40 Una mujer, dos hombres y muchas espinas

SARA ya no podía más cuando, en 1991, después de dieciséis años de matrimonio, llegó a Medjugorje con su marido. Es necesario aclarar que ella amaba a dos hombres a la vez. Ya casi no podía ni dormir, y el desgarramiento de su corazón la agotaba aún más. La ardiente pasión amorosa que había resurgido en ella, hacía dos años, por un amigo de su juventud, no le daba tregua. Sin embargo, amaba profundamente a su marido y no lograba comprender cómo podía querer a dos hombres a la vez de manera tan diferente.

Sara había descubierto la fe a los 18 años y había comprendido entonces que Jesús sería todo para ella: el sentido de su vida y la fuente de su alegría. Pero, a los 23 años, un amor loco, pasional, por un hombre casado y padre de familia, hizo arder su corazón. Ella sucumbió y vivió con él una relación muy intensa, hasta el día en que él dejó de interesarse por ella. ¡Sara estaba destrozada! No obstante, se repuso y se casó con Bertrand, con quien comparte su fe y concuerda con ella sobre su visión de la vida. Los une un amor real, muy diferente y muy profundo.

Pero veinte años más tarde, siendo que “el hombre casado” solo había conservado con ella una lejana relación de amistad, se produce un reencuentro que resulta verdaderamente estremecedor. Sara se da cuenta de que él ha cambiado y una incoercible pasión se enciende súbitamente en ella. El volcán se despierta, ¡más violento que nunca! Las tentaciones se atropellan en su mente y en su cuerpo, avivadas aún más por la invitación que ese hombre le hace de pasar el fin de semana juntos. “O.K., será un intercambio espiritual y profundo; te respetaré”, le contestó a Sara su amigo cuando ella puso los puntos sobre las íes antes de aceptar. Pero ella no se deja engañar. Es verdad, desea que ese hombre se acerque a Dios, pero no puede negar que sueña también con encontrarse nuevamente en sus brazos. La espera de ese fin de semana provoca en ella una gran angustia y, finalmente, después de posponer varias veces el encuentro, lo anula. “El Señor me protegió”, me dijo ella. Pero la pasión la atormenta continuamente. Noche y día, Sara “vive con él”, repitiendo sus palabras, visualizando su mirada, estremeciéndose al “oír” el timbre de su voz... El Maligno transformaba todo esto en una especie de obsesión que no la dejaba un solo instante. Este le sugería sin cesar que sucumbir a ese hombre no era nada grave sino, por el contrario, algo muy normal: “Ya lo has conocido y amado; una vez más o una vez menos, ¿qué diferencia hay? De acuerdo, has jurado no traicionar tu matrimonio, pero con este amigo tan querido, ¡es diferente! Le hablarás de Dios. Y si mantenéis relaciones, no tratándose de algo nuevo, no será tan terrible...”.

Hasta en la oración estos pensamientos la acosan. Sara está muy perturbada porque, en el fondo, ella sabe muy bien que Dios no quiere este encuentro de fin de semana. No se siente capaz de estar con este hombre sin cometer adulterio; hay que mirar la realidad de frente. Quiere a toda costa verlo, salvarlo, pero Dios le pide que renuncie a ello, porque su plan es otro.

Con su marido, ¡oh, casualidad!, las cosas no andan muy bien. De repente, algunos de sus defectos la irritan y un imprevisto fracaso profesional de su cónyuge obliga a Sara a retomar su trabajo: ¡lo único que faltaba!

Pero ella posee algo extraordinario en su vida, algo que va a salvarla, algo que empezó a hacer a los 18 años y que ella resume humildemente en tres palabras: “Siempre he orado”.

—Desde el abismo de mi sufrimiento, le pedí a María que me socorriera. De noche, cuando dudaba de poder volver a encontrar la paz, seguía orando. Estaba triste por esta ilusión frustrada y no pensaba que María pudiera sanar mi corazón. Antes de esta prueba, ya había comenzado a vivir los mensajes de María en Medjugorje, y hacía cinco años que rezaba el rosario. Mi marido siempre lo había hecho, pero yo no, porque me parecía algo sin interés, una oración estúpida. Pero como María hablaba de la paz del corazón, de la paz en las familias, ¡me aferraba a esto! Ya no sabía qué sabor tenía la paz de Dios...

En este profundo desconcierto, Sara llega a Medjugorje con su marido:

—Yo le traía todo ese tumultuoso vivir a María, en Medjugorje. De regreso a casa, me preguntaba qué gracias me habría concedido ella, ya que la peregrinación se había realizado sin ningún hecho sobresaliente.

La clausura había sido nuestra consagración a María durante una misa solemne. Sin embargo, en el curso de las semanas siguientes me encontré completamente transformada. Me sentía en paz. ¡Nunca, en toda mi existencia, había gozado de tal paz! Yo le había entregado a Dios, por María, mi pasión, mis preocupaciones diarias. Todos los reproches acumulados en mi vida de casada habían desaparecido. Durante mucho tiempo había sentido en mi amor por mi marido algo así como una espina, algo que me hacía daño, imposible de soportar. Ahora acepto a mi marido tal cual es y lo amo así. Una barrera aparentemente infranqueable se ha derrumbado. Un estado de preocupación constante, como un segundo plano en mi vida, también se ha esfumado. Siento felicidad en mi interior. Desde nuestra peregrinación a Medjugorje, rezamos asiduamente el santo rosario y alentamos a nuestros hijos a rezarlo también. La familia está unida y compruebo con gran asombro la armonía existente entre nosotros. Dios hizo bien las cosas al conducirnos el uno hacia el otro.

¿Mi vínculo pasional con el otro hombre? Se deshizo solo. Me siento bien y duermo sin problemas. ¡María me ha dado su paz!.

MENSAJE DEL 25 DE ABRIL DE 1993

“Queridos hijos, hoy os invito a todos a despertar vuestros corazones al amor. Id a la naturaleza y observad cómo se despierta; esto os ayudará a abrir vuestros corazones al amor de Dios Creador. Deseo que despertéis el amor en vuestras familias, de tal manera que donde falte la paz y reine el odio, reine el amor.

Cuando existe amor en vuestros corazones, también existe oración.

Y no olvidéis, queridos hijos, que estoy con vosotros y os ayudo con mi oración, para que Dios os dé la fuerza de amar. Os bendigo y os amo con mi amor maternal. Gracias por haber respondido a mi llamada.”

Medjugorje, el triunfo del corazón
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