brazo amputado de Grendel, Hanse Davion blandió la extremidad del Marauder con aire triunfante ante sus enemigos.
A excepción de aquellos momentos que se grababan en su conciencia a causa de las estroboscópicas explosiones o los hirientes resplandores de la furia azulada de un CPP, la escena que aparecía ante Hanse no era más que una confusa mancha para él. El BattleMaster se abalanzó sobre los 'Mechs enemigos como un oso entre una manada de lobos. Un Stinger encendió sus retrorreactores en un intento de escapar, pero se alzó demasiado lento sobre dos columnas gemelas de llamas de iones y el hombro del BattleMaster lo golpeó en la rodillas. El ’Mech ligero dio una vuelta de campana y fue a chocar de cabeza contra el suelo detrás del príncipe de la Federación de Soles; la carlinga quedó aplastada y el piloto murió instantáneamente.
Al embestir entre sus filas, Hanse convirtió a los Comandos de la Muerte en los peores enemigos de sí mismos. A unas distancias tan cortas, cada disparo fallado acertaba en un compañero de manera casi invariable; en unos pocos casos, los pilotos enemigos llegaron a chocar uno contra otro. En la caótica refriega, se dispararon rayos láser que desintegraron los blindajes del amigo y del enemigo por un igual. Sólo Hanse, que combatía solo, podía atacar sin temer que pudiera dañar a un aliado.
Hanse hacía girar y revolverse el ’Mech con la agilidad que sólo un MechWarrior de primera categoría puede transmitir a su máquina. Una y otra vez, se presentaba como blanco para desvanecerse antes de que lo atacaran. Golpeaba a cuantos se acercaban blandiendo el brazo del Marauder como una maza. Aplastó el costado derecho de un Centurión de un manotazo y lo arrojó en brazos de un Crusader. Hanse dejó que la inercia le hiciera dibujar un círculo completo, levantó el brazo y asestó un golpe a un Cicada bajo la barbilla que lo tumbó de espaldas.
La escotilla de vidrio polarizado del BattleMaster saltó en pedazos cuando un MCA explotó sobre ella. Cayó una lluvia de cristales sobre Hanse, quien sintió los afilados bordes de los fragmentos en su brazo izquierdo. La sangre comenzó a gotear sobre la silla de mando. Hanse entornó los ojos y agarró con más fuerza la palanca de mando de la mano izquierda. Aquí tiene, señor Green. Estoy sangrando por la Federación de Soles. ¿No tengo derecho a exigir lo mismo de mi pueblo?
Hanse agitó su improvisada maza y la dejó caer como un matamoscas sobre el Scorpion liaoita que tenía a su derecha. El golpe aplastó al cuadrúpedo ’Mech, destrozó el afuste de misiles y separó sus cuatro patas en cuatro direcciones distintas. Los misiles dañados en el depósito interior comenzaron a explotar y la caja saltó por los aires.
Hanse, horrorizado, contempló cómo el fuego se propagaba por el cuerpo del Scorpion. ¡Salta! ¡Salta!, pensó con frenesí, y su corazón dio un brinco cuando la escotilla salió despedida y se perdió en la noche; sin embargo, en vez de elevarse una silla de mando sobre unos reactores de eyección, fue una llamarada incandescente lo que brotó de la abertura de la carlinga. La máquina implotó y sólo dejó una densa columna de humo negro que señalaba el fin del piloto.
Hanse levantó la mirada y vio unas explosiones que se alzaban detrás de los Comandos de la Muerte y avanzaban hacia su posición. También vio que los BattleMechs de Liao se apartaban de él para afrontar aquella nueva amenaza. Sintió una oleada de alivio, pero la reprimió. La batalla no termina hasta que llega a su fin. Destruyó otro ’Mech liaoita con sus láseres y siguió combatiendo.
Hanse frunció el entrecejo cuando el médico envolvió su pecho desnudo con una venda.
—Doctor, usted mismo ha dicho que los cristales no me han dañado los músculos. Me ha suturado las heridas, las ha untado con bálsamos y me ha envuelto el brazo con tantas vendas que casi lo ha momificado. —Hizo una leve mueca al sentir una punzada de dolor en el hombro—. No me duele ni necesito ningún cabestrillo. Esto sugiere que sufrí heridas más graves de las que tengo en realidad.
El doctor James Thompson se peinó los cabellos con sus largos y delgados dedos.
—No pretendo faltaros al respeto, señor —dijo en tono enérgico—, pero os repito lo que os dije antes: mientras vos y los Caballeros de Hong Kong estabais repeliendo esos ’Mechs, la infantería de los Comandos de la Muerte saqueaba los centros médico y de investigación. —Señaló una línea irregular de agujeros de bala a lo largo de la pared situada detrás del Príncipe—. Dañaron los equipos de diagnóstico que me habría gustado usar para asegurarme de que todo está en orden. Además, ahí afuera tengo a pilotos del Equipo Banzai amontonados como leña, así que no quiero oír quejas de un paciente malhumorado que necesita más a una costurera que a un médico. ¿Me habéis entendido, Alteza?
Hanse vio que el médico parecía inquieto por haber hablado más de la cuenta, pero lo había vencido su preocupación por sus otros pacientes. En justicia, en un campo de batalla, habrían pasado varios días hasta que me atendiera estas heridas sin importancia. Sólo está cumpliendo con su deber. Hanse asintió y alargó su diestra a Thompson.
—Usted tiene razón, doctor. Le ruego que me disculpe.
La expresión encolerizada de Thompson se diluyó, y éste estrechó la mano al Príncipe. A continuación aflojó la banda del cabestrillo.
—Para las cámaras de holovídeo, podéis levantar los brazos en señal de victoria una sola vez. Luego, que alguien vuelva a introduciros el brazo en la banda. No quiero que se rompa ningún punto, porque no deseo veros aquí otra vez antes de que haya acabado con los demás.
—Sólo una vez —repitió el Príncipe, que bajó de la camilla—. Y gracias, doctor.
Thompson sonrió, asintió con la cabeza y salió de la sala de emergencias por una puerta que lucía el letrero: «Cirugía». Hanse se echó su ensangrentado chaleco refrigerante sobre el hombro derecho y echó a andar por el pasillo del hospital. Vio una multitud de periodistas y cámaras al otro extremo, tras unas puertas cerradas con grandes cristaleras. A mitad de camino había tres hombres que lo aguardaban, y que permanecieron sentados en un sofá hasta que lo vieron aparecer a través de los cortinajes.
Uno de ellos era Quintus Allard, que permaneció rezagado mientras los otros dos se acercaban a Hanse Davion. El Príncipe leyó en sus demacrados rostros como si éstos fueran primeras planas de periódicos. Están preocupados y frustrados a causa de las heridas que sus hombres y mujeres han sufrido frente a los Comandos de la Muerte. Es una ironía que el Equipo Banzai viniera a Nueva Avalon a recobrarse de la devastación de Northwind, sólo para descubrir que el frente les había seguido hasta aquí. Pero si ellos no hubieran estado cerca… Sintió un escalofrío al pensar en ello.
—Me siento incapaz de expresarle cuánto agradezco sus esfuerzos —dijo el Príncipe al doctor Banzai, estrechando calurosamente la mano que le ofrecía—. Me han salvado la vida a un costo increíble para usted y sus hombres.
—Luchamos para proteger el ICNA y estuvimos a punto de fracasar —respondió Banzai, con una expresión distante en sus azules ojos—. El trabajo que se ha llevado a cabo aquí, tanto en la recuperación de conocimientos perdidos como en emprender nuevas investigaciones, es todo lo que impedirá que el ser humano se vea arrojado de vuelta a la Edad de Piedra. Es obvio que Maximilian Liao no es consciente de ello. Si lo fuera, no habría lanzado jamás un ataque tan implacable. Preservar el futuro de la Humanidad ha sido un objetivo que ha merecido el sacrificio realizado por vos y los demás.
—No caiga en la trampa tendida a los supervivientes de las batallas, especialmente a aquellos que sobreviven a ataquen tan feroces como el que acabamos de sufrir. Acabará volviéndose loco si piensa que no ha sido herido o muerto porque no hizo cuanto estuvo en sus manos. No hay escapatoria a esa trampa. Reconozca que fue lo bastante bueno como para mantenerse con vida y que cumplió con su deber. Al fin y al cabo, hemos vencido.
Al ver que Banzai asentía con resignación y su ayudante Tommy Lester tenía una expresión taciturna, Hanse rememoró los últimos momentos de la batalla. Menos de una docena de ’Mechs permanecían en pie, desvencijados y casi destrozados, en una región infernal plagada de cráteres. Su propio BattleMaster, que había perdido el brazo derecho y tenía la pata izquierda desprovista de blindaje y con la juntura de la rodilla fundida, era uno de los más operativos del grupo. Cientos de pequeños incendios ardían en los restos de los ’Mechs destruidos. Unos pocos pilotos, todos ellos mercenarios, caminaban cojeando entre los cuerpos y los escombros que constituían lo único que quedaba de la fuerza invasora. Fue terrible… Ninguno de lospüotos liaoitas hizo siquiera el intento de escapar de sus máquinas. Lucharon hasta el final, incluso cuando les habíamos arrancado las patas y destruido todo su armamento. Nos obligaron a matarlos uno por uno. Nunca he visto una oposición tan fiera y obcecada.
—¿Cómo están sus hombres? —preguntó a Tommy.
El rubio MechWarrior permitió que su expresión se suavizara un tanto.
—Los que han sobrevivido se encuentran bien. Casi todas las heridas son cortes y torceduras. Reno tiene fracturas múltiples en ambas piernas, pero me han dicho que se recuperará sin mayores problemas. Es probable que Rawhide pierda un pulmón; sin embargo, el pronóstico también es bueno. Ahora esperamos a que salga del quirófano.
—Avísenme si necesitan algo, sea lo que sea. E infórmenme sobre el estado de salud de Rawhide.
Tras chocar la mano a ambos, Hanse se acercó a Quintus Allard.
—¿Cómo está tu hija?
—Muy bien, de verdad. Está enfadada porque la tienen en observación. Sólo lograron convencerla de que se quedara cuando le prometieron que le avisarían en cuanto despertarse Kym.
Hanse sintió una punzada de pesar.
—¿Y ella cómo se encuentra?
—Sigue inconsciente, pero todos los indicios son alentadores. —El ministro de Inteligencia, Información y Operaciones miró por encima del hombro al doctor Banzai y agregó—: Cuando Banzai vino del campo de batalla, no le permitieron que cuidase a sus hombres porque los médicos creían que estaría demasiado afectado emocionalmente para trabajar de manera objetiva. Entonces, se encargó de inmediato de atender a Kym, que ya ha comenzado a responder al tratamiento. No recordará los hechos que la dejaron inconsciente, pero se recuperará.
Antes de llegar a las puertas y presentarse ante los periodistas, Hanse detuvo a Quintus, dio la espalda a la muchedumbre que lo esperaba y le preguntó en voz baja y apremiante:
—¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo demonios consiguió aquella nave los códigos de paso correctos para obtener un vector de aterrizaje en el ICNA?
—No he investigado eso todavía —respondió Quintus, meneando la cabeza—, pero supongo que hubo alguna filtración en los territorios ocupados. La mayoría de los planetas que hemos capturado están siendo pacificados, pero aún quedan tropas leales a Liao que operan en ellos. Si oyeron algún rumor…
—¿Acaso nos equivocamos nosotros, Quintus? ¿Y si el mensaje se refería a este ataque al ICNA, y no a una incursión en Kathil?
Quintus, resguardado por el cuerpo del Príncipe de los inquisitivos objetivos de las cámaras, se encogió de hombros.
—No lo creo. Esta mañana hemos recibido por fax un mensaje de Morgan, en el que nos informa de que un contingente de Naves de Descenso liaoitas han llegado al sistema y se dirigen a Kathil. Pasarán un par de días hasta que sepamos que ha sucedido, pero el tono del mensaje era confiado.
—Al menos, sabemos que no habrán de enfrentarse a los Comandos de la Muerte.
—Pero creo que eso es un pobre consuelo, mi Príncipe.
Hanse asintió. Te hemos detenido aquí, Maximilian Liao, y sé que Morgan te frenará en Kathil. Se acabó… Este ha sido tu canto del cisne. Dentro de tres meses, tú y tu loca insensatez habrán pasado a la Historia.
Hanse Davion adoptó una expresión de circunstancias y se volvió para enfrentarse a las cámaras y las preguntas de los medios de comunicación.