97 Lecciones de amor...
EN aquellos días hacía un frío terrible, y un viento despiadado soplaba sin tregua. Enero extendía su desnudez sobre la llanura de Medjugorje.
Nos encontramos en el pequeño cuarto de estar de la familia Pavlovic. Marija, rodeada por sus amigos, que rezan de rodillas, levanta su rostro serio hacia la Gospa. Estamos en la edad de oro del grupo de oración, esos famosos cuatro años en que la Gospa mantenía a sus alumnos muy atentos a sus enseñanzas, en su empeño por formarlos en la vida con Dios, por formarlos en el amor...
“Esta noche la Gospa nos propone un ejercicio”, cuenta Marija. “Ella pide que cada uno de nosotros vaya a la naturaleza y busque allí algo que le hable del Creador. Y que para la aparición de mañana cada cual le lleve algún elemento de la naturaleza que le parezca hermoso”.
Al día siguiente, un poco antes de las 17.00, tiene lugar un espectáculo de lo más extraño. Uno a uno, los adolescentes traen su tesoro para depositarlo a los pies de la imagen de María, explicando a la vez a los demás el porqué de su elección: “Mira el liquen sobre este trozo de corteza; ¡¿has visto qué color más increíble?!”. “Y esto es una piedra que no parece nada... ¡pero cuando le das la vuelta puedes ver dos corazones que se tocan!”. “Yo he buscado durante mucho tiempo, y no fue en vano: ¡mirad este nido, admirad el ingenio del pájaro que entretejió sus plumones con ramitas...!”. Mientras cada uno comunica su entusiasmo a sus hermanos, repentinamente se abre la puerta y un estallido de risas acoge al recién llegado. ¡Ha encontrado una rama tres veces más grande que él y trata de introducirla en el cuarto, ya transformado en museo! “¿No os parece que esta rama tiene una forma extraordinaria?”, explica él sosteniendo en alto y con gran esfuerzo su trofeo; “la veréis mejor cuando consiga hacerla pasar por esta puerta...”.
La Gospa apareció aquella noche como en medio de una nueva zarza ardiente, y con su inimitable ternura maternal explicó: “Queridos hijos, aunque estemos en invierno y la naturaleza que os rodea esté desprovista de ropaje, cada uno de vosotros ha podido encontrar algo que le hablaba de la belleza del Creador. Queridos hijos, haced lo mismo con vuestro prójimo. Cuando os parece que alguien no posee nada de atrayente, observad con más atención y descubriréis la belleza que el Creador ha puesto en él, porque cada persona es digna de ser amada” ( Marija no escribió estas palabras; nos las relató de memoria años más tarde).
En otra oportunidad, la Virgen María les propuso el siguiente ejercicio: cada uno debía escribir en un papelito los nombres de los chicos del grupo de oración que le caían mejor, y también los nombres de aquellos a quienes menos apreciaba, o de quienes se mantenía apartado. Luego les pidió que cambiaran de proceder durante un mes: debían sentarse al lado de quienes menos los atraían, hablarles, y compartir con ellos sus vivencias, abriendo bien su corazón, dejando así de lado sus afinidades naturales.
Al finalizar el mes, la Gospa les pidió que escribieran los nombres de las personas que más querían y que compararan esta lista con la anterior. Todos descubrieron estupefactos cuánto había cambiado su visión de los demás. Este ejercicio había ensanchado sus corazones y les había dado dimensiones inesperadas y maravillosas. Comprendieron hasta qué punto estaban antes encerrados en prejuicios sin fundamento, privándose ellos mismos de las riquezas ocultas en su prójimo. El mandamiento de amor de Jesús (si amáis solo a quienes os aman, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacen lo mismo los publícanos? -Mt 5, 46) los liberaba de sus viejos hábitos y la alegría fluía a raudales. El grupo se transformó totalmente.
La Gospa formaba así a sus hijos en el amor, no en el amor humano, sino divino. Y ponía en ello un ingenio que solo una madre puede concebir. Por todos los medios posibles Ella ayudaba a sus hijos heridos a entrar finalmente en las dimensiones infinitas del amor de Dios, tal como el sol ayuda al pequeño capullo de rosa apretado sobre sí mismo a desplegar sus pétalos y a derramar su perfume.
Uno de los videntes tenía dificultades en abrirse a los demás a causa de su timidez. Para ayudarlo a franquear ese obstáculo, María le ofreció un camino de sanación. Durante un largo periodo, durante la aparición diaria, Ella le exponía un problema. Este vidente debía rezar, reflexionar, encontrar una solución y expresársela durante la siguiente aparición. Se trataba por ejemplo de una situación hipotética en la que tal persona hacía algo que le sorprendía o molestaba. La pregunta era: ¿cómo reaccionar de la mejor manera posible en ese caso preciso, según el espíritu de Dios y tomando en cuenta la personalidad de cada uno? Al día siguiente, él daba su respuesta y la Gospa también daba la suya. Hablaban juntos del tema y, en su inmenso respeto por la libertad de cada cual, Ella dejaba que él decidiera por sí mismo qué comportamiento debía adoptar. A veces le decía: “Haz como dijiste”, aunque Ella había sugerido una mejor solución, porque comprendía que el vidente no era capaz de vivirla por el momento.
Para acompañarnos con sus tiernos y amorosos cuidados, María nos toma allí donde nos encontramos, no donde deberíamos estar. ¡Ella adopta nuestro ritmo, nuestras lentitudes!.
Cuando de amar se trata, ¡vivimos totalmente por debajo de nuestras posibilidades! ¡Permitámosle a Dios transformar nuestro amor humano en amor divino! Entonces nos elevaremos por encima de nuestros miserables límites para dar a nuestro corazón dimensiones divinas. Porque ninguna vida escapa a esta evidencia: el amor humano no es duradero. Lo que nació de la carne es carne. Y la carne no hereda el Reino. “Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial será arrancada de raíz”, dice Jesús (Mt 15, 13). Un amor que no muere a su carácter humano y carnal para nacer del Espíritu está condenado a desaparecer. Hoy como nunca, la hora de esta desaparición parece tocar más y más temprano para el amor conyugal y familiar. Es por esto que la Santísima Virgen, que quiere a toda costa salvar nuestros amores, clama a través de sus mensajes: “Queridos hijos, ¡amad, no con un amor humano, sino con el amor de Dios!”.
Ya Marthe Robin daba ese grito en Francia, ella a quien nuestros divorcios, nuestras “uniones libres”, con sus resultantes dramas, sumían en la agonía ( No hay realidad que la literatura profana y la vida de cada día no haya deformado, manchado, mutilado, marchitado más criminal y lamentablemente, que la divina unión entre el hombre y la mujer. Y sin embargo, el matrimonio es y será siempre el símbolo divino de la unión del alma con Cristo; porque, a pesar de todas esas deformaciones, el amor de dos seres que se dan libremente el uno al otro sigue siendo una de las cosas más sublimes que existen aquí en la Tierra. No se puede hablar de ello sin hablar al mismo tiempo de unidad y de eternidad. La Tierra no conoce flor más hermosa que la flor de la amistad, que es el elemento elevado y duradero del amor, es decir la abnegación, la confianza mutua, el poder del don de sí mismo llevado hasta el sacrificio de la vida, y también el sentimiento de presencia, aún en la separación corporal, corta o duradera, y la dulzura del apoyo. Infelizmente, ya casi no es el amor el que une a los seres y cimienta hogares, sino más bien el deseo del placer que acerca cuerpos para uniones egoístas y pasajeras.¿Cómo calcular las terribles consecuencias de esta licencia desenfrenada en nuestra pobre sociedad moderna que pronto no será más que una carrera al placer y la sed de gozos efímeros, rápidamente seguidos por desencantos, y creadores de tantas miserias: hogares destrozados, niños infelices, anormales, enfermos, víctimas inocentes de pasiones criminales, hoy en día abandonados o huérfanos, y mañana, a su vez, víctimas del pecado que los matará [...]?
Marthe se expresó así después de haber escuchado a Jesús hablar del sacramento del Matrimonio con sus apóstoles, mientras caminaba con ellos hacia Getsemaní).
¿Un buen medio para evitar la destrucción de nuestras familias, de nuestras amistades? Pisotear nuestro respeto humano y practicar sin tregua el pedir perdón. Un proverbio chino dice que una taza rota y vuelta a pegar es más linda que una taza sana. ¡Porque entonces está veteada con surcos de oro!
Sí, cada vez que intercambiamos una petición de perdón después de una ofensa, lejos de destruirse, el amor se diviniza.
MENSAJE DEL 25 DE OCTUBRE DE 1997
“Queridos hijos, hoy estoy de nuevo con vosotros y os invito a todos a renovaros viviendo mis mensajes. Hijos, que la oración se vuelva vida para vosotros; sed un ejemplo para los demás.
Hijos, deseo que os convirtáis en portadores de la paz y de la alegría de Dios en el mundo de hoy, carente de paz.
Para ello, orad, orad, orad. Estoy con vosotros y os bendigo con mi paz maternal.
Gracias por haber respondido a mi llamada.”