WATT

Mientras entraba en la Arena de la planta 623, Watt pensaba: «Dinero fácil, y una porra». Tan solo habían transcurrido unos días, y Leda Cole ya estaba demostrando ser un gigantesco grano en el culo.

Cuando aceptó el encargo, ignoraba lo intratable que podía llegar a ser su cliente. No dejaba de enviarle parpadeos con actualizaciones de estado sobre Atlas: sus movimientos, sus mensajes, los holoprogramas que veía e incluso si se estaba divirtiendo con ellos. Watt se las había arreglado hasta la fecha para satisfacer todas sus peticiones de la mejor manera posible, pero aún no había conseguido entrar en la red doméstica de los Fuller, por lo que ignoraba todo cuanto ocurría entre sus paredes a menos que Atlas parpadeara a alguien para contárselo.

Ahora se enfrentaba a la última exigencia de Leda: ayudarla con esta cita en grupo en Realidad Aumentada. Watt había cometido la estupidez de acceder a hackear el sistema de la Arena y manipular el juego para que Atlas y su cliente acabasen juntos, pero eso había sido antes de que Nadia y él echasen un vistazo a la arquitectura del sistema. Resultó que la Arena manejaba semejante volumen de información que ni siquiera Nadia era capaz de traspasar su recio cortafuegos. Al final Watt se había dado cuenta de que la única forma de complacer a Leda, a lo que él se había comprometido de forma quizá precipitada, pasaba por infiltrarse en el sistema desde dentro.

«¿Cómo nos habremos metido en este fregado, Nadia?».

«Creo recordar que no fui yo quien aceptó el trabajo», obtuvo el muchacho por toda respuesta.

Se acercó a la impresora de tickets 3D y examinó las distintas opciones, emocionándose sin poder evitarlo. Había juegos de fantasía, una aventura en la jungla azteca e incluso algo denominado Los Jinetes del Dragón. Watt se preguntó cómo narices se podía simular algo así. En fin, ya que tenía que comprar una entrada para acceder a las instalaciones, qué menos que aprovechar para echar una partida, ¿verdad? Ojalá estuviera allí Derrick. Ese sitio le encantaría, sin duda.

Tras seleccionar un juego de magia y empezar a imprimir su ticket, Watt dirigió la mirada a la zona de juegos… y se quedó sin aliento. Caminaba por la sala la que sin duda debía de ser la muchacha más bonita que hubiera visto en su vida.

«Nadia, ¿y esa quién es?», preguntó. Nadia consultó el agregador de la chica, y a Watt estuvo a punto de escapársele una carcajada.

Avery Fuller, hermana del tío al que se suponía que debía estar espiando; y la mejor amiga de Leda.

Watt se quedó mirando fijamente a Avery, hipnotizado, mientras esta estiraba los brazos para soltarse la coleta, dejando que su melena rubia le cayera sobre los hombros mientras sacudía la cabeza con gesto impaciente. Le pareció vislumbrar el destello de unas lágrimas en sus ojos, azules como el firmamento.

«¿Qué le digo?».

«Compra una bolsita de M&M’s de pomelo en la máquina expendedora, siéntate a su lado y empieza a comértelos», contestó Nadia de inmediato.

«¿En serio?». Como consejo le parecía un poco raro, incluso viniendo de Nadia, la cual a menudo sugería las soluciones más extrañas y crípticas a los problemas que le planteaba.

«¿Cuándo fue la última vez que me equivoqué en algo?».

Aquello era cierto. Watt hizo lo que le decía, compró las golosinas y fue a sentarse en el mismo banco que Avery, ignorando deliberadamente su presencia. Se sacó la bolsita de M&M’s del bolsillo y empezó a metérselos en la boca de uno en uno. Notó cómo la atención de Avery comenzaba a desviarse hacia él, oyó que carraspeaba y percibió el peso de su mirada sobre la bolsa. Fingió no percatarse de nada. Y, como cabía esperar, transcurridos unos instantes…

—Perdona —murmuró la muchacha, al tiempo que le daba un golpecito con el dedo en el hombro—. Es solo que me preguntaba… ¿Te importaría darme uno?

Watt parpadeó, ligeramente sorprendido cuando le dirigió la palabra, aunque se lo esperaba. Realmente era la chica más despampanante que hubiera visto jamás. Al cabo, se repuso lo suficiente como para decir algo.

—¿Perdona?

Se señaló las orejas con un ademán, desconcertado, como si hubiera estado escuchando algo en sus audiorreceptores; aunque, naturalmente, no era el caso. Pero al menos eso explicaba por qué se había limitado a quedarse mirando en su dirección, pestañeando en silencio, como un pasmarote.

Avery repitió la pregunta y Watt le pasó la bolsita mientras disimulaba una sonrisa. «Gracias, Nadia».

«Hombre de poca fe».

—¿Qué escuchas? —preguntó educadamente Avery, devolviéndole la bolsa, aunque se notaba que tenía la cabeza en otra parte.

—A un tal Jake Saunders. Me extrañaría que lo conocieras.

—¡No fastidies! —exclamó Avery—. ¿Te gusta el country?

Watt asintió, pese a no haber escuchado un tema de country en toda su vida.

—¿Qué te parece el nuevo álbum de Jake? —continuó Avery, animada.

—Me gusta —respondió Watt con cautela, leyendo casi palabra por palabra el comentario que la misma Avery le había mandado a Atlas hacía unas semanas—, aunque no es tan bueno como sus primeros trabajos. De todas sus canciones, mi favorita siempre ha sido Crash and Burn.

—¡La mía también! —Se entusiasmó Avery, sorprendiéndolo a continuación al recitar el estribillo en voz baja—. I’m not comin’ over, you and I are long done, you can crash and burn… —Su timbre se volvía grave al cantar, con una seductora ronquera que Watt no se esperaba.

—… with another one —consiguió articular, entonando las últimas palabras con ella, y Avery se rio.

—Bueno, ¿y qué te trae por aquí? —preguntó la muchacha, transcurrido un momento.

Era deslumbrante: sus ojos, su risa, aquella canción inesperada.

—He quedado con unos amigos para jugar a los Magos —respondió Watt.

—Anda, ese antes era mi juego preferido. ¿Sabes la parte en que te encuentras la espada clavada en la roca y tienes que sacarla?

Watt abrió la boca, dispuesto a mentir —Nadia había desplegado para él el mapa de la Arena de Realidad Aumentada, junto con una descripción de esa escena, sacada de la página web de un entusiasta del juego—, pero, por alguna razón, no le apetecía.

—La verdad es que nunca había estado aquí antes —reconoció.

—¿En serio? —Aquello pareció sorprender a Avery—. Bueno, no te quiero estropear la experiencia. Pero, un consejo: cuando el alquimista te ofrezca unas pociones, coge la copa más pequeña.

—¿Me ayudará a ganar?

—Qué va, todas te llevan al siguiente nivel. Solo que esa es la que mejor sabe de todas —dijo Avery, totalmente en serio, y Watt esbozó una sonrisa—. Me llamo Avery, por cierto —añadió la muchacha.

—Avery —repitió él, como si no llevara todo ese rato husmeando en sus agregadores—. Yo soy Watt.

La chica volvió a mirar a la puerta, y Watt temió estar a punto de perderla.

—¿A qué jugabas ahí dentro? —le preguntó, inclinando la cabeza para señalar las pistolas que llevaba enfundadas en la cintura.

—Alienígenas —dijo Avery, y se encogió de hombros—. Necesitaba respirar un poco de aire fresco, supongo.

Watt asintió, siguiendo el consejo de Nadia pese a presentir que debería hablar. Pero Nadia estaba controlando la respiración y las pulsaciones de Avery, y parecía opinar que la muchacha deseaba decir algo más, si se le presentaba la oportunidad.

—Es solo que todo resulta tan… agotador a veces, ¿sabes? —dijo Avery, apartando la mirada mientras jugueteaba con uno de sus guantes hápticos.

Watt vaciló. «¿Nadia?», preguntó. No estaba acostumbrado a que las chicas lo desconcertaran, y menos cuando eran así de despampanantes. Según su experiencia, la belleza y la complejidad a menudo eran inversamente proporcionales.

—¿A qué te refieres?

—¿No te da nunca la impresión de que la gente cree conocerte, pero en realidad eso es imposible porque todos ignoran lo más importante acerca de ti?

—Pues sí, de hecho.

Nadie sospechaba de la existencia de Nadia, por ejemplo, a pesar de que esta formaba parte indisoluble de todo cuanto Watt pensaba, sabía y hacía. Se preguntó cuál sería el gran secreto que Avery creía estar ocultando. Fuera lo que fuese, jamás podría compararse a llevar un cuant alojado en el cerebro.

—Perdona. No sé por qué he dicho eso.

Avery había recuperado el mismo tono educado y distante de antes, cuando le había pedido un M&M. Watt levantó la cabeza y vio que ella había echado los brazos hacia atrás para recogerse el pelo, lo cual le permitió percibir la fragancia a lavanda de su champú.

Comenzaba a cerrarse, a ocultar la faceta vulnerable que le había dejado atisbar por un efímero instante. Watt se devanó los sesos en un intento por dilucidar la mejor manera de recuperarla. No podía marcharse, todavía no.

—Avery —empezó a decir, pero en aquel preciso momento la muñequera de la muchacha emitió un pitido, avisándola de que ya había pasado demasiado tiempo fuera. Si se quedaba en la zona de descanso mucho más tiempo, la arena no volvería a permitirle el acceso.

—Creo que tengo que volver a entrar —dijo Avery.

Le dedicó una sonrisa, pero esta carecía de la calidez que Watt había visto hacía tan solo un momento.

—Antes de despedirnos, ¿te importaría que intercambiásemos enlaces de parpadeo? —dijo. Se puso en pie mientras hablaba, sintiéndose incómodo. Ninguna chica había conseguido ponerlo tan nervioso desde antes de la existencia de Nadia.

—Ah. Claro. —Avery esperó mientras sus lentes de contacto establecían la conexión que les permitiría enviarse parpadeos y toques—. Hasta otra —añadió, y volvió a ponerse el casco. Las puertas deslizantes se abrieron, dejando que Watt entreviera la arena tal y como en realidad era, una sucesión de paredes grises cubiertas de aspersores y detectores de movimiento.

—Buena suerte ahí dentro —le deseó, pero Avery se encontraba ya a un mundo de distancia.