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Sian
Comunidad de Sian, Confederación de Capela
3 de agosto de 3029
Justin comprendió que algo iba muy mal cuando vio que dos miembros de los batallones de Casa Imarra montaban guardia a ambos lados del portal de la sala de reuniones. ¿Dónde diablos están los Comandos de la Muerte? ¿Quién ha autorizado el relevo de la guardia? Recordó el tono apremiante de Candace y su expresión preocupada en la pantalla del visífono. Justin respondió a su propia pregunta: Romano. Ella tiene que ser la causa de este conflicto. Espero que no haya hecho nada que yo no pueda arreglar.
Los dos corpulentos guardias no miraron a Justin cuando la puerta de la sala se elevó hacia el techo, pero reaccionaron de inmediato para cerrar el paso a Alexi Malenkov. Justin los vio por el rabillo del ojo, se revolvió y, de un golpe, hizo que el guardia más cercano soltase el hombro de Alexi.
—¡Soltadlo! —les ordenó.
El guerrero de Imarra miró por encima del hombro y vio a Romano en el umbral de la puerta.
—Malenkov no tiene permiso para entrar —dijo ella—. No me fío de él.
Romano irguió la cabeza y sus verdes ojos brillaron desafiantes. Sus pantalones negros y su guerrera verde eran de estilo militar, pero la manera como tenía entreabierta la blusa, que permitía atisbar sus pechos de manera tentadora, era una burla de la rígida corrección de los uniformes de los guardias.
Justin le lanzó una mirada implacable. ¿De qué vas hoy, Romano? ¿De señora de la guerra o de vampiresa?
—No me importa si confía en él o no; yo, sí confío. —Justin bajó tanto el tono de voz que Romano apenas pudo oír sus palabras—. Si no hubiera sido por él, Ling me habría matado.
La revelación de Justin quebró la altanera fachada de Romano como un martillo haría añicos una vajilla de porcelana. Justin acompañó a Alexi a través de la puerta y luego entró él mismo. Romano asintió con reluctancia, indicando a los guardias que no intervinieran, y se apartó. A pesar del golpe, Justin notó que Romano recuperaba el buen color y la confianza mientras se dirigía a la cabecera de la mesa y se aproximaba a Maximilian Liao y Tsen Shang.
Justin lanzó una mirada a Candace y quiso tranquilizarla con una sonrisa. La expresión de su amada se alivió un poco, pero se volvió con nerviosismo hacia su padre y el mapa holográfico que permanecía suspendido sobre la holomesa. ¿Qué ocurre aquí? Candace tiene un aspecto como si hubiera estado un mes de campaña. Max parece extasiado y Tsen está radiante como un niño que hubiera ganado una carrera.
Al ver a Justin, el Canciller cruzó los brazos sobre el pecho.
—Por favor, Shonso Xiang, no te sientas desairado porque no sea ésta la primera vez que discuto contigo esta cuestión. Sé que has estado muy atareado equipando al regimiento de Casa Imarra con los nuevos músculos de miómero. Quería que esto fuera una sorpresa.
—Me siento honrado por vuestro interés, Supremo Consejero —respondió Justin. ¡Una sorpresa! ¿Qué querrá ahora?
—Romano, que ha estado tan preocupada como tú a causa de los recientes avances de Davion, ha elaborado con Tsen Shang un plan para paralizar la invasión. La Interdicción ya ha frenado a nuestros enemigos. Esto los dejará inmovilizados e incluso se verán obligados a retirarse.
Justin desvió la mirada hacia Tsen Shang y lo escudriñó sin disimulo. La sonrisa del alto y delgado analista casi desapareció ante la mirada de Justin, pero se reanimó al notar que Romano le daba un reconfortante apretón en el brazo. Justin percibió el nuevo entusiasmo de Shang con una mezcla de diversión y miedo. Se ha rendido ante ella. Eso lo hará inútil… o muy peligroso.
—¿Qué has pensado, Tsen? —le preguntó.
Tsen sonrió a Romano, se soltó de su brazo y caminó hacia la mesa. Pulsó algunas teclas para solicitar al ordenador que redibujara el mapa. Este se transformó en la imagen estratégica que Justin se había acostumbrado a ver en las últimas fechas: los planetas rojos indicaban aquellos conquistados por la Federación de Soles, mientras que los verdes eran los que seguían leales al Canciller. La República Libre de Tikonov, gobernada desde la muerte de Ridzik por un consejo militar respaldado por Davion, estaba coloreada en azul.
Tsen señaló con la diestra a un planeta de la Marca Capelense de la Federación de Soles. Unos reflejos rojos centelleaban en los fragmentos de diamante que le tachonaban las largas uñas de sus tres últimos dedos.
—Eso es la clave de la ofensiva de Davion. Si destruimos ese planeta, paralizaremos la invasión de Hanse Davion.
Justin observó con atención el mapa y sintió que el corazón le daba un brinco. ¡Kathil!
—No puedes atacar los astilleros de Kathil —dijo.
La sonrisa de Tsen vaciló por unos momentos. Romano se acercó a la mesa y deslizó la mano izquierda sobre su hombro derecho.
—¡El plan de Tsen es brillante, Justin Xiang! —exclamó. La luz reflejada del mapa bañaba su rostro en sangre—. Sólo estás celoso, porque Tsen Shang ha encontrado la única ofensiva que detendrá a nuestros enemigos, mientras tú vas de excursión a una ridícula base científica.
Justin la contempló boquiabierto de incredulidad.
—No podéis atacar Kathil. Ese planeta es uno de la media docena que hay en todos los Estados Sucesores con fábricas capaces de reparar daños o construir nuevas Naves de Salto. —Se volvió hacia Shang y prosiguió—: Esas Naves de Salto son la cumbre de la perditécnica. Ya no sabemos cómo construirlas. No conocemos sus mecanismos de funcionamiento. Pero sí sabemos cómo mantener las fábricas que las construyen. Si destruís esas fábricas y diques secos en órbita, paralizaréis la Federación de Soles, ¡pero también el propio futuro de la Humanidad!
—No hablas como el Justin Xiang que odia a Hanse Davion lo suficiente para organizar incursiones en el territorio de la Federación de Soles —comentó Romano con desprecio.
—Romano, siempre has sido demasiado estúpida para prever incluso los próximos cinco minutos —la interrumpió bruscamente Candace—. Es cierto que Hanse Davion sólo reanudó la producción de los astilleros para emprender esta guerra, pero si destruís las fábricas que son capaces de construir y reparar Naves de Salto, condenaréis a todo el género humano. Las Naves de Salto acabarán por deteriorarse y averiarse. Cuando se haya inutilizado la última de todas ellas, nos veremos obligados a quedarnos en nuestros respectivos planetas para siempre. El comercio entre las distintas colonias, ese comercio que hace posible la vida en los Estados Sucesores, desaparecerá.
—¡Basta!
La voz de Maximilian Liao, que volvía a rebosar de la fuerza que le había faltado a menudo desde la invasión, cortó de raíz el enfrentamiento entre sus hijas. Candace lanzó una feroz mirada a su hermana, pero Romano sonrió y se volvió hacia su padre. El Canciller saludó a Justin con un movimiento de cabeza.
—Una vez más, tu interés y perspicacia me parecen una llamarada que marca la frontera entre la acción adecuada y la insensatez. —Apoyó una mano en el hombro de Tsen y agregó—: Sin embargo, para hacer justicia a Tsen Shang, él ha previsto esa objeción y ha trabajado al respecto.
Justin hizo una respetuosa reverencia al Canciller y a Tsen Shang.
—Perdona mi precipitación, ciudadano Shang —le dijo.
Tsen le devolvió el gesto con brevedad y pulsó varias teclas más del teclado de la mesa. El mapa fue sustituido por secuencias de un vídeo holográfico promocional creado por Kearny-Fuchida Yare Industries. La imagen, tomada desde una pequeña lanzadera, mostraba primeros planos de una fábrica en órbita. Tsen congeló la imagen cuando apareció el banco de discos captores de microondas de la fábrica.
—Comprendí que no debíamos destruir las fábricas por diversas razones; la principal era que podríamos utilizarlas nosotros mismos cuando reconquistáramos el planeta. —El analista señaló los discos de microondas y sonrió jovialmente—. Como los componentes del propulsor Kearny-Fuchida no están protegidos durante el proceso de fabricación, las radiaciones de los motores de fusión y fisión pueden dañarlos. Por ello, la energía se envía de Kathil a las fábricas en órbita en forma de rayos de microondas.
Tsen amplió la imagen hasta que mostró una de las grandes estaciones generadoras construidas en la superficie del planeta. Un bosquecillo de discos más pequeños se movían de un lado a otro, siguiendo a la fábrica hasta que la órbita de ésta la llevaba más allá del horizonte o a otro distrito de alimentación energética.
—Aunque es cierto que los propulsores K-F son perditécnica, las estaciones generadoras geotermales no lo son. Si destruimos los generadores, los astilleros quedarán paralizados.
Justin frunció el entrecejo. Tiene razón en eso. Una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil, y esas estaciones son un eslabón muy débil.
—Es posible reconstruir estaciones generadoras —objetó entonces.
—Cierto, pero, como demuestran las cifras calculadas por Alexi, habría que invenir setenta mil millones de billetes C y dos años de trabajo. Davion podría conseguirlo antes, pero…
—… se vería incapaz de seguir financiando la guerra —concluyó Justin.
Romano sonrió, paladeando la victoria.
—Y se enfrentaría a una gran oposición interior. Habría que construir más y más Naves de Salto con el dinero de los contribuyentes para transportar las tropas. La escasez de productos, causada por la necesidad de disponer de Naves de Salto para la guerra, ya le ha causado algunos problemas. Tendría que retirar sus tropas a las bases que pueda apoyar con menos naves.
—¿Algún comentario? —inquirió Justin a Alexi.
El analista avanzó hacia el teclado de su lado de la mesa. Tecleó una petición de datos y alteró la imagen para que proyectara un esquema táctico de Kathil. Tsen Shang sonrió, radiante. Justin comprendió su alegría al ver que los informes de espionaje indicaban que la única guarnición estaba compuesta de una unidad miliciana de potencia mediana. Alexi palideció.
—¡Dios mío! ¿El Zorro ha sido tan estúpido como para dejar tan desguarnecido ese planeta?
—¿Esperabas una menor arrogancia por su parte? —intervino Romano—. Nos considera ya vencidos, mas pagará por ello.
Tsen lanzó una fugaz sonrisa a Romano y miró a los ojos a Justin.
—Los circuitos de Naves de Salto hacen rotar tropas de Kathil de manera regular, pero un circuito se interrumpió justo después de la muerte de Ridzik. Pasarán otras seis semanas antes de que lleguen nuevas tropas a Kathil.
Justin examinó la situación de nuevo.
—¿Podemos llegar a tiempo?
—Hemos alterado y ampliado el circuito de órdenes que utilizaste para regresar de Bethel —dijo Romano, respondiendo en lugar de Tsen—. Nuestras tropas aterrizarán durante la primera semana de septiembre.
Previendo las exigencias de Justin, Alexi pulsó un botón que volvió a mostrar en pantalla el mapa estratégico. Justin contó mentalmente el número de saltos necesario para efectuar el viaje. Siete saltos, con una semana para salir de este sistema y otra para ir al planeta en cuestión… Puede hacerse. Asintió con la cabeza.
—Puedes utilizar las tropas de Casa Imarra, si lo deseas. Todos sus ’Mechs están reequipados.
Romano lanzó una carcajada.
—No, se quedarán aquí. Nuestras tropas ya se han marchado.
—Por eso no están por aquí los Comandos de la Muerte —aclaró Alexi.
—¿Sólo un batallón? —se extrañó Justin—. ¿Ya es suficiente?
—No —respondió Tsen—. Los Comandos de la Muerte y el Cuarto de Rangers de Tau Ceti partieron esta mañana al punto de salto de nadir a una velocidad de 2,5 G. Así tenemos dos batallones para enfrentarnos a los milicianos, o la unidad que esté allí a causa de la rotación de tropas, si el programa es reorganizado. Nuestros hombres viajarán con un silencio total por radio; ni siquiera ComStar se enterará de esta misión antes de que se haya llevado a cabo. De todos modos, Davion siempre ha estacionado allí un único batallón. Como tú, jamás creyó que alguien fuera a atacar ese planeta. —Se permitió el lujo de lanzar una carcajada y añadió—: Aunque se enterase del asalto (lo que es imposible, ya que ComStar no transmite informes de los espías davioneses), no tiene tropas en posiciones favorables para intervenir.
El Canciller se volvió hacia Justin.
—Bien, Shonso Xiang, ¿estás sorprendido?
Justin inspiró hondo y utilizó esos breves instantes para poner en orden sus emociones. Esbozó una sonrisa que fue creciendo poco a poco.
—¿Sorprendido? Pues sí. —Atravesó el mapa holográfico con la diestra, ofreciéndosela a Tsen Shang—. Tu plan es perfecto.
Justin agarró la mano de Tsen y se la estrechó efusivamente.
—Sí, Tsen —continuó—. Si tu ataque tiene éxito, por fin estaremos en disposición de recuperar lo que Hanse Davion nos ha arrebatado.
Justin levantó la mirada de su escritorio cuando Alexi Malenkov entró por la puerta del despacho.
—Bien, Alexi, me alegro de que pudieras venir tan pronto.
—Vine en cuanto supe que me necesitabas —respondió el alto y rubio Alexi, sonriendo—. ¿Qué es lo que ocurre?
Justin le indicó que tomara asiento y él mismo fue a sentarse en la esquina delantera de la mesa.
—Deseo pedirte consejo y quiero que seas totalmente sincero conmigo. Cuando he visto el plan de Tsen y me he dado cuenta de que se acerca el fin de Hanse Davion, me he puesto a pensar en muchas cosas.
»Como sabes, he sido terriblemente humillado por Hanse Davion y mi padre. Hanse montó una farsa judicial para despojarme de mi rango militar, mi nombre y mi honor. Mi padre testificó en contra mía, pese a que soy carne de su carne… y luego envió a una de sus espías para que me sedujera y me vigilara en Solaris. Posteriormente, Hanse Davion ofreció un planeta y un regimiento de 'Mechs a un guerrero a cambio de mi cabeza. Y, por último, la boda… —Meneó la cabeza—. Nos declaró la guerra en su propia boda. ¡Nos convirtió en el hazmerreír de los Estados Sucesores!
Alexi dio un brinco cuando el puño de acero de Justin impactó en la esquina del escritorio e hizo saltar un fragmento triangular de madera.
—Tranquilízate, Justin —dijo—. Pronto daremos su merecido al Zorro.
—No lo bastante pronto para mí —replicó Justin, con fuego en los ojos. Procuró calmarse un poco y agregó—: En realidad, no creo que hubiera ningún momento que pudiera calificarse como «lo bastante pronto», ¿me comprendes?
—Sí, y entiendo en parte cómo te sientes. Ahora que hemos perdido Tikonov, jamás podré regresar a casa. —Alexi sonrió con tristeza—. Hanse Davion nos ha dejado huérfanos a ambos.
—Sí, nos ha causado mucho dolor… Un dolor que espero devolverle en cuanto sea posible. —Recogió de la mesa un sobre no sellado—. He compuesto un verígrafo que quiero enviar a mi padre. En él le digo buena parte de lo que deseaba echarle en cara desde que me traicionó. En términos muy vagos, le presagio su perdición y la de su Príncipe. Supongo que creerán que estoy alardeando de la información que obtuvimos en Bethel. Cuando ataquemos Kathil, comprenderán lo que quería decir en realidad.
Alexi hizo una mueca.
—Eso es como clavar la daga y retorcerla… que es lo mínimo que se merecen. Creo que sería una gran idea enviarlo, pero no creo que ComStar quiera transmitirla a tu padre, por culpa de la Interdicción.
—He hablado con un ayudante de Villius Tejh, el capiscol de Sian, y me ha dicho que podría conseguirse. He transferido una cantidad desorbitada de dinero de mis cuentas en Solaris a ComStar, lo cual, según él, ha incrementado las posibilidades. Sin embargo, piensa que el Primer Circuito lo debatirá antes.
»¿Crees que puedo permitirme el lujo de enviar esta pequeña nota de venganza? —preguntó a Alexi, mirándolo fijamente a los ojos.
Alexi reflexionó durante una fracción de segundo y asintió.
—Adelante, hazlo. Si tú no lo cuentas a nadie, yo tampoco.
—Trato hecho. —Alargó el sobre a Alexi—. ¿Puedes llevarlo a la estación de ComStar? Les he dicho que tú lo llevarías en mi nombre. Candace sigue preocupada por lo sucedido hoy y se ha ido al Palacio de Verano. —Consultó su cronómetro—. He prometido ir a verla y ya llego tarde.
—¿Seguro que saben que lo llevo yo?
—Sí, todo está ya hablado. —Justin cruzó los dedos y levantó la diestra—. Con suerte, mi venganza comienza ahora.