3 La Cruz Azul

AQUELLA noche, nuevamente reunidos alrededor de un enorme plato de espaguetis preparados por Marija, escuchamos su relato:

—¡Es increíble lo que algunos guías pueden llegar a inventar acerca de los acontecimientos de los primeros días! Escuchad esto, por ejemplo: hace poco un peregrino me preguntó si verdaderamente la Gospa había elegido personalmente el color azul de la cruz. ¡Imaginaos!

“Buena introducción”, pensé yo. “Vamos a tener novedades...”.

—Lo de la Cruz Azul —prosigue Marija—, comenzó en realidad cuando la milicia prohibió a la gente subir a la colina. Nosotros (los videntes) pasábamos por allí cuando, de repente, la Gospa se nos apareció. ¡Algo totalmente inesperado! Entonces oramos y cantamos. En ese preciso momento, los milicianos nos buscaban, recorriendo toda aquella zona, llenos de ira. Pasaron por allí, muy cerca de nosotros, pero parecía que estaban ciegos. ¡No nos veían! ¡Tampoco oían nuestros cantos! Era verdaderamente increíble: caminaban y hablaban entre ellos como si no estuviéramos allí, y sin embargo estábamos cantando a unos pocos metros de distancia.

A partir de ese día, la Gospa se nos apareció en ese lugar con mucha frecuencia, pero la milicia nunca nos encontró. Era algo así como nuestro refugio. Un día, alguien erigió allí una cruz y la pintó de azul. Entonces empezamos a decir: “Vamos a la cruz azul”. ¡Pero no fue la Gospa quien eligió ese color...!

El pequeño Michaele Maria se puso a llorar y Marija se levantó para darle de mamar. Para ella, todo pertenece a una misma y única realidad: ver a la Gospa, amamantar como ella a su hijo... Marija pasa de una preocupación a otra con la facilidad propia de los corazones puros.

—Pocos peregrinos conocen la Cruz Azul, pero deberíamos animarlos a ir allí para orar —dice ella—. Es un lugar elegido por la Gospa.

Sí, Marija tiene razón. Y la Cruz Azul pertenece a esos lugares característicos elegidos por María: ¡allí no hay nada! Quiero decir, nada de extraordinario. Situado a algunos metros más allá del camino que bordea la colina, ese sitio de numerosas apariciones (¡centenares!) transmite la humildad del paisaje local: algunas piedras que sobresalen de la tierra roja, unos pocos arbustos demasiado endebles para protegernos del sol, unos cuantos matorrales espinosos que hacen difícil moverse sin sentir algún pinchazo, y en el suelo, casi ninguna superficie lo suficientemente lisa como para poder arrodillarse sin perder el equilibrio.

La Cruz Azul nunca dejó de ser visitada por María, ya que el grupo de oración de Ivan se reúne allí con frecuencia, los martes y los viernes por la noche. Yo soy testigo de grandes gracias derramadas en ese lugar, tanto sobre los peregrinos como sobre mí. Cuando tengo un peso en el corazón, voy allí y regreso siempre reconfortada y en paz.

Cierta noche, una muchedumbre se había reunido alrededor de Ivan frente a la Cruz Azul, y una oración fervorosa ascendía al Cielo. Súbitamente, las voces se silenciaron. La Madre de Dios estaba allí, frente a nosotros. Reinaba una gran calma, como en toda aparición. Tres minutos se sucedieron así, cuando de repente un ruido rompió el silencio. Cuchicheos, agitación por allí, a la izquierda... ¿Qué pasaba?

Una jovencita me cuenta la historia. No creyente y naturalmente no practicante, ella vivía como todos los jóvenes franceses de su edad, sin preocuparse mucho por ese Dios lejano de quien nadie le hablaba. ¿El catecismo? Hacía lustros que lo había olvidado. Solo su abuela seguía yendo a misa los domingos. “Bueno, hay que dejarla... Se ha vuelto vieja... ¡Si a ella le gusta, no vamos a prohibírselo!”.

He aquí que la abuela decide ir a Medjugorje, ¡en autobús! Ella, con tan mala salud... ¡Pero es algo que desea tanto! Propone entonces a su nieta que la acompañe. El compromiso es el siguiente:

—Yo te pago el viaje. Ya verás, Yugoslavia es muy hermosa. A cambio, tú te ocuparás de mí.

La ilusión de conocer Yugoslavia produce su efecto. ¡Trato hecho!

Una noche, Valérie acompaña a su abuela a la Cruz Azul. Ella sabe que toda esa gente está orando y espera la llegada de la Virgen..., pero ella no espera absolutamente nada. ¡Esos son puros cuentos! La abuela está de pie porque no puede arrodillarse, y la nieta se encuentra detrás de algunas personas que le impiden ver. Tan pronto la asamblea queda en perfecto silencio, Valérie ve a la Santísima Virgen. Ella mira..., y mira... ¡Sí, verdaderamente es la Santísima Virgen en persona! Aquí está ella; vino y sonríe con una sonrisa que no es de este mundo. Pasan así dos minutos. La joven decide entonces que quiere verla todavía mejor y sube sobre una piedra que encuentra por casualidad contra el murito. Imposible no dejar escapar algunas exclamaciones, aún discretas. La abuela comprende entonces que su nieta “debe de estar viendo algo”, y tiene la mala idea de tratar de subirse ella también sobre la piedra... Entonces se produce el desmoronamiento ¡y las dos caen al suelo...!

—Cuando pude levantarme —me dice la chica—, la Santísima Virgen ya no estaba; todo había terminado.

Y, con una expresión casi de culpa, agrega:

—Pero, hermana, dígame: ¿por qué se me apareció a mí y no a otra persona, ya que todos ustedes eran quienes venían para orarle a ella?

—¡Quizá sea precisamente por eso! Tú eras la única que no oraba, que ni siquiera la esperaba. Ella te buscaba hacía tiempo; entonces anoche quiso que tú la encontraras. Ella es tu madre, y no te dejará jamás, ¿sabes?

—¡Yo tampoco la dejaré jamás! Si usted hubiera visto, hermana, qué hermosa era... ¡Qué hermosa!

MENSAJE DEL 25 DE ABRIL DE 1990

“Queridos hijos, hoy os invito a aceptar y a vivir con seriedad mis mensajes. Estoy con vosotros y quisiera, queridos hijos, que cada uno estuviera lo más cerca posible de mi corazón. Por lo tanto, hijos míos,

orad y procurad hacer la voluntad de Dios en vuestra vida diaria.

Deseo que cada uno descubra el camino de la santidad y crezca en ella hasta la eternidad. Oraré e intercederé por vosotros ante Dios para que comprendáis la grandeza del don que El me da al permitirme estar con vosotros. Gracias por haber respondido a mi llamada.”

Medjugorje, el triunfo del corazón
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