25 Un seguidor de Satán en la montana

T. es amiga de Marija, y durante años (hasta 1991) vivió en casa de la vidente en Bijakovici. Compartía con ella su vida familiar y apostólica, sus penas y alegrías más íntimas, quedando a su lado durante “esos tiempos heroicos”, cuando la intensidad del día a día no tenía nada que envidiar a los Hechos de los Apóstoles. En aquella época, la Virgen formaba intensivamente a sus hijos, sus elegidos. Los videntes y el grupo de oración vivían pendientes de sus labios, ya que ella les explicaba todo, con el fin de guiarlos firmemente en el camino de la santidad. Por una gracia única y providencial, T. fue introducida en esa escuela de la Gospa.

En 1988, la Virgen les hablaba casi a diario de su bendición especial y maternal. Ella procedía siempre por etapas, como una madre. Por aquel entonces, Marija atravesaba por una prueba dolorosa, y la Virgen conversaba frecuentemente con ella sobre la alegría. En esa alegría sobrenatural, la Gospa reveló poco a poco este don insigne que es su bendición especial y maternal. Esas semanas de formación íntima preparaban el gran día, cuando Ella daría a todos los peregrinos presentes esa famosa bendición.

Ese gran día fue el 15 de agosto de 1988. Aquella noche, decenas de miles de personas cubrían el monte Krizevac. Una gracia de intensa alegría fluía en todos los corazones y cada uno experimentó un verdadero arrebato en el Espíritu. La Virgen dio a todos su bendición especial y maternal. Solo el pequeño grupo de amigos íntimos de Marija sabía de qué se trataba, pero, indudablemente, todos la habían recibido por igual, con esta consigna: “Transmítanla a todas las criaturas”. A pesar de las piedras en el camino, la gente bajó casi bailando del Krizevac, probablemente como lo hicieran los apóstoles del Tabor.

T. es una de las primeras en llegar abajo, pues, con el grupo de oración, ella había tomado uno de esos caminos abruptos, desconocidos por los peregrinos. Llega entonces un pequeño grupo de alemanes pidiéndole que retransmitiera el mensaje, ya que este no había sido traducido en su idioma. Mientras T. repite palabra por palabra el mensaje, sus ojos se dirigen hacia la ladera de la montaña y, ¿qué ve? A un hombre de unos 30 años, el rostro horrible, retorcido de rabia, haciendo muecas de odio, que clava en ella su mirada infernal. T. recibe un shock en el corazón. ¿¡Cómo puede alguien estar en semejante estado, se pregunta ella, después de haber recibido de la Gospa un regalo tan hermoso!? El hombre ofrece un contraste sorprendente en medio de ese río de alegría que se desliza por la montaña. El se dirige directamente hacia T. ¿Irá a matarla? El corazón de T. se derrite de compasión por ese hermano visiblemente dominado por Satán; y en silencio, a su vez mirándolo fijamente, ella le da la bendición especial y maternal, con todo su corazón y con toda su alma, suplicando a la Gospa que cumpla en él su promesa: ¡Que el Padre lo guarde!

El hombre llega a su lado, le lanza una última mirada negra de odio y sigue de largo. Luego T. olvida rápidamente el asunto, pues aquella noche se durmió poco en la casa de Marija.

Al día siguiente, hacia las 21 horas, cuando T. salía de la iglesia, un hombre se le acerca e insiste en hablarle enseguida. ¡Es él! ¡Es el hombre de la noche anterior! ¡Pero parece tan distinto! Una sorprendente paz ha reemplazado las llamas infernales de su mirada.

—Me reconoce, ¿no es cierto? ¿Qué hizo usted anoche? ¡Dígame! ¡Usted ha hecho algo!

—Sí —responde T. con calma—. Sí. ¡Hice algo!

Ella se apresta a explicarle todo, pero el hombre la interrumpe:

—¡Déjeme primero contarle mi historia! Luego me dirá usted lo que hizo. Pues bien, soy alemán, médico, tengo 30 años. Hace tres años vine a Medjugorje por primera vez. En aquella época yo participaba en cultos satánicos, pero después de ocho días aquí, gracias a la ayuda de un sacerdote, fui completamente liberado y convertido. Quise quedarme tres meses más para profundizar y fortificar mi conversión. Pero yo era una persona muy orgullosa. De regreso a Alemania, pensé: “Voy a ir a visitar a mis ex amigos seguidores de Satán. Voy a hablarles de Dios, de Medjugorje, de las apariciones de María, y lograré convertirlos”. Resultado: después de un mes con ellos, yo me había vuelto peor que todos ellos juntos, y había sido promovido a jefe del grupo. Más adelante, sabiendo que tendría lugar en Medjugorje una gran celebración con ocasión de la Fiesta de la Asunción, decidí venir aquí también, pero en misión para Satanás. Subí al Krizevac para realizar allí ritos satánicos y para hacer maldades. Al bajar, viendo que usted transmitía el mensaje de la Virgen, un odio sin igual ardió en mi interior. ¡Yo quería matarla! Luego, sus ojos se detuvieron en mí durante un momento. Al instante, comprendí que algo estaba sucediendo, porque súbitamente me sentí totalmente turbado. Pasé a su lado y no pude hacerle nada, tal era la confusión que experimentaba. Me fui a acostar, pero no pude dormir en toda la noche. Aunque librado a Satanás, en cuerpo y alma, una oración muy inesperada surgía incesantemente en mí. “¡Oh, Padre del Cielo, yo sé que tú estás aquí; no me dejes nunca más!” ¡Imposible resistirme a esa oración! ¡Oré toda la noche! Temprano, a la mañana siguiente, sentí la necesidad de ir a buscar a un sacerdote. Encontré al padre Pavic y le confesé todo. Al final, él rezó unas oraciones de exorcismo. Pero, dígame ahora, ¿qué es lo que usted hizo anoche?

—Usted mismo acaba de decirlo...

—¿Cómo?

—Sí, su historia es para mí una confirmación providencial de todo lo que la Gospa nos ha enseñado en estos últimos tiempos (durante ese “entrenamiento” de la Gospa, hubo un acontecimiento fundador, aquel del 16 de julio de 1988, un mes antes de la fiesta de la Asunción..., Ver el capítulo “Los cafés del Lago de Como” (25/06/92). Anoche, Ella nos dio su bendición especial y maternal y nos pidió que la transmitiéramos a todos. Pero antes, nos había explicado muy bien la gracia especial que daba esa bendición: que el Padre Celestial se comprometía a permanecer junto a la persona bendecida y a ayudarla de manera especial para su conversión, hasta su muerte.

Cuando lo vi bajar de la montaña, sentí mucha pena por usted. Yo no comprendía cómo alguien podía estar atormentado por el odio después de tan hermosa celebración de alegría. Enseguida puse en práctica la petición de la Virgen y le di su bendición especial y maternal, suplicando al Padre Celestial que se quedara a su lado... ¡Eso es lo que hice!, ¡nada más! María hizo el resto. Cumplió su promesa. En la oración que ahora habita en su interior, usted repite, sin saberlo, las mismas palabras que la Virgen pronunció: “¡Que el Padre permanezca junto a él y no lo deje nunca más!”

¿Ve? La bendición de la Gospa desarmó a Satanás en usted, y el Padre pudo manifestarle su amor. ¡Qué confirmación!

Medjugorje, el triunfo del corazón
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