AVERY |
—Ya voy yo —dijo Avery un poco más tarde, aquella misma noche, cuando sonó el comunicador de la entrada. Tampoco es que sus padres fuesen de los que se levantaban para abrir la puerta, pero quería darle a Watt un momento para prepararse antes de conocerlos, puesto que todos iban a compartir el mismo deslizador para ir al Club Universitario. Atlas había salido ya para recoger a Leda, cosa en la que Avery intentaba no pensar demasiado.
—¡Watt! —dijo, abriendo la puerta de par en par, y enmudeció al verlo con su esmoquin nuevo. El elegante satén no solo se ajustaba a su figura, haciéndolo parecer más alto de lo que realmente era, sino que además realzaba tanto los angulosos contornos de su nariz y de su mentón como el tono tostado de su piel—. Espectacular —exclamó, mientras el ritmo de su corazón se aceleraba inesperadamente—. El esmoquin, quiero decir.
—Fue divertido ir de compras. —«Sí que lo fue, ¿verdad?», pensó Avery—. Te he traído una cosa, por cierto —añadió Watt.
El muchacho carraspeó y le tendió una cajita de terciopelo.
—Ay, pero si no hacía falta que…
Avery dejó la frase inacabada, flotando en el aire, al abrir el estuche. Dentro encontró una incandescencia en miniatura, una de las flores genéticamente modificadas que atraían la luz igual que los imanes atraen el metal. Ya había empezado a desviar hacia ella parte de la claridad del pasillo, adoptando un fulgor espectral, aunque por sí misma no generase ningún resplandor. Las incandescencias eran curiosas: se habían abaratado mucho desde su creación, hacía décadas, porque solo duraban unas pocas horas antes de morir. Pero si se podía disfrutar de ellas la única noche en que florecían, eran realmente hermosas.
—Sé que odias las flores cortadas —estaba diciendo Watt—, pero no pude resistirme, llevo queriendo regalarte una de estas desde aquella noche en el Bubble Lounge.
—Es preciosa. Gracias —exclamó Avery.
La flor en sí era minúscula, más pequeña que una de sus uñas, y ahora resplandecía con una suave pero inconfundible luz dorada. Avery se la prendió en su recogido, detrás de una oreja. Conjuntaba a la perfección con su vestido, largo, ceñido y recubierto de diminutas teselas de espejo. Le había encantado la deliciosa ironía de que, cuando la gente la mirase, todos se vieran obligados a mirarse a sí mismos.
—¿Este es el famoso Watt? —llamó la madre de Avery desde la entrada—. ¡Adelante! ¡Hemos oído muchas cosas de ti!
«Solo lo he mencionado una vez», pensó Avery, ruborizándose abochornada mientras guiaba a Watt hasta el interior del apartamento.
—Watt, es maravilloso conocerte por fin. —Elizabeth le tendió la mano, en las que relucían gigantescos anillos de diamantes.
Watt se la estrechó, impávido.
—Gracias. Está usted adorable esta noche, señora Fuller.
Para sorpresa de Avery, Watt guiñó un ojo; muy fugazmente, pero con la cantidad justa de coqueteo como para conseguir que la madre de Avery se derritiera un poquito. ¿Cómo habría sabido que podía utilizar ese truco?
—Bueno, pues cuéntame —dijo la madre de Avery, con una nota de calidez en la voz—, porque Avery se resiste. ¿Cómo os conocisteis?
—Coincidimos en una partida de Realidad Aumentada. Después de ver a Avery, ni que decir tiene, fui incapaz de concentrarme en serio en el juego —relató Watt—. Así que me puse a incordiarla y mandarle flores hasta que accedió a concederme una cita.
—Ya, bueno, es que Avery siempre ha sido muy cabezota. —Pierson Fuller entró briosamente en la sala—. Tú debes de ser Watt —dijo, y le estrechó con firmeza la mano—. Siéntate. ¿Te apetece tomar algo? ¿Vino? ¿Whisky?
—Papá, que ya llegamos tarde. —Avery lanzó una mirada de reojo a Watt, pero este parecía estar pasándolo en grande.
—Bueno, creo que nos dará tiempo a tomar una copa, ¿tú no? —preguntó, con una sonrisita traviesa.
—Así se habla. —El padre de Avery se situó detrás de la barra y empezó a rebuscar entre las licoreras de cristal grabadas con sus iniciales—. Además, quizá tengan escáneres de edad en el club, nunca se sabe. Esta podría ser la única gota de alcohol que probéis en toda la noche.
—En el Club Universitario, no. —Elizabeth se acercó y, con cada uno de sus pasos, las faldas de su vestido emitieron un delicado susurro—. Vino para mí, Pierson.
—Últimamente están endureciendo las medidas en todas partes. —Pierson sirvió las bebidas en unos vasos previamente enfriados, las repartió y se sentó en el diván—. Bueno, Watt, háblame de ti. ¿Dónde estudias?
—En el Instituto Jefferson, que está en la planta 240. —Watt lo dijo con confianza, sin avergonzarse.
La muchacha se descubrió sintiéndose extrañamente orgullosa de él. Para su alivio, sus padres se limitaron a asentir, como si fuese la cosa más natural del mundo que un chico que vivía tres mil metros por debajo de ellos saliera con Avery.
—Es un centro concertado, ¿verdad? —preguntó Pierson.
—En efecto —respondió Watt, y Avery miró a su padre con curiosidad. ¿Cómo sabía eso?
Su padre asintió.
—Tengo unas cuantas propiedades en ese vecindario. Una de ellas está en la esquina de la 17 con Freedmore, el edificio que tiene el banco dentro…
Exasperada, su hija contuvo un lamento y miró a Watt a los ojos, pero el muchacho se limitó a sonreír mientras probaba un sorbo de whisky. Prendida de los cabellos de Avery, la incandescencia resplandecía como una bombilla encendida.
Avery se colgó del brazo de Watt cuando llegaron a la entrada del salón de actos del Club Universitario. La gigantesca estancia de madera oscura estaba decorada en tonos azul y plata; incluso las columnas parecían estar cubiertas por entero con un manto de flores blancas y azules. Había barras curvadas en las esquinas de la sala, y a lo largo de la pared del fondo se había instalado una pista de baile. La iluminación era tenue, pero aun así Avery podía distinguir los vibrantes colores de todos los vestidos, cuyo aspecto resultaba aún más suntuoso en contraste con el negro riguroso de los esmóquines.
—Eres lo peor —le dijo entre dientes a Watt mientras se internaba con él en la multitud.
—Yo no tengo la culpa de haberles caído bien a tus padres —replicó inocentemente el muchacho, y Avery no pudo evitar sonreír. Watt extendió una mano—. ¿Bailamos?
—Sí —respondió ella, entusiasmada, preguntándose cómo habría sabido Watt lo que estaba pensando.
Aún era un poco pronto para salir a la pista, pero Avery siempre había preferido bailar a socializar en este tipo de actos. La gente tendía a arracimarse a su alrededor y bombardearla con conversaciones insulsas, cuando no le lanzaban miraditas de reojo desde la otra punta de la sala. Incluso ahora podía notar cómo todos se dedicaban a analizar su atuendo, cuchicheando sobre el chico nuevo que la acompañaba. La pista de baile era el único sitio en el que la dejaban en paz.
Mientras se abrían paso entre la muchedumbre, Avery vio que prácticamente todo el mundo había acudido a la cita: allí estaba Risha, de pie junto a Ming en la barra; y Jess con su novio, Patrick; y los amigos de sus padres, los McClendon, que la saludaron con la mano. Sabía por qué faltaba Eris, pero ¿dónde se habría metido Cord? Brice y él eran socios de pleno derecho, aunque en teoría fuesen demasiado jóvenes —puesto que sus padres eran tan populares, el club se había saltado las normas por ellos—, pero Avery no vio ni rastro de los jóvenes Anderton. Esperaba encontrarse con Cord, aunque solo fuera para averiguar por qué chica había dejado a Eris.
Salieron a la pista de baile, y Watt la cogió por los brazos y la ayudó a dar un giro perfecto. Se movía con gracia y agilidad.
—Eres un gran bailarín —dijo Avery, haciéndose oír por encima de la música, y de inmediato se sintió culpable por haber sonado tan sorprendida.
—De pequeño tenía unos zapatos… No sé si los conoces, los que bailaban solos y tú tenías que dejarte llevar.
A Avery se le escapó un resoplido muy poco refinado al imaginarse la escena.
—Qué peligro. Yo me caería, seguro.
—Como me caí yo, cientos de veces. Pero, al final, aprendí a bailar así. —Watt la hizo girar de nuevo y la recogió con un brazo antes de que tocara el suelo.
La ayudó a incorporarse y la banda empezó a tocar más despacio. La cantante cantó con voz melodiosa una de las antiguas baladas favoritas de Avery, que condujo a Watt hacia el centro de la pista de baile justo cuando el muchacho, en un acto reflejo, intentaba dar un paso atrás.
—¿Por favor? Me encanta este tema. Sobre todo en directo —dijo Avery, esforzándose por aguantar la risa ante la cara de consternación del muchacho.
Los conciertos en vivo se habían convertido en una rareza, por lo que escaseaban las oportunidades de escuchar algo así.
Watt volvió a acercarse, obediente, aunque pareció titubear antes de rodearle el talle con una mano. Le cogió la otra mano y empezaron a moverse despacio.
—Te gustan mucho las cosas antiguas, ¿verdad? —preguntó, mirándola a los ojos.
—¿A qué te refieres? —dijo ella, devolviéndole la mirada.
—El modo en que hablabas de esta canción ahora mismo. O lo que dijiste en el parque de Redwood, o cuando rememoras tu estancia en Florencia. Eres tan… nostálgica. ¿Por qué te gustan tanto las cosas antiguas?
Avery se sorprendió ante aquel despliegue de perspicacia.
—Pensarás que no tiene ningún valor, ¿no?
—En absoluto. Es que estoy acostumbrado a pensar únicamente en el futuro.
—¿Y qué crees tú que te depara ese futuro? —preguntó Avery, intrigada.
—Espero que todo sea más veloz. Más práctico e interconectado. Y más seguro, con suerte.
Avery parpadeó.
—Perdona —musitó Watt, compungido; parecía casi avergonzado—. En mi tiempo libre me entretengo con un montón de proyectos sobre tecnología. Aspiro a entrar en el programa de ingeniería de microsistemas del MIT.
Avery ni siquiera sabía qué era la «ingeniería de microsistemas».
—¿Significa eso que podrás arreglarme la tableta cada vez que se cuelgue?
Por un momento, Avery pensó que Watt estaba a punto de echarse a reír, pero descubrió que no le importaba; que, en realidad, le gustaría reírse con él.
—Sí —dijo el muchacho—. Podría encargarme de eso, seguro. —Un destello le iluminó la mirada.
Avery dejó que sus pasos los acercasen cada vez más a la banda. La gente les abría paso, formando una burbuja prácticamente imperceptible alrededor de Avery, como siempre.
—Tienes razón —dijo, pensando en voz alta—. Me gusta lo romántico que era antes todo, cuando el mundo nos presentaba más obstáculos. Por ejemplo… escucha esta canción —suspiró—. Trata sobre estar enamorado aunque ni siquiera puedas ver a la otra persona, porque está a miles de kilómetros. Nadie compondría nada así ahora, con lo automatizadas y fáciles que son nuestras vidas. Gracias a personas como tú, supongo —añadió, bromeando.
—¡Oye! —protestó Watt, fingiéndose indignado—. ¿No te gusta conseguir siempre todo lo que te propones?
Avery dejó caer la cabeza, abatida de repente.
—No siempre consigo todo lo que me propongo —murmuró.
La canción tocó a su fin y la multitud se dispersó, permitiéndoles ver directamente a Leda y Atlas.
Estaban sentados cerca de la pista de baile, con las cabezas muy juntas. Incapaz de apartar la mirada, Avery vio a Leda susurrarle a Atlas algo al oído. El muchacho estaba increíble con su esmoquin nuevo, pensó Avery, recordando la primera vez que había ido a que le tomaran las medidas, cuando insistió para que ella lo acompañara. Leda también estaba preciosa esa noche, con su vestido cobalto con escote palabra de honor. Aunque a regañadientes, Avery admitió para sus adentros que parecían felices juntos. Formaban buena pareja.
Watt no la perdía de vista. Avery no podía soportarlo; estaba convencida de que las emociones que la atenazaban debían de estar reflejándose en su rostro, inconfundibles y cristalinas. Le rodeó la nuca con un brazo, lo atrajo hacia sí y ladeó la cabeza para apoyarla en su hombro. Lo oyó jadear y escuchó, a través del esmoquin que ella le había obligado a comprar, los latidos de su corazón.
Nunca, jamás podría estar con Atlas del mismo modo que Leda: juntos, de la mano, en público. Era un sueño vano, fútil. Sabía que debía renunciar a él. Pero eso no amortiguaba el dolor.
—Me parece que no he hecho suficiente hincapié en lo guapa que estás esta noche —murmuró Watt.
Su cálido aliento le acarició el oído. Avery se estremeció y giró la cabeza para mirarlo a los ojos.
—Tú tampoco estás nada mal, ¿sabes?
—Tengo un pase, cuando me ayudan —replicó Watt en voz baja—. Me alegro mucho de haber venido contigo esta noche, Avery.
La franqueza que denotaban sus palabras le dio qué pensar.
—Lo mismo digo —repuso, y era verdad.
Se alegraba de haber invitado a Watt. Era mucho mejor que la concatenación de citas falsas con las que antes solía acudir a ese tipo de acontecimientos.
Lo cierto era que no le daba la impresión de que aquella cita tuviese absolutamente nada de falsa.
Le soltó la mano a Watt y estiró el otro brazo para entrelazar los dedos detrás de su nuca. Estaba tan cerca que podía contar cada una de las pestañas que enmarcaban sus profundos ojos castaños. Avery dejó resbalar la mirada hasta los labios de Watt y se preguntó, de improviso, cómo sería besarlos.
Habría pensado que era imposible, pero tal vez, algún día, cabía la posibilidad de que se enamorara de alguien que no fuese Atlas.
Por ahora, Avery se conformó con cerrar los ojos y dejarse mecer junto a Watt al compás de la música.