LEDA

Leda merodeaba por los límites del Bubble Lounge, aferrando su ridícula pajita blanca con tanta fuerza que le había dejado un surco grabado en la palma de la mano. Era una fiesta estupenda —no esperaba menos de Avery—, y sabía que su nuevo vestido con un hombro al descubierto le sentaba genial. Pero, a pesar de todo, Leda se sentía intranquila. Los nervios le daban ganas de beber, aunque se había prometido no probar ni una gota esa noche, promesa que había conseguido cumplir. De momento.

Vio a Avery y a Eris juntas en el centro de la sala y, por un momento, la dominó de nuevo la antigua envidia con la que estaba tan familiarizada. Avery, ni que decir tiene, estaba sencillamente perfecta. Pero Leda envidiaba también a Eris, el modo en que conseguía lucir aquel vestido de cuero, excesivamente corto, como si fuese la reina del lugar.

Tenía que ver con la forma en que se movía, la confianza que desprendía, el despectivo privilegio que servía de telón de fondo a sus órdenes.

Leda preferiría morir antes que confesarlo, pero, cuando estaba en séptimo, había intentado emular los movimientos de Eris ante el espejo. Nunca había conseguido dominar su técnica.

Contempló la posibilidad de reunirse con ellas, pero, al final, decidió no hacerlo. La desconcertante hostilidad de Avery empezaba a sacarla de sus casillas.

Además, ¿por qué aún no había visto a Atlas? Leda todavía no estaba segura de lo que había entre ellos. Cuando sus planes de salir juntos desembocaron en una partida en grupo de Realidad Aumentada, le preocupó que el muchacho pudiera no sentir interés. Pero desde entonces no habían dejado de intercambiar parpadeos, chorradas sobre el instituto, sobre su holoserie favorita, A golpe de micro, y la suerte que podrían correr los equipos de hockey fuera de casa esta temporada. Leda estaba segura de que algunos de aquellos parpadeos pretendían ser seductores. Sin embargo, habían transcurrido casi dos semanas desde aquel conato de cita en el Grill del Altitude y Atlas todavía no había hecho el menor movimiento. ¿A qué estaría esperando?

Observó de soslayo una burbuja ambarina que flotaba lánguidamente en las proximidades. Un sorbito no le haría daño, ¿verdad? Se permitió el lujo de beber un buen trago, deleitándose en la placentera oleada de calidez que el whisky le provocó por todo el cuerpo. Encogió los dedos de los pies, embutidos en sus plateados zapatos de tacón alto.

La multitud fluctuó frente a ella, y divisó a Atlas al otro lado de la sala. Sin pensárselo dos veces, se acercó a él.

—Hola —dijo, emocionada por la sonrisa que aleteó en los labios del muchacho cuando este la vio—. ¿Cómo va la noche?

—Bueno, ya sabes. —Atlas hizo un ademán que pretendía abarcar la estancia, el gentío y las burbujas efervescentes—. Es todo muy…

—¿Muy Eris? —Acabó Leda la frase por él y Atlas se echó a reír con la ocurrencia.

—Ni más ni menos.

—Me he enterado de lo de tu nuevo empleo —añadió Leda, esperando que al muchacho la conversación no le pareciera demasiado pueril.

—Sí. Está genial, por ahora —respondió Atlas, encogiéndose de hombros. Había empezado a trabajar en una de las sociedades de la cartera de su padre, por lo que había aplazado su ingreso en Columbia hasta otoño—. Lo cierto es que, ya que tengo tiempo, estoy planteándome la posibilidad de enviar la solicitud de ingreso a otras universidades.

—¿Quieres irte de Nueva York? ¿Otra vez?

Daba igual cuánto tiempo hiciera que conocía a Atlas, pensó Leda, jamás lograría entenderlo del todo.

—Hay más sitios en el mundo aparte de Nueva York.

—Claro, y como te has pateado el mundo con una mochila a la espalda y has pasado una semana en todos y cada uno de ellos, ahora resulta que eres un experto en el tema —replicó Leda, para provocarlo un poco.

Para su sorpresa, Atlas se echó a reír.

—Tienes razón, no soy ningún experto. Es tal y como reza el dicho: cuantas más cosas ve uno, menos sabe de todo.

Leda no había oído nunca esa expresión. Estaba harta de esforzarse por interpretar las palabras de Atlas, por comprender lo que quería.

—Eres desconcertante —dijo con absoluta franqueza.

—Como tú.

Leda se quedó mirando a Atlas mientras él daba un sorbo a su burbuja ambarina. De pronto le pareció que la música sonaba más acelerada, al compás de los latidos de su corazón.

No podía seguir así eternamente. Obedeciendo un impulso, tal y como había hecho en los Andes, inclinó su cuerpo hacia delante y lo besó.

Atlas le devolvió el beso. Leda se pegó más a él, levantó un brazo y le rodeó la cabeza. De repente, le empezaron a arder todas sus terminaciones nerviosas. Por sus venas corría una avalancha de oxitocina pura. «Por fin».

Sin embargo, transcurridos unos instantes, se separaron. Leda levantó la cabeza, intrigada por ver la reacción del muchacho… y en lugar de eso se topó con los ojos de Avery. Su amiga se encontraba de pie a menos de un metro de distancia; tenía la cara pálida y sus cejas dibujaban un arco con el que mostraba un rictus de repugnancia y horror.

Leda pestañeó y dio un paso al frente, pero, antes de que pudiera decir nada, Avery ya había girado sobre sus talones y se había perdido de vista entre la multitud.