LEDA

Conque ahí te habías metido. Las vigorosas zancadas de Leda la condujeron hasta el lugar donde Avery se encontraba en pie, a solas, bebiendo de una de las burbujas. La luz azul de la esfera parpadeaba sobre su cara, arrancando destellos al maquillaje fluorescente que se había espolvoreado sobre los párpados y los labios, confiriéndole un aspecto casi sobrenatural.

Casi todas las muchachas presentes en la fiesta se habían maquillado con ese mismo producto que brillaba en la oscuridad, a excepción hecha de Leda. Debido a su tez, más oscura, siempre que lo utilizaba parecía un payaso.

—Hola, Leda —dijo Avery, fatigada.

Hizo ademán de darse la vuelta.

—No me fastidies.

Leda detuvo a Avery agarrándola por la muñeca. Ya se había hartado de fingir que allí no estaba pasando nada. Había intentado hablar antes con Avery, justo después de que Atlas y ella se hubieran besado y Avery hubiese puesto aquella cara de espanto, pero le había perdido la pista a su amiga entre el gentío. Se había visto obligada a esperar a que Avery bajase de, atención, una puñetera tarta de cumpleaños flotante… a la que, por supuesto, nadie se había dignado a invitarla a subir. Dios, tal era su desesperación que incluso había intentado pedirle consejo ni más ni menos que a Eris. Ya no se le ocurría qué más podía hacer.

Avery entornó los párpados.

—Estaba intentando darle un toque a Eris, si no te importa soltarme.

Leda soltó el brazo de su amiga como si se hubiera escaldado.

—¿Por qué me has estado evitando?

—No te estoy evitando —replicó Avery, con una voz tan serena que casi resultaba escalofriante.

—Es por Atlas, ¿verdad? No me crees lo bastante buena para él —dijo Leda, y no era ninguna pregunta—. No has podido disimular tu rechazo al vernos juntos.

Avery se estremeció. Era como si se debatiera en su fuero interno, sin saber qué decir.

—Supongo que se me hace un poco raro. Mi mejor amiga y mi hermano.

—Entiendo que te parezca raro, pero ¿no crees que tu reacción está siendo un poquito exagerada?

Por raro que fuera o dejase de ser, eso no explicaba por qué Avery llevaba excluyendo de su vida a Leda desde que había empezado el año académico. Había algo más.

—Por lo menos podrías haberme dicho que te gustaba.

—Es evidente que hice bien ocultándotelo, en vista de cómo te estás comportando —le espetó Leda, frustrada.

Avery se cruzó de brazos.

—Es solo que no quiero verte sufrir.

—¿No te das cuenta de que ya estoy sufriendo?

Avery abrió la boca, pero no articuló ningún sonido.

—Lo siento —consiguió disculparse momentos después, aunque a Leda no le pasó inadvertida la tensión que impregnaba sus palabras.

—Me gustaría que las cosas volvieran a la normalidad, solo eso.

Leda observó las facciones de su mejor amiga. Detestaba sentirse como si se lo estuviera implorando, pero ya no le importaba su orgullo. Echaba de menos a Avery, y se disculparía una y mil veces si con eso conseguía cerrar la brecha que se había abierto entre ellas.

Avery exhaló un suspiro.

—Leda —empezó—, eres tú la que empezó a comportarse de forma extraña, ocultándome cosas.

—Ay, Dios —musitó Leda, porque ahora todo cobraba sentido. Avery lo sabía, estaba claro—. Te lo ha contado Atlas, ¿verdad? Lo de los Andes.

Avery frunció los labios, pero no respondió.

—Lamento no habértelo dicho antes —prosiguió Leda, tan deprisa que las palabras brotaron atropelladamente de sus labios—, pero ya habías vuelto a Nueva York para someterte a aquella operación, y no fue más que una vez. Atlas desapareció después de aquello, y a mí no me apetecía sacar a relucir el tema.

Confesarlo todo por fin, despejar de una vez los malentendidos que se habían producido entre ellas, fue como una liberación.

—Ya —dijo Avery con precaución.

Leda agachó la cabeza.

—Ya sé que es muy tonto, que está muy visto eso de perder la virginidad con el hermano de tu mejor amiga. En parte por eso me resistía a contártelo. Me daba vergüenza, ¿sabes? Pensé que realmente podría significar algo. Pero entonces se fue sin decir nada a nadie.

Avery había palidecido y no despegaba los labios. Leda titubeó.

—Es solo que… me gusta de veras —continuó—. Aunque a ti te parezca que no es buena idea. Por lo menos me gustaría intentarlo.

—Claro —dijo Avery, sin entonación en la voz—. O sea, por supuesto que sí.

—Lo siento —repitió Leda—. Sé que debería habértelo contado. Se acabaron los secretos entre nosotras, te lo prometo.

«Clínica de rehabilitación aparte», dijo una vocecilla en su mente, pero apartó a un lado ese pensamiento. Ahora mismo carecía de importancia.

Avery asintió muy despacio.

—Entiendo que no quisieras contármelo —dijo—. Y aunque me parezca… un poco raro —soltó una risa, aunque no demasiado risueña—, me alegro por vosotros. Y ahora tengo que darle un toque a Eris, en serio. ¿Te parece bien? —Se giró hacia la entrada.

—Vale —dijo Leda en voz baja.

A pesar de todo, tenía el sombrío presentimiento de que sus disculpas, o su confesión, o lo que hubiera sido aquello, no había dado resultado. Las cosas seguían estando tensas entre Avery y ella. «No es justo», pensó con una nueva oleada de amargura. ¿Qué más esperaba Avery de ella? ¿Debería aceptar sin más el papel de mera comparsa de Avery, aceptar que esta jamás permitiría que Leda saliera con su queridísimo hermano? Además, ¿dónde estaba escrito que Avery siempre tuviera que llevar la voz cantante en todo?

Se quedó allí inmóvil, a solas, mientras la rabia la invadía en oleadas cada vez más intensas. Sacó del bolso la pajita blanca con la inscripción y se dispuso a buscar una burbuja ambarina.