CAPÍTULO 42
Campamentos
Las compañías militares provenientes de toda Vestigia se encontraron en las llanuras del norte de Meslán y fueron organizadas en un campamento inmenso. Veintiocho mil hombres de infantería ligera venían de Batora, Luedonia, y los campos de Meslán y Gibea; ocho mil Caballeros Rojos, que traían retraso, también se juntaron en la encrucijada. Tendón trajo de Venteria doce mil soldados y seis mil caballeros montados. Las levas del norte llegaron dos días más tarde: ocho mil soldados de Gosield y cuatro mil de Odraela. Los nobles y las ciudades respondían a la llamada del rey. Mesolia envió tres mil arqueros, siete mil soldados y ochocientos caballos con sus jinetes. La única ciudad importante que no prestaba tropas fue Debindel por la cercanía al conflicto y la amenaza de ser invadida y Numir, que no estaba provista de una guarnición suficiente como para prestar efectivos.
En las estribaciones de los campos de Lamonien, el rey Tendón ordenó construir una fortificación que se usaría como despensa y refugio en caso de verse asaltados por sorpresa. Las tiendas de campaña se extendían formando una ciudad provisional que no cesaba en actividad. Talleres de herrería, armeros, comedores, carpas para almacenar monturas y aperos de guerra, un recinto médico, y un sinfín de organismos de campaña se montaron en pocas horas para responder la necesidad ingente de organización. Lamonien era una tierra estratégica para no dejar avanzar a Rosellón.
En parte, aquel campamento inmenso al borde de las llanuras verdes de Lamonien era una provocación de Tendón, que invitaba a Rosellón a una batalla a campo abierto. Tal cantidad de tropas instalaron que, como una lluvia fina en un campo sediento, germinó en el campamento un optimismo impropio antes de una batalla, y la tienda del rey se llenaba de recepciones y grandes ofrendas mientras se enviaban las primeras formaciones de exploradores para identificar los movimientos de las fuerzas enemigas.
El grueso final de las tropas fue de unos setenta y siete mil soldados, entre los que destacaban los casi cuarenta mil soldados de infantería ligera; espaderos, hostigadores, arqueros y los veinte mil efectivos de infantería pesada como los hacheros y algunas compañías de lanceros acorazados.
Desde la Gran Guerra no se recordaba un contingente armado tan abrumador en Vestigia. Tendón estaba orgulloso y así habló a sus oficiales aquella noche:
—Veo a mis amigos, a mi pueblo, a los hombres con los que hace años defendí Vestigia, los mismos que propiciaron la salvación de este reino, junto a otros, jóvenes y audaces, deseosos de servir también a su patria. Me enorgullece contemplar cómo mi pueblo ha sabido resurgir. Este ejército que aplastará a los insurgentes será conocido hasta en Avidón y proclamará un mensaje claro a nuestros vecinos. Vestigia sigue siendo un pueblo guerrero, un pueblo que tiene capacidad para luchar. Después de años de guerra, ¿cómo es que se atreven algunos políticos a desmentirme?, ¿quién ve penuria en estas tropas?, ¿quién afirma que estamos mal? Yo proclamo que Vestigia ahora ha recuperado la senda. Hemos reunido un ejército voluminoso y aún me quedan reservas en Venteria. ¡La gloria de los dioses sea con vosotros!
Horién fue uno de los exploradores que se enviaron para tener noticias sobre los avances de las tropas enemigas. Partió con tres compañeros y cruzó como una exhalación los campos de Lamonien, y cerca de los lindes de la provincia de Debindel y Agarión divisó un importante destacamento de soldados que componían tiendas y barracones de tela blanca. Horién tenía una vista muy aguda así que pudo descubrir ciertos detalles desde la distancia.
Pocos vestían armadura, inmersos en tareas físicas, pero logró vislumbrar algunas y contemplar su diferencia con respecto a las del ejército de Vestigia. Eran armaduras negras, en apariencia bastante compactas. Subidos a un cerro, Horién y sus colegas se dividieron en media legua tratando de hacer cábalas sobre cuántos soldados venían con Rosellón.
—Quiero escuchar de primera mano lo que tengan que decir los exploradores —advirtió Tendón al general Górcebal.
Así pues Horién fue conducido como portavoz para explicar lo que habían visto sus ojos.
—Se apostan entre los cerros de las praderas bajas de Agarión, derramados hacia Lamonien. Pudimos ver no más de treinta mil hombres, dos mil o tres mil caballos… Hay extranjeros, en el campamento vimos tiendas con estandartes isleños, unos cinco mil hombres.
La tienda plagada de altos cargos estuvo sembrada inmediatamente de risotadas y aplausos, de vítores y exclamaciones. Tendón sin embargo parecía encolerizado.
—¿Este es el inmenso revuelo de mi vejez? ¿Esta es la abominación, la oscuridad, el plan maestro con el que tantas veces me habéis castigado los oídos? ¿Ese loco tiene realmente intención de hacernos frente con ese ejército a campo abierto?
El rey parecía indignado, como si Rosellón le faltase al respeto rebelando unas fuerzas inferiores a las esperadas.
—Seamos prudentes, mi señor. Quizá Rosellón decida retirarse, ¿y si ocultamos nuestras fuerzas? Podríamos marchar con la mitad de las tropas hacia Agarión y mantener en la distancia el resto.
El rey lo hizo callar con un gesto de su mano.
—¿Acaso crees que ese loco no tiene vigías como nosotros? Si mañana decide acercarse será en Lamonien el final de esta revuelta. Si no se presenta, marcharemos a Agarión a quitar piedra sobre piedra de su fortaleza hasta que su cabeza acabe en una pica.
Con esas palabras se concluyó la reunión.
Remo escuchó esta misma historia en boca del general Górcebal cuando convocó a sus capitanes.
—Rosellón, ¿acaso pensó que vendríamos con menos?
—¿Cuál es la estrategia planteada por Tendón? Górcebal sonrió.
—¿Estrategia? No hay estrategia. Doblamos sus fuerzas. Sus tropas no están tan entrenadas como las nuestras. Esas armaduras negras serán aplastadas como si fuesen escarabajos bajo nuestros pies. —Después de dejar bien clara su opinión de superioridad frente a las tropas enemigas, Górcebal explicó escuetamente—: Formación habitual con la caballería en los flancos. Tendón no dejará que Rosellón plantee una formación en flecha que divida nuestra línea de ataque. Ni yo creo que él esté tan loco como para intentarlo… así que nuestra formación será larga y compacta.
—¿Qué más cosas cuentan los exploradores? ¿Vieron algo extraño?
—¿Algo como qué?
Remo estuvo a punto de decirlo directamente. Desde la conversación que tuviera con Rosellón en la celda, no dejaba de darle vueltas a la cabeza a la idea de que Rosellón se guardaba todavía un arma que podía dar la vuelta a una situación de debilidad. Los silach podían decantar la balanza de una batalla. Desconocía si Rosellón poseía a esas criaturas. Sabía que Blecsáder estaba de su lado, y él sí que tenía esas criaturas a su merced. Sin embargo, algo así no es fácil de esconder. No tenían ni una sola noticia sobre esas bestias, por lo que no parecía probable que estuvieran pensando usarlas.
—Algo como soldados extraños, alguna bestia, armamento desconocido…
—Remo creo que lo que mejor ha hecho Rosellón en esta guerra es la propaganda.
Remo miró el cielo plagado de estrellas.