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Bethel

Marca Capelense, Federación de Soles

9 de abril de 3029

Justin Xiang se hallaba de pie en el centro del hangar de ’Mechs de la Nave de Descenso Ganju, de clase Leopard, contemplando su BattleMech. Más de cinco veces más alto que él y con un peso de cincuenta toneladas, el Centurión, que era conocido por los amantes de los combates en Solaris VII con el nombre de Yen-lo-wang, se alzaba frente a su dueño. Era de configuración humanoide y su brazo izquierdo estaba rematado en una mano mecánica, mientras que la boca de un cañón automático formaba la terminación del brazo derecho. La plancha facial del ’Mech estaba levantada y una escalera de mano colgaba sobre el pecho de la máquina.

Justin sonrió para sus adentros. Me cuidaste bien en las batallas del Mundo del Juego. Esperemos que también consigas que tenga éxito esta incursión.

Cuando se disponía a subir por la escalera, oyó que alguien lo llamaba. Se volvió, todavía sonriente.

Alexi Malenkov, primer ayudante de Justin en el equipo de crisis, corría con paso desgarbado en su dirección. El joven, rubio y larguirucho, iba ataviado con un mono blanco que lo cubría desde la cabeza —tapada con una capucha— hasta los pies y las enguantadas manos. Del hombro le colgaba una máscara facial opaca que, cuando se la colocaba, le daba una visión nocturna completa además de filtrar todos los humos y gases tóxicos. Llevaba una abultada mochila a la espalda y una bolsa atada a la cintura con todas sus armas, a excepción de la pistola de agujas que llevaba enfundada bajo la axila izquierda.

Justin sonrió todavía más.

—Creo que, si hubiéramos de depositarte en las instalaciones, los chicos de la Federación se rendirían de inmediato —dijo riendo al ver a Alexi—. Tienes un aspecto temible.

Alexi se rio también.

—Gracias. Después de esta incursión me dedicaré a actor de holovídeo. Seguro que conseguiré el papel de héroe musculoso en alguna serie.

—«Malenkov, el mercenario». Ya me lo imagino: muñecos, holovídeos, camisetas… Seguramente ganarás más que el protagonista de la serie «El guerrero inmortal». Espero que te acuerdes de tus amigos cuando seas rico.

—¡Desde luego! —asintió alegremente Alexi, pero enseguida su sonrisa dio paso a una expresión preocupada—. Algunos de los nuestros parecen estar demasiado ansiosos de hacer muescas en sus armas para marcar sus víctimas. Nosotros descenderemos y gasearemos el laboratorio mientras tú y los otros tres pilotos de ’Mechs traéis vuestras máquinas. ¿Qué quieres que haga con los que tienen el gatillo demasiado suelto?

—Nuestros hombres tendrán que devolver el fuego si encuentran enemigos, pero, si empiezan a disparar a diestro y siniestro, habrás de matarlos. —Justin señaló el Centurión y agregó—: Una vez que haya subido a la carlinga, recuerda a todos que vamos a robar los huevos de oro, no a matar la gallina. Cuando hayamos obligado a retroceder a Davion, podremos utilizar a esa gente en nuestro propio beneficio.

Alexi levantó el pulgar.

—Entendido. Buena suerte.

—Igualmente, ciudadano Malenkov —respondió Justin, y le dio un suave golpe en el hombro—. Dispara bien y agacha la cabeza.

Alexi se alejó y Justin subió por la escalera de mano hasta la carlinga de su ’Mech. Trepó con la agilidad de un mono, a pesar de su zurda postiza. Una vez en el interior de la carlinga, se sentó en la silla de mando y tocó un botón situado a su derecha. La escalera de mano se enrolló y la plancha facial del ’Mech volvió a su posición normal. Con un silbido, la carlinga se presurizó.

Justin se bajó la cremallera de su mono negro, dejando al descubierto el chaleco refrigerante que llevaba debajo. Unos tubos de plástico, por los que corría el líquido refrigerante, estaban imbricados en el material de goretex del chaleco, junto a la piel y la capa exterior de tejido antibalas. Justin sacó el cable de alimentación eléctrica del chaleco y lo conectó a una toma situada en el lado izquierdo de la silla de mando. Sintió el hormigueo del líquido corriendo por los tubos y el chaleco comenzó a eliminar calor de su cuerpo.

Se adhirió a la piel los discos de los electrodos de control médico por unos resquicios abiertos en el traje en los muslos y antebrazos. Luego abrió un panel que estaba a la derecha del sillón y extrajo cuatro cables de su interior. Pellizcó los discos adhesivos con las pinzas de sus extremos y enhebró los cables en las presillas correspondientes del chaleco refrigerante, dejando que los enchufes colgaran de su garganta.

Alargando la mano, sacó el neurocasco del estante situado encima del sillón de mando. Se lo colocó sobre los hombros, de manera que descansase cómodamente sobre las hombreras almohadilladas del chaleco y con el anillo del neurosensor apretado contra el cráneo. Una vez que hubo centrado la visera triangular del casco, Justin unió unas tirillas de velcro para mantener bien sujeto el casco y enchufó los cuatro cables de los sensores en las tomas del cuello del casco.

Sonrió para sus adentros. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve en un 'Mech. Lo que estoy haciendo es vital para el desarrollo de la guerra, pero es casi insoportable no poder montar en un 'Mech.

Ante todo y sobre todo, soy un MechWarrior. Nada podrá privarme de ello.

Justin se cogió su zurda metálica con la diestra y apretó los dedos medio y anular hasta dejarlos casi planos sobre el dorso de la mano. Sonó un chasquido y se abrió un pequeño compartimiento en la muñeca. Retiró el panel que lo cubría y un cable saltó al exterior como una serpiente. Introdujo el conector en una toma que se hallaba debajo de la palanca de mando, en el brazo del sillón de mando.

Con la diestra, pulsó un botón del lado derecho del tablero de instrumentos. La voz del ordenador resonó en el neurocasco:

—Soy Yen-lo-wang. ¿Quién se presenta ante el Rey de los Nueve Infiernos?

—Vuestro humilde siervo, Justin Xiang.

Un suave ruido de estática zumbó a través de los altavoces antes de que contestase el ordenador.

—Encontrado patrón de voz. Proceda a enunciar su súplica.

Justin entornó los ojos.

—La venganza es justicia cuando se toma sobre los injustos. Concededme el poder de impartir justicia.

—Autorización confirmada. Puede utilizar todo lo que tengo.

Cuando se desvaneció la voz del ordenador, todas las pantallas del ’Mech se encendieron con múltiples colores. El ordenador llenó el monitor principal con una lectura táctica, en tonos verdes y dorados, de Yen-lo-wang y su inusual armamento. El Centurión había sido modificado para combatir en Solaris. En lugar de los MLA que solían encontrarse en el torso de un Centurión normal, el ’Mech de Justin tenía un depósito de municiones del cañón automático. Por otra parte, el cañón automático Luxor del brazo derecho había sido reemplazado por un cañón Pontiac más pesado, que disparaba su munición a doble velocidad que el Luxor; por eso necesitaba el depósito adicional.

Justin miró de reojo su inerte mano izquierda y el cable de colores que se extendía desde su muñeca. Pensar en mover la mano para manejar la palanca de mando basta para controlar ambos láseres: el delantero y el trasero. La mano derecha se encarga del cañón automático. Pero, con suerte, nuestra pequeña estratagema conseguirá que no aparezca ningún 'Mech y no tendré que disparar contra nadie.

Estableció contacto por radio con el oficial de la Nave de Descenso.

—¿Cuál es la situación ahí afuera, oficial Chung?

El arrugado rostro del anciano ofidal apareció en un monitor auxiliar.

—Al parecer, ciudadano Xiang, la información que usted facilitó sobre el capitán Redburn es correcta. Mostramos la estela de iones de una Nave de Descenso Overlord en un arco bajo que se dirigía hacia la planta de montaje de reactores. Seguimos enviando y recibiendo mensajes de la célula de la Maskirovka en aquella área. Redburn picó el anzuelo y debo felicitarle a usted por ello.

Justin sonrió para sus adentros. Como superior de Andrew Redburn, le enseñé muchas cosas. Andy está distribuyendo a su gente para prepararse ante el descenso de distracción del Cuarto de Rangers de Tau Ceti.

—Por lo que usted puede entrever, ¿ha permanecido la Ganju oculta y a salvo en la sombra del rastreador de la Nave de Descenso de los Rangers?

—Así es, ciudadano. —Chung miró de reojo un monitor y luego se volvió de nuevo hacia la cámara de comunicaciones—. Todas las comunicaciones por radio parecen normales y no he oído ninguna mención de la llegada de otra nave que no sea una Overlord. Estamos a diez minutos de llegar a la atmósfera y a quince de separarnos. La gente de Davion no ha enviado ninguna escuadrilla de cazas para cubrirlos. Por lo tanto, preveo una marcha tranquila hasta el objetivo.

—Bien. Manténgame informado. Corto. —Justin accionó un conmutador que lo devolvió a la frecuencia táctica que utilizaban sus doce hombres—. Estén alerta. Nos encontramos a unos veinte minutos del descenso y a veinticinco de desplegar las extremidades de los 'Mechs. Les recuerdo una vez más que no vamos a atacar a sangre y fuego. Sí, hemos realizado las prácticas con enemigos simulados para mantenernos en la mejor forma posible, pero ésta no es una misión de destrucción. El Canciller quiere que esos científicos sigan vivos para poder utilizarlos a nuestro favor cuando hayamos expulsado a los invasores.

—¿Por qué no los secuestramos? —preguntó Ling a través del circuito de comunicaciones.

Justin entornó los ojos. El ciudadano Ling hace demasiadas preguntas.

—Hemos de dejarlos ahí porque, si nos los lleváramos con nosotros, tendríamos que trasladar todo el laboratorio. El Canciller cree que es mejor robar los huevos que pagar el mantenimiento de la gallina. Sin embargo, esto no es lo más importante. Prepárense para combatir, pero no deben asesinar a los que estén inconscientes por los efectos del gas, ¿entendido?

Todos expresaron su conformidad. La Ganju sufrió el primer impacto al entrar en la atmósfera del planeta.

—Infantería aeromóvil, preséntense en el módulo de desembarco. MechWarriors, finalicen todas las facetas de sus preparativos. Llegó el momento, damas y caballeros. —Justin sonrió con crueldad y añadió—: Este es el principio del fin de Hanse Davion.

Las patas de Yen-lo-wang desprendieron una lluvia de chispas cuando pisaron la valla electrificada de las instalaciones del ICNA. Justin señaló la oscura carretera que se extendía hacia el oeste.

—Kwok e Ivanov, id hacia allá y controlad ese acceso con vuestros Ravens. Livinsky, vigila la retirada hacia la Ganju. Si hay problemas, cuando salga el equipo serás responsable de darnos el tiempo suficiente para llegar a la nave. Asegúrate de que tu Vindicator es capaz de hacer simplemente eso.

—Recibido, Justin.

Justin dirigió el Centurión hacia el edificio de cristal y ladrillos de tres pisos de altura. Vio a una persona en el tejado que agitaba las manos en señal de que el camino estaba despejado. Justin asintió y siguió avanzando. Hace cinco minutos que bombearon el gas. Todo debería estar controlado.

Echó un último vistazo a la imagen holográfica de toda el área que le proporcionaba el ’Mech. Hay que felicitar al Príncipe y a mi padre. Este lugar no puede distinguirse a simple vista. Funciona como unas instalaciones normales de electrónica: una valla electrificada como protección nocturna y un punto de control para los visitantes, pero con unas medidas no lo bastante aparatosas como para causar sospechas. El hecho de que una compañía de 'Mechs esté acantonada a una distancia suficiente para defender las instalaciones en caso de ataque, parece indicar una planificación meticulosa por parte del propietario, en vez de una medida gubernamental de protección. Justin sonrió. ¡Qué lástima que supiéramos dónde buscar!

Pulsó un botón del tablero de instrumentos y la plancha facial del Centurión se levantó. Desconectó el chaleco refrigerante de la silla, así como el cable de la muñeca izquierda, que estaba conectado al brazo de la silla. Guardó el cable en su compartimiento y lo cerró. Extrajo también los sensores del neurocasco, guardó éste en su estante y se subió la cremallera del mono.

Antes de levantarse del sillón de mando, abrió el compartimiento situado en la parte de abajo. Sacó de éste una pistola de agujas y una funda de hombro, que se colocó bajo la axila izquierda. Palpó a ciegas en el compartimiento hasta encontrar otro objeto, que estaba sujeto con cinta adhesiva a su cara superior. Lo arrancó y le quitó la cinta adhesiva.

El holodisco de Candace para el Príncipe. El disco, de un diámetro de apenas doce centímetros, podía contener más de una hora de grabación en su superficie inferior, que relucía con los colores del arco iris. El escudo blanco y azul de St. Ivés estaba grabado en la cara superior. Aquella identificación tan obvia inquietó a Justin. Tendré que ir con cuidado con esto, o alguien se preguntará por qué lo dejo atrás.

Justin se lo guardó en el estrecho bolsillo del muslo derecho del mono. Se echó la capucha sobre la cabeza y buscó a tientas otra área de almacenamiento situada en la parte posterior de la silla de mando. Sacó de su interior una de las máscaras faciales opacas que ya llevaban puestas Alexi y sus hombres. Se la ajustó con las correas, salió a la barbilla del Centurión y saltó una altura de un metro hasta el tejado del laboratorio.

Se unió a los otros ocho comandos, situados ante el umbral de las escaleras que bajaban hasta el laboratorio. La puerta ya estaba abierta y dos hombres ya habían alcanzado indemnes el pie de la escalera. Los otros los siguieron con sigilo, aunque la tensión los constreñía como una víbora.

Justin observó cómo los dos primeros hombres se adentraban en el pasillo iluminado. Sintió una gran tensión al oír el estrépito de unos disparos. Al ver que ninguno de sus hombres desaparecía bajo una ráfaga de dardos o balas, Justin respiró de nuevo. Ambos hombres indicaron que el pasadizo estaba despejado.

Justin sonrió y entró en el pasillo. Unos Techs de laboratorio yacían en el suelo como si fuera la hora de la siesta en un jardín de infancia. En el medio había una mancha de grasa, compuesta de diversos fluidos, en el lugar donde un Tech había derramado una bandeja de muestras. Como la mancha no desprendía humo ni burbujas, Justin hizo caso omiso.

Señaló las puertas situadas a ambos lados del corredor y dio instrucciones a sus hombres:

—Despliéguense por parejas. Eliminen las situaciones peligrosas, apagando hornillos o apartando del fuego sustancias en ebullición. Y no vayan destruyendo cosas porque sí. Utilicen las cámaras cuando quieran grabar algo interesante. Registren este nivel y busquen el material que nuestros científicos nos mostraron que era un indicio de un experimento con miómero. Y sean rápidos. No debemos perder más tiempo del necesario.

Los agentes de la Maskirovka, vestidos de negro, se dispersaron como fantasmas. Aunque el segundo y tercer nivel estaban llenos de una maquinaria fabulosa, ninguna se asemejaba a la que andaban buscando. Sin embargo, en un laboratorio del primer nivel situado en un rincón, Ling informó de un hallazgo.

Aparte de las dos personas apostadas en la puerta, todo el equipo se apiñó en el interior del pequeño laboratorio. Ling, plantado sobre el cuerpo de un investigador canoso que no dejaba de roncar, señaló un grueso manojo de negras fibras de miómero. Tenían unos dos metros de largo y estaban sujetas por un extremo de una viga de acero y por el otro a un tensómetro y semejante a un émbolo. Una pantalla digital inserta en el émbolo indicaba que la tensión aplicada era de cuatro mil kilos.

Justin miró a Alexi.

—Es un flexor de dedo —dijo—. ¡Ese músculo es cuatro veces más poderoso que las fibras de mi Centurión! ¿Te imaginas lo que podría hacer un músculo de brazo o de pata completo?

Alexi se estremeció. A un gesto de Justin, manipuló los controles del émbolo y redujo la tensión a cero. La fibra de miómero se volvía más gruesa al tiempo que se acortaba. Alexi la descolgó del émbolo.

—Justin, este material es muy ligero. Con esto podríamos incorporar más armas a nuestros ’Mechs.

Maximovitch, que estaba curioseando en un cajón de discos de holovídeos, se echó a reír.

—Parece que he encontrado documentación sobre dos series de pruebas efectuadas con ese material, además de las anotaciones sobre su desarrollo.

—Bien, Georgi, cógelo todo —contestó Justin, y se volvió hacia otro comando—. Li, quiero que usted lleve consigo el músculo. Habíamos planeado cortarlo en piezas, pero era porque creíamos que sería más pesado. Los demás, formen en el pasillo y diríjanse a la salida principal del edificio. Ha llegado el momento de largarnos de aquí.

Justin aguardó a que los demás salieran del laboratorio y se acercó al cajón que había desvalijado Maximovitch. Sacó del bolsillo el holodisco de Candace y lo dejó con los demás. Entonces, un estridente y horroroso gemido zumbó en su cráneo y le arrancó un grito de dolor.

Se cubrió las orejas con ambas manos, pero el sonido se apagó lo bastante deprisa como para que pudiese oír el ruido de una pistola de agujas al amartillarse. Se volvió despacio y vio a Anatol Ling y el cañón de su arma. Levantó las manos y habló en tono cortante.

—¿Qué significa esto, Ling? —le preguntó. Espero que alguien escuche la transmisión y venga a investigar.

El agente meneó la cabeza y la imagen distorsionada de Justin, que se reflejaba en la visera curvada de su casco, osciló de un lado a otro.

—Aquel chirrido era una señal de interferencia, Xiang. Nadie puede oírlo. —Movió el cañón de la pistola para indicar a Justin que se apartara de la colección de holodiscos—. ¡Vaya, vaya! ¿Qué tenemos aquí? ¿Una traición de la duquesa de St. Ivés?

Justin contempló la pistola. Diez metros de distancia. Puedo recorrerlos antes de que haga un segundo disparo y las agujas no tendrán la masa suficiente para frenar mi embestida.

—Usted trabaja para Romano Liao, ¿verdad?

El gesto de asentimiento de Ling fue casi respetuoso.

—Tiene una mente ágil, Xiang. Sí, ella quería asegurarse de que usted no volvería de esta misión. Sin embargo, creo que estará más interesada en este disco que en mi relato de su muerte. Quería que le disparase primero en la entrepierna, ¿sabe? Con su muerte obtendré su agradecimiento, pero con este disco…

Cuando Ling se pasó la pistola de la diestra a la zurda para recoger el disco, Justin actuó. Se echó a su izquierda y ya había salvado la mitad de la distancia que los separaba cuando el dedo de Ling se cerró alrededor del gatillo. Un fogonazo explotó en el costado de Justin y las agujas le desgarraron el chaleco y la carne como las zarpas de una bestia. El dolor lo dejó aturdido, lo que le hizo perder un segundo que Ling aprovechó para apoyar la pistola contra el estómago de Justin y apretar el gatillo de nuevo.

Dos disparos sonaron al unísono. La visera de Ling se fragmentó en un millar de astillas cuando una nube de dardos impactó en el lado izquierdo de su rostro. Ling, ya muerto, salió despedido y fue a chocar contra una mesa-pizarra del laboratorio. Resbaló hasta el suelo frente a Justin Xiang, que estaba arrodillado y se sujetaba la sección central del tronco con ambas manos.

Justin levantó la mirada y Alexi se hincó de rodillas a su lado. La voz del tikonovense sonó llena de miedo y preocupación.

—Cálmate, Justin. Te sacaremos de aquí. Sobrevivirás.

Justin asintió con un gesto torpe y tosió.

—Sí, pero siento que me arde el costado y el estómago me duele como un demonio. —Al oír que Alexi jadeaba angustiado, intentó sonreír—. No es tan grave como crees, Alexi.

Malenkov palmeó a Justin en el hombro.

—Tienes un shock. Te hizo dos disparos a quemarropa, Justin.

Justin casi podía oír los pensamientos de Alexi. Con un disparo a quemarropa en el estómago, de una pistola de agujas, debería tener las tripas hechas puré. Levantó la mano izquierda y se incorporó.

—Estoy bien, Alexi. Si no hubiera estado a tan poca distancia, habría tenido auténticos problemas.

Justin abrió su metálica mano izquierda. En la palma y en los dedos había una miríada de rasguños plateados.

—De manera instintiva, le agarré la pistola y la aparté de mi cuerpo. Mi mano obstruyó el disparo antes de que los dardos pudiesen desplegarse. El impacto empujó el puño contra mi estómago y me dejó sin aliento, pero me recuperaré.

—¿Y qué me dices del primer disparo? —preguntó Alexi, mirándole el costado derecho.

Justin se encogió de hombros, se puso de pie poco a poco y se apoyó en la pared.

—Una herida en la carne —contestó—. Las agujas cortaron algunos tubos de refrigerante y ese líquido pica como un demonio en los rasguños, pero no hay ninguna herida grave. Sólo algunas cicatrices más.

Justin vio que Alexi contemplaba el holodisco de Candace; sin embargo, el delgado joven sólo se encogió de hombros.

—Tú eres el jefe, Justin. Tú sabrás lo que haces. Sé que no eres el espía que estoy buscando. Por eso confío en tu buen juicio.

—Entonces, ¿por qué volviste?

—No me fiaba de Ling —respondió Alexi, y Justin oyó como una sonrisa en su voz.

Para rematar su comentario, Alexi aplastó el emisor de interferencias de Ling con el pie. De repente, una conversación radiada resonó en los oídos de Justin.

—¡Xiang, venga! Vienen cuatro ’Mechs a la posición que ocupamos Kwok y yo. Dos están identificados como Valkyries, uno como Jenner y el cuarto como Centurión. Vamos a enfrentarnos a ellos.

—Recibido, Ivanov. Aguantad. Subo enseguida. —Justin señaló la puerta del laboratorio—. Alexi, que todo el mundo vaya hacia la nave. Contendremos a los 'Mechs y luego nos uniremos a ellos. ¿Entendido?

—¡Claro! —respondió Alexi, y titubeó—. Justin…

—¿Sí?

—Me alegro de haber eliminado a ese asesino de Davion antes de que acabara contigo.

—Amén. Nos veremos en la nave.