67 Un perdón sin morfina

MI amiga Helga, de Méjico, goza de una doble gracia: un corazón de fuego y un sentido práctico sorprendentemente eficaz. ¡Era inevitable que un día se encontrara al fin en Medjugorje! Pero dejo que Helga nos cuente:

“A continuación de una novena al padre Pío ( un medio que pueden recordar aquellos que no tienen el dinero para el viaje...), algunos amigos me regalaron el viaje a Medjugorje en septiembre de 1989: ¡mi sueño hecho realidad! ¡Medjugorje es realmente la antesala del Cielo! Cuando llegas allí, tienes la impresión de estar finalmente en casa, tu verdadera casa.”

“Durante el ascenso al Monte Krizevac, para la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre), rodeada de decenas de miles de personas, experimenté el amor de Jesús de manera absolutamente sobrenatural. Yo podía sentir cuánto nos había amado El durante su Pasión, y que cuanto más sufría, más fluía de su corazón su amor por nosotros. Me parecía que su corazón se había desgarrado por un exceso de amor, incluso antes de que fuera traspasado por la lanza del soldado romano.”

“El último día, yo no podía decidirme a dejar Medjugorje; ¡quería quedarme allí para el resto de mi vida! Me fui a sollozar detrás de la iglesia, suplicándole a Jesús que me permitiera quedarme. Pero sentí fuertemente sus propias palabras en mi corazón: Aquel que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás no es digno del Reino de Dios’.”

“De regreso a México, quise vivir todas las gracias que había recibido en Medjugorje y decidí hacer exactamente todo lo que se hace allí: empecé a rezar las tres partes del rosario cada día, a confesarme con regularidad, a preparar mi alma antes de cada Eucaristía, a ayunar a pan y agua el miércoles y el viernes, a leer la Biblia y a adorar al Santísimo Sacramento. En una palabra, ¡empecé a vivir los mensajes!”

“También quise leer todo lo referente a Medjugorje, y así un día descubrí algo sorprendente: en el grupo de oración de Jelena, María les había hecho un comentario sobre el Padrenuestro. “No sabéis rezar el Padrenuestro”, les dijo. Entonces les dio la consigna de rezar únicamente el Padrenuestro durante toda la semana, a fin de aprender a rezarlo con el corazón. Cuando comenzaron a hacerlo, cada uno de estos jóvenes se dio cuenta de que algunas frases del Padrenuestro no encajaban bien en su interior y que su corazón no podía entrar profundamente en ellas. Por ejemplo, algunos no podían decir sinceramente: “Hágase tu voluntad”, o “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden...”

“Esto me tocó tan profundamente que decidí vivir yo también esta experiencia, a partir del día siguiente, durante una semana. Pero cuál no fue mi sorpresa al comprobar que ni siquiera era capaz de pronunciar con el corazón las primerísimas palabras de esta oración: ‘Padrenuestro...’ Por más que lo intentara, imposible llamar a Dios ‘mi Padre’. Me puse entonces a reflexionar y recordé que a causa del divorcio de mis padres, mi padre no había estado a mi lado cuando más lo necesitaba. Rápidamente sentí en mi corazón una verdadera cólera contra Dios, que había permitido que me faltara un padre, y le dije:

¡¿Cómo puedes pedirme que te llame ‘Padre’ si ni siquiera sé lo que es tener un padre?! Tú sabes que mi padre nos dejó cuando yo tenía 6 años y que prácticamente no lo conozco. El se volvió a casar y nunca se interesó por nosotros.”

“Durante toda la semana, seguí haciéndole un juicio a Dios, pero hacia el final pude empezar a perdonarlo. Primero perdoné a Dios por haber dejado que mis padres se divorciaran. Luego le pedí la gracia de perdonar a mis padres por no haber hecho lo que debían para salvar su matrimonio; y finalmente, la gracia de perdonar a mi padre por habernos abandonado.” “Al día siguiente, en la misa, ¡yo no podía creer lo que oía! El Evangelio del día era precisamente aquel en que Jesús enseña a sus apóstoles a orar, diciéndoles: ‘Cuando oréis, decid: Padrenuestro...’. En el coche, de regreso a casa, sentía la necesidad imperativa de gritar en voz alta y con todas mis fuerzas: ‘¡Padrenuestro! Sí, tú eres también mi Padre querido, mi Padre del Cielo; te amo, te amo inmensamente! ¡Por favor, perdóname por no haberte llamado nunca hasta ahora Padre, con todo mi corazón!’.”

“Estaba hecha un mar de lágrimas y suplicaba a Dios, mi Padre, que me permitiera volver a ver a mi padre de la Tierra; que no lo dejara morir antes de haberle dicho que lo amaba, que lo perdonaba por habernos abandonado. Le pedía a Dios que les concediera esta misma gracia a mis dos hermanas.”“Cinco años más tarde, me enteré de que mi padre tenía cáncer y que su estado era crítico. Mis dos hermanas y yo fuimos a verlo y pudimos repetir esas visitas cada día durante tres meses. Nos pedimos perdón mutuamente y mi padre también le pidió a mi hermana mayor que le dijera a mi madre cuánto se reprochaba por el sufrimiento que le había causado al dejar el hogar. Le rogaba que lo perdonara. En cada una de mis visitas, yo le hablaba de Dios y de la Santísima Virgen. Mi padre tenía miedo de morir y no aceptaba la idea de que de esta no saldría.”

“En el estado terminal de su cáncer, mi padre sufría mucho y tomaba morfina tres veces al día. Pero encontrar morfina no era fácil. Cada vez, teníamos que presentar una receta especial, firmada por un médico.

Un sábado, mi padre se quedó sin morfina. Mi hermana trató de conseguirla, pero los dos médicos que lo atendían estaban ausentes durante el fin de semana, y no había forma de obtener una prescripción médica.” “Mi padre lloraba de dolor. Le propuse entonces que oráramos, a lo que me respondió que él había olvidado cómo hacerlo (debo precisar que toda mi familia es luterana, salvo yo, que me hice católica en 1985). Le dije a mi padre que, primero, debíamos pedir perdón a Dios por nuestros pecados, ¡pero él me respondió que nunca había matado ni robado!

—Dime papá, ¿siempre has amado a Dios con todo tu corazón, y a tu prójimo como a ti mismo?

—Pues... ¡no! Pero, ¿quién lo hace verdaderamente?

—Entonces, papá, debes pedirle perdón a Dios por eso.

El aceptó y oramos juntos para obtener el perdón de Dios. Le decíamos a Dios que no comprendíamos la razón de tales sufrimientos, pero que los ofrecíamos por la salvación de mi padre y la del mundo entero. Después de un Padrenuestro, mi padre me dijo:

—Por favor, di a tus amigos católicos que oren por mí, que le pidan a Dios que me llame hacia El. Me siento muy cansado y ahora estoy listo para morir.”

“Los días siguientes, mi padre no volvió a sentir ningún dolor. ¡Sin morfina! Murió muy pacíficamente el viernes siguiente, y el Señor me permitió estar a su lado hasta el último momento.

La tristeza, sin embargo, no me dejaba.

‘Mi Padre del Cielo’, le dije un día a Dios, ‘¡si mi padre de la Tierra me hubiera dicho, tan solo una vez antes de morir, que me amaba mucho...!’ Unos pocos minutos más tarde, mientras yo hablaba por teléfono con la secretaria de mi editor, un amigo muy querido (de la edad de mi padre) tomó el teléfono y me dijo:

—Hija mía, ¡es solo para decirte cuánto te quiero!”

MENSAJE DEL 25 DE MAYO DE 1995

“Queridos hijos, os invito a ayudarme con vuestras oraciones a fin de que tantos corazones como sea posible se acerquen a mi Corazón Inmaculado. Satanás es poderoso y, con todas sus fuerzas, quiere acercar a él y al pecado al mayor número posible de personas. Por eso está al acecho, para apoderarse a cada instante de más personas.

Os ruego, hijos míos, que oréis y me ayudéis a ayudaros. Soy vuestra madre y os amo; por eso deseo ayudaros. Gracias por haber respondido a mi llamada.”

Medjugorje, el triunfo del corazón
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