CAPÍTULO 20

Rosellón pone el marcha el plan

Entre el público, cubierto por una capucha, Bramán el hechicero, uno de tantos sorprendidos por el milagro, contenía su respiración agitada. Él, que había visto demonios, que vivía en la oscuridad y sentía la cercanía de lo sobrenatural, no pudo evitar un escalofrío, la sensación de palpar lo impalpable, el motivo de toda fuerza y vida. Elevó plegarias a la diosa Senitra y, cuando la multitud se disipó, caminó fuera del salón de justicia, a una placeta con naranjos, donde Rosellón lo esperaba para guiarlo hacia otras dependencias.

—¿Puedes explicarlo? ¿Puedes acaso tú, Bramán el oscuro, guiarme después de lo que hemos presenciado? ¿Cómo puede un hombre salir vivo de semejante calvario y todavía mantener ese orgullo impío en los ojos?

—Su magia es muy poderosa. No había visto nada igual. Ahora comprendo la inquietud que te suscitaba ese hombre. Ahora sí que comprendo cómo atemorizó a Blecsáder. Remo es un enemigo que no hemos de subestimar.

Rosellón caminaba nervioso. Pese a su edad, el vigor en sus piernas parecía enardecido por la inquietud de la salvación milagrosa de Remo. Cruzó hacia los palacios privados y allí fue acompañado por el séquito habitual hacia sus dependencias, donde lo esperaba el capitán Sebla que saludó marcialmente en pie junto a la mesa atestada de papiros y velones donde solía trabajar Lord Corvian.

—Mi señor, ha llegado un mensaje de Agarión. Blecsáder afirma que todo marcha bien. Tiene noticias positivas de Oswereth.

Pero Lord Corvian parecía ausente. Hablaba solo mientras se descalzaba al borde de la alfombra. Buscó acomodo en la silla pesada y clavó sus codos en el tablero. Apartó los papiros y usó un pañuelo para secar su frente.

—Remo ha salido de esta… ¡Dioses…! Lo que ha sucedido, el rey ahora lo escuchará como si fuese un enviado. Esto es un contratiempo. Capitán, retírate, necesito hablar con Bramán a solas, ahora atenderemos esa información y dictaré la respuesta que debes dar a Blecsáder.

Cuando Sebla se fue de sus aposentos, Bramán se quitó la capucha.

—Blecsáder tenía razón. Remo guarda misterios tenebrosos. —Rosellón repetía y repetía lo mismo con distintas palabras, como si el hecho de expresar lo incomprensible pudiera tornarlo de alguna forma en algo más fácil de asimilar.

—Ese hombre esconde un secreto —sentenció el brujo.

—No me cabe duda. Se bañó en agua hirviendo y salió de ella como si tal cosa. No tenía su cuerpo ni una sola mácula, ni una mancha o quemadura… En Sumetra sucedió otro milagro distinto, pero milagro al fin y al cabo. Yo pensé en un primer momento que tal vez Blecsáder exageraba. Pensé que lo sucedido allí podía deberse a la incompetencia de sus hombres, o en que el propio adiestramiento de los silachs no fuese el adecuado…, pero ahora doy por buena esa historia. He sido muy escrupuloso, incluso lo hemos trasladado por la noche para evitar cualquier plan de fuga que pudiera tener. No ha tenido contacto con nadie… Me cuesta razonar todo esto… Doy por buena la versión en la que ese Remo se transforma en un ser divino, mortífero y exterminador.

—Creo que puede estar relacionado con todo lo que está a punto de suceder…

—¿Sí?

—Sí… Las fuerzas que intervienen en esto comienzan a mostrar su poder. Nosotros hemos invocado numerosas potencias, suficientes para acabar con Remo, pero no deja de sorprenderme su resistencia, no está solo. Velan por él fuerzas opuestas a las que nosotros manejamos. No hay otra explicación plausible a lo que vieron mis ojos.

—Según las informaciones que logramos de Birgenio, ese Lorkun podría ser la clave. Su viaje a la isla de Azalea… Buscaba el remedio para la maldición. Pero, ¿dónde se ha metido Lorkun? Mis hombres no han logrado encontrarle. He de resolver estos misterios mientras todo se pone en marcha.

—En la isla de Azalea podemos encontrarnos con dificultades.

—¿Cuáles?

—Si guarda tales misterios, seguramente estarán bien protegidos.

—Enviaré hombres suficientes, un navío entero de soldados. También me ocuparé de Remo, es hombre muerto.