CAPÍTULO 30
Palomas mensajeras
Viello, el palomero de la Notaría Real del barrio alto en Nurín, fue despertado por tremendos porrazos en la puerta de roble que daba acceso al patio central de la casa. Su hacienda, a espaldas de la lujosa notaría que regentaba el excelentísimo Balbinio, siempre estaba llena de ruidos: batida de ventanas, el gorjeo de las palomas y sus aleteos constantes en riñas o estiramientos tejían un entramado sonoro al que Viello estaba ya habituado, como si lo acompañaran siempre cientos de abanicos que se abrían y cerraban de golpe. Por eso no se despertó con los primeros aldabonazos del portón.
—Viello, ¡maldito seas, deja de dormir y abre la puerta!
Atardecía y el ocaso estaba muy cercano, Viello solía levantarse de madrugada para cuidar a sus animales, así que se prodigaba en largas siestas…
La voz podría reconocerla a distancia, pues era la voz que más temía desde que se levantaba el sol hasta que se perdía. Balbinio en persona era quien lo urgía a abrir. Jamás, por muy importante que fuese la noticia o el suceso, Balbinio se dignaba a entrar en sus aposentos, «el hedor de tus palomas seguro que no se va ni con los jabones de la corte». Odiaba a las aves, a todas, pero en especial a las palomas. Decía que eran las aves más sucias y no soportaba que en la fachada de su edificio apareciesen excrementos de esos animales. Obligaba a Viello a subir una y otra vez al tejado para lijar las tejas donde se cagaban. Pero una notaría principal de una ciudad tan importante como Nurín, no podía prescindir de un buen servicio de palomas mensajeras.
—Mi señor, ¿qué ocurre? —preguntó nada más abrir la puerta.
Balbinio penetró en el patio envistiendo como una vaca, gordo y sudoroso, su piel pálida parecía manchada de verde a la luz de las antorchas del patio. Sus ojos dañinos, azules, sin vitalidad, abrochados hacia abajo por bolsas grises, mantenían una expresión llorosa, mientras su boca, desencajada, temblaba y se batía para expresar su miedo en estas palabras.
—¡Anota este mensaje! ¡Rápido… rápido, Viello!…
Viello penetró en el despacho. La paciencia de Balbinio parecía colmarse viéndole prender todas las velas de un candil.
—¡Por los dioses, Viello el perezoso, nos invaden… NOS INVADEN, UN EJÉRCITO ESTÁ QUEMANDO LA CIUDAD!
El palomero se quedó inmóvil, paralizado por la noticia.
—¡Qué demonios está esperando ahí pasmado!
Fue de ese modo que Viello escribió el mensaje con su plumilla fina. Lo enroscó como de costumbre, era un papiro diminuto, lo lacró sin mucho cuidado, con prisas. Se fue hacia el palomar y allí fue a las jaulas de las palomas.
—Me quedan cuatro de Venteria, tres de Agarión, tres de Gosield y…
—¡A Venteria, a Venteria! Barcos extranjeros queman el puerto, y hay combates en las puertas de la ciudad.
Torturando la paciencia de Balbinio, Viello volvió a abrir el rollito de pergamino para agregar esa información. Era importante anotar todos los detalles posibles.
—¡Rápido, envíala ya!
Viello miró el cielo.
—Hace mal tiempo, la noche está cerca y sin luz las palomas no se orientan, no es buen momento para enviar una mensajera, parece que puede haber una tormenta en el este, no sé si llegará a su destino. Deberíamos de esperar al alba…
—¡Necio… puede que sea demasiado tarde incluso ahora!
Viello eligió a una de las cuatro de Venteria. Le enrolló con un hilo el mensajito en una pata y la dejó libre. Voló inmediatamente por el patio describiendo un círculo hasta perderse en el cielo. Viello sabía que esa paloma fracasaría, pero hizo caso del notario, más que nada, para quitárselo de encima.
Pasaron horas colmadas de confusión y miedo.
Cuando amaneció, tenía preparadas las otras palomas con sus mensajes correspondientes. Llevaba toda la noche subido al tejado más alto del palomar, contemplando en las barriadas exteriores, cómo el fuego contagiaba cada vez más zonas. Se podía oír incluso el griterío y la confusión que formaba ya caos en toda la ciudad y, mirando hacia el oeste, en el puerto, también localizó varios barcos en llamas… Era un desastre, una invasión sorpresa. Un puñado de vecinos acudían a su calle para tenerlo informado, le voceaban los rumores y los sucesos. Todos sabían de la importancia del palomero para emitir un mensaje de auxilio.
—Diez barcos colmados de guerreros —gritaban, y al cabo de un rato—: ¡Armaduras negras desde el este!
—Han entrado por la puerta norte. ¡Armaduras negras!
—Vienen a por los alguaciles, parece que no matan a todo el mundo.
—Esclavos se rebelan en la plaza. ¡Están a favor de los invasores!
—Armaduras negras sitian al Gobernador.
—Armaduras negras aliadas de los extranjeros.
—El puerto se ha perdido. Son veinte o más barcos…
—Armaduras negras matan inocentes en hospital.
Todos esos voceos eran apuntados minuciosamente y Viello tenía ya compuesto un mensaje claro. «Nurín ha caído, invasión por el puerto y ejército negro desconocido». Pero tuvo que cambiarlo antes del amanecer.
—¡Viello, por los dioses…! Son de Agarión, las armaduras negras son de Agarión.
Nurín necesitaba ayuda y no la iba a tener en días, semanas, tal vez meses, si fracasaban sus palomas.
—Tenéis una misión muy importante que cumplir… —susurró mientras acariciaba el cogote de un hermoso ejemplar.
Esas palomas estaban bien alimentadas, con una buena mezcla de grano y maíz para vuelos largos. Eran de la mejor estirpe. Podrían llegar a Venteria en un día, a lo sumo dos, si no se perdían y volaban sin obstáculos, pero con el cielo negro que pintaba el horizonte, no sería extraño que tuvieran que descansar antes y alargar el viaje. Viello sabía que si sus enemigos eran listos, el cielo ahora estaría plagado de halcones para interceptar a las mensajeras. Soltó las palomas una a una y elevó una plegaria a los dioses para que las acompañasen en sus respectivos vuelos.
Así, por encima de las casas, de los palacetes, la primera paloma, cruzó como una exhalación los barrios de Nurín y salió de la ciudad sin percances. Volaba a media altura, acercándose más al suelo cerca de los bosques. Batía sus alas con buen ritmo, pero poco a poco erró su trayectoria hacia el norte. Su instinto la invitaba a rodear las nubes negras, tormentosas, así que ella eligió el norte para trazar después una ruta hacia su hogar. No residía otro secreto en una paloma mensajera que la prodigiosa forma de orientarse para volver a su palomar originario. Esa era la facultad que los dioses les habían otorgado a esos animales, y Viello además las educaba para conseguirlo con más eficacia. Amaba a sus palomas. El entrenamiento y el cuidado de la alimentación, la propia capacidad de la paloma de resistir condiciones adversas y no perderse pese a los cambios de ruta eran las claves de su éxito. De hecho sus mensajeras habían adquirido cierta fama por su efectividad y contaba con el favor del Gobernador de Nurín, puesto que le permitían estar informado casi al instante de todo lo que acontecía en las grandes urbes de Vestigia.
Ahora, sin embargo, para transmitir ese mensaje de auxilio dependía de las palomas entrenadas en la capital, las de la notaría central. Eran ejemplares magníficos.
La primera descansó en la cima de una montaña, harta ya de luchar con unos vientos cada vez más violentos en contra de su marcha. Cuando reanudó su vuelo no lograba encontrar la ruta adecuada, se había extraviado. Estuvo más de seis días volando entre Agarión y Debindel, totalmente desorientada, hasta que en una parada que hizo para beber agua en un arroyo, una culebra le mordió en una de las alas. La paloma luchó con la culebra mientras tuvo aliento, y logró escapar en un vuelo lastimoso. Murió días más tarde, cojeando en la oscuridad de un bosque donde fue devorada por una comadreja.
La segunda paloma se elevó en demasía cuando Viello la liberó, quizá buscando esa guía extraña, la intuición que solía encontrar para conocer la ruta adecuada a Venteria. No era su primer vuelo a Venteria desde Nurín. Al elevarse fue detectada rápidamente por dos halcones que planeaban majestuosos por la ciudad. Eran halcones entrenados para la caza de mensajeras. Los alimentaban exclusivamente de palomas vivas y cuando echaron un vistazo al cielo extraño de la ciudad, aquella paloma representó el reto, el desafío con el que siempre lograban ser premiados por sus amos. Era la mejor manera de cortar las comunicaciones de una ciudad sitiada. Los halcones ejercían el dominio de los aires fríos y calientes y sus alas les permitían una velocidad que transformaba a una paloma en un ser lento y accesible. Sus ojos además poseían una agudeza especial para detectar otras aves en el inmenso espacio aéreo; pronto la vieron y se lanzaron a por ella.
Sin embargo, una paloma como esa no era fácil de atrapar. Volaba con brío, no alcanzaba mucha velocidad pero demostró ser muy ágil. El primero de los halcones ganó altura estirando sus alas en una corriente térmica y calculó su caída sobre la paloma. Silencioso, se posicionó encima de ella y, después de una pirueta en la que agrupaba sus alas, cayó en picado. Sus ojos vieron aumentarse el tamaño de la paloma… ya abría las garras… la tenía, y justo cuando se estiraba para destrozarla, la mensajera hizo un quiebro y desapareció de la vista del halcón que, por otra parte, se estrelló contra un tejado y estuvo a punto de morir ensartado por madera astillada.
La paloma sintió al halcón pasarle rozando y comenzó a volar en zigzag, más bajo, colmada de terror, sabiendo que, en las alturas, había pájaros temibles que la acechaban. No vio venir al otro. Ni siquiera se dio cuenta de cómo murió, de lo rápido que se le vino encima el otro halcón. Sus garras afiladas le rebanaron el cuello y descarnaron media pechuga en un enjambre de plumas.
La tercera paloma era la preferida de Viello. Un ejemplar de once plumas por ala, elegante, pensó dedicarla a la procreación, pero las circunstancias lo forzaron a enviarla a su suerte. Había volado en tres ocasiones portando mensajes con un éxito sorprendente en cuanto a la rapidez de su vuelo. Sin lugar a dudas era el mejor ejemplar que le había llegado de la notaría central de Venteria.
La paloma vio el combate que malogró a su compañera y se benefició de ese caos. Su instinto, sintiéndose perseguida por enemigos tan fieros, le hizo atacar de frente el cielo oscuro, fue directa a la tormenta donde no había posibilidades de encontrarse asesinos alados. La lluvia arreció de repente y su vuelo se hizo imposible. Pese a todo ganó distancia, se arrastró por los cielos como pudo, demostrando una casta y un valor impropios en un ser que no piensa en misiones, ni sus instintos se basan en la supervivencia o matar para sobrevivir, que no alcanzaba a comprender los destinos funestos que se rebelaban en el rollito anudado a su pata. Pero aquella once plumas tenía una cosa grabada a fuego en su pequeño cerebro. Regresar a casa, recibir alimento y cobijo en su palomar.
Descendió varias veces, posándose a la sombra de algunos árboles, que le quitaban la lluvia y, cuando escurría sus plumas lo suficiente o comprobaba que llovía con menos intensidad, reanudaba su marcha. Voló así durante casi toda la jornada hasta que la tormenta recrudeció. Descendió en una aldea cercana a Agarión, pero ya en tierras pertenecientes a Debindel.
—Padre… ¡Mira hay una paloma en la ventana! ¿Puedo matarla?
Elor agarraba ya un mazo con el que partía almendras y estaba dispuesto a calzárselo al animal cuando su padre, extrañado por el comportamiento de aquella ave, se lo impidió. No tardaron uno y otro en descubrir que esa paloma era especial.
—Hijo, es una paloma, no un demonio. Se trata de un animal noble, fíjate, no es una paloma cualquiera. Lleva un mensaje…
Fue cosa de milagro para el joven Elor contemplar cómo su padre lograba atrapar con sigilo a la paloma entre las manos y le desliaba de la pata el mensaje.
«Nurín está siendo atacada por Agarión, desconocidos asaltan el puerto, barcos extranjeros nos asedian desde el mar. Gobernador capturado».
Matín tragó saliva dificultosamente. El pequeño pergamino estaba sellado por una pequeñísima marca notarial. No podía ser falso. Miró a su hijo que soltó el martillo de inmediato y se quedó muy serio.
—Trae un poco de agua en un cuenco y un poco de miga de pan.
Matín estaba muy nervioso. Sus manos tiritaban sosteniendo a la paloma.
—Elor abre la jaula de Trisno.
—Pero Trisno se escapará.
—Elor, abre la jaula.
Trisno era un jilguero en una jaula de gallina, pero divertía mucho a Elor. Por eso lo conservaba su padre. El pajarillo salió disparado cuando vio que le daban libertad. Matín guardó allí a la paloma mensajera. Puso el agua y el pan dentro. La paloma compartiría con ellos el único pan que les quedaba.
—¿Qué vamos a hacer con ella?
—Vamos a esperar a que pase la tormenta y después la soltaremos.
Las lluvias arreciaron, relámpagos y truenos en el horizonte hicieron que Viello pensase imposible que sus animales hubieran podido cumplir con su trabajo. Las nubes parecían alejarse precisamente en la dirección hacia donde sus palomas volaban. Se lamentó profundamente. Agarró una botella de vino que escondía en su despacho y la descorchó mientras escuchaba los porrazos en la puerta. Mientras oía gritos en todo el vecindario: «Ese es el edificio del Notario».
—Bienvenidos —dijo mientras irrumpían en su despacho tres hombres ataviados con armaduras negras.
—¿Eres tú Viello, el palomero de la notaría?
Asintió cediendo la botella a los intrusos. La agarraron sonrientes.
—Tienes que venir con nosotros.
Matín estaba arruinado. Su mujer había muerto de constipado el pasado invierno porque no pudo pagar remedios y las hierbas que le fiaron los curanderos del cruce de Cisperion en Lamonien no eran más útiles que el vapor de agua que le recomendaron que inspirase. La fiebre no descendía, agarró una carreta y robó una mula. Acostó a su mujer y se encaminó a Venteria para tratar de salvarla suplicando piedad a los sacerdotes de los grandes templos, famosos por las curaciones y la gratuidad de sus servicios. Pero el invierno era crudo y la nieve y la escarcha en los campos penetraba en la carreta. Su hijo le ayudó a enterrarla junto a una arboleda frondosa, mientras las lágrimas se les congelaban en la cara. Matín amaba a aquella muchacha. Cuando regresó a los latifundios de Debindel le prendió la guardia y estuvo tres semanas sin poder cuidar de Elor, encerrado en la mazmorra de un puesto de guardia. Cuando explicó sus circunstancias al Alguacil, este le condonó la deuda por tres meses de trabajos en las tierras del dueño de la mula. Elor había pasado tres semanas solo y lo encontró bastante entero, aunque cada vez que tosía Matín sentía un escalofrío.
—¿Qué dice ahí?
—Dice que vamos a mejorar nuestra vida gracias a esta paloma.
Matín no podía explicar al muchacho que estaban en guerra, porque no quería asustarlo, ni creía cierto que el chico lo fuese a comprender.
—Siéntate, muchacho. Tu madre, desde la tierra de los inmortales, nos envió esta paloma.
Matín sonreía y Elor le copió el gesto mientras observaba fascinado a la paloma, que no hacía otra cosa que tomar migas de pan. Al día siguiente escampó y Matín sacó la jaula y fue a un cerro cercano, el más alto de la región. En su cima ordenó a Elor que sacara la paloma de la jaula.
—Agárrala muy suavemente, tengo que atarle el pergamino.
Elor sentía que esas alas eran poderosas pero la paloma se dejó hacer con una docilidad que sorprendió al chico. Se diría que conocía perfectamente su trabajo de mensajera de forma consciente.
—Ahora puedes soltarla.
Con un cielo despejado y celeste la gran paloma de once plumas elevó el vuelo y batió sus alas con energía rumbo al este. Matín abrazó a su hijo y le dio un beso en la frente. Elor no entendía nada, no sabía la alegría de su padre ni en qué forma una paloma que se había marchado podía ayudarlos a salir de la miseria.
Sin embargo, Matín tenía motivos para esa alegría. La paloma cubrió la distancia hasta el palomar de la Notaría Real de Venteria en apenas unas horas y allí el Notario fue informado de esta forma.
—Mi señor, hay asuntos que requieren su presencia en el palomar.
Brienches pidió una diligencia, pese a que la distancia de la Notaría con el Palomar era un paseo corto. Brienches tenía un miedo atroz a las calles y lugares concurridos sin la escolta necesaria así que siempre viajaba oculto en carruajes. Ser rico y tener su posición le hacían desconfiar de cualquier persona peor avenida que él. La inmensa mayoría de ciudadanos de Venteria le parecían malechores y percibía en sus vecinos, incluso en sus trabajadores, una envidia que podía volverse contra él.
—¿Qué es tan importante?
—Hemos recibido a Lula, desde Nurín. Balbinio escribe un mensaje extraño y alarmante señor. Lula es la mejor paloma que teníamos con Viello… once plumas, fuerte y rápida.
—¿Qué dice?
«Nurín está siendo atacada por Agarión, desconocidos asaltan el puerto, barcos extranjeros nos asedian desde el mar. Gobernador capturado».
Brienches dio un saltito, un respingo de terror.
—Además con otra letra puede leerse en el dorso… «Soy Matín hijo de Meriel y Boteo, he salvado de la tormenta a esta paloma, mensaje importante, subido a montaña, salvar su vuelo desde Debindel».
Brienches no salía de su estupor. El miedo lo paralizaba. ¡Nurín asediada por Agarión! Estaba pálido pero logró balbucear:
—Envía diez monedas de oro a ese Matín y empléalo aquí en Venteria. Esa paloma sin su ayuda no hubiera llegado, y es la paloma que cambiará el destino de Vestigia.