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Hielo

Hace unos cientos de años nadie creía que hubieran existido las glaciaciones.

Una de las grandes hazañas del siglo XIX fue que se establecieron los periodos de frío extremo que habían afectado al planeta a intervalos de tiempo relativamente regulares. Las capas de hielo, que podían tener kilómetros de grosor, habían presionado la corteza terrestre y habían convertido el terreno en arena.

Entre las personas que desempeñarían un papel importante para la comprensión de la historia de la Tierra y de la recurrencia de las glaciaciones se encuentra un científico llamado Milutin Milankovi’c. Él solo constituía un equipo de ciencias transversales, puesto que tenía profundos conocimientos de diversos campos del saber como las matemáticas, la ingeniería y la astronomía.

El primer científico que argumentó la existencia de varias glaciaciones a lo largo de la historia fue el glaciólogo Louis Agassiz. Algunos más siguieron su huella, pero nunca lograron explicar el contexto causal por el que las glaciaciones se sucedían con regularidad, aunque con diferente intensidad y no siempre en el mismo lugar.

Sin embargo, cuando Milankovi’c, mediada la primera guerra mundial, decidió tratar de ofrecer una explicación de los ciclos de una vez por todas, dio un paso decisivo para comprender los cambios climáticos.

En opinión de Milankovi’c, la explicación de los grandes cambios de temperatura se hallaba en la influencia que el Sol ejerce sobre la Tierra. Puede parecer una obviedad, pero eso no explicaba las grandes diferencias que se producían en intervalos de miles de años. Milankovi’c utilizó sus grandes conocimientos matemáticos y astronómicos para hacer cálculos de las modificaciones experimentadas por la trayectoria de la Tierra alrededor del Sol y del movimiento de rotación. La causa de esas modificaciones, comprendió el científico serbio, debía de hallarse en el hecho de que la Tierra no sólo sufría la influencia de la atracción del Sol, sino también de la fuerza gravitatoria de la Luna y los demás planetas del sistema solar, sobre todo de Saturno y Júpiter. Tras años de trabajo, llegó a la conclusión de que los factores que regulaban los cambios en el patrón de los movimientos de la Tierra eran tres.

El primero era que la forma de la órbita terrestre cambiaba debido a la influencia de diversas fuerzas. El segundo era la variación del ángulo entre el eje de la Tierra y el plano de la órbita. Y el tercero dependía de la dirección del eje de la Tierra.

Todo ello implicaba que la irradiación solar sobre la superficie terrestre iba modificándose a lo largo de ciclos lentos. Cuando los rayos del sol se encontraban en el punto más bajo, la nieve del invierno no alcanzaba a descongelarse, sobre todo en el hemisferio norte. Lo que a su vez implicaba que la nieve se acumulara año tras año, con el consiguiente enfriamiento del clima.

Hoy por hoy, el eje de la Tierra señala un punto próximo a la estrella Polar, pero esto no es inamovible. Dentro de unos 10.000 o 12.000 años, el eje señalará un punto próximo a la estrella Vega. Luego continuará produciéndose ese cambio que implica que el eje vuelva a señalar la estrella Polar. Pero, para entonces, la estrella también se habrá desplazado, puesto que el universo se halla en constante movimiento.

Las glaciaciones pueden medirse investigando cuánta agua hay acumulada en el hielo terrestre en cada momento. En la actualidad puede establecerse con bastante seguridad cuándo se producirán las diversas glaciaciones, cuál será su duración y qué tipo de clima imperará entre una y otra. Dentro de unos cinco mil años, las cordilleras sueca y noruega estarán cubiertas de hielo permanente. La corteza terrestre se deprimirá unos trescientos metros, lo que a su vez supondrá que el nivel del mar ascienda entre cinco y cincuenta metros. Casi todos nuestros archipiélagos desaparecerán para siempre.

A esta glaciación seguirá un periodo con un clima algo más suave. Pero para entonces ningún humano habitará Suecia. Sencillamente, hará demasiado frío.

Dentro de 20.000 años más o menos se producirá otra glaciación. El hielo alcanzará un grosor de unos 1.500 metros. A esa era glacial sucederá un periodo más cálido, y los investigadores calculan que será como el actual clima de Groenlandia. Aquellas zonas de Suecia que no estén cubiertas de hielo tendrán la corteza helada hasta tal profundidad que será imposible cultivar la tierra. Puede que haya grupos de cazadores y de pescadores que habiten las costas sur y oeste del país, pero, por lo demás, estará desierto.

La glaciación más dura culminará dentro de 60.000 años aproximadamente. La capa de hielo que cubrirá Estocolmo podría ser entonces de unos 2.500 metros. Cuando el hielo vaya derritiéndose, el nivel del mar subirá cien metros por encima del actual nivel más alto de la pleamar.

Luego, volverá el calor. Dentro de 120.000 años, el clima se parecerá más o menos al que tenemos hoy.

Según esos ciclos, las glaciaciones irán y vendrán ocho o nueve veces antes de que lo que hemos escondido en el corazón de la roca deje de ser peligroso.

Una cuestión decisiva, naturalmente, es ésta: ¿cómo puede deprimirse tanto la corteza de la tierra sin que las oquedades rocosas sufran daño, se vengan abajo y queden aplastadas?

La respuesta es muy sencilla. La montaña que se ve empujada hacia abajo conserva la forma. Todo sufre el empuje sin sufrir alteración alguna. La única diferencia es la pesada capa de hielo, y que la superficie de la tierra se encuentra más abajo.

Milutin Milankovi’c falleció en 1958. Él nunca pudo imaginar la mayor parte de la investigación de los últimos años en torno a las glaciaciones y al clima, pero vivió lo suficiente para ver tanto la bomba atómica como la de hidrógeno. Como el científico erudito que era, debió de plantearse cómo influirían los ciclos climáticos de la Tierra en la energía nuclear y sus residuos.

Hay una fotografía suya, de cuando tenía unos treinta años. Está al lado de una mesa, elegantemente vestido. Tiene la cara tersa. Sonríe con una extraña mezcla de timidez y conciencia de sí mismo.

Pertenece a ese tipo de científicos a los que hoy en día sólo conocen unos cuantos especialistas, pero el trabajo que hizo por comprender el pasado y retirar el velo que ocultaba el futuro fue extraordinario en todos los sentidos.

Sin embargo, ¿lo sabemos todo de las glaciaciones que nos esperan? ¿Están resueltos o tienen respuesta todos los secretos y misterios?

No. Las preguntas obtienen respuesta. Y las respuestas dan lugar invariablemente a otras preguntas.

Esta mañana canta un pájaro en algún rincón del jardín. Es la primera vez esta primavera. Naturalmente, me imagino que se trata del mismo pájaro que cantaba entre los arbustos el año pasado. Me convenzo de que hay algo en los trinos que sólo ese pájaro es capaz de producir, este año igual que el pasado.

Vivimos en un país de aves y estaciones invisibles. En 100.000 años caben 400.000 estaciones. O 38.000 estaciones, si no contamos las glaciaciones, durante las cuales no habrá cambios estacionales.

Son cifras de vértigo, incomprensibles para los sentidos y para la razón.

Es como mirarse al espejo y no estar seguro de a quién pertenece el rostro que uno ve.

Cuando todo se vuelve demasiado complicado y difícil de abarcar, suelo contemplar una fotografía en blanco y negro que tengo en la pared. Es una foto de cuando yo tenía nueve años. Estoy sentado en un pupitre, en el colegio de Sveg. Cuando veo esa cara llena de curiosidad y la certeza de que todo es posible en la vida, siento que vuelve la fuerza de querer comprender.

La breve glaciación interior queda atrás. Todo vuelve a ser como siempre. Todas las verdades siguen siendo provisionales. La búsqueda de la coherencia puede continuar.

No existe nada más importante, supongo.