WATT

Mientras corría por la pista que atravesaba el bosque, los pies de Watt aporreaban la gruesa polirresina negra al compás de la música electrónica que atronaba en sus audiorreceptores. Hacía siglos que no pisaba el parque de Redwood. También hacía siglos que no hacía ejercicio, ya puestos, sin contar los improvisados partidos de fútbol a los que se apuntaba espontáneamente de vez en cuando. Pero desde que había conocido a Avery en la Arena, la semana pasada, había salido a correr casi a diario. Para ponerse en forma, se decía, aunque no era ninguna coincidencia que siguiera el mismo recorrido que tan a menudo aparecía en los correos de Avery.

Era impropio de Watt tomarse tantas molestias por una chica. Sin embargo, no sabía qué más hacer. No podía dejar de pensar en Avery; se había parpadeado con ella en un par de ocasiones, y aunque siempre contestaba, la conversación nunca trascendía los límites de lo amistoso. Ni siquiera Nadia sabía muy bien qué decirle, lo cual no hacía sino aumentar la curiosidad de Watt. Llevaba toda la semana repasando los agregadores de Avery. Esa era una tarea que solía dejar en manos de Nadia, pero en este caso, sin embargo, le apetecía encargarse personalmente. Se deleitaba escuchando todos sus pensamientos, desentrañando el modo en que operaba su mente.

Y por encima de todo, naturalmente, estaba su poco menos que sobrecogedora hermosura. A estas alturas Watt ya había averiguado el secreto de Avery, que sus padres la habían diseñado a medida a partir de una selecta combinación de ADN. Era un disparate soñar siquiera con que él pudiese tener la menor oportunidad con alguien como ella. ¿Qué esperanzas podría abrigar un chico de la Base de la Torre con la muchacha más bonita de la tierra? Una muchacha que literalmente vivía en la cima del mundo. Debía de haber decenas de tíos que le pedirían para salir constantemente, todos ellos más altos o ricos que Watt.

Sin embargo, ninguno de ellos contaba con Nadia.

Apretó el paso mientras los árboles comenzaban a espaciarse frente a él y la oscura cinta de la pista bordeaba un enorme lago falso. El agua no era real, pero sí las secuoyas que lo rodeaban: las raíces estaban enterradas a gran profundidad, en los niveles de agroproducción inferiores, y las inmensas copas se elevaban en el aire. Watt respiró hondo, recreándose en el dolor que sentía en las pantorrillas. La limpia fragancia de las agujas secas impregnaba el aire. No era de extrañar que a Avery le gustara aquel sitio. El parque de Redwood estaba abierto al público, en teoría, pero su emplazamiento —oculto en la planta 811, en una línea de ascensores local— implicaba que casi todos sus visitantes fueran encumbrados.

«¿Sabes dónde está Atlas?», rezaba el mensaje entrante que acababa de recibir en sus lentes de contacto.

«Esta tía está obsesionada», comentó Watt para Nadia mientras abría la ubicación de Atlas y se la enviaba a Leda. Tampoco es que le molestara especialmente. La chifladura de Leda había depositado ya varios cientos de nanodólares en su cuenta de ahorros para la universidad, y le había permitido comprarles algo de ropa nueva a Zahra y Amir.

«No veo en qué se diferencian la conducta de Leda y la tuya».

«Por lo menos yo no me paso todo el rato tras la pista de Avery, como le pasa a ella con Atlas», pensó Watt, enfurruñado.

«Puedo hacerlo yo, si quieres», replicó Nadia.

Watt se sintió avergonzado de repente. Nadia tenía razón; debería tirar la toalla e irse a casa.

Entonces la vio.

Corría en dirección contraria por la misma pista, vestida con una camiseta de color verde lima y unas mallas deportivas estampadas con motivos de camuflaje. Incluso corriendo destilaba elegancia, de alguna manera, con el pelo descuidadamente caído sobre uno de los hombros.

Cuando los separaban un par de metros, Avery pestañeó al reconocerlo.

—Hola —saludó, jadeando, y aminoró el paso—. Watt, ¿no?

El muchacho experimentó una desilusión momentánea al comprobar que Avery no había estado pensando tanto como él en su encuentro en la Arena de Realidad Aumentada. Estaba claro que sus parpadeos tampoco le habían dejado huella. Quizá anduviera en lo cierto al sospechar que hablaba con un montón de chicos a la vez. En fin, pensó, apartando a un lado la duda que amenazaba con instalarse en su pecho; tendría que esforzarse por resultar mucho más memorable que ningún otro.

—Avery. —En ese momento se dio la vuelta y empezó a caminar a su lado—. No sabía que venías a correr por aquí. ¿Estás entrenándote para algo?

La pregunta era razonable; se trataba de un circuito muy largo. Watt recordaba haber leído en los agregadores que Avery llevaba un par de años corriendo la media maratón.

—Ahora mismo, no. Es solo que me encanta este sitio. —La muchacha hizo un gesto que abarcó la exuberante arboleda, el aire frío y perfumado que olía a bosque, y la luz que danzaba en la superficie del lago artificial. Tan dentro del parque como se hallaban, las paredes ni siquiera resultaban visibles—. Es agradable recorrer kilómetros y más kilómetros sin cruzarte con nadie, ¿sabes? —añadió Avery, que enseguida se dio cuenta de lo que acababa de decir—. Bueno, no me refiero a ti, claro.

—No, si te entiendo —convino Watt—. Cuesta creer que estemos dentro ahora mismo, ¿verdad?

Avery sonrió.

—¿Y tú qué, entrenando para algo?

—No, solo para la siguiente partida de los Magos —respondió Watt, sin darle importancia—. Además…

—¿Una carrera?

—¿Cómo?

Pero Avery ya había reanudado la marcha y se alejaba por la pista como una exhalación. Watt echó a correr detrás de ella tras titubear durante una fracción de segundo, agradecido de repente por todos los partidos de fútbol que había jugado. Avery era asombrosamente rápida. Se preguntó si habrían descubierto en el ADN de sus progenitores algún tipo de gen extra para mejorar la musculatura.

La muchacha se detuvo por fin en el camino que conducía al ascensor, junto a una pequeña fuente de agua con forma de tronco cortado.

—Gracias. —Sonrió de oreja a oreja mientras se salpicaba la cara con agua. Unas cuantas gotas resbalaron por la curva de su cuello hasta la parte delantera de su camiseta—. Llevaba tiempo sin hacer algo así.

—Y yo —replicó Watt, con sinceridad.

Los ojos de Avery se dilataron; estaba mirando algo en sus lentes, seguramente algún parpadeo entrante. «Ahora o nunca», lo apremió Nadia.

—Oye, Avery —empezó a decir Watt, que se maldijo de inmediato por imprimir un timbre de interrogación a la frase—. ¿Te apetece hacer algo este fin de semana?

—Ay, Dios. Para este fin de semana he organizado una fiesta descomunal por el cumpleaños de mi amiga Eris —replicó Avery, deslizando una pierna hacia atrás para realizar un estiramiento. Por un momento Watt pensó que estaba dándole calabazas, pero entonces—: ¿Te apetece pasarte?

Al muchacho le costó disimular la emoción.

—Sí, claro. O sea, encantado.

—Genial. Será en el Bubble Lounge, el sábado por la noche. —Avery volvió a agacharse para beber un último trago de la fuente y se giró, dispuesta a partir en la otra dirección—. Espero verte por allí.

—No lo dudes —musitó Watt, mientras la veía desaparecer entre los árboles.