CAPÍTULO 10
Conspiración contra el rey
Nunca había estado tan cerca del rey. Cuando Tendón apareció en el Salón de Justicia y tomó asiento en el trono, Remo tenía el privilegio discutible de estar a unos cuarenta pasos de él, custodiado por dos guardias reales. Jamás en toda su vida había estado tan cerca. Lo había visto siempre de lejos, en una balconada en las plazas de Venteria, o entre la multitud, cuando montaba su corcel para desfilar por las calles.
Detrás del rey como una catarata inmóvil, un tapiz rojo, gigante, con varios escudos intercalándose en una greca dorada, enmarcaban el emblema real de Vestigia, el escudo de armas del rey. Bajo el trono, a la derecha, dos o tres butacones para invitados especiales del monarca en las vistas o asuntos, ahora vacíos. Una escalinata amplia de mármol descendía suavemente, cubierta de varias alfombras decoradas con grabados que se bifurcaban en caminos que llegaban hasta donde estaba Remo, y al otro extremo del gran salón, a los butacones perfectamente ordenados donde estaban sentadas las personalidades que formaban el Consejo de Justicia: el notario real Brienches, el general Gonilier, los tres jueces presididos por Legerio, y dos senadores del consejo privado del rey: Lord Perielter Decorio y el religioso Sumo Sacerdote del dios Huidón en Venteria, Pesemio.
Le preocupaba que la vista la presidiera el rey. El asunto que se trataba debía ser grave, como para que el monarca acudiera al tribunal. En ese momento el Notario Real tomó uso de la palabra.
—Saludo a los presentes, a los Jueces y demás integrantes del Tribunal, y me inclino ante el rey antes de comenzar el proceso.
Remo no imitó a todos los presentes al hacer la reverencia. Ver a Tendón tan cerca lo distraía. Jamás había sentido veneración o había admirado a alguien por su posición, más allá de generales del ejército a quienes él les suponía méritos militares suficientes. Sin embargo, el rey, pese a su senectud, poseía cierto magnetismo, como si fuese persona distinta. Era el rey hacedor de una Vestigia enferma, pero también quien había conseguido la gloria y la victoria sobre la tiranía, quien había independizado las órdenes militares, creando una carrera militar limpia, quien había echado a los nurales de Vestigia y había mantenido las fronteras en la Gran Guerra. Sí. Tendón era y siempre sería venerado por los vestigianos, pese al hambre y los impuestos, la falta de iniciativas que mejorasen las vidas de sus súbditos.
Miró a los palcos del gran salón, la mayoría ocupados por nobles, cargos de gobierno, o representantes de las órdenes religiosas. Se sorprendió al ver a Lord Véleron allí, entre los nobles asistentes, y no perdió detalle de cómo su hijo Patrio buscaba a Sala con la mirada constantemente.
Remo no había presenciado un juicio como aquel, en Venteria, en su vida, normalmente alejada de la vida palaciega. La multitud, situada detrás de unas escaleras descendentes, apartados del decorado estudiado del trono y las partes del tribunal, hacía comentarios, cuchicheaba sobre él, sin conocerlo. Remo no entendía la expectación. Él no era ciertamente un personaje público y notorio. Entre la gran masa de asistentes siempre custodiada por una fila de guardias reales, pudo distinguir a Sala, la señora Tena y Lord Cóster en una posición algo privilegiada. A varios conocidos de la guerra entre los que no estaba Trento. Con un poco de suerte estaría en Nurín, en su tierra natal, disfrutando de la finca de su hermano.
Más le extrañó ver a Gleror Radiyén y su hermano Felur, que estaban en unos bancos sentados, nerviosos, evitándole la mirada de forma muy evidente. Remo había matado años atrás a su padre, en uno de esos encargos extremos a los que se sometió para salir de la miseria. Supuso que sospechaban de él. Para ellos era un día de justicia si él salía perjudicado.
—Escuchemos el motivo de la causa —enunció el notario real—. Se ha pedido al hoy presente, vasallo de Vestigia, Remo, hijo de Reco, comparecer en Venteria para resolver una acusación no probada, ni formal, de conspiración contra el rey.
Murmullos. Hasta ese punto, nada nuevo.
—Bien, para que la acusación así formulada tenga proceso, escuchemos a la parte acusadora, si tiene a bien formalizar la demanda estando aquí presente el implicado para poder defenderse. Y que sea nuestro sabio monarca quien decida si se abre un juicio por esa causa.
Desde un extremo cruzó el mismo umbral por el que el rey Tendón apareciese el Consejero Real Lord Rosellón Corvian. Fue hacia la palestra opuesta a la que estaba Remo. Saludó al Tribunal con una sonrisa. Pese a su edad, mantenía vigor en sus pasos y seguía teniendo ese aire siniestro en la mirada, arrebato de fuerza y sobriedad. Remo se sorprendió al ver que era Rosellón quien formularía la acusación. Pero pese a que no le guardaba ninguna simpatía, aunque muchas veces hubiera acumulado resentimiento contra él por haber elevado a Selprum en el puesto de capitán, desde el momento en que Remo había sido desterrado de Venteria, siempre supuso que el general había estado mal influenciado por Selprum, y no podía juzgar sus movimientos políticos con claridad. Las palabras de Rosellón aclararon todas sus dudas:
—Acuso a Remo de planear premeditadamente y llevar a cabo el asesinato del general Selprum Ómer durante la incursión ordenada por su majestad, en las tierras del sur, en la Ciénaga Nublada. —La voz de Rosellón solía siempre estar barnizada del agrado de quien juguetea constantemente con la política, pero cuando pronunció la acusación regresó, en la memoria de Remo, a ese tono castrense, firme y áspero, frío y despiadado que solía tener cuando daba las órdenes al frente de la Horda del Diablo. Continuó su acusación después de repasar los ojos del tribunal.
—Siendo Selprum Ómer un servidor del trono, fue muerto hace ya tres años en circunstancias nada claras. Solicité a varios hombres realizar una investigación informando de todo esto a nuestro monarca. Las conclusiones a las que llegamos eran palmarias. Remo, hijo de Reco, se tomó venganza por rencillas pasadas con el intachable general Selprum y planificó su muerte en la Ciénaga.
«Conspiración contra el rey», por matar a un general de Vestigia… Era una acusación grave. Remo cavilaba muy rápido. La inteligencia de Rosellón, famoso estratega, había supuesto que, si acusaba a Remo de asesinato, directamente, él podía haberse fugado, así que aquella fórmula de «conspiración contra el rey», sin estar acusado en firme había servido para que él acudiera por propia voluntad… a la boca del lobo. Sala lo había visto venir.
—Esa acusación es muy grave —dijo Brienches, el Notario—. Para que sea formal debe estar refrendada con pruebas y testimonios. Un general es un militar del más alto rango y será el rey en persona quien deba decidir sobre la causa. Este tribunal será simplemente consultivo en este proceso.
Remo apartó la vista de Rosellón. Contempló al rey, repanchingado en su trono, mirando sus propias manos enlazadas, con el cuerpo echado a un lado, mientras sus dedos arrugados se prodigaban en cuidados a sus uñas.
—Mi señor… ¿Debe haber juicio? —preguntó el Notario con un tono de voz servicial al dirigirse directamente al rey.
Tendón colmó la paciencia de Remo, porque tardó un mundo en hablar.
—Envié al general Selprum al sur, a ese lugar odioso que llaman Ciénaga Nublada, para librarme de ciertas sediciones… Cumplió su trabajo; ese brujo está muerto. Me gustaría saber qué dice Remo sobre la muerte de uno y de otro.
Remo se sorprendió de que el rey se dirigiese directamente a él. No era formalmente así como debiera transcurrir el proceso. Remo no tenía defensor, ni tampoco se había declarado solemnemente abierto el proceso, no era reo. Remo sabía que tenía pocas posibilidades de ganar ese juicio. En su cabeza, desde que había escuchado las palabras de Rosellón, danzaban cientos de posibilidades, cientos de pruebas que podría haber acumulado Rosellón para demostrar su culpabilidad. De pronto comprendía que Lord Corvian acababa de rebelarse como un enemigo en la sombra que estuvo siempre al acecho. ¿Por qué después de tres años Rosellón movía el asunto de la muerte de Selprum? Remo no se impacientó. Sabía que pronto conocería esas respuestas. Se concentró en responder al rey. Lo miró directamente a los ojos y prefirió decir la verdad, aunque no toda la verdad.
—Yo maté a Moga el Nigromante. Se transformó en un dragón. En una de sus ceremonias, una noche de luna llena, después de sacrificar a tres mujeres vírgenes, ese diablo se elevó en los cielos con la forma de un dragón.
Remo sabía que al rey le habían llevado el cadáver de Bécquer, diciéndole que era el cadáver de Moga. Sabía que Rosellón podía haber averiguado la identidad de aquel supuesto nigromante. Pensó que era mejor decir la verdad, sintió una corazonada de que Tendón sentiría fascinación por la verdad. Recordaba aquella extraña reacción de Moga a la piedra de poder. El rey abandonó su apatía, totalmente hechizado por las palabras de Remo.
—¿Y cómo lograste vencerlo? —preguntó el rey viendo que Remo guardaba silencio.
—Mi señor, eso no es algo importante para… —Rosellón desmayó sus palabras cuando la mano del rey se levantó ordenándole silencio.
—Lo maté con la ayuda de varios hombres del alguacil del pueblo, Manid. Conseguí atravesarlo con mi espada y murió como cualquier animal.
El rey sonrió a Remo. Esa sonrisa enervó a los presentes en el Tribunal porque estaba claro que aquel relato tenía poco que ver con la muerte de Selprum.
—Mi señor…
—Remo, acércate.
La guardia debía de estar acostumbrada a este tipo de situaciones, porque con rapidez, de los costados del salón veinte soldados dispusieron una columna con las armas en ristre a tres metros del rey. Remo se arrodillaría a unos cinco metros de él.
—Remo —susurró Tendón, entre dos lanzas desde su ángulo de visión—, una de las principales pruebas que mantienen contra ti, precisamente, es que el cadáver de ese hombre, que supuestamente me trajeron como el de Moga, era un falso Moga. Has de saber que yo conocí al brujo, yo mismo supe que era falso. Sin embargo, también supe que estaba muerto, que el verdadero estaba muerto. Viajé personalmente a Pozo de Luna y fue Maniel en persona quien me mostró el cadáver de ese dragón ya muy putrefacto. Se me heló la sangre, fue algo digno de canciones. Aléjate.
Descendió los peldaños acompañado por sus custodios. Pensó que acababa de salvarse de una muerte segura. Si no hubiera contado la verdad, la pena por mentir al rey deliberadamente era la muerte. Desconocía que el rey en persona hubiera visitado Pozo de Luna. Ahora Tendón recuperó cierto tono solemne y preguntó a viva voz ante la concurrencia.
—Remo, hijo de Reco, ¿cómo murió Selprum, lo mataste tú? —preguntó directamente el rey.
Remo guardó silencio. Conocía las leyes de Vestigia, no tanto como los integrantes del Tribunal, pero ser exiliado en un proceso como lo fue el suyo le había ayudado a comprender que ese rostro afable que demostraba el rey, no significaba que un simple «no» fuera a ser escapatoria suficiente para calmar las sombras que se cernían en su contra.
—Selprum murió por su temeridad —dijo Remo, sin negar ni afirmar nada. Sabía que un no, era mentir al rey, así que dijo lo que pudo decir hasta saber cuáles eran realmente las armas que tenía su acusador.
Después de un tiempo reflexivo que exasperó a más de un observador, el rey Tendón se levantó del trono, paseó encorvado hasta que logró erguirse.
—Está bien… deliberaré sobre este tema… Declaro el proceso abierto contra el reo. Ordeno que hasta que se celebre el juicio sea recluido en Ultemar, pero también ordeno que no sea objeto del más mínimo daño ni perjuicio en su estancia hasta que lo juzguemos.
Rosellón no pudo por menos que sonreír. Remo estaba a su merced.