CAPÍTULO 8
Bramán el hechicero
Tomei apretó los puños. Intuía que no era de su incumbencia lo que allí se estaba discutiendo. Bramán le daba miedo. Era poderoso y guardaba secretos más allá de lo que su razón podía soportar. No deseaba estar cerca de un hombre así y sentía recelos de que Rosellón tuviera esos tratos oscuros con él. Supo además que aquello había salido de las minas… ¿qué estaba ocultando Rosellón? Hablaban de conjuros… ¿Acaso Bramán era el responsable de que aquella criatura monstruosa apareciese?
Bramán se despidió del noble y abandonó la estancia por la otra puerta. Tomei dejó esos pasillos y se dirigió hacia el salón de banquetes. Tomó asiento en uno de los sillones frente a la chimenea. Conocía la rutina del general y sabía que acudiría a esas estancias. No quedaba nadie merodeando por allí. Era un momento precioso para que Tomei le expresara su preocupación. Estaba enfadado, esa zarpa había pasado demasiado cerca. Todavía zumbaba en sus oídos aquella respiración demoníaca, ronca, fuera de la carpa… podía haber provocado muertes y la vida de su hija y su esposa habían estado en peligro.
—¿Puedo compartir ese fuego con vos?
El noble le dedicó una sonrisa y Tomei con su mano lo invitó a tomar asiento. Volvió su vista a las llamas del hogar, como si llevase tiempo allí sentado meditando.
—Mi querido amigo, me imagino que estarás un poco asustado por lo que has visto hoy.
Tomei decidió abordar directamente el problema después de ese comentario.
—Sí, y no soy el único. Los demás arquitectos, los nobles, los invitados de su excelencia… todos andan en pasillos y salones comentando lo peculiar de aquel ser que nos atacó y las terribles consecuencias que podría haber desencadenado. ¿De dónde salió esa criatura? ¿Qué era?
Rosellón miró las llamas de la chimenea y respondió susurrando.
—Un mejidor que nunca debiera haber salido de su agujero. Se trata de un demonio. Tomei. Sí, hace muchos siglos que ese tipo de criaturas no habitan nuestro mundo, pero existen, como los dioses y los semidioses, los guardianes celestiales y las níbulas o las jerchas.
—¿De dónde salió ese mejidor?
—No lo sé, Tomei. Pero no te preocupes… Bramán logró matarlo.
—Mi señor, precisamente eso no me tranquiliza. Como tampoco me tranquilizan muchas cosas que suceden desde que llegamos aquí… Hay noches en las que se escuchan alaridos extraños… algo muy parecido a lo que esa criatura gritaba mientras lo abrasaban. Ese hombre gélido, en su mirada… pude ver perfectamente cómo invocaba algún conjuro extraño sobre la flecha que lanzaron al mejidor. ¿Se puede confiar en alguien que practica una magia tan oscura?
Rosellón sostuvo su mirada llena de desconfianza. Sonrió. Volvió sus ojos al fuego.
—¿Desconfías de Bramán?
—Ese hombre me da miedo —confesó rotundamente—. Rosellón, nos conocemos desde hace años ya, ¿cómo te relacionas con un hombre así? No voy a ocultar que estoy indignado… mi familia, todos en aquella fiesta corrimos mucho peligro y sé perfectamente que Bramán está implicado en eso. Si mañana ese hombre se marchara de palacio creo que estaríamos un poco más tranquilos.
—Tomei, ¿recuerdas aquella noche… la recuerdas?
Sintió como si una aguja de hielo le cruzase el estómago. La noche de Miabel, la noche que debiera haber sido su última noche. En alguna otra ocasión el general se la había referido. Esta vez a Tomei no le agradó en absoluto que lo hiciera.
—Estaré agradecido eterna…
Rosellón le interrumpió. No lo dejó acabar la frase.
—La pócima que tu mujer bebió fue preparada por Bramán.
Tomei abrió mucho los ojos y la boca los acompañó despacio.
—No puedo contarte cómo Bramán logró ese brebaje, porque lo desconozco. Simplemente le pedí que le salvara la vida a tu esposa. Que me diera un remedio costase lo que costase. Yo te apreciaba Tomei… Me dijo que para elaborarlo necesitaría tiempo y sacrificar alguna vida humana.
El fuego era lo único que se movía en el salón de invitados de la nave central del castillo de la montaña Agar.
—Durante aquella tormenta vino a verme con la botellita verde, ¿la recuerdas? Nunca supe de dónde extrajo sus ingredientes ni quién se vio perjudicado para que tu mujer sanase. Pero fue Bramán y no otro quien logró que Miabel hoy esté risueña en tus brazos. Bramán Ólcir. Sus poderes nos han ayudado mucho a ambos, Tomei…
El camino de regreso a sus aposentos fue el más tenebroso desde que residiera en el castillo. La oscuridad le resultaba repulsiva y las antorchas de los pasillos demasiado pequeñas. Cuando abrió la puerta, Miabel se peinaba frente al espejo. En sus ojos no había preocupación o miedo por los sucesos de la fiesta. Lo recibió con un beso y Tomei, pese al temor atroz que a partir de ese día le tendría a Bramán, le dio gracias y lo bendijo por acceder a la petición de Rosellón. Había preguntas, sí, como garfios terribles que le estiraban el alma… ¿A quién le había quitado la vida Bramán para formular el brebaje? Prefirió apartarlas como si fueran mariposas grises que se acercaban a tapar la luz de la mirada de Miabel.
Desde aquel día, tuvo la seguridad de que el general Rosellón guardaba secretos extraños en las minas, y la fortaleza negra se convirtió en un lugar más oscuro si cabe.