WATT

Watt y Derrick, sentados en el diván de plástico amarillo de la sala de estar de la casa del primero, se dedicaban a dar cuenta del whisky barato que había traído el segundo. —Hacía tiempo que no pasabas una noche de viernes bebiendo solo— dijo Derrick, aunque su tono no indicaba que la idea le molestara especialmente.

—No estoy solo —matizó Watt—. Te tengo a ti.

De no ser por Derrick, sin embargo, Watt estaría solo, puesto que había desactivado a Nadia. Últimamente la apagaba cada vez con mayor frecuencia, desde la noticia que le había dado unos días antes. Ignoraba exactamente por qué; lo único que sabía era que necesitaba silencio en el interior de su cabeza. Además, se volvía irritante, aleccionadora incluso, cada vez que le daba por empinar el codo de esta manera; venga a recordarle siempre cuál era la tasa de alcohol que tenía en la sangre y a enviarle titulares sobre las posibles secuelas de una intoxicación etílica.

—Pues también es verdad. —Derrick echó un vistazo a su alrededor, a los dibujos sujetos a la pared con chinchetas, la montaña de juguetes de los mellizos, los cubos de gomaespuma, la varita de colorear y la diadema de Zahra—. ¿Se trata de Avery?

Watt bebió otro trago de whisky.

—¿Qué ha pasado?

—Cambiemos de tema.

A Watt no le apetecía hablar de cómo la única chica por la que alguna vez había sentido realmente algo se acostaba con su hermano. Sabía, por supuesto, que en teoría no estaban emparentados, que los Fuller habían adoptado a Atlas cuando Avery todavía era un bebé. Pero aun así…

—¿Te apetece ir al Pulse? —sugirió Derrick, pero Watt negó con la cabeza.

Sabía que su amigo tenía razón, que debería enterrar hasta el último recuerdo de Avery entre los brazos de cualquier chica anónima cuyo rostro ni siquiera recordaría a la mañana siguiente. Pero en estos momentos prefería beber. Por lo menos al whisky no hacía falta darle conversación.

Derrick abrió la boca, dispuesto a proponer otro plan, pero lo interrumpieron unos furiosos golpes en la puerta de entrada.

—¿Watt? —«Pero ¿qué…?», pensó Watt, desconcertado. Era una voz que nunca, jamás, habría esperado oír en su apartamento, ni siquiera en toda la Base de la Torre—. ¡Watt, más te vale dejarme pasar!

—No me habías dicho que estábamos esperando a una chica —se rio Derrick a regañadientes, aunque con cierta admiración.

—No esperábamos a nadie —fue la sucinta respuesta de Watt.

A pesar de estar borracho, sus reflejos entraron en acción y corrió a abrir la puerta, esperando que sus padres no hubieran oído nada.

Allí plantada, con un arrugado uniforme escolar y aporreando impacientemente con una de sus bailarinas el desgastado umbral del apartamento de la familia de Watt, estaba Leda Cole.

—Tenemos que hablar —anunció la muchacha, escupiendo las palabras.

Watt se quedó petrificado en el sitio, perplejo. No acertaba a procesar su presencia allí. Derrick, sin embargo, parecía más dueño de la situación; o quizá sencillamente hubiera bebido menos.

—Hola. Me llamo Derrick, soy amigo de Watt —dijo, mientras daba un paso al frente y extendía una mano—. Encantado de conocerte…

Derrick dejó la frase inacabada flotando en el aire, aguardando a que Leda le proporcionara su nombre, satisfacción que ella se abstuvo de darle.

—Tenemos que hablar —repitió la muchacha, mirando a Watt—. En privado. Se trata de Nadia.

Ante la mención de Nadia, Watt sintió como si acabasen de lanzarle un cubo de agua helada a la cara.

—Derrick —dijo muy despacio, volviéndose hacia su amigo—. Disculpa. ¿Te importaría…?

Pero Derrick ya estaba saliendo, pasando junto a Leda camino del pasillo, donde la iluminación se había reducido para emular una suave claridad vespertina. Se giró y silabeó: «¿Quién es Nadia?», pero Watt hizo como si no lo hubiera visto y abrió la puerta de par en par a fin de franquearle el paso a Leda.

—¿Por qué no entras? —dijo, conduciéndola a la sala de estar mientras lanzaba una miradita de soslayo, nervioso, a las sombras del apartamento. A sus padres les daría un ataque como se enterasen de que había metido a una chica en casa.

—Parece que he interrumpido algo —observó Leda, arrugando la nariz al ver la botella de whisky y las tazas de plástico encima de la sencilla mesa de centro.

Había algo, sin embargo, que no encajaba con su acostumbrada altanería: un temblor en su voz, un nerviosismo en sus movimientos, bruscos y sincopados, que Watt no había visto antes. Estaba tan tensa que bastaría el menor contacto para que se rompiera en un millón de pedazos.

—¿Te apetece tomar algo? —preguntó Watt.

Tenía gracia, la verdad, imaginarse a Leda Cole bebiendo whisky con él en la planta 240. Para su sorpresa, la muchacha asintió y se sentó. Watt le sirvió una taza, rellenó la suya y se instaló en el diván, tan lejos de ella como le fue posible. Leda lo observaba, expectante, pero él se limitó a inclinar la cabeza en su dirección, como queriendo decir «las damas primero». Estaba demasiado ebrio como para atreverse a abrir la boca ahora mismo. Necesitaba que ella diera el primer paso, a fin de determinar exactamente cuánto sabía.

—Sé que eres Nadia.

Watt abrió la boca para protestar, sin tener ni idea de lo que iba a decir, pero Leda no le dio tiempo a replicar nada.

—Ya lo he descubierto, así que ni siquiera te molestes en negarlo.

Nadia. Necesitaba la ayuda de Nadia. «Activar cuant», pensó, y lo tranquilizó el reconfortante pitido que indicaba que Nadia acababa de despertarse.

—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó cautamente, sin confirmar ni rechazar nada.

—Por favor. Me di cuenta de que había algo raro en ti la primera vez que te vi, en la fiesta de Eris.

—¡Pero si ni siquiera hablé contigo esa noche! —protestó Watt, ante lo cual Leda se limitó a encogerse de hombros.

—Tu conducta era extraña, te quedabas mirándolo todo fijamente demasiado tiempo, escabulléndote, furtivo, como si estuvieses fuera de tu elemento. Lo cual era cierto. —Leda entornó los párpados—. Además, utilizas lentes de contacto, pero en ningún momento te vi darles ni una sola orden verbal. Es inquietante, la verdad. Como si ni siquiera las llevases puestas.

A Watt le costaba creer que Leda se hubiera fijado en eso. Por supuesto que no necesitaba hablar para utilizar las lentes; les transmitía todas las órdenes con el pensamiento, a través de Nadia.

—Pero sigo sin entender cómo supiste que yo era Nadia —insistió.

Leda curvó sus rojos labios en una sonrisa, y Watt comprendió que acababa de confesar sin proponérselo.

—Para ser un autoproclamado «experto en servicios de información», te andas con muy poco cuidado. No parabas de decir eso de «tus deseos son órdenes para mí» —dijo Leda, al tiempo que alzaba las manos para dibujar unas imaginarias comillas en el aire con los dedos— en todos tus mensajes y lo hiciste de nuevo, en persona, cuando coincidimos en la gala. Es solo que tardé un poco más de la cuenta en establecer la relación.

A Watt le costaba creer que pudiera haber sido tan estúpido. «Si no me hubieras desactivado cada vez que estabas con Avery —le recordó Nadia—, te lo podría haber advertido».

—¿Cómo has averiguado mi dirección? —preguntó Watt, haciendo oídos sordos al «te lo dije» del cuant.

—No ha sido tan difícil. Ya me habías contado que estudiaste en el Instituto Jefferson. Me limité a darle un toque a la escuela y hacerme pasar por una madre que había perdido el enlace al directorio online. —Leda echó la cabeza hacia atrás, impacientándose—. No todos los problemas necesitan un hacker para solucionarse, ¿sabes? A veces basta con hablar con la gente para obtener el mismo resultado.

Su instinto no estaba nada mal.

—Me da en la nariz que nunca necesitaste realmente contratar mis servicios —dijo el muchacho, para ganar tiempo.

«Sal de esta situación —no dejaba de advertirle Nadia—. Es sumamente improbable que termine bien». Pero Watt no la estaba escuchando.

—Ojalá no lo hubiera hecho, porque está claro que se te da de pena.

—¡Soy el mejor del mercado! —exclamó Watt, a la defensiva—. Hackeé todos esos parpadeos para ti, descubrí que Atlas había estado en el Amazonas…

—Eso por no mencionar que eres un ser deleznable —prosiguió Leda, sin inmutarse—. Me parece increíble que fingieras ayudarme, que aceptaras mi dinero, todo con tal de intentar acostarte con mi amiga. —Elevó la mirada al cielo—. O sea, ¿existe algún cliché más idiota que ese? ¿Sabes cuántos tíos han intentado enrollarse con Avery? Ninguno de ellos ha conseguido nada. Es una estrecha sin remedio.

—Primero me acusas a mí de ser deleznable, ¿y luego hablas así de tu mejor amiga?

—Tengo mis motivos —le espetó Leda, que apuró el whisky de un trago.

Le tendió la taza para que se la volviera a llenar y Watt obedeció en silencio.

—Para que quede claro, ni siquiera era consciente de la existencia de Avery hasta que me contrataste. —No sabía por qué sentía esa necesidad de justificarse, pero continuó hablando, impulsado por el alcohol y por algún tipo de instinto implacable. Nunca había podido hablar de Avery con nadie, o al menos con nadie que la conociese—. Sí, vale, me pareció guapa e intenté conocerla un poco mejor. ¿Y qué? No he hecho nada malo.

—¿Que intentaste conocerla? —gruñó Leda—. Di mejor que intentaste llevártela al huerto.

—¡Por lo menos yo no estoy obsesionado con un tío que está enamorado de otra!

Leda entornó los párpados, al tiempo que se le encendían las mejillas.

—Eres patético —siseó—. Además de incompetente. Eso era lo único que te pedí que averiguaras, y ni siquiera pudiste conseguirlo. Menudo hacker de pacotilla.

Solo que sí lo había averiguado. Watt hizo una mueca, asqueado al imaginarse juntos a Avery y a Atlas. Apuró el resto del whisky para disimular su turbación. Desconcertantemente, la habitación había empezado a dar vueltas a su alrededor.

Leda no dejaba de observarlo, con una mirada extrañamente calculadora.

—Rompió contigo, ¿a que sí? —musitó, acercándose a él un poco más.

Su inesperada proximidad desconcertó a Watt, aunque por otro lado no le pareció desagradable del todo. Aspiró su perfume, penetrante e intenso; olía a rosas.

—Pues sí.

—Lo siento. Por si te sirve de consuelo, Atlas también ha roto conmigo. Aunque seguro que eso ya lo sabías, con todas tus investigaciones.

—Como si fuese a seguirte la pista —replicó Watt, con sarcasmo—, ahora que no me pagan por ello.

Leda se echó a reír como si acabase de escuchar el chiste más gracioso del mundo. Rebuscó en su bolso un momento.

—¿Quieres una? —preguntó, enseñándole un surtido de pastillas de distintas formas y colores.

Nadia hizo sonar todas las alarmas en la cabeza de Watt.

—No, gracias —dijo precavidamente el muchacho—. Soy más de beber, ¿sabes?

Algo iluminó momentáneamente las facciones de Leda, pero enseguida desapareció.

—Desde luego —dijo.

Volvió a guardar las pastillas en el bolso y se inclinó sobre la mesa, ocupándose de rellenar sus tazas. Cuando le puso la suya en la mano, Watt se dio cuenta que se le habían desabrochado unos cuantos de los botones de perlas de la blusa. Podía ver hasta el delicado sujetador de encaje que llevaba debajo.

—Por nosotros —dijo Leda—. Ambos rechazados por los hermanos Fuller. Pero sobreviviremos, ¿a que sí? Salud.

Se quedó sosteniendo la taza en alto, expectante. Watt brindó con ella y se tomó el whisky de un trago. La botella comenzaba a estar más vacía que llena.

—Gracias. —Leda estiró los brazos por encima de la cabeza y se recostó en el diván, desperezándose como si estuviera en su casa—. Es agradable —murmuró— no estar sola ahora mismo.

Watt intuyó lo que intentaba decirle Nadia, pero, aunque ella no estuviera borracha, él sí: las neuronas de su cerebro funcionaban mucho más despacio de lo normal, incapaces de procesar por completo los mensajes que el cuant le enviaba a través de sus sinapsis.

—Tent… Tentiendo —repuso, y se percató de que empezaba a trabársele un poco la lengua.

—Watt…

Leda le apoyó una mano en el muslo y lo miró, dejando que fueran sus ojos y no sus labios los que formularan la pregunta. Hasta ese momento, Watt no se había dado cuenta que fuera tan guapa: tenía unos ojos luminosos, unos labios carnosos y una piel tersa y radiante.

Esto era muy mala idea. Cuando Leda se sentó encima de él, los pliegues de su falda se extendieron sobre las piernas de Watt como las plumas de un pavo real. Acercó la boca a la suya. El muchacho contempló fugazmente la posibilidad de alegar algo en contra, pero Leda ya le había deslizado las manos bajo la camisa y no dejaba de bajarlas más y más. Cualquier excusa convincente que se le hubiera podido ocurrir se esfumó por completo de sus pensamientos.