26

26

Nueva Avalon

Marca Crucis, Federación de Soles

20 de julio de 3029

El claro de luna, de tonos azules y blancos, iluminaba el rostro dormido de Melissa. Hanse, de pie en las sombras que cubrían el umbral del dormitorio, observaba el ascenso y descenso, lento y rítmico, de su pecho. Sonrió. Duerme bien. Melissa, pues mañana una Nave de Descenso volverá a alejarte de mí.

Un sentimiento de tristeza bulló en sus entrañas. Lo reconoció de inmediato y lo controló como un enemigo físico que pudiera dominar y vencer. Pero el sentimiento eludió todas las trampas lógicas que Hanse le tendió y se extendió como una bruma por todo su cuerpo, llenándolo de fatiga.

Entró en la habitación. Se volvió de espaldas a la cama y comenzó a desabrocharse la chaqueta del uniforme poco a poco. Le apenaba que ella hubiera de marcharse y se sentía culpable por haber forjado el engaño que la había mantenido a su lado casi como una prisionera en un mundo que esperaba que ella llegase a conocer y amar tanto como él.

—Hanse, ¿qué sucede? —susurró Melissa.

El Príncipe puso una sonrisa en su rostro y se volvió hacia ella.

—Nada, cariño.

Sentada en el lecho, con la luz de luna brillando con unos reflejos dorados en el cabello y dando un tono azul eléctrico a su camisón de seda, Melissa parecía una diosa. Se abrazó las rodillas con naturalidad, pero su mirada gris atravesó el alma a Hanse.

—Por favor, cuéntamelo. Sé que no se trata de ninguna catástrofe, porque estás aquí y no en tu «guarida». Eso significa que escondes algo en tu interior…, algo que no puedes compartir con tus consejeros. —Le alargó una mano—. Y también significa que es algo que debes compartir conmigo.

Hanse rodeó la cama y se sentó en el borde frente a ella. Tomó las manos de la muchacha entre las suyas y tragó saliva.

—Lamento cómo has sido tratada aquí —comenzó— y siento un increíble pesar por tu marcha.

—¿De qué estás hablando, Hanse? Yo soy muy feliz aquí…

El Príncipe le tocó los labios con las yemas de los dedos.

—No digas eso para alegrarme, porque sé que no es cierto. —Se incorporó y miró por la ventana a través de la cortina de gasa—. Vi cómo se iluminaba tu rostro cuando Misha salió de la Caracol. En aquel instante fuiste más feliz que nunca desde que nos casamos.

—Eso no es verdad, Hanse —se apresuró a responder Melissa, pero en su tono faltó el énfasis suficiente para convencer al Príncipe.

—¡Ah!, sí que lo es, Melissa —dijo este, sonriendo y agarrándose las manos a la espalda—. Tú eres una criatura social. He observado cómo fascinabas a todos aquellos que te conocían y te he visto alejar hábilmente una y otra vez a Morgan Hasek-Davion de sus ideas de tener el mando de una unidad militar. —Se volvió hacia ella—. Te he mantenido encerrada en una jaula dorada y te he negado la libertad de ser tú misma. Ni siquiera nos hemos ido de luna de miel. Si tuviera la ocasión de volver a empezar, todo sería distinto.

—¿Quién ha dicho que yo querría que hubiera sido distinto? —preguntó ella, que contemplaba la oscuridad que cubría los pies de la cama.

—¿Qué?

Melissa siguió observando el sitio donde él había estado sentado y aguardó hasta que volvió a tomar asiento allí.

—Sí, marido mío, no puedo negar que a veces he deseado que hubiésemos venido juntos a Nueva Avalon, o que ansio aparecer a tu lado en algún acto importante, pero carecer de todo eso no me hace desgraciada.

»Estar aquí, contigo, es muy importante para mí —prosiguió, recogiendo las manos de Hanse entre las suyas—. Las complejas farsas que hemos tenido que interpretar para poder estar juntos, reflejan la profundidad de lo que sentimos el uno por el otro. Si yo no fuese más que el medio de forjar una alianza, todavía estaría en la Mancomunidad… y probablemente estaría muerta, en lugar de Jeana. Y contigo dormiría otra mujer.

—Al menos, una amante podría pasearse libremente por mi palacio y por mi mundo. Tú sólo puedes recibir visitas de personas que satisfacen unos requisitos de seguridad muy concretos.

—Hanse, no voy a decir que ha sido fácil para mí, pero estás sobrestimando el problema en exceso. —Al verla sonreír, la alegría renació en el apesadumbrado corazón de Hanse—. La gente que tenía permiso para verme, me ha dado una visión distinta de ti y del reino del que formo parte ahora. Riva Allard, por ejemplo, es una joven brillante, llena de vida y de deseos de hacer las cosas cada vez mejor. Aunque no entiendo la mitad de las cosas que dice en relación con el Instituto de Ciencias de Nueva Avalon y su trabajo de doctorado, sí noto su vigoroso optimismo. La conformidad que se exige en el Condominio Draconis, o la desquiciada paranoia de la Confederación de Capela, seguramente habrían quebrado su espíritu. Incluso en mi Mancomunidad de Lira, se habría rechazado su labor si no fuera potencialmente beneficiosa a nivel económico.

»Y significó mucho para mí que me presentaras a tu viejo amigo, Kincaid Fessul —añadió, riendo despreocupada—. Sentí como si el hecho de que yo contase con su aprobación fuera más importante para ti que las palabras de todos tus consejeros diciéndote que este matrimonio era una brillante jugada política. Yo me sentía muy nerviosa; pero entonces, de repente, él sonrió y comenzamos a charlar como si nos hubiéramos conocido toda la vida.

Hanse asintió y una sonrisa se extendió por su semblante.

—Tal vez Kin sea sólo un pescador, pero tiene una inteligencia extraordinaria. Sentí una alegría desbordante cuando vi que ambos congeniabais tan bien.

Melissa cogió la diestra de Hanse y le dio un beso en la palma.

—A través de él, y de Riva, Morgan y Kym, he visto tu reino. Ahora comprendo por qué te aman y están dispuestos a servirte a pesar de todas las decepciones. Tal vez Morgan Hasek-Davion quiera, hasta la última célula de su cuerpo, mandar una unidad de ’Mechs en el campo de batalla; pero jamás se le ocurriría desobedecer tu orden de que se quede aquí. Esa clase de lealtad sólo puede ganarse; nunca comprarse, ni forzarse, ni exigirse. Tu capacidad para inspirarla es tu mayor don y la fuerza secreta de la Federación de Soles.

Hanse sintió un nudo en la garganta, pues las palabras de Melissa lo habían emocionado profundamente.

—Gracias por decirme todo eso —dijo, y le acarició el lado de su cara que permanecía en sombras—, pero no sé si me merezco semejantes palabras.

—¡Chisst! —le ordenó Melissa con suavidad, aunque con una energía que exigía una obediencia ciega—. Dudas de tu propia valía por todo lo que te has visto obligado a hacer. Sabías que prohibir al general Hartstone que aterrizase con su Quinto de Fusileros de Sirtis, antes de que los regimientos mercenarios se sumasen al ataque en Sarna, lo impulsaría hacia la autodestrucción. Durante una semana, vi cuánto te hacía sufrir el tomar aquella decisión. Pese a que sabías que él tenía una lealtad fanática a la memoria del duque Michael, y que apartarlo del mando podría haber encendido una revuelta en la Marca Capelense, seguiste debatiendo el problema en tu interior. Sabías que el puñado de MechWarriors que no compartía las opiniones de Hartstone, sufriría lo mismo que la mayoría, y esa idea estuvo a punto de contener tu mano.

Los grises ojos de la joven reflejaban el brillo plateado del claro de luna. Su voz se redujo a un susurro al añadir:

—Lo que tú no quieres reconocer, amor mío, es que no tomaste tú la decisión de condenar a aquellas personas a la muerte. Habrían caído en cualquier caso: luchando en la Confederación, o encabezando una rebelión contra ti. Buscaste el modo de salvar a aquellos que no merecían morir. El mismo hecho de haberlo llevado a cabo demuestra tu sinceridad e integridad.

Hanse se mordisqueó el labio inferior y asintió con gesto cansado.

—Quizá tengas razón, pero no puedo permitirme aceptar tu argumento por completo, ni sentirme totalmente tranquilo por las problemáticas decisiones que he tomado. Si lo hiciera, podría dejar de buscar las respuestas que no fueran fáciles.

—No temas, marido mío. En el improbable caso de que te volvieras complaciente, yo siempre estaré ahí para recordarte quién y qué eres en realidad. —Melissa se rio con alegría y continuó—: Y si no puedo lograrlo, estoy segura de que Kincaid Fessul será más que digno de esa tarea.

Hanse se rio con ella, pero una oleada de culpabilidad ahogó su felicidad. Melissa dejó de reír de inmediato al notar el cambio, y miró al Príncipe con renovada preocupación. Hanse la abrazó con fuerza.

—Melissa, eres mucho más de lo que nunca imaginé, y significas más para mí de lo que puedes concebir. —Se apartó, sujetándola de los hombros—. Pero sí tengo algo que lamentar, Melissa Arthur Steiner: en todos los preparativos y negociaciones, en toda la ceremonia y los actos políticos, en los mensajes en holodisco y en tu visita, jamás te pedí que te casaras conmigo.

Melissa sonrió y rodeó el rostro de Hanse con sus manos.

—¿Por qué no cumplís con la tradición, Hanse Adriaan Davion?

Hanse hincó la rodilla junto a la cama y tomó la mano izquierda de Melissa entre las suyas.

—Melissa Steiner —dijo—, ¿aceptas ser mi esposa, guardián de mi conciencia y madre de mis herederos?

Una expresión de incontenible felicidad iluminó el rostro de la muchacha.

—Con todo mi corazón y con toda mi alma —respondió.

Hanse se puso en pie, la rodeó con sus brazos y la besó intensamente. Melissa se aferró a él y le devolvió el beso con idéntica pasión. El aroma de la piel y los cabellos de la joven era un delicado perfume que él vincularía siempre con aquel momento, que se había convenido en el más feliz de su vida.

Melissa sonrió mientras Hanse la dejaba con cuidado sobre el lecho.

—Se me ocurre, esposo mío, que ya me he casado contigo y he aceptado la responsabilidad de cargar con tu conciencia. —Se deslizó hasta el centro de la cama—. Eso significa que la única parte de tu proposición que todavía no he cumplido es ser la madre de tus herederos. Como me iré mañana, sugiero que pasemos el resto de la noche procurando cumplir esa tercera promesa.

Hanse asintió con una sonrisa cada vez más radiante en su rostro. Los que pensaron que nuestra boda era un mero modo de forjar una alianza política, sufrirán una terrible decepción. De esta unión nacerá nada menos que una dinastía.