46 Un protestante ve a la Virgen

HAY que reconocer que Barry es un hueso duro de roer. ¿Su mujer Patricia? Un tesoro de delicadeza que, sospecho, debe orar incesantemente, tal es la luz que irradia. Desde su Inglaterra natal, ella venía con frecuencia a recargar baterías a Medjugorje y confiar su marido protestante a la Gospa. ¡Qué maravilloso sería si él también pudiera descubrir un día la alegría de caminar con el Dios Viviente!

Aunque bautizado protestante, Barry no creía en Dios y se las arreglaba perfectamente bien sin El. Un viejo recuerdo yacía sin embargo en el fondo de su corazón. Una vez, de joven, en un momento de gran sufrimiento, había orado a Dios diciéndole: “¡Envíame una buena esposa!”. En aquel entonces, Barry se encontraba conduciendo y tuvo que detenerse cerca de una casa desconocida, a causa de una avería. ¡La joven que salió de esa casa le causó tal impacto que se casó con ella tres meses después! El se olvidó de agradecerle a ese Dios desconocido que lo había gratificado tan rápidamente con un matrimonio feliz. Existía un solo problema: Patricia era católica. Barry hizo lo imposible por destruir su fe, pero comprendió rápidamente que de esa forma estaba pisando terreno peligroso.

Al llegar a los cuarenta, Patricia se encontraba abatida por un aislamiento espiritual demasiado difícil, en el seno de una Inglaterra materialista y privada de entusiasmo. Medjugorje la salvó entonces de ir a la deriva y le ofreció aquello con lo que más soñaba: ¡sumergirse en el corazón de Dios, en un lugar donde el Cielo toca la Tierra cada día!

Conversando con ella, me maravillaba su increíble confianza en la Providencia. Ella tenía la certeza de que todos sus familiares se convertirían a la hora fijada por Dios. La guerra estalló entonces en Bosnia-Herzegovina.

La noche del 1 de enero de 1993, Barry y Patricia, que se encontraban mirando televisión, escucharon el llamamiento de la asociación Medjugorje Appel: se necesitaban treinta chóferes para transportar toneladas de víveres hacia Bosnia. Sin saber que Patricia conocía a Bernard Ellis, judío convertido en Medjugorje y hombre clave de esta organización, Barry se interesó por el proyecto y le dijo a su mujer que tenía ganas de emprender esa aventura, ya que su carné de conducir le permitía llevar camiones. ¡Qué sorpresa para Patricia! Bernard había previsto que una parte de los camiones iría a Medjugorje, la otra a Zagreb.

Y dos semanas más tarde, acompañado por Patricia, ¡nuestro protestante entra en Medjugorje al volante de su camión! Su única preocupación es entonces la de socorrer a los refugiados. Su colaboración es requerida desde la primera noche. Por la mañana, al regresar a su pensión al pie del Krizevac, pensando encontrar allí a su mujer, se da cuenta de que Patricia ya ha “levantado vuelo”. Barry sale a la terraza y desde allí ve la iglesia enclavada en el valle. Sus ojos se dirigen hacia las dos torres que se elevan hacia el cielo y, curiosamente, siente una atracción irresistible hacia esa iglesia. Un fuerte pensamiento surge en él: “Debo entrar en allí y orar”. Barry no se reconoce a sí mismo. ¡¿Orar.. él..., el ateo de turno...?! ¿Orar, si Dios no existe, si después de la muerte nos espera la nada? ¿No estará mal de la cabeza? Pero es algo más fuerte que él, y Barry, con paso decidido, camina hacia la iglesia. Se le presenta entonces un problema práctico: ¿qué oración va a rezar? Solo conoce dos: el Padrenuestro que aprendió en la escuela, y el Avemaría, que acabó por memorizar de tanto oírla a su mujer enseñársela a los niños. ¿Cuál de las dos elegir?

Ya en la iglesia, Barry se da cuenta de que es la hora de la limpieza y se sienta discretamente en el último banco. Opta por rezar las dos oraciones y permanece allí durante cinco minutos. Luego decide ir a limpiar su camión. Un franciscano lo ve y le regala un rosario. Más tarde, él vuelve a su cuarto, donde Patricia aún no ha regresado, y decide tomarse un descanso. Como la luminosidad es intensa, Barry se tapa la cara con la manta. Pero una luz azulada lo ciega. La manta debe estar mal puesta, piensa él, y la arregla de otra forma. Sin embargo, la luz azul va en aumento e invade todo el cuarto. Nuestro amigo comienza a pensar que algo extraño está sucediendo. Una mancha blanca todavía más luminosa aparece entonces sobre el fondo azul; la mancha se acerca a él poco a poco y crece a simple vista. ¡Cielos! ¿Qué ocurre?

—La mancha de luz blanca se hizo completamente nítida —contaría luego Barry—. ¡Y sí!, ¡era María, la Madre de Dios! Yo la veía y sabía que era Ella. La luz azul se transformó en rayos que brotaban de Ella. ¡Qué hermosa era! Yo no sentía ningún temor; la miraba fascinado. Sabía quién estaba delante de mí. Entonces, levantando la mano, Ella me saludó con un gesto, sin decir nada. Y se fue... Me senté para inspeccionar el cuarto con la mirada. Un olor a rosas flotaba en el aire y yo sentía en todo mi ser una paz inimaginable. ¡Hasta en mi cuerpo! Y solo lograba decir: “¿Por qué yo...?, ¿por qué yo...? ¿Qué he hecho para merecerme esto, yo, el patán, el guarango, el ordinario?”. Y volvía a pensar en todas las malas acciones de mi vida... A pesar de todo eso, ¡María se había aparecido a un hombre como yo!

Patricia regresó poco después al cuarto y le conté todo. ¡Ella estaba en el séptimo cielo y quería hacer de mí un católico en 24 horas! Me propuso entonces asistir a misa. Cuando llegó el momento de la comunión, Patricia me ofreció que la acompañara a fin de recibir la bendición del sacerdote. Yo debía cruzar mis brazos sobre el pecho para demostrar claramente que no podía comulgar pero, a pesar de eso, el sacerdote apoyó la hostia contra mi boca y tuve que recibir al Cuerpo de Cristo. Estaba tan conmovido que no podía parar de llorar. ¡Ustedes hubieran visto al fortachón llorando como un niño! ¡Qué día! De regreso, me encontré con un peregrino que me dijo: “Soy católico desde siempre y vengo aquí con frecuencia; ¡nunca vi nada, ni sentí nada!”. Pero yo que venía por primera vez, que nunca pisaba una iglesia, en un día acumulaba: ¡entrar en una iglesia (1), orar (2), recibir de regalo un rosario (3), ver a la Santísima Virgen (4) y recibir el Cuerpo de su Hijo Jesús (5)!

De regreso a Inglaterra, decidí ir a misa con Patricia y descubrí poco a poco la oración, la oración sincera. Continuaba con mis convoyes humanitarios para Bosnia, ¡incluso una vez llevamos al vidente Ivan con nosotros en el trayecto Londres-Medjugorje! A la hora de la aparición, nos poníamos de rodillas en el camión... En mi interior, yo guardaba un vivo deseo de volver a ver a la Santísima Virgen.

Más tarde, Bernard me propuso conducir un autobús de peregrinos, e hice el trueque de mis víveres por un cargamento de hermanos y hermanas. Durante el camino, paramos en un hotel cerca de Eslovenia. Justo después de la cena, ¡corte de electricidad! Subí a mi cuarto para buscar una linterna y, al bajar al vestíbulo, me sentí impulsado a cantarle un himno a María.

Luego, todo el grupo se puso a cantar conmigo y continuó, poco después, con oraciones espontáneas. ¡Las alabanzas invadían todo el hotel! Entonces la volví a ver, a María, con ese halo azulado a su alrededor. Yo era el único que la veía. Comprendí en ese momento que yo no había hecho nada todavía por Ella, nada por Dios, a pesar de tantas gracias recibidas. Cuando María quiere algo —o a alguien—, ¡no le suelta así como así! Sentía que me pedía que me acercara a Ella y a su hijo Jesús, y que debía comprometerme con Ella. Por lo tanto, decidí unirme a la Iglesia Católica. A Patricia le pareció entonces que yo era un maravilloso acompañante.

Durante meses continué con mis peregrinaciones a Medjugorje, en calidad de chófer, y Patricia me ayudaba. Yo tenía el deseo secreto de que entre mis “pasajeros” algunos de ellos pudieran tener la felicidad de ver a la Virgen; y Ella escuchó mi petición sin demora: cuatro peregrinos la vieron en la colina del Podbrdo.

Ingresé en la Iglesia Católica en Pascua de 1995. Desde entonces, el Señor nos ha llamado a Patricia y a mí a trabajar para El en nuestra propia parroquia y en nuestra diócesis, allí donde se encuentra el santuario de Walsingham ( La siguiente es una profecía del papa León XIII, conocida en todo el Reino Unido: “Cuando Inglaterra vuelva a Walsingham, la Santísima Virgen volverá a Inglaterra”. Gracias a Barry y Patricia Kelly, grandes muchedumbres se congregan allí los fines de semana para retiros de oración en unión con Medjugorje).

María se está encargando de acercar a su hijo a todos nuestros familiares. Nuestros dos hijos se han convertido, así como varios parientes anteriormente ateos. Ella ya ha reconciliado a varias parejas de cuñados y cuñadas, y estamos muy esperanzados por los demás.

En cuanto a mí, me comprometí en un equipo de ayuda a aquellos que desean ser católicos. Estoy disponible para todo lo que el Señor y su Madre quieran de mí, y crezco poco a poco en su amor.

¿Mi sueño? ¡Que el mundo entero descubra a la Santísima Virgen!

“Queridos hijos, en el curso de estos años os he invitado a orar y a vivir mis palabras, pero vosotros vivís poco mis mensajes. Habláis de ellos, pero no los vivís; por eso esta guerra dura tanto. Os invito a abriros a Dios y a vivir con Él en el corazón, viviendo el bien y siendo testigos de mis mensajes. Os amo, y deseo protegeros de todo mal. ¡Pero vosotros no queréis!

MENSAJE DEL 25 DE OCTUBRE DE 1993

Queridos hijos, yo no puedo ayudaros si no vivís los mandamientos de Dios, si no vivís la Santa Misa, si no rechazáis el pecado. Os invito a ser apóstoles del amor y la bondad. En este mundo sin paz, sed testigos de Dios y del amor de Dios. El os bendecirá y os dará lo que le pidáis. Gracias por haber respondido a mi llamada.”

Medjugorje, el triunfo del corazón
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