83 Un juguete irresistible
PARA la grabación de mis programas televisivos sobre los mensajes, Marija y Paolo nos habían prestado su casa. Con el superprofesional equipo americano de Mark Chodzko y Denis Nolan, instalamos nuestro estudio en la capillita donde Marija recibe sus apariciones diarias, cuando ella viene a Medjugorje. La luz cegadora de los focos reemplazó así momentáneamente la suave luz celestial e increada que acompaña a la Gospa cuando visita ese lugar.
Ruzka, la hermana mayor de Marija, cocinaba para nosotros, y las dos nos hicimos muy amigas. Yo me deleitaba al ver el entendimiento perfecto (la connivencia inclusive) entre Mark, cineasta de Hollywood, y esta mujer croata que ha pasado su vida sirviendo, ayudando y trabajando duramente para poder sobrevivir. Una “Marta de Betania” que tuviera además el corazón de María. Ruzka es para mí la imagen conmovedora de la mujer bíblica que sabe conservar el shalom en su familia: el corazón en Dios, los pies bien apoyados sobre la tierra, las manos en los pañales del bebé, y el rostro alegre, suceda lo que suceda. Nada se le escapa de los seres y de las cosas. Ella medita todo en su corazón y a veces, cuando se siente en confianza, salen de su boca palabras más valiosas que el oro. ¡Su cercanía me sana de los últimos virus parisinos que todavía habitan en mí! Por otra parte, ella representa uno de los testigos más confiables del Medjugorje de los primeros meses, desde la perspectiva de la gente humilde de las familias de los videntes.
Una noche, mientras acababa de preparar un café a la turca, Ruzka se puso a hablar espontáneamente de los tiempos heroicos de Medjugorje, cuando la policía y los falsos hermanos dificultaban enormemente la vida de los videntes, y cuando las gracias más sublimes se derramaban sobre la aldea.
—Una tarde —me cuenta ella—, yo estaba en la iglesia y la muchedumbre era tal que algunos asistentes tuvieron que amontonarse en el coro. Me encontraba a tan solo un metro del padre Jozo. Durante el rezo del rosario, la expresión de su rostro cambió repentinamente, demostrando gran sorpresa. Durante algunos minutos, boquiabierto y visiblemente fascinado, él se quedó mirando fijamente hacia un punto ligeramente por encima de la asamblea, en dirección a la tribuna. Yo lo veía claramente y sabía que algo estaba sucediendo. Luego bajó la cabeza y permaneció pensativo y absorto. Después de la oración, como yo lo conocía bien, le pregunté: “Padre, ¿qué ha visto?”. Me miró sin decir nada, haciéndome comprender que no esperara respuesta. Estaba convencida de que había visto a la Gospa. Por haber observado a mi hermana, yo ya sabía cómo es el rostro de quien mira a la Gospa. Fue solo más tarde que el padre Jozo confirmó que la Gospa había estado presente en medio de sus hijos, de su pueblo, y que Ella había orado con nosotros. Desde ese día, todas sus dudas cesaron, y a partir de entonces defendió siempre a los videntes.
Luego, la conversación tornó alrededor del obispo, monseñor Zanic.
—Yo estaba allí —continúa Ruzka— cuando vino tras las primeras apariciones. Habló largamente con los videntes. Me parece verlo todavía cuando, por la tarde, en la iglesia, formando un círculo con su pulgar y su índice (ella imita el gesto), decía al pueblo con firmeza y convicción: “¡Los videntes no mienten, ellos dicen la verdad!”, y repetía con insistencia: “¡Istina, Istina! “¡verdad, verdad!” ¡Incluso gritaba!
—Y tú, Ruzka, ¿creíste enseguida?
—¡Sí, enseguida! Uno siente en el corazón cuando algo es verdadero. No veo nada, no oigo nada, pero sé que Ella está allí. ¡Mi Ivana sí la ha visto! Ese día, el servicio de vigilancia era casi inexistente, era imposible controlar a toda esa muchedumbre, y los pobres videntes estaban tan apretujados que teníamos miedo de que terminaran aplastados. Yo había venido a la aparición con Ivana que, en la época, tenía solo 18 meses. La tenía alzada, un poco levantada para que pudiera respirar mejor. Sin quererlo, empujada por la gente que rodeaba a Marija, me encontré prácticamente en el lugar mismo donde estaba la Gospa, aproximadamente a un metro y medio delante de los videntes. Entonces se produjo algo extraño. La pequeña Ivana trepó sobre mi brazo, y con sus manitas trataba de sujetar algo invisible que tiraba con todas sus fuerzas, sin conseguir desprenderlo. No lejos de ella, un sacerdote de Split, fascinado, observaba la escena y estalló en llanto.
Después de la aparición, Marija contó que la niña también había visto a la Santísima Virgen y que jugaba con su corona de doce estrellas, tratando de agarrarla, lo que hacía reír muchísimo a la Santísima Virgen. En cuanto al sacerdote, este explicó que no creía en las apariciones y que había venido con el propósito de probar que eran fingidas. Pero la Virgen le había dado una señal indiscutible.
—Un niño no puede mentir —decía él una y otra vez, llorando.
Este sacerdote se convirtió en un gran defensor de Medjugorje.
Ruzka agregó que en la época la muchedumbre estaba repleta de espías comunistas, y que no se podía decir la menor palabra sin correr grandes riesgos. ¡Pero su pequeña Ivana había hablado en nombre de todos, más fuerte que las declaraciones de obispos o teólogos!
¡Para convencer a los incrédulos, la Gospa había elegido a una niña!
MENSAJE DEL 25 DE AGOSTO DE 1996
“Queridos hijos, escuchad, porque deseo hablaros e invitaros a tener más fe y confianza en Dios,
que os ama sin medida.
Hijos, no sabéis vivir en la gracia de Dios. Por eso os invito nuevamente a llevar la palabra de Dios en vuestros corazones y en vuestros pensamientos. Hijos, poned a las Sagradas Escrituras en un lugar visible en vuestros hogares; leedlas y vividlas. Enseñad a vuestros hijos, porque si no sois un ejemplo para ellos, se alejarán de Dios. Reflexionad y orad; entonces Dios nacerá en vuestros corazones y estos estarán alegres. Gracias por haber respondido a mi llamada.”