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Nueva Avalon

Marca Crucis, Federación de Soles

3 de marzo de 3029

Cuando los guardias de la DCE cerraron las puertas de la sala de prensa a sus espaldas, el Príncipe levantó la mirada y vio que allí lo aguardaba su ministro de Inteligencia, Información y Operaciones.

—Buenos días, Quintus —lo saludó. Por su semblante sombrío, el Príncipe adivinó que algo iba mal—. ¿Qué ocurre?

—Ahora sé por qué no encontramos a Morgan Hasek-Davion esta mañana —dijo Quintus—. La noche pasada llegó un disco de holovídeo a la estación de ComStar de Ciudad Nueva Avalon. La etiqueta indicaba: «M. Hasek-Davion». Le fue entregada a Morgan unas tres horas antes del amanecer.

Hanse sintió que una mano helada le retorcía las entrañas. ¡Dios mío, no! Se suponía que Morgan no debía ver ese disco, al menos no antes de que Quintus y yo le hubiésemos echado un vistazo.

Tragó saliva y preguntó:

—¿Dónde está Morgan?

—Con Melissa —respondió Quintus, y señaló al fondo del pasillo—. También está Kym Sorenson: vuestra esposa la mandó llamar. Morgan se siente traicionado, Alteza, y muy irritado.

Hanse asintió y echó a andar por el pasillo a grandes zancadas. Cuando Quintus llegó a su altura, el Príncipe le preguntó:

—¿Sabe Morgan algo sobre Kym? ¿Sabe, acaso, que su amante es una de nuestros agentes y que está vigilándolo por orden nuestra?

—No tiene ni idea —dijo Quintus—. Kym es demasiado buena. Pero, si lo descubriera, tendría efectos devastadores en él.

—Así es —repuso el Príncipe—, pero tú y yo somos los únicos que lo sabemos. Ni siquiera se lo he dicho a Melissa.

Los dos guardias apostados a la entrada de los aposentos personales de Hanse, se pusieron firmes. El Príncipe los saludó con un movimiento de cabeza, abrió la puerta, ribeteada con pan de oro, y la cruzó. Quintus lo siguió y cerró la puerta con un chasquido.

Melissa Steiner-Davion fue al encuentro de su marido. Su rubia melena era un radiante marco para su hermoso rostro. Hanse no oyó ningún matiz de nerviosismo en su voz, pero sí lo sintió en el temblor de la mano y en la humedad de su palma. Es miedo lo que veo en sus ojos. Aunque Morgan debe de estar sufriendo mucho, no puedo aliviar ese dolor.

Melissa le dio un suave beso en la mejilla.

—Está enfadado, Hanse. Ten cuidado. Está dando palos de ciego, pero tú puedes ayudarlo.

Hanse hizo un gesto de asentimiento y cruzó el pequeño recibidor hasta la amplia sala de estar. Allí vio a Morgan Hasek-Davion sentado en un sofá y contemplando el monitor de holovídeo. Morgan, de porte habitualmente erguido y noble, estaba arrellanado en el sofá de color crema; su espalda reposaba sobre el almohadón, mientras que tenía sus largas piernas extendidas hasta el centro de la habitación. Sus largos cabellos, de tono rubio rojizo, estaban despeinados y le caían sobre la cara.

Sentada a su lado, aferrada a su brazo derecho y acariciándole el pelo, se hallaba lady Kym Sorenson. La preocupación y el miedo le habían arrebatado la habitual alegría de su bonito rostro. El Príncipe se percató de que había acudido en cuanto fue avisada por la manera como se había recogido el cabello y la sencillez de la ropa que llevaba. Me pregunto si fue algo más que el deber lo que la impulsó a reaccionar tan deprisa.

Morgan volvió bruscamente la cabeza. Sus verdes ojos brillaban de cólera.

—¡Vos! ¡Vos lo sabíais!, ¿verdad? ¡Lo sabíais y no me lo dijisteis!

Hanse miró de reojo el monitor. Aparecía la imagen de un periodista dando un resumen de la rueda de prensa.

—Te busqué para decírtelo antes de la rueda de prensa. No quería que te enterases de esa forma, pero tuve que hacer una declaración porque la Maskirovka había empezado a filtrar información a los medios de comunicación de la Marca Capelense. ¿Dónde estabas?

—Había salido a… pasear —gruñó Morgan como un perro rabioso.

Hanse entornó los ojos. Otra noche pasada en el Parque de la Paz, sin duda.

—No dejaste ningún aviso en palacio sobre dónde se te podría encontrar. Tú eres mi heredero. ¡Es necesario que estés siempre localizable!

La voz de Morgan se convirtió en un gélido susurro.

—¡Tenía otras cosas en que pensar! ¡Había visto esto!

Morgan apuntó al monitor de holovídeo con un control remoto y apretó un botón. El periodista desapareció de la pantalla como si lo desgarraran incontables cuchillas invisibles.

El monitor mostró una escena a bordo de una Nave de Descenso. Por la insignia dorada que relucía en la cara interior de las planchas del casco, el Príncipe identificó fácilmente la nave como perteneciente a ComStar. Cuando la cámara retrocedió, quedaron enfocadas varias personas. Un acólito de ComStar, ataviado con la túnica amarilla característica de su rango, se hallaba en el centro de un compartimiento de la nave. A la derecha había siete hombres que lucían los uniformes del Quinto de Fusileros de Sirtis de Michael Hasek-Davion. Un octavo hombre, vestido con un traje civil azul oscuro, aguardaba junto a los soldados en un extremo de la roja alfombra desplegada sobre la cubierta.

Al fondo, una escotilla daba al costado de una lanzadera plateada con forma de dardo que ostentaba el emblema de la Confederación de Capela: un puño que esgrimía una espada sobre un campo triangular verde. Una pronunciada escalera se extendió hasta tocar la cubierta a pocos centímetros de la alfombra. La cámara tomó un primer plano cuando el primer representante liaoita empezó a bajar la escalera.

Quintus Allard, que acababa de entrar en la habitación, se envaró cuando la cámara enfocó el rostro de aquel individuo.

—Es Justin —dijo Quintus.

Hanse Davion miró de reojo a Kym Sorenson, quien no hizo ningún ademán de haber reconocido a aquel capelense vestido de negro, ni parecía importarle en lo más mínimo. ¡Ah, Quintus! Hiciste una buena elección al escoger a esta mujer. Aunque su misión de vigilar a Justin durante su estancia en Solaris VII acabó cuando fue traicionada y Justin le rompió la mandíbula, no ha dejado escapar ningún indicio de haberlo reconocido. Quintus, ¿cómo consigues encontrar a tantas personas aptas para tareas tan difíciles?

Justin Xiang llegó al pie de las escaleras y se apartó a un lado. Su traje negro, cortado en el más típico estilo capelense, no tenía solapas ni lucía más condecoraciones que los botones, negros y planos. Los pantalones tenían unos pliegues tan bien planchados que parecían cuchillas sobre las punteras de las botas. El espía capelense llevaba un guante negro en la mano izquierda y sostenía un sobre blanco en la diestra.

Miró a lo alto de la escalera y la cámara siguió la dirección de su mirada. Los dos primeros portadores del féretro empezaron a bajar los escalones. Iban vestidos con trajes idénticos al de Justin, exceptuando el color. El profundo y brillante tono amarronado del ataúd de caoba marcaba un fuerte contraste con los blancos uniformes de sus portadores; sin embargo, era de un tono apenas más oscuro que su tez. La cámara enfocó a cada uno de los hombres, pero ni sus ojos almendrados y entornados, ni sus impávidos semblantes, revelaban nada.

Los dos primeros hombres se esforzaban por mantener nivelado el ataúd. Con estricta precisión militar, la guardia de honor capelense transportó los restos mortales del duque Michael Hasek-Davion a la cubierta de la Nave de Descenso y aguardó a que Justin los guiara a lo largo de la alfombra.

Justin los precedió a su mismo paso y se detuvo ante el acólito de ComStar. El representante de la Federación de Soles dejó atrás a los Fusileros y, con paso envarado, fue a ocupar su lugar frente a Justin Xiang.

Xiang hizo una reverencia al acólito.

—La Paz de Blake sea contigo —le dijo. Luego se inclinó ante el enviado de la Federación de Soles, pero su gesto carecía por completo del respeto con el que había saludado al acólito—. Hola, embajador Robertson.

El robusto representante del príncipe Davion saludó a Xiang con un breve movimiento de cabeza.

—Es un bonito detalle del Canciller honrarnos con el envío de su perrito faldero.

Xiang se envaró, pero contuvo su cólera.

—Las Convenciones de Ares exigen la repatriación de todos los espías, vivos o muertos. La traición no es tolerada en la Confederación de Capela. Lo que una vez fue el duque Michael Hasek-Davion es suyo, para que ustedes hagan lo que quieran con los restos. —Titubeó un momento y añadió, bajando el tono de voz—: El Canciller quería abandonar el cadáver a las aves carroñeras, pero lo convencí de que lo devolviera a la Federación.

La severa expresión de Robertson se suavizó un tanto.

—Gracias, ciudadano Xiang. Me alegra saber que todavía respeta algunas de nuestras costumbres, como cualquier hombre civilizado.

Los ojos oscuros y almendrados de Xiang centellearon de emoción.

—Hay muchas cosas de la Federación de Soles que respeto, lord Víctor. Pero no debe pensar que mi respeto diluye de ningún modo mis ansias de venganza, después de haber sido humillado y exiliado por Hanse Davion y mi padre.

Xiang se sacó el guante de la zurda y dejó que cayera sobre la alfombra. La cámara le enfocó la mano cuando la levantó. La luz de los intensos focos se reflejó en las suturas metálicas.

—Di una parte de mi cuerpo, todo mi corazón y toda mi alma a la Federación de Soles, pero no recibí nada a cambio. Su Príncipe se volvió en contra mía y me siento muy feliz de poder pagarle con la misma moneda. —Apretó el sobre contra la mano de Robertson—. Estos son todos los documentos que requerimos para devolverles el cadáver. Hemos incluido hasta la sentencia de muerte original de Michael. Estoy seguro de que el Príncipe la pondrá en un marco.

Robertson aceptó los documentos y Xiang se alejó. Ambos hombres indicaron a sus soldados que se adelantasen. En el centro de la alfombra, frente al lugar señalado por el acólito de ComStar, el Quinto de Fusileros de Sirtis recogió con silenciosa dignidad el cuerpo de su señor muerto. Sólo sus taciturnos semblantes y sus ojos relampagueantes de furia mostraban su odio hacia los capelenses.

Morgan apretó el botón de parada del control remoto.

—Vos me dijisteis hace días que habíais recibido noticias de que mi padre estaba herido, pero que no podíais facilitarme más detalles. Luego, un mensajero me entregó esta grabación. ¡Casi me volví loco cuando lo vi! Y cuando vengo a averiguar lo que vos sabéis, ¡me dicen que estáis dando una conferencia de prensa!

Morgan se puso en pie de un salto y se encaró con su tío.

—¡Dios mío, Hanse! ¿Por qué no pudisteis esperar? ¿Por qué no habéis hablado conmigo antes? —Señaló con gesto enérgico el monitor—. Habéis dicho a los periodistas que aceptáis la responsabilidad por la muerte de mi padre. Debisteis haberle impedido ir. No teníais que haberle permitido viajar a Sian.

Hanse se irguió.

—¿Permitirle viajar? Yo no hice nada de eso. Tu padre fue por su propia iniciativa y Liao tuvo muy buenas razones para matarlo.

Morgan titubeó.

—Pero vos dijisteis que…

—¿Qué rayos importa lo que yo dijera? Esos eran periodistas. No tienen ni idea de lo que sucede realmente en el Universo. Intentan descubrir la verdad escondida tras los titulares que nosotros les damos, ¡pero nunca llegan a darse cuenta de que lo que creen que es el fondo de la cuestión, no es más que el tejado de todo lo que hay por debajo!

Hanse miró a Morgan y a lady Kym.

—Lo que voy a deciros no debe salir de estas paredes. —Señaló el sofá—. Siéntate, Morgan.

Su sobrino negó con la cabeza y se cogió las manos a la espalda como un MechWarrior en posición de descanso.

—Por favor, siéntate —le dijo Hanse en tono más suave.

Morgan se sentó. Hanse se acercó al monitor de holovídeo y lo apagó.

—Este montón de papeles contenía información suficiente para que Quintus juntara las últimas piezas de un rompecabezas. Por un sinnúmero de razones, sabíamos que estaban filtrándose informaciones sobre nuestras fuerzas militares a la Maskirovka. También sabíamos, gracias a la velocidad con que el enemigo recibía dicha información, que ésta procedía de alguien próximo a tu padre. Sabíamos cuánto tardaba la información en llegar a Liao porque Alexi Malenkov, el ayudante de Justin Xiang, trabaja para Quintus Allard.

Hanse levantó ambas manos para acallar la pregunta que asomaba a los labios de Morgan.

—Creíamos que el «topo» era el conde Antón Vitios, buen amigo de tu padre —prosiguió.

—Eso es imposible —replicó Morgan—. La familia de Vitios murió a causa de una incursión liaoita en Verlo. El conde tiene un odio patológico a cualquier cosa que huela a capelense. —Se volvió hacia Quintus Allard y añadió—: Todos nos dimos cuenta de ello cuando acusó de traición a su hijo Justin.

—Sí —contestó Quintus—. Creíamos, al igual que algunos de nuestros psicólogos, que Vitios había perdido la razón cuando empezó a pensar que ni el Príncipe ni tu padre estaban haciendo los esfuerzos necesarios para combatir a Liao. Si suministraba información a Liao, podía inventar puntos débiles en nuestras posiciones para impulsar a Liao a realizar ataques desastrosos. De hecho, descubrimos que las fuerzas de tu padre estaban subestimadas en los informes filtrados a Liao.

—Utilizamos aquellas filtraciones para planear nuestra emboscada de las tropas liaoitas del pasado enero —continuó el Príncipe—. Fue un desastre innegable para Liao. Sólo después de haber organizado los ataques y de que las tropas de Liao partieran a llevar a cabo sus misiones, informamos a tu padre sobre lo que habíamos hecho. Pero, en vez de arrestar a Vitios, huyó a Sian.

Morgan miró boquiabierto a Hanse Davion.

—No, eso no es posible —dijo muy despacio—. Mi padre no habría hecho nunca algo así. —Se estremeció—. Estáis diciéndome que mi padre traicionó a la Federación de Soles.

Hanse miró a Morgan y sintió un fuerte dolor en el pecho. Sí, es duro tener que oír esto. Es preferible que no te cuente toda la verdad.

—No nos traicionó, Morgan, aunque podría parecerlo. Michael había negociado una tregua con Liao. No, no me había solicitado mi consentimiento, pero tu padre gobernaba de forma semiautónoma en la Marca Capelense e hizo lo que debía para proteger a su pueblo. Su acción me enfureció, pero puedo comprenderla.

Morgan se frotó la frente con la zurda.

—Así que mi padre fue a Sian a persuadir a Maximilian Liao de que él no había violado su acuerdo por propia voluntad…

—Y Liao, que acababa de enterarse del resultado de sus ataques, echó la culpa de su fracaso a tu padre. Liao no tuvo en cuenta que no podría haber avisado a sus tropas en ningún caso. Como las fuerzas liaoitas atravesaron sistemas estelares no habitados, no podría haber empleado la red de comunicaciones de ComStar para advertirles de las emboscadas.

Hanse se puso en cuclillas frente a Morgan y lo miró directamente a los ojos.

—Tu padre cometió un error al juzgar una situación, no al escoger a quién debía lealtad. Si hubiera acudido a mí, yo le habría atribuido una genialidad increíble al utilizar la Maskirovka contra el propio Liao. Optó por no confiar en mí y esta equivocación le costó la vida. —Se incorporó—. El cadáver está en camino a Nueva Sirtis. He transferido el control político de la Marca Capelense a tu madre. El control militar pasará a la mariscal Vivían Chou. Tengo listo un circuito de órdenes que te conducirá a Nueva Sirtis.

—Pero —objetó Morgan—, con el número de Naves de Salto que habéis dedicado a la guerra, es imposible completar el circuito hasta Nueva Sirtis.

—No, no lo es. El viaje durará un mes, porque cada Nave de Salto ha de efectuar dos saltos. Por lo tanto, se necesitan cuatro semanas extras para recargar los propulsores Kearny-Fuchida durante el trayecto.

—Llegaría demasiado tarde para el funeral —sentenció Morgan. Suspiró hondo y se puso de pie—. Tío, dadme el Quinto de Fusileros de Sirtis y permitidme que vengue a mi padre.

La súplica de Morgan partió el corazón de Hanse. ¡Maldición, Morgan, no puedo concedértelo! El Quinto de Sirtis está plagado de hombres que vengarían la muerte de Michael viniendo en mi busca. No puedo confiarte ese manojo de víboras. Si te tuvieran a ti como líder, podrían organizar una revuelta en la Marca Capelense. Desde su tumba, tu padre podría utilizarlos para hacerme lo que nunca consiguió en vida. Meneó la cabeza.

—Ya hemos hablado de esto muchas veces. Hasta que Melissa me dé un hijo, tú eres mi heredero. No voy a dar a Liao la oportunidad de arruinar las esperanzas de las Casas Davion y Hasek. Sé que esta situación puede sacar de sus casillas a cualquiera, pero tu deber es permanecer aquí, sano y salvo, y listo para ponerte al frente si te necesito.

—No, Hanse, las cosas ya no son como antes. —Morgan apretó los puños—. Antes, yo quería luchar contra Liao para dar gloria a Casa Davion. Ese era mi motivo y mi deseo. Pero el asesinato de mi padre lo ha cambiado todo. Ahora debo vengar su muerte.

Hanse entornó los ojos.

—Si me niego, ¿atacarás a Liao por tu cuenta, establecerás tus propios acuerdos y harás la guerra de manera independiente?

Morgan iba a contestar, pero calló al ver que la trampa de Hanse se abría ante él. Dejó caer los puños a los costados.

—No, príncipe Hanse Davion. Soy hijo de mi padre, pero no hasta el punto de hacer eso. Os serviré en toda aquella tarea que me exijáis. —Inclinó la cabeza y agregó—: Ahora, mi señor, sí me lo permitís, iré a llorar a mí padre.

Hanse asintió y, aunque a desgana, dejó salir de la habitación a Morgan Hasek-Davion. Llóralo, Morgan, pero que su muerte te dé una lección. Debes ser siempre leal a la Federación de Soles. Si flaqueas, si la gente que apoyó a tu padre llega a seducirte con sus promesas, sufrirás el mismo destino que él.