AVERY

Gracias por acompañarme hasta casa —dijo Avery cuando el deslizador se hubo detenido frente a su apartamento. Hacía horas que sus padres habían abandonado la fiesta, y ahora no sabía dónde estaba ninguno de sus amigos, ni siquiera Leda o Atlas. Se había distraído demasiado bailando, riendo, con la vorágine de emoción acumulada que había acompañado la llegada del cometa. Y con Watt.

Se había divertido con él esa noche, mucho más de lo que esperaba. Era serio, pero sin pasarse; seguro de sí mismo, pero sin pecar de engreído. Mientras la acompañaba hasta la puerta, Avery pensó que Watt aún tendría que bajar casi ochocientas plantas hasta la Base de la Torre tras despedirse de ella. Intentó imaginarse cómo sería su hogar, pero no fue capaz. ¿Por qué no le habría hecho más preguntas acerca de él?, se reprochó, ligeramente abochornada por lo egoísta que debía de haberle parecido al muchacho.

—Faltaría más.

Watt acercó los dedos con delicadeza hasta la oreja de Avery, donde la incandescencia, ya seca y marchita, emanaba una fragancia dulzona. Hacía apenas unas horas había sido una estrella viviente.

—Supongo que esto significa que la noche ha tocado realmente a su fin, ¿verdad? —observó Avery, expectante. Watt hizo ademán de tirar la flor, pero ella lo detuvo—. No, no lo hagas… todavía no. Me gustaría conservarla. Un poco más.

Obediente, Watt le ofreció la incandescencia sin dejar de mirarla, perdido en sus pensamientos. Avery cogió la flor muerta y la sostuvo con firmeza en la palma de la mano. Le pareció oír los latidos del corazón de Watt, resonando en la ínfima distancia que mediaba entre ambos.

Con suma delicadeza, Watt se agachó para rozarle la frente con los labios. Aguardó, dándole tiempo a Avery para que se apartara. No lo hizo, pero tampoco se inclinó hacia delante. Se limitó a quedarse inmóvil, a la espera.

Para cuando los labios de Watt acariciaron los de ella, el beso parecía ya inevitable. Avery se lo devolvió sin pensar, ansiosa por descubrir cómo era su tacto, su sabor. El beso fue lento y suave, y a Avery le encantó la calidez que irradiaban las manos del muchacho sobre sus caderas.

Cuando finalmente se separaron, ninguno de los dos dijo nada. Avery experimentó una extraña felicidad, casi dolorosa. Por fin lo había hecho: había besado a alguien que no fuese Atlas. Esta vez de verdad, no a alguien que ella estuviera evitando sin convicción, no un torpe escarceo durante una fiesta de vacaciones, sino a alguien que realmente podría gustarle. Parecía un sacrilegio y, sin embargo, no había sido nada difícil.

Quizá fuera eso lo que necesitaba, pensó, para olvidarse de Atlas de una vez por todas. Quizá Watt fuese lo que necesitaba.

—Buenas noches, Avery —dijo el muchacho, volviéndose hacia el deslizador.

Los sentimientos que se arremolinaban en la mente de Avery, caóticos, se condensaron en una sola palabra.

—Espera.

Watt se detuvo, con la puerta a medio cerrar.

El corazón de Avery galopaba, demasiado deprisa; tenía la respiración entrecortada. Se preguntó si Atlas estaría en casa y podría verlos juntos. «Deja de pensar en Atlas». No quería que Watt se marchara y, sin embargo, no sabía si estaba preparada. Por otra parte, quizá nunca lo estuviese.

—Se me había ocurrido… —Se mordió el labio. Watt aguardó sin impacientarse, observándola de la misma forma que ella lo observaba a él. Y Avery comprendió que la decisión ya estaba tomada—. ¿Te gustaría entrar?