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Nueva Avalon
Marca Crucis, Federación de Soles
3 de marzo de 3039
Hanse Davion entornó sus ojos, azules como el hielo, para protegerlos del hiriente resplandor de las luces. A su alrededor retumbaron los aplausos de los periodistas que abarrotaban la pequeña sala de prensa. El Príncipe de la Federación de Soles, alto y con un aspecto majestuoso con su uniforme de gala de color granate, se situó ante el atril de madera y sonrió mientras esperaba que cesara la ovación. Como ésta no daba señales de perder intensidad, levantó las manos para acallar a la entusiasta multitud.
—Por favor, al menos vamos a tratar de aparentar que es una conferencia de prensa libre… —Se sumó a la carcajada de los periodistas y luego adoptó una expresión de serena dignidad—. Antes de que formulen sus preguntas, señoras y caballeros, quiero hacer una declaración.
Hanse se alisó sus recortados cabellos pelirrojos con la mano izquierda.
—Pocos se atreverían a discutir que la guerra es la profesión… y la obsesión más antigua de la humanidad. Las guerras han decidido el rumbo de la Historia en sus siete mil años de existencia escrita. No cabe duda de que el arte de la guerra se forjó en una fragua de una antigüedad aún mayor.
Hanse hizo una breve pausa para tomar un sorbo de agua del vaso que tenía en un lado del atril.
—La historia de la guerra suele glorificar las gestas que ganaron batallas, o los valientes esfuerzos de quienes lucharon y perdieron. Los historiadores deducen que tal o cual general dio cierta orden decisiva, pero raras veces tienen en cuenta los factores humanos que intervienen en las ecuaciones. La barbaridad de la guerra puede ser reducida a una mera estadística, pero los individuos sienten el dolor de perder a un hijo, a un padre, o a un hermano en términos emocionales, y no matemáticos.
»Aunque las guerras se llevan a cabo de acuerdo a las Convenciones de Ares, por las que se minimiza el impacto de las batallas sobre las poblaciones civiles, no por ello deja de haber muertes y dolor. Sin embargo, es raro el fallecimiento que afecta a una nación entera. Hoy tengo el triste deber de informarles a ustedes, a mi pueblo, de una muerte de esa envergadura.
Hanse vio que los periodistas intercambiaban miradas de perplejidad. No, vuestras fuentes no han filtrado esta noticia. Sólo la sabréis por mi boca. Hanse dejó que le temblase el labio inferior y dio un tono ronco a su voz.
—Hoy he recibido la confirmación de la muerte del duque Michael Hasek-Davion. —El Príncipe guardó silencio mientras resonaban las exclamaciones de asombro de los periodistas; cuando la sala volvió a quedar sumida en el silencio, retomó la palabra—. Murió, aunque sería más correcto decir que fue brutalmente asesinado, a manos de Maximilian Liao. Asumo toda la responsabilidad de la muerte del duque Michael. Murió en el intento de llevar a cabo una medida política de la que creía que yo era partidario.
»No es ningún secreto que hubo algunas discrepancias en el pasado entre el duque Michael y yo, pero nunca fueron tan agrias y antagónicas como las describían ustedes, los profesionales de la prensa. Hay un universo de diferencia entre ser rivales enconados y el tipo de relación que yo mantenía con el duque Michael. Ustedes lo veían como un enemigo. Yo lo consideraba como la leal oposición. —Hanse suspiró hondo—. Lo echaremos mucho de menos y su muerte no quedará impune.
Aunque no cambió la expresión del Príncipe, su voz recuperó el tono normal.
—Los asesinos de Liao también recibieron órdenes de eliminar a otro individuo para complacer a su enloquecido amo. En una acción que sólo puede describirse como propia de un paranoide psicótico, Liao ordenó el asesinato del coronel Pavel Ridzik. En un nuevo ejemplo de la habitual «eficacia» de la Maskirovka, el atentado fracasó, pero causó cientos de muertos y heridos inocentes: el equipo de eliminación hizo estallar toda una manzana de casas para matar a un solo hombre.
Hanse dejó que un esbozo de sonrisa tensara las comisuras de su boca.
—El coronel Ridzik, preocupado por la suerte de su pueblo, la Comunidad de Tikonov, se puso en contacto con nosotros. Tras una ronda de negociaciones, acordamos reconocer la República Libre de Tikonov y poner fin a todas las hostilidades más allá de sus fronteras, a cambio de un pacto de protección y defensa mutuas. Una vez más, todos los habitantes de los Estados Sucesores tienen pruebas de nuestro apoyo a la libertad política y al derecho de todos los individuos a vivir sus propias vidas.
El Príncipe paseó su mirada por los periodistas allí reunidos y sonrió con expresión astuta.
—Sin duda, querrán preguntarme que, si esto es cierto, cuál es la razón de que estemos en guerra con la Confederación de Capela. ¿Por qué no los dejamos vivir en paz? Pero yo pregunto: ¿puede sentirse alguien realmente libre, mientras un gobernante carente de escrúpulos nos acecha? Liao no vaciló en destruir toda una manzana de casas para matar a un hombre. ¿Puede significar algo el concepto de libertad para una mente como la suya? La respuesta es, lisa y llanamente, no.
Haremos todo lo que esté en nuestra mano para poner fin a las locuras de Liao.
El Príncipe dejó a un lado el texto de su discurso y se apoyó en los bordes del atril. Los periodistas se pusieron en pie, como impulsados por resortes, para formular sus preguntas. El Príncipe señaló a un hombre delgado situado en el centro del grupo. Los demás reponeros volvieron a sentarse en silencio mientras su compañero se presentaba.
—Joe Adams, de Red Informativa. Alteza, ¿cómo fue asesinado el duque Michael, y cómo os fue transmitida la noticia de su muerte?
Hanse se cubrió la boca con el puño y tosió suavemente antes de contestar.
—No tenemos nada que se parezca, ni de lejos, a una autopsia, señor Adams, pero los informes preliminares indican que la causa de la muerte fue una herida de bala en la cabeza. Es posible que fuera golpeado con anterioridad. En cuanto al modo en que nos enteramos de la muerte, recibimos un comunicado de las autoridades de ComStar para el traslado del cadáver a Spica.
Los periodistas se incorporaron de nuevo en masa, pero el Príncipe seleccionó a una mujer de cabellos oscuros que se hallaba en las primeras filas.
—Sí, usted, señorita Watkins.
La informadora echó un vistazo a la pantalla de cristal líquido en la que apuntaba sus notas. Luego sonrió al Príncipe.
—Habéis dicho que aceptáis la responsabilidad de la muerte del duque Michael Hasek-Davion. ¿Podéis explicarnos el motivo?
Hanse titubeó por unos instantes y suspiró hondo.
—Michael, preocupado por un posible ataque de Liao a la Marca Capelense, corrió el riesgo de viajar a Sian. Quería negociar un acuerdo con Maximilian Liao, pero es obvio que las cosas no sucedieron como él esperaba. La razón por la que acepto la responsabilidad de su muerte es que no atendí por completo las preocupaciones de Michael respecto a la Marca Capelense. La causa fue mi dedicación a la dirección de la guerra; no obstante, ello no me absuelve de mi culpa.
Un periodista de cabellos trigueños ganó la competición de gritos para conseguir el derecho a formular la siguiente pregunta.
—Alf Cordes, de Emisoras de Nueva Avalon. ¿Cómo podéis saludar al coronel Ridzik como guardián de la libertad, si fue el culpable de la masacre de Truth, en la que unos MechWarriors masacraron a tres mil hombres, mujeres y niños? Sabemos que el coronel Ridzik es un hombre ambicioso y es muy probable que planeara la muerte de Tormax Liao para asegurar el acceso al trono capelense de Maximilian. ¿No tenéis miedo de que un hombre como él se aproxime a vos?
—Señor Cordes —contestó Hanse Davion—, soy consciente de la trayectoria vital del coronel Ridzik. Podría estar discutiendo de maniobras políticas con usted durante horas, pero le ahorraré la molestia. El apoyo del coronel Ridzik significa que podemos reducir el número de guarniciones, lo que implica que habrá menos bajas tanto en el frente como detrás de las líneas. —Se permitió una leve sonrisa—. En cuanto a tener miedo del coronel Ridzik…, siempre he respetado su capacidad como líder y político. No le temo, aunque sí siento recelos. Le aseguro que existe una enorme diferencia entre esas dos actitudes.
El Príncipe, con el rostro iluminado por una sincera sonrisa, señaló a un periodista sentado en una silla de ruedas.
—Sí, Brandon, es tu turno.
El informador sonrió.
—Gracias, coronel… Quiero decir…
—No te preocupes, Brandon. Me alegro de que alguien se acuerde de mis tiempos en el regimiento.
Brandon Corey dejó que se extinguiesen las risas de los demás periodistas antes de formular su pregunta.
—Alteza, recordando la época en que estuvisteis al mando de la Guardia Pesada de Davion, ¿os habríais imaginado que un ataque del tamaño y amplitud de esta invasión podía tener tanto éxito?
—Como siempre, Brandon, tus preguntas no permiten respuestas fáciles —contestó Hanse Davion, sonriente—. Debo admitir que, como comandante en jefe de la Guardia Pesada de Davion, nunca concebí un ataque de estas dimensiones. Ello se debe a que las academias militares que existen en los Estados Sucesores han sembrado la idea de que ningún avance estratégico es posible.
El Príncipe levantó la diestra para acallar nuevas preguntas y continuó su explicación.
—En los seis siglos transcurridos desde que los BattleMechs pisaron por vez primera los campos de batalla, se ha distorsionado la concepción del combate. Cuando contemplamos un BattleMech, vemos una amalgama de metal y municiones de diez metros de altura. Demasiado a menudo, consideramos el ’Mech como si fuera una combinación de un caballero con armadura y su montura. Imaginamos las batallas como duelos entre pilotos, en vez de escuadrones anónimos y divisiones de soldados.
»Durante una conversación intrascendente con el coronel Ardan Sortek, se me ocurrió que habíamos dejado de lado un dato clave sobre los BattleMechs. —Hanse levantó la palma de la mano izquierda y curvó los dedos para formar un puño—. Para Napoleón, Patton o Rommel, un BattleMech habría representado la fuerza de una compañía o una división. Aquellos generales, provistos de una tecnología de comunicaciones que parece infantil comparada con la nuestra, dirigían con facilidad compañías y divisiones. Controlaban ejércitos compuestos de cientos de miles de guerreros individuales que sólo tenían la potencia de fuego de una de nuestras compañías de ’Mechs. Y yo me pregunté: si ellos pudieron hacer aquello entonces, ¿por qué no podemos hacer nosotros lo mismo ahora?
Corey se inclinó hacia adelante en su silla de ruedas.
—¿Fue entonces cuando decidisteis conquistar la Confederación de Capela?
—No. Entonces decidí organizar las maniobras de la Operación Galahad en los años 3026 y 3027, para poner a prueba esa idea. Cuando aquellas maniobras indicaron que podían moverse con eficacia numerosas tropas, empezamos a considerar la manera de enfrentarnos a la amenaza liaoita.
Un hombre situado detrás y a la izquierda de Corey se apresuró a incorporarse y el Príncipe le concedió la palabra.
—Ron Kilgore, Cadena Nébula. Han empezado a filtrarse del frente noticias sobre unos ataques liaoitas contra diversos planetas de la Federación de Soles. ¿Tiene algún comentario que hacer?
—Usted sabe bien, señor Kilgore, que las medidas de seguridad militar me impiden discutir con ustedes datos sobre despliegue y número de tropas —respondió el Príncipe con gesto envarado—. Sin embargo, es preciso que dé una contestación a su pregunta. Sí, las fuerzas de Liao han atacado varios de nuestros mundos, tanto en la Marca Draconis como en la Marca Capelense. Su objetivo era capturar o destruir suministros almacenados en dichos planetas para preparar nuestra siguiente ofensiva. El servicio de espionaje de Liao, la Maskirovka, había interpretado ciertos datos como indicativos de que su ataque nos dejaría inermes. No obstante, fue nuestro Ministerio de Inteligencia, Información y Operaciones el que les suministró esa información. En la jerga de los espías, esta iniciativa se denomina «anzuelo».
El Príncipe sonrió cuando los periodistas se echaron a reír.
—Le aseguro que, aunque las fuerzas liaoitas llegaron a aterrizar en esos planetas, ninguna volvió a despegar. —Hizo una seña con la cabeza a otro reportero—. Señor St. James…
—Gracias, Alteza. El pasado mes de septiembre, en vuestra primera conferencia de prensa sobre la invasión, declarasteis: «La guerra proseguirá mientras sea preciso». ¿Ya tenéis una idea más concreta sobre su duración?
Hanse Davion meneó con resignación la cabeza.
—En el pasado creía que podríamos someter a Liao ocupando los planetas industrializados de la Comunidad de Tikonov, pero Maximilian no parece darse cuenta de que ha perdido su capacidad de mantener una guerra a gran escala, De hecho, el atentado contra Pavel Ridzik y el asesinato del duque Michael Hasek-Davion demuestran que nuestras valoraciones de la estabilidad mental de Liao se habían quedado muy cortas respecto a la realidad. Ahora Liao parece un animal rabioso al que hay que suprimir, y no un sagaz líder de hombres.
»Por favor, comprendan que esta guerra es tan dura para mí como para cualquiera de mis súbditos. —El Príncipe mantuvo la mirada perdida—. Esta guerra me tiene apartado de mi esposa y ha costado la vida a mi cuñado Michael. Y todos los días debo enviar a la muerte a hombres y mujeres, lo que es un deber muy doloroso.
Una mujer de cabello negro y corto se puso de pie.
—Alteza, hemos oído rumores de que Justin Xiang, un hombre a quien exiliasteis hace dos años, es ahora el consejero de Maximilian Liao en cuestiones de espionaje relacionadas con la Federación de Soles. Xiang es el hijo de Quintus Allard, ministro de Inteligencia, Información y Operaciones. ¿Es cierto que desencadenasteis esta invasión como una acción preventiva para que Liao no pudiera perjudicarnos gracias a ciertos secretos revelados por Xiang? Y, si ya hubiera causado graves perjuicios a la Federación de Soles, ¿cesaríais a su padre?
El Príncipe carraspeó, pero su semblante no abandonó una expresión de desprecio.
—Si tenemos en cuenta cómo cayeron las fuerzas capelenses en nuestra emboscada, Justin Xiang debe de ser un consejero muy incompetente. Xiang pudo ser en el pasado un excelente jefe de compañía pero, como consejero de espionaje de Maximilian Liao, podemos considerarlo como un factor beneficioso para la Federación de Soles. En cuanto a Quintus Allard, fue él quien planeó la Operación Emboscada y la preparó con meticulosidad para que se llevara a cabo con éxito. Tengo una confianza absoluta en él y seguirá a mi lado hasta el día en que decida abandonar su cargo.
Un hombre de edad avanzada y barba alborotada se levantó para formular la siguiente pregunta.
—Vamos a apartarnos por el momento del tema Liao, Alteza. Hemos oído rumores de que una unidad liaoita, los Montañeses de Northwind, aterrizó en ese mismo planeta y expulsó de él a dos regimientos de Kurita. ¿Podría hacer algún comentario al respecto? ¿Y puede decirnos si hay planes de liberar ese mundo de las fuerzas de Liao?
Hanse esbozó una sonrisa.
—Por razones de seguridad militar, de nuevo me veo imposibilitado de darle una respuesta completa. Baste decir que la llegada de los Montañeses de Northwind al planeta que abandonaron sus antepasados hace siglos, no nos pilló de improviso ni nos desagradó. —Levantó las manos—. No más preguntas. Tengo mucho trabajo. Pero volveremos a reunimos… pronto. Respeto su derecho a conocer la verdad y la compartiré con ustedes con tanta frecuencia como me sea posible.
Haciendo caso omiso de las preguntas que le gritaban los periodistas, el Príncipe Hanse Davion dio media vuelta y se retiró, por la puerta situada detrás del atril, al refugio de su palacio.