WATT

Reinaba la oscuridad en el interior del Bubble Lounge. Watt caminaba midiendo sus pasos, paseando la mirada por los alrededores con discreción para disimular el hecho de que jamás había estado allí. El local era inmenso, con paredes azabache y una barra laqueada de ébano tras la que trabajaban unos camareros tan pálidos como delgados. La luz ultravioleta del techo arrancaba puntuales destellos de neón en las servilletas, en la purpurina que la mayoría de las chicas llevaban en la cara y en los brazos, e incluso en el esmalte fluorescente de sus uñas. Pero lo más asombroso eran las decenas de resplandecientes burbujas de neón, todas ellas del tamaño de una bandeja, que flotaban por toda la sala a la altura de los ojos. De ahí que se llamara Bubble Lounge[3], comprendió Watt.

Pensaba que sería un sitio en el que servían champán o algo por el estilo, lo que no hacía sino evidenciar lo poco que sabía de las plantas superiores.

—¿Pajita? —le preguntó una camarera con uniforme de gala, sujetando una bandeja cubierta de pajitas de color blanco, cada una de ellas de aproximadamente medio metro de largo.

Watt miró a su alrededor y vio que todos los invitados tenían una. La gente estaba usándolas para beber de las distintas burbujas, las cuales, al parecer, hacían las veces de poncheras comunitarias.

—Esto, gracias —murmuró, cogiendo una pajita y sosteniéndola a un costado. «¿No te habías documentado sobre este lugar, Nadia?».

«Ignoraba que necesitases mi ayuda con esta sesión de ingesta de alcohol, habida cuenta de los innumerables éxitos que has cosechado tú solo en el pasado».

Watt hizo como si no la hubiera escuchado y se internó en la multitud, buscando la esbelta figura rubia de Avery. Antes de verla, sin embargo, se encontró con otro rostro conocido.

—Atlas —dijo con una sonrisa. Se acercó al hermano de Avery, situado en ese momento bajo una burbuja de color ambarino—. Cuánto tiempo.

«Si supieras lo mucho que has ocupado mis pensamientos últimamente gracias a la loca de tu ex, o lo que quiera que sea».

Atlas frunció el ceño, esforzándose a todas luces por ubicar a Watt, que le tendió la mano.

—Watt Bakradi. Nos conocimos el año pasado —mintió—, en la fiesta a bordo del barco de Carter Hafner.

—Watt, claro. Perdona. —Atlas le estrechó la mano con gesto cordial—. Aquel día lo tengo un poco borroso, la verdad —añadió a modo de disculpa.

—Qué me vas a contar —se solidarizó Watt—. ¿Qué antro era aquel en el que nos tomamos los últimos rones? ¿Donde Carter se cayó al estanque de los peces?

—¡La Marisquería de Ed! —exclamó Atlas con una carcajada—. ¡Se me había olvidado! Menudo día. —Levantó la pajita y probó un sorbo de la burbuja ambarina—. Esto es whisky con ginger ale, por cierto —le ofreció—. Seguramente la única cosa potable que encontrarás por aquí. Le supliqué a Avery que lo encargara; las burbujas azules están llenas de atómico y soda, y las de color rosa de champán.

—Mi padre siempre decía que no se debe beber alcohol con pajita, porque no hay forma de parecer medianamente varonil en el intento. —Lo cual era cierto, al fin y al cabo. Se rio por lo bajo al pensar en lo que diría Rashid Bakradi si pudiera ver a Watt ahora, codeándose con un multimillonario y bebiendo whisky de una burbuja flotante—. Pero, qué narices. Adonde fueres, ¿verdad? —dijo, mientras bebía un trago largo.

—Yo estoy con tu padre. Tenemos una pinta ridícula —convino Atlas, riéndose—. Pero a las chicas les encanta este sitio, así que estamos pillados.

Watt asintió.

—Bueno —prosiguió cuando Atlas hubo probado otro sorbo—. He oído que te has pasado el último año por ahí, ¿no? De viaje.

Notó que Atlas se crispaba ligeramente, que la confianza que había empezado a forjarse entre ellos se evaporaba de repente.

—Necesitaba un respiro —dijo por toda respuesta—. En otoño ya había terminado todos los créditos del instituto, así que me podía graduar cuando quisiera.

—¿Adónde fuiste? ¿Alguna recomendación que merezca la pena? —lo sondeó Watt.

—Vi muchos sitios. Europa, Asia… un poco de todo, en realidad. —Atlas no quiso entrar en detalles.

«Se siente, Leda. Lo he intentado», pensó Watt, despidiéndose con un murmullo y adentrándose en la fiesta. Atlas era tan aburrido e introspectivo como apuntaban todas las pesquisas digitales de Watt.

Vio primero Avery y a la otra amiga de Leda, Eris, en medio de un corrillo de gente, esta última con un vestido de cuero negro que le ceñía las curvas. La reconoció gracias a todas las fotografías en las que salía con Avery. La larga melena le caía suntuosamente sobre los hombros desnudos, y sus ojos, cargados de maquillaje, resplandecían dorados como los de un gato a la luz. Era despampanante, sin duda, a su exuberante y descarada manera. Cualquier otra noche podría haber intentado entablar conversación con ella. Pero entonces Avery se dio la vuelta y lo vio, y el resto de la sala palideció en comparación.

—Watt —dijo, mientras se le dibujaba en los labios aquella sonrisa suya, tan característica, deslumbrante y perfecta—. Cuánto me alegra que hayas podido venir.

—Has montado una fiesta estupenda.

—Este es el sitio favorito de Eris —declaró Avery, a modo de explicación.

—¿Tú no celebrarías tu cumpleaños aquí?

—Siempre procuro hacer algo con menos… —Avery dejó la frase inacabada y apartó la mirada.

—¿Algo con menos bebidas flotantes que brillan en la oscuridad? ¿Con menos tortura animal? —dijo Watt, mientras señalaba con la cabeza los zapatos de Monica Salih, en cuyos tacones nadaban sendas medusas de neón.

Avery resopló por la nariz, aguantándose la risa, y sacudió la cabeza.

—Con menos… menos, no sé —dijo—. Me gustan los cumpleaños sin nada más que unos cuantos amigos, algunas delicias para comer, quizá salir de la ciudad. Nada de consultar las lentes de contacto, ni una sola vez en todo el día.

—¿En serio? —Aunque aquello no debería sorprender a Watt, después de lo que Avery le había contado el otro día en el parque de Redwood—. ¿Adónde irías?

—A algún sitio verde.

—¿No tienes un jardín en tu apartamento? —Hizo una mueca en cuanto lo dijo; eso él no debería saberlo—. Encajaría contigo —añadió, en un intento por enmendarse, pero Avery ni siquiera se había percatado de su desliz.

—Sí, pero a esa altura es complicado cultivar algunas plantas. Muchas necesitan echar raíces a gran profundidad —dijo, al tiempo que suspiraba con expresión soñadora—. Este verano pasé mi cumpleaños en Florencia —continuó, aunque Watt, por supuesto, ya sabía que su cumpleaños era el 7 de julio—. Unos amigos y yo alquilamos unas barcas, salimos al lago y nos pasamos todo el día sin hacer absolutamente nada. Es algo que me encanta… no hacer nada. Aquí es como si siempre estuviéramos intentando hacer demasiadas cosas a la vez.

—Tiene pinta de haber sido un cumpleaños genial —dijo Watt, observándola con curiosidad.

Cuanto más hablaba con Avery, más compleja le parecía. Los dos tenían diecisiete años y, sin embargo, en ocasiones parecía que ella fuese mucho mayor, como si ya hubiera estado en todas partes y lo hubiera hecho todo, y se sintiera agotada por ello. En ese momento la muchacha hizo un gesto para llamar a una burbuja sonrosada, entre carcajadas cantarinas, y de súbito volvió a parecerle tan joven e infantil como antes.

—¿Alguna vez has…? —empezó Avery, y Watt supo, antes incluso de que Nadia se lo advirtiera, que iba a preguntarle si alguna vez había estado en Florencia.

—Cuéntame más cosas sobre tu universidad —dijo, esquivando hábilmente la pregunta.

Avery probó un sorbito de champán y se enfrascó en una larga explicación sobre sus asignaturas, la pintoresca residencia de estudiantes en la que se alojaba y el largo trayecto que debía realizar a diario para ir a clase, el cual pasaba frente a una panadería cutre de temática neoyorquina que siempre le arrancaba una carcajada cuando la veía. A Watt le encantaba escuchar a Avery. Dios, probablemente la escucharía aunque solo estuviera leyendo el diccionario en voz alta.

La conversación fluía con facilidad entre ambos. Watt debía medir sus palabras, sin mentir sobre él, técnicamente, al tiempo que mencionaba suficientes nombres y anécdotas reales como para que Avery no pusiera en tela de juicio su presencia en el mundo. Se esforzaba para que la conversación girase en torno a ella. Y gracias a Nadia estaba formulando todas las preguntas pertinentes, lo bastante específicas como para denotar perspicacia pero sin resultar indiscretas. Cada vez que Avery sonreía, Watt experimentaba una pequeña sensación de victoria. Estaba pletórico.

Entonces, de improviso, la muchacha palideció ante algo que había debido de ver entre la multitud. Watt se giró para mirar a su espalda, preguntándose qué habría ocurrido para que Avery se alterase de esa manera, pero, como era de esperar, lo único que vio fue una masa uniforme de gente.

—Por cierto, ¿conoces a Ming? —dijo Avery. Una chica sonriente, con el pelo moreno hasta los hombros y los labios pintados de un rojo oscuro, dio en ese momento un paso al frente—. A Ming también le encanta ese programa —añadió, y Watt recordó que habían estado hablando de algo que salía en unos holos que él nunca había visto; solo lo había mencionado porque Avery lo seguía—. Ming, te presento a Watt. —Avery se alejó de ellos con una sonrisa diplomática—. Lo siento, tengo que ir a comprobar una cosa. Enseguida vuelvo —prometió, aunque no iba a volver, evidentemente, y los tres lo sabían.

—Hola, Watt —empezó Ming—. Bueno, ¿y de dónde er…?

—Disculpa —la interrumpió Watt, y se dirigió a la salida.

Necesitaba un momento para pensar, para despejar la cabeza y averiguar qué había ocurrido para que las cosas se hubieran estropeado con Avery.

La muchacha no sentía desinterés. De eso estaba seguro. Si no le gustase en absoluto, solo habría tenido que abandonar la conversación mucho antes. Se había pasado por lo menos veinte minutos hablando con él, prácticamente una eternidad en una fiesta de estas características. Se había reído con sus chistes, estaba francamente animada, hasta que algo —o alguien— la había inquietado. Tal vez una amiga, pensó, o algo relacionado con la preparación de la fiesta. «U otro tío», replicó otra parte de él, más cínica.

Watt apoyó la espalda en la pared, contemplando las relucientes burbujas que recorrían lentamente la sala, como zepelines alcohólicos. Por lo general, a estas alturas se habría rendido ya, habría dado la inversión por perdida y habría pasado página. El problema era que no quería pasar página. No quería hablar con ninguna otra chica, ya no.

«Sí, parece que ella realmente te gusta», acabó por comentar Nadia, después de que el muchacho llevase un buen rato sin pronunciar palabra.

«Bueno, a lo mejor». Watt seguía sin desviar la mirada de Avery, que se deslizaba por la sala abarrotada de gente como una fulgurante baliza dorada.