55 ¿Ninguna visión para Franjo?
MI amigo Franjo es un hombre con gran sentido práctico que se desenvuelve con mucha sabiduría, tanto en el campo donde realiza duras tareas agrícolas, como en su casa, donde atiende a los peregrinos. El barómetro de su humor no varía y se mantiene más bien en alza. Cuando la Gospa llegó por primera vez a su aldea, él apenas salía de la adolescencia y comprendió rápidamente que con Ella su vida nunca más sería la misma.
Franjo no se deja engañar fácilmente. Durante toda su infancia pasó hambre y tuvo que luchar duramente para poder sobrevivir, él y toda su familia. Antes de creerse una noticia, por más atrayente que sea, él averigua y se toma su tiempo.
Una noche, Franjo me abre su corazón y me revela uno de los testimonios más hermosos de la aldea; aquí lo tenemos en pocas palabras:
Desde hace un mes (a partir del segundo día de las apariciones), la aldea ha adoptado un nuevo ritmo. Todo el mundo va a la iglesia cada día, y no es extraño que algo suceda...
Una tarde, Franjo se siente realmente incómodo. En efecto, los miembros de su familia y sus vecinos se han agrupado sobre el camino que lleva a la iglesia, sus miradas fijas hacia el cielo, visiblemente cautivados por un hecho extraño que contemplan con gran alegría. De sus bocas se escapan exclamaciones de sorpresa. Todos ven algo, salvo Franjo. Por más que él mire en la misma dirección... ¡nada en el horizonte!
En los hogares, la gente cuenta hasta bien entrada la noche todos los detalles de ese fenómeno. El Sol se había puesto a danzar, lanzando rayos de diferentes colores, de tonos tan hermosos que no se podían describir. Este se acercaba hacia el grupito de gente y se alejaba, como latidos de corazón, y de vez en cuando una silueta femenina se dejaba ver junto a él. Franjo escucha los relatos sonriendo de los dientes para afuera y descubre que él es realmente el único que no ha visto nada. ¡Qué frustración! ¿Por qué él no? ¿La Gospa estaría molesta con él? Al día siguiente, ocurre lo mismo en otro recodo del camino, y de nuevo Franjo es el único que no ve nada.
Él mira entonces en su interior, revisa mentalmente su vida para someterla a un sincero examen radiológico bajo los rayos del Evangelio, y descubre ciertos pecados nunca confesados. Un combate interior se inicia entonces. ¿Tendrá el valor de ir a contarle esto a un sacerdote? La extraordinaria gracia de luz suscitada en la aldea, por medio de la venida de la Gospa, termina por ganar la partida. Franjo se va a confesar, cuenta todo, y libera su conciencia de lo que pesaba sobre ella (el Santo Cura de Ars hablaba de la confesión con mucho realismo. Algunos penitentes no tenían el valor de contarlo todo en confesión y él se daba cuenta (como el padre Pío, que leía en las conciencias). Entonces dijo en una homilía: “Los pecados que escondemos reaparecerán todos. ¡Para esconderlos bien, hay que confesarlos bien!”).
La misma noche, por tercera vez, muy cerca de la iglesia, el grupo de vecinos se detiene de repente sobre el camino: ¡el Sol danza de nuevo! Y esta vez, ¡también aparece una cruz de gloria! Franjo levanta tímidamente los ojos y... ¡sí, la ve! ¡La visión aparece claramente ante sus ojos! El participa de las exclamaciones de todos los presentes y su corazón se llena de júbilo.
—Franjo —le pregunté—, ¿cómo explicas esto?
—¡La confesión! ¡Es la confesión! —respondió humildemente, pero con firmeza—. Mis pecados me impedían ver. Después de la confesión, cayó el velo que cubría mis ojos...
MENSAJE DEL 25 DE JUNIO DE 1994
(XIII aniversario de las apariciones)
“Queridos hijos, mi corazón se alegra al miraros a todos, aquí presentes. Os bendigo y os invito a decidiros a vivir los mensajes que os doy aquí. Deseo, hijos míos llevaros a Jesús, porque El es vuestra salvación.
Por eso, hijos, cuanto más oréis, más me perteneceréis a mí y a mi Hijo Jesús. Os bendigo con mi bendición maternal. Gracias por haber respondido a mi llamada.”