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Fotografías
Son muchas las fotografías que he visto en mi vida y que recuerdo y que me gusta volver a ver. Imágenes que han captado un instante que, al igual que en los sueños, cuentan algo de mí mismo, a pesar de que yo no aparezco en ellas.
Y hay fotografías que sé que nunca olvidaré. Imágenes en blanco y negro que nunca palidecen o desaparecen.
Recordar y no olvidar nunca no es exactamente lo mismo.
La primera imagen es en blanco y negro, granulada, tomada en 1919 o 1920. No sabemos quién es el fotógrafo. La copia que he visto ofrece una imagen vaga, casi borrosa. Es como si el fotógrafo hubiera retrocedido ante lo que iba a fotografiar.
La imagen está tomada al aire libre. Al fondo se atisba el muro de un jardín o unos árboles.
Representa a un grupo de hombres, veteranos de guerra. Son franceses. Han elegido vivir solos, y ello a causa de las lesiones que sufrieron durante la guerra. Tienen la cara deformada por las esquirlas de granadas y por el impacto directo de armas de fuego. En algunos casos, también tienen otras heridas. Les falta una pierna, un brazo, una mano.
Pero son esas heridas horrendas de la cara las que los han impulsado a retirarse del mundo. No hay que fijarse mucho en la imagen para comprender que la gente debía de apartar la vista con náuseas y desprecio si, al caminar por la calle, se cruzaban con cualquiera de esos hombres. No sólo tienen la cara deforme. Es como si llevaran grabada en el semblante arruinado la brutal locura de la guerra. No tienen mandíbulas, nariz, boca, les falta la frente, las orejas, los ojos. Es como si los hubieran maquillado para actuar en una película de terror moderna, donde lo repugnante se convierte en uno de los principales medios de expresión.
Pero ahí están esos hombres de distintas edades colocados delante de una cámara. Todos van bien vestidos, están serios. Miran directamente a la cámara. Nadie trata de esconder sus lesiones.
A veces me pregunto por qué harían la foto. Quién pagó al fotógrafo. ¿Ellos u otra persona? Desde luego, no es la foto que uno manda a casa para felicitar la Navidad. ¿Es pura especulación o un intento serio de hablar de la devastación que supuso la guerra entre quienes lucharon sin morir en las trincheras o en cualquiera de los absurdos ataques para recuperar unos cientos de metros de tierra bombardeada?
A pesar de las difíciles lesiones, puede reconocerse lo que un día fue una cara con su personalidad.
En el momento de la foto vivían solos en un caserón enorme aislado tras un alto muro. Ignoro lo que hacían allí. Pero cada mañana se verían para desayunar. Tampoco sé cómo se las arreglarían algunos de ellos para comer teniendo la boca y las mandíbulas mutiladas. Pero lo más importante, lo que cuenta esta imagen es que esas personas están vivas.
La foto dice: «Aquí estamos. A pesar de todo. Y pese a todo, vivos todavía. Pese a todo, dispuestos a posar bien vestidos, con expresión grave delante de una cámara que capta un instante y lo difunde por el mundo entero».
Las lesiones que esos veteranos de guerra tienen en la cara recuerdan también a las que pueden sufrir quienes se han visto expuestos a altas dosis radiactivas en un accidente.
En un submarino atómico ruso, un grupo de voluntarios entran en la sala de un reactor donde se ha producido un accidente. Su muerte no es sólo dolorosa: el cuerpo se les corroe literalmente ante los ojos de los demás marineros.
Me imagino que existe un vínculo invisible entre las muchachas que se pintaban los dientes con pintura radiactiva y los soldados que posan ante la cámara. No existe ninguna relación obvia entre ellos, salvo ese sufrimiento indecible.
También hay algo que une a esas personas con los niños muertos que aparecen con la cara vuelta en el cuadro de la iglesia de Släp.
La segunda foto es, en realidad, toda una serie de fotografías tomadas en unos cuantos minutos. Una patrulla militar ha detenido en algún lugar de Yugoslavia, durante la segunda guerra mundial, a unos partisanos sospechosos de haber atacado a un grupo de soldados alemanes en una emboscada. Ahora los van a ejecutar sin juicio, sin un consejo de guerra siquiera. Los van a ejecutar basándose sólo en las sospechas. La mayoría de los partisanos son muy jóvenes, igual que los soldados alemanes.
Los han colocado en hilera en medio de una plantación. Se ven almiares de heno al fondo, de modo que podemos estar seguros de que fue a finales de verano o principios de otoño. Además, hace calor. Los soldados alemanes llevan uniformes gruesos y, disciplinados como son, tienen las guerreras abrochadas hasta el cuello, mientras que los que esperan a morir visten sólo los pantalones y la camisa abierta.
Los soldados alemanes llevan consigo un fotógrafo. Tampoco en este caso es posible averiguar quién hizo las fotografías. Si se trata de un reportero alemán o de un colaborador yugoslavo.
Colocan a los reos delante de unos almiares. Los soldados preparan las armas.
Entonces, ocurre algo extraño. Uno de los soldados alemanes suelta el arma, se quita la guerrera y se coloca entre los hombres a los que van a ejecutar. No es posible saber por las fotos si está tranquilo o alterado. Simplemente, ha dejado el pelotón de ejecución y ha cambiado de bando. En lugar de disparar, elige que le disparen.
No hay nada en las fotos que indique que se produjera ningún intercambio verbal airado entre los soldados y el camarada que había dejado el arma. Nada que indique que los soldados tratan de convencerlo para que vuelva, ni con palabras ni con órdenes ni con un intento físico de apartarlo de los partisanos yugoslavos.
Eso es lo verdaderamente indignante de esas imágenes. Todo parece continuar según el plan. Siguen con lo que habían empezado. La disciplina militar no falla.
En la última foto, los partisanos están muertos, junto con el soldado alemán. Puesto que se había quitado la guerrera y el casco, no es posible distinguirlo de los demás.
En esta última foto, los soldados ya no están. El fotógrafo tiene que haberse quedado unos minutos. No hay signos de que los soldados se hayan llevado a su camarada muerto. Dado que cambió de bando, es como si no existiera. Es sólo uno de los que hay que ejecutar.
Las fotos suscitan muchas preguntas, naturalmente, y provocan muchos sentimientos. ¿Qué movió al soldado alemán a sacrificar su vida, aunque con ello no ayudara a los que murieron con él? ¿Qué hizo que la situación le resultara tan insoportable que prefirió dejar de vivir? ¿Se vio tan identificado con los jóvenes partisanos que sabía que sería imposible seguir viviendo si participaba en aquella ejecución sumaria?
Imposible saberlo. Igual que tampoco sabemos lo que pensaban sus compañeros. Debió de pillarlos desprevenidos, pero cumplieron sin cuestionarla la orden cuyo eco quedó resonando en el aire, dirigieron el arma hacia aquel que acababa de fumarse un cigarro con ellos. Dos fotos, las dos tratan de la guerra y sus víctimas. Las dos tratan también del valor. Tomar las decisiones más importantes y difíciles que una persona puede tomar. Elegir la muerte en lugar de la vida. Sacrificar la vida por unos completos desconocidos que, además, han cometido acciones hostiles contra tus compañeros.
¿Puedo decir que lo entiendo?
Para poder responder a eso, tendría que saber cómo habría reaccionado yo en la misma situación.
Y no lo sé. Lo único que puedo hacer es mirar la foto siempre que tenga ocasión y no dejar nunca de esforzarme por comprender.