CAPÍTULO 15

Visita inesperada

Remo, después de su ración de ejercicio diario, percibió la cercanía de los cancerberos y decidió incorporarse en el catre. Tenía todo el cuerpo agotado, sudaba como en una sauna después de doscientas flexiones y cuatrocientos abdominales. Permanecía angustiado, harto de escuchar las goteras. Hastiado de construir historias con las nubes que pasaban por el ventanuco elevado de aquella celda. Cansado de dormir en aquel camastro duro y montañoso, plagado de chinches, que despedía un hedor a borrego insoportable en cada despertar. En aquella prisión, Remo se lamentaba y sufría una espera lenta, dentro de esas paredes que le parecían cada vez más estrechas, comprimiendo su odio entre los muros. Por eso hacía ejercicio. La actividad física era su salvación.

Escuchó las pisadas toscas de sus carceleros y otras blandas de alguien más sutil y de mejor calzado que las botas rudas de aquellos tipos pesados. ¿Sala tal vez? Deseaba verla… su parloteo le era útil allí dentro. Pero la joven había faltado a sus visitas durante dos días. Su única distracción que no requería esfuerzo físico era contemplar las trayectorias aladas de los pájaros desde su encierro, por el ventanuco. En Ultemar no tenía más que sonidos por compañía. Ruidos lejanos, llantos, gimoteos de los nuevos inquilinos de las celdas, las gotas de agua que descendían de las piedras del techo haciendo vibrar la oscuridad misteriosa de un charco en la esquina sur de la celda. El frío de las piedras azabache que se le metía en los huesos… la soledad.

Ultemar era una prisión antigua, había sido castillo de los fundadores de la ciudad, maldito por mil leyendas, sobre un cerro enjaretado de túneles y alcantarillas inmundas. Sus muros centenarios de piedra oscura, colmada de huellas del uso, con cercos blanquecinos rodeando los ventanucos, rejas oxidadas y musgos infectados de hongos venenosos daban una apariencia exterior poco esperanzadora. Se ubicaba en el cerro norte de la ciudad, en la barriada de los carboneros y comerciantes de leña, cerca de las herrerías, los mercados de aceites y las subastas de esclavos, en el corazón más oscuro de Venteria, alejada de los palacetes de los nobles y altos cargos del ejército de Vestigia, lejos de las piedras blancas de los templos y las maravillas arquitectónicas del gran monte coronado por el Palacio Real.

Los goznes de la puerta crujieron y su visita penetró en la celda, fue totalmente inesperado.

—¡De rodillas!

Era el oficial Morrés, el encargado del pabellón de los presos de máxima seguridad.

—¡De rodillas he dicho! —gritó Morrés.

Remo, de mala gana torció el gesto y las rodillas. Una vez en esa posición humillante, el carcelero que solía alimentarlo se acercó con unos grilletes pesados, que le fueron colocados en las muñecas y en el cuello. Estaba agotado y le costó sostenerse con aquel peso en sus brazos. Después puso otros cierres que unían por tres palmos de espacio sus tobillos. Así las cosas era una cuestión complicada el siquiera conseguir ponerse en pie.

—¡Asegurado, señor! —gritó el carcelero. Remo sonrió, era extraña aquella reacción tan profesional. Entonces, en la estancia penetró un hombre de ricas vestiduras y edad avanzada.

—Dejadnos —dijo el recién llegado en un susurro.

El oficial Morrés salió de la celda seguido del carcelero y dos hombres que traía de escolta el recién llegado. Nada más y nada menos que el Consejero del rey, quien fuera general de los ejércitos de Vestigia, Rosellón Corvian, apodado en su juventud «el diablo de Agarión», su acusador.

—Hola, Remo…

Arqueando una ceja, no contestó al saludo.

—Hace muchos años que no teníamos la gracia de encontrarnos.

Remo siguió silenciosamente el paseíllo que daba el viejo por el escaso recorrido de su celda. Físicamente Rosellón parecía un anciano, pero con sus ojos azules en constante movimiento, analizando la estancia, la postura del preso, la luz del agujero que daba a al cielo, no podía disimular el ardor de una mente preclara y despierta.

—Estás en un buen lío, querido Remo. Un lío fastidioso, que cada vez se complicará más, y que podría acabar con tus días entre nosotros. Te exiliaron de Venteria por causas de guerra. Estuviste desaparecido durante años, dando bandazos de aquí para allá, desgraciándote la vida aún más, perdido en un oficio dudoso, como mercenario y asesino. Como ves, estoy informado. Debo reconocer que te admiro, por tu capacidad de supervivencia.

Supuso que las palabras de Rosellón estaban cargadas de ironía.

—Has sobrevivido a tantas calamidades, a tantos tormentos, que me parece ilusorio tenerte aquí hoy, a mi merced.

—El daño máximo que podíais hacerme ya está hecho. Ahora no sois vos quien me enviará a la muerte. Será el rey.

Rosellón sonrió. Remo le tentaba el orgullo.

—¡Soy la voz de Vestigia! —gritó de repente—. Soy la voz del rey Tendón. Sé que mataste a Selprum, en ese lugar inmundo del sur.

Rosellón no era noble al uso. Sus títulos los había ganado en el ejército. Su pasado era un misterio para la mayoría de los nobles, pero aprendieron a respetarlo cuando comandó la Horda. Después los títulos vinieron por añadidura y Tendón ahora lo había empleado de Consejero Real. Su poder alimentaba su soberbia.

—¿Qué quieres de mí? ¿Es venganza por Selprum? ¿Cómo es que tengo el privilegio de esta visita?

Rosellón no hizo caso de la concreción que Remo pedía y siguió su charla. No tenía prisa.

—Sabes, a poco que hemos investigado, gracias a la colaboración del capitán Sebla, hemos descubierto tu ardid. Sí. Trento, menudo hombre, podía haber llegado a general, en serio, yo lo apreciaba muchísimo en mis días como militar. Lo recluté cuando era un chaval, incluso antes que a Arkane. Después de lo del Nigromante, Trento tuvo el descaro de pedir que se levantase tu exilio aquí en Venteria, y lo consiguió. Sebla me contó cómo, sospechosamente, de aquella avanzadilla que se perdió en la ciénaga, habían sobrevivido al Nigromante casi todos, y que Trento participó muy animadamente en la fiesta que celebró la muerte del brujo; sin guardar luto ni apariencias siquiera por la muerte de su querido general Selprum. Ese canalla de Trento vendrá a Ultemar muy pronto, todo a su tiempo, primero el discípulo predilecto de Arkane.

A Remo le gustó que lo nombrara de ese modo.

—Maté a ese sanguinario. Hice justicia. Pero será tu palabra contra la mía.

Remo lo desafiaba confesando. Mató a Selprum. Y bien muerto que estaba. Conocía a la perfección los defectos del plan con el que había quitado la vida a Selprum, hacía de eso ya más de dos años… No se arrepentía en absoluto, pese al riesgo y las consecuencias. Recordaba el momento en el que le preguntó por Lania y el muy cerdo se negó a darle siquiera pistas de su paradero. Selprum Ómer, ni siquiera viéndose acorralado y a punto de morir, tuvo piedad para con Remo. Lo mató con sus propias manos y estaba satisfecho por haberlo conseguido. Era un recuerdo dulce en su memoria.

—Sí, Remo, siempre haces «tu justicia». Pero ahora te enfrentarás a otra, la Justicia con mayúsculas. La pena de muerte es fácil de obtener con dos o tres testigos, y tengo más de diez hombres que, a cambio de una promesa que los proteja, contarán toda la conspiración que urdiste con tu amigo Lorkun y el perro traidor. La verdad me asiste Remo.

Remo imaginó que se refería a Trento cuando dijo lo de «perro traidor».

—Si me tiene tan bien amarrado a la soga, ¿para qué ha venido?

—Remo…

Ahora el general lo miró directamente a los ojos. Sintió la fuerza de unos ojos jóvenes, colmados de actividad, fijos como cuchillos enclaustrados en una cara vieja otrora bella y recia.

—Remo —repitió—, corren tiempos oscuros. Sé de tu hazaña allende la cordillera de la Serpiente. El rescate heroico de Patrio Véleron. Estuve en los festejos donde se te hizo rico, donde por cierto, no apareciste. Me han contado cosas. En la frontera esa mujer… Sala, y Lorkun cruzaron solos, no te mostraron a nadie cuando llegaste a Lavinia. Sé muchas cosas que sucedieron en Sumetra.

Rosellón en su tono de voz demostraba fascinación por el contenido de sus propias palabras. Consiguió intrigar a Remo… que ya era asediado por interrogantes varios. Rosellón parecía saber más de lo que deseaba decir… hasta que se soltó por completo.

—No me andaré con muchos rodeos. Quiero que me digas cómo conseguiste potenciar tu monstruosidad. Sí, la maldición tuvo un efecto peculiar sobre ti. Desconozco cómo hiciste para volver a ser el malnacido humano de siempre… estoy bien informado Remo pero no lo comprendo todo. ¿Cómo lograste una transformación fabulosa, en una criatura superior a los silachs? ¿Cómo lograste volver a ser humano? Como ves, a mi no me interesa ese tesoro enterrado por el que te torturaron en Sumetra. Antes de contestar piensa en esto.

Silencio.

—Piensa que la pena de muerte se concederá exclusivamente si presento esos testigos de los que te he hablado, pero que, podrían no presentarse en el momento del juicio. Esos misterios de los que sólo tú tienes respuesta me interesan hasta el punto de ofrecerte la libertad, Remo, hijo de Reco. Te conozco. Eres un hombre práctico, de paso salvarás también a Trento. ¿Qué me dices?

Remo entendió el chantaje mucho antes de que el Consejero Real lo dejase explícito. Le sorprendió que Rosellón estuviera tan al tanto de lo acaecido en Sumetra y vio claramente que de alguna manera tenía algo que ver en el asunto oscuro del secuestro. Un hombre de su posición tenía poder suficiente para conseguir favores en las fronteras. Recordaba las lagunas, las cuestiones oscuras que no habían podido resolverse en aquellos sucesos, y Rosellón Corvian era la respuesta, la pieza que faltaba en el rompecabezas.

—Mi querido general, en el juicio, cuando mi cabeza esté en juego delante de toda la corte, compartiré muchos secretos con los que allí me juzguen, podré explicar todos los secretos que rodean el secuestro de Patrio Véleron.

Rosellón torció el gesto amable y lo deribó en enfado.

—Es más, mi querido general, lo acusaré de urdir el secuestro desde Vestigia. ¿Qué le prometiste al bueno de Blecsáder? Ahora comprendo cómo y por qué las fronteras estuvieron abiertas, ese Rílmor era sólo un juguete en sus manos…

—¡No me amenaces, malnacido! Mira la posición en la que estás tú, como una rata enjaulada.

—Las ratas muerden cuando se ven atrapadas.

—Matar a una rata en una jaula es fácil.

—Lord Véleron me tiene bastante estima. Creo que él sí dará crédito a mis teorías. Señor, la pregunta es ¿por qué? ¿Por qué un general retirado, viejo, inmensamente rico como tú, un podrido y viejo diablo que se ha ganado la vida siempre matando o haciendo que otros maten, pierde su senectud al proyectar un secuestro del hijo de un noble aún más rico y poderoso? Esa sí que es una buena pregunta para nuestro amado rey Tendón. ¿Por eso habéis promovido después de tanto tiempo esta causa contra mí? ¿Para qué deseas conocer esos secretos?

—Remo puede que no llegues a juicio. Puede que esa comida esté envenenada. Puede que alguien entre en la celda y te asfixie y después te cuelgue como a un cerdo fingiendo un suicidio más que justificado por años de penalidades y locura. Sí, puedes andarte con ojo y no comer ni beber mucho de lo que traigan los carceleros. El caso es que tu muerte es un hecho. Es curioso, eres de esos que deberían haber desaparecido hace años y que siguen agonizando en este mundo.

—Sí, en eso nos parecemos ¿no cree? Cuando usted muera de viejo, yo seguiré aquí.

—Puedes jurar que no, Remo el osado, Remo el castigo, Remo espada inquebrantable, Remo el indómito, Remo el infatigable. Cuando terminó la Gran Guerra tenías más nombres que un semidiós, pero morirás como un truhán, como un vulgar asesino. Nadie te recordará siquiera.

—Eso para mí tiene una importancia relativa. Sin embargo, los ambiciosos, los enfermos de codicia sí que anhelan la Historia. Y la Historia se tragará a Rosellón Corvian como a un viejo decrépito que gastó sus últimos años en conspiraciones inútiles.

—Selprum debió matarte hace años, exiliarte fue un error, un error que yo no dejaré que se repita. Al menos hizo una cosa bien, sí, quitarte todo cuanto poseías. Incluida esa mujer. Lania.

Rosellón posó en su rostro una sonrisa. Remo pensaba que sentir un cuchillo ahora, partiéndole su esternón, dolería menos que aquella insinuación que acaba de arrojarle el general. Supo que debía fingir sin embargo pasividad y una actitud neutra. Su punto más débil estaba siendo tentado.

—¿Acaso no desearías saber su paradero? —preguntó Lord Corvian.

Remo miró sus ojos. Deseó creerlo, deseó pensar que Rosellón sabía algo respecto al destino incierto de su mujer. Deseó de veras que pudiera chantajearlo con ella como premio, pero la forma de hablar del noble, el orden de aquella conversación…

—Reconozco a un mentiroso. Estuve muchos años junto a Selprum y sé que aquello lo hizo sin siquiera consultarlo. Era una venganza personal conmigo. Si tuvieras esa información me la habrías ofrecido mucho antes, y por los dioses que habría vendido mi alma.

—Es cierto. No sé dónde está esa mujer. Si te soy sincero, para mí no era más que un asunto nimio, una puta más que sería liquidada.

Remo apretó los puños hasta hacerse daño. Trataba de disimular su ira. Rosellón se regodeaba, intentaba herirlo hasta la locura.

—No sé dónde la envió Selprum, pero sí que te puedo decir, Remo, que escuché sus gritos, aquella noche, cuando la violaron, antes de venderla.

Remo respiró hondo. Rosellón mentía, aunque su mentira podía ser total y atrozmente cierta. El hijo de Reco habló muy despacio:

—Te mataré. Limpiaré tu sangre de mi espada. No morirás enfermo por la edad que te carcome. Te mataré yo y sentirás el mismo miedo que has sembrado en cada uno de tus crímenes. El miedo te comerá el corazón mientras mi acero atraviesa tu cuerpo y lo contagia de frío. Sentirás la muerte nublar tus fuerzas y verás mi sonrisa devorando tus últimas luces.

Rosellón le pateó la cara. Le pegó hasta en tres ocasiones. Estuvo a punto de perder el equilibrio. Se arregló las ropas y salió de la celda dejándolo ensangrentado… Remo sonreía en la oscuridad.