91 La consagración del seno materno

LA capilla del Oasis de Paz (Comunidad fundada en Italia en 1988 por el padre Gianni Sgreva, sacerdote pasionista. Dirección: Communitá “Oasi della Pace”, Poste Restante, 88266 Medjugorje, via Split, Croacia, www.oasispacis.org), en Medjugorje, rebosa de gente. A pesar de ser diminuta, los peregrinos italianos no tienen el menor inconveniente en seguir empujando ciegamente al que tienen delante, ¡con tal de entrar! Afuera, verdaderos racimos humanos se cuelgan de las ventanas, tratando de observar el acontecimiento del día...

Marija Pavlovic-Lunetti está de rodillas sobre las escalinatas del altar, la mirada levemente alzada. Sus labios se mueven apenas; su rostro expresa una gran seriedad. Parecería que esta tarde sucede algo muy especial, pues la Gospa se está quedando más que de costumbre.

Estamos en Medjugorje. Hoy es 12 de abril de 1997; son las 18.45 horas. En este preciso momento, en Sarajevo, el Santo Padre termina su recorrido por los barrios en ruinas de la ciudad, antes de dirigirse hacia la Catedral. Marija se pone de pie y nuestro amigo Tim acciona con precisión su pesada cámara. Sin saberlo todavía, él inmortalizará la historia conmovedora que en breve saldrá de los labios de Marija, y gracias a la cual, hoy nuevamente, la Gospa desarraigará y sanará el desconsuelo secreto de tantas mujeres.

Marija se ubica al lado del Sagrario. Por su cara risueña adivinamos que hablará con un corazón desbordante. Hoy es un gran día: “Es la primera vez que el Santo Padre viene a mi país. Muchos se lo han desaconsejado, pero su deseo de venir era tal que, a pesar de su debilidad física, ¡hubiera venido caminando! El viene verdaderamente como un portador de paz, en medio de esas ruinas”. Hace poco, Marija vio por televisión su mirada sobre esta capital devastada por los bombardeos y sellada por la muerte. “Ayer la Gospa oró conmigo por él. Nos pide que oremos mucho por él, por su salud... ¡El es el más amado de sus hijos! Esta tarde, la Gospa apareció feliz, nos ha saludado y nos ha bendecido a todos con sus manos extendidas...”. Todos los presentes, pobres y ricos, son una sola mirada, un solo oído y un solo corazón, porque todos saben que la Santísima Virgen ha escuchado su grito íntimo y los ha mirado. Y esperan de Marija una palabra, una frase, un mensaje, aunque sea una pequeñísima parcela de Cielo para ayudarlos a cambiar de vida. ¡Qué hermosos son esos rostros anclados en lo Invisible, “suspendidos” por encima del peso que los aplasta!

Marija habla del amor de María por el Papa, de Sarajevo destruida... y súbitamente, sin conexión aparente, empalma con la historia...

A continuación, una mujer profundamente herida se acerca a Marija y le dice: “Te lo vengo a contar a ti porque no tengo el valor de ir a ver a un sacerdote; no me atrevo a ir a confesarme. ¡He practicado ocho abortos! Tengo miedo de que el sacerdote se enfurezca y me eche del confesionario. Pero estoy segura de que tú puedes hacer algo: puedes pedirle a la Santísima Virgen que me ayude. Estoy muy deprimida; mi sufrimiento se ha vuelto tan intenso que ya no consigo dormir. En aquella época mi marido no quería ningún hijo. Teníamos muy pocos recursos. Ahora, ya no puedo tener más hijos. Cada aborto fue un nuevo shock para mí. He venido para que me encomiendes a la Gospa. ¿Podrás hacerlo?”.

Marija se ha mostrado siempre pronta para proteger y hacer amar la vida. Escuchó a esta mujer con amor y la encomendó a María esa misma noche. La Gospa rezó por ella y sorprendentemente expresó una esperanza extraordinaria con respecto a ella, la misma esperanza que nutre para cada uno de sus hijos, especialmente cuando parece que no existe salida alguna.

“En adelante, ella será portadora de vida para los demás”, respondió la Virgen a Marija ( En El Evangelio de la Vida, Juan Pablo II habla igual que la Gospa y, una vez más, no se sabe muy bien cuál de los dos copia al otro... “Una reflexión especial quisiera tener para vosotras, mujeres que habéis recurrido al aborto. La Iglesia sabe cuántos condicionamientos pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en vuestro interior. Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no abandonéis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad. Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación. Os daréis cuenta de que nada está perdido y podréis pedir perdón a vuestro hijo que ahora vive en el Señor. Ayudadas por el consejo y la cercanía de personas amigas y competentes, podréis estar con vuestro doloroso testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida. Por medio de vuestro compromiso por la vida, coronado eventualmente con el nacimiento de nuevas criaturas y expresado con la acogida y la atención hacia quien está más necesitado de cercanía, seréis artífices de un nuevo modo de mirar la vida del hombre”).

Siguiendo el consejo de Marija, esta mujer se reconcilió con Dios al confesar todos sus pecados a un sacerdote, y el descubrimiento de la misericordia divina transformó tanto su corazón que, hoy en día, da poderosos testimonios de la sanación, no solo de su sueño, sino de todo su ser (Por milenios Dios ha elegido la lengua hebrea para enseñar a su pueblo. Ha utilizado las realidades más carnales y vitales del cuerpo para designar las realidades más sublimes y vitales del alma. Todavía hoy en día, el judío que quiere referirse a la misericordia emplea la palabra hebrea “útero”, “matriz”, en plural, Rahamim. ¡Qué imagen! ¡Qué maravilla! Cuando opto por el mal, ¡Dios no se transforma en policía disfrazado de rey, que desde su lejano trono me envía castigos! Cuando el pecado me ha ensuciado, las entrañas de Dios se retuercen como las de una madre que ve a su niño ahogarse y que solo tiene una obsesión: ¡salvarlo a toda costa! Esta es la verdadera misericordia: ¡un útero que secretamente entreteje la vida día tras día, un remanso de amor, un hogar, un lugar donde uno se siente tiernamente amado! (El verbo hebreo extraído de la raíz raham significa “amar tiernamente”). Y si me extravío de esta casa, todas las fibras de mi Dios me gritan “¡Vuelve!”, porque se retuercen de dolor a la espera de mi regreso. Y cuando me encuentro nuevamente bien acurrucado en el seno materno del Padre, El me prodiga más que nunca los tesoros de su divina intimidad. La fórmula latina misere-corde (miseria-corazón) tiene su peso, pero oculta la dimensión maternal de la misericordia que Dios le ha dado desde los orígenes. Entre los trece nombres de Dios en la Biblia (el nombre define la identidad), “el Altísimo”, “el Eterno”, “el Poderoso”... encontramos Harahaman... “el Misericordioso”, o mejor aún: “¡El que cobija en su seno!” - Ex 34, 6, en el Sinaí).

Su corazón está en paz con Dios y ella saborea finalmente la alegría de vivir. Visita a las mujeres que consideran la opción del aborto, les habla de su experiencia, y trata de disuadirlas de matar a su hijo. ¡Es ella quien ahora alza la voz en favor de la vida! También visita hospitales (incluyendo aquel donde ha hecho sus propios abortos). Su testimonio tiene gran impacto y ha permitido ya a muchas madres guardar al hijo que llevaban en su seno. Ella le dice a Marija: “Yo hago todo lo que puedo por convencer a las madres. Primero rezo, luego cuento en mi historia toda la angustia que habitaba en mi corazón”. Y agrega: “La vida es tan corta; ahora debo apresurarme, ¡debo correr!

arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación. Os daréis cuenta de que nada está perdido y podréis pedir perdón a vuestro hijo que ahora vive en el Señor. Ayudadas por el consejo y la cercanía de personas amigas y competentes, podréis estar con vuestro doloroso testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida. Por medio de vuestro compromiso por la vida, coronado eventualmente con el nacimiento de nuevas criaturas y expresado con la acogida y la atención hacia quien está más necesitado de cercanía, seréis artífices de un nuevo modo de mirar la vida del hombre”.

¡No solo en nombre de mis propios hijos, sino de tantos otros seres amenazados por el aborto!”.

Esta es la manera en que María desea actuar en cada uno de nosotros. Lejos de ofuscarse con nuestras heridas de muerte, las transforma en fuentes de vida. Mejor aún: ¡parecería que Jesús y Ella se sintieran atraídos por nuestras heridas! Con solo ofrecer a Jesús todo el mal que se ha acumulado en nosotros, El nos sana por medio de sus propias llagas, por siempre gloriosas.

Cuando María nos mira, ¿ve Ella, la Madre, nuestros pecados, todas esas manchas inmundas que empañan hasta nuestra voz y nuestros ojos? ¿Nos hace mala cara, Ella, la Toda Pura? ¿Nos hace el tipo de comentarios farisaicos que pululan en nuestras conversaciones mundanas?

Cuando la Madre nos mira, su mirada atraviesa las capas opacas de nuestras tinieblas para contemplar la marca divina en lo más recóndito de nuestro ser, allí donde ningún mal ha podido tocarnos, y donde resplandece, más que un sol, el esplendor del Creador. Y Ella es toda admiración y arde de amor. En aquella mujer, nuestra hermana y amiga, María ha visto enseguida el sello divino: ¡Ella será portadora de vida! ¡¿Quién se atrevería a pedirle a la Madre de Misericordia que cambie de anteojos?! ¡¿Que reajuste su visión?! Sabemos que en medio de las mil y una voces de nuestras sutiles acusaciones, Ella, la Madre, es la única que está en lo cierto, porque, en su magnánima visión, ve ante todo lo hermoso.

Unos amigos de Medjugorje me habían pedido que diera algunas conferencias en California. Al llegar a San Francisco, compruebo que sus calles son hermosas, ricas, relucientes, pero vacías de niños. ¡Calles muertas! Le pido entonces a gritos a la Gospa que me socorra, suplicándole que ponga en mi corazón las palabras que su corazón maternal destina a esa sociedad en la cual se legalizan los asesinatos por millares, aun a los nueve meses de embarazo, bajo la denominación engañosa (MMM) de "aborto terapéutico”. La respuesta no se hizo esperar. Aprovechando la primera oportunidad de hablar en público, transmití la inspiración recibida en la oración:

“Satanás está furibundo contra la vida humana; quiere destruirla a toda costa y borrarla definitivamente de la superficie de la Tierra. ¡Resistid! En el espíritu de María en Fátima y también en Medjugorje (donde Ella nos invita a consagrarnos individualmente), propongo que todas las personas del sexo femenino consagren su “seno materno” al Corazón Inmaculado de la Virgen. ¿Qué palabras pronunciar? Las mujeres casadas, por ejemplo, pueden decirle a María: “Te ofrezco este lugar de mi cuerpo; desde ahora te pertenece. Que todo lo que allí suceda ayude a tus planes y cumpla con la voluntad de Dios. En adelante, serás tú quien decida cuántos hijos serán concebidos en él y nacerán a la vida. Protege este precioso lugar de toda impureza, de toda enfermedad, y de toda acción que te impidiera realizar en él lo que tú deseas. Que sea el reflejo de tu incomparable seno materno. Bendice a aquellos que en él encontraron la vida y bendice de antemano a los niños por nacer de mí. Sáname de las consecuencias y de las heridas de todo lo que ha podido desagradarte en el pasado, y si este lugar ha albergado la muerte (por aborto natural o aborto provocado. Una mujer de 40 años me dijo: “A los 20 años aborté. Después quise casarme, pero nunca pude. Ahora tengo una enfermedad en la piel, estoy gorda... Pero desde mi conversión, María ha dado un sentido a mi vida. Ofrezco con alegría mis sufrimientos de soledad y de salud para que ninguna otra mujer elija el aborto. Cada día es una nueva oportunidad de trabajar por Jesús y por la vida”), repara en todo mi ser los estragos causados por ello, y acoge en tu seno materno al pequeño ser que he perdido. Madre querida, que todo lo que es mío sea tuyo, así como tú has hecho mío lo que es tuyo...”.

Con algunas variantes, una niña, una joven o una mujer casada pueden hacer esta consagración. Una joven le entregará a María su porvenir maternal y el potencial de vida que lleva en sí, a fin de que se desarrolle según la gracia de Dios, sea preservado de todo ataque satánico, y no albergue nunca el pecado. Una persona que sufra de soledad, o por no poder ser madre, ajustará su consagración, incluyendo en ella esta dimensión muy importante del martirio que ella vive en secreto y que, en sí, puede dar a luz a millares de “regresos a la vida” dentro de la Economía de la Salvación. En cuanto a las abuelas, ellas tienen mucho por consagrar: su pasado y su descendencia.

Por supuesto, los maridos tienen su parte en esta consagración, ¡y cuán deseable es! En San Francisco, un hombre le había pedido a su mujer que se hiciera ligar las trompas después del nacimiento de su segundo hijo, pero, con lágrimas en los ojos, me confió que ahora iban a hacer todo lo médicamente posible para permitir un nuevo embarazo. Una pareja también me dijo: “Esta consagración hecha conjuntamente hizo en nosotros el efecto de una liberación. Le teníamos miedo a la vida, al porvenir. Ahora, existe una nueva alegría en nuestro matrimonio; estamos abiertos a la vida. ¡Que María nos dé todos los hijos que Dios ha previsto para nuestra familia!”.

El barómetro de la felicidad asciende cuando el hombre respeta las entrañas femeninas, las de su madre en primer lugar, gracias a las cuales nació, pero también las de su esposa, las de las mujeres de su entorno, las de sus propias hijas... Grandes bendiciones se derraman cuando los hombres oran con todo su corazón para que las mujeres se parezcan a la Madre de Dios (¡la más hermosa de todas las mujeres!). ¡Y no a las tristemente célebres modelos de las revistas! ( Leer el maravilloso libro de Jo Croissant: La mujer sacerdotal o el sacerdocio del corazón,, Grupo Editorial Lumen, Buenos Aires, Argentina, marzo de 2004). En el caso de una situación dolorosa de pareja, que no haría posible la consagración (y que frecuentemente ocasiona víctimas inocentes), la Gospa inspira en la oración qué hacer, y muestra a cada una, caso por caso, la maravillosa fecundidad que Dios ha preparado para ella en particular.

Hace algunos días, cerca de la iglesia, conocí al pequeño Paul, de 7 meses. Parecía un rey sentado en su cochecito, muy feliz en medio de la muchedumbre. Su padre se me acercó:

—Hermana, ¡mire a este niño! ¡Le debe la vida a la Gospa! Sabe...los mensajes que usted compartió con nosotros en Lisieux el año pasado...

—¿¡Cómo!?

—Sí, mi mujer y yo habíamos, en cierta forma, “interrumpido el tema niños”, pero después de Lisieux le dijimos a María que podía contar nuevamente con nosotros para perpetuar la vida. ¡Y un año más tarde, nacía nuestro pequeño Paul!

Observo al pequeño con ternura. ¡Efectivamente, el niño tiene algo de especial! Le acaricio la mano, y de repente él me gratifica con una radiante sonrisa, una de las sonrisas desdentadas más lindas que haya visto jamás en un niño de esa edad, como un guiño de perfecta alegría (“¡Ah, eres tú!”, parecía decirme). Me enamoré inmediatamente de Paul, y los días siguientes lo busqué y lo busqué..., ¡pero en vano! Sus papás ya habían regresado a Francia...

Pablito, cuando seas grande, ¡trata de encontrarme! Quizá puedas ayudar a la Gospa a gritarle al mundo que el remedio contra nuestra cultura de la muerte es la consagración a su Corazón Inmaculado. Y podrás agregar, sabiendo de lo que hablas: “¡Confíen su fecundidad a la Santísima Virgen. Ella busca entrañas maternales para depositar y bendecir en ellas a todos los hijos que el Padre sueña con dar, tanto a la Tierra como al Cielo!”.

MENSAJE DEL 25 DE ABRIL DE 1997

“Queridos hijos, hoy os invito a unir vuestra vida a Dios Creador, porque solo así esta tendrá sentido, y comprenderéis que Dios es amor. Dios me envía por amor, para ayudaros a comprender que

sin El no hay futuro, ni gozo, y sobre todo no hay salvación eterna.

Hijos, os invito a dejar el pecado y a aceptar la oración en todo momento, de manera que, en la oración,

podáis llegar a conocer el sentido de vuestra vida. Dios se dona a quien lo busca.”

Medjugorje, el triunfo del corazón
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