CAPÍTULO 28
Furia Negra
—¡Sala, mira la piedra! —dijo arrancándose el colgante de un tirón y poniéndolo frente a la cabeza ladeada de la mujer, como si su cuello fuera una cuerda y la cabeza una piedra que estuviera sosteniendo. Ella permanecía inmóvil sin mirar hacia allá.
La agarró del pelo y torció su cabeza hacia él. La sangre seguía saliendo. Le puso la joya delante de los ojos.
—¡Mira la maldita piedra! —gritó Remo agitando su cabeza con la mano que hacía presa en su melena mojada…, entonces sintió un leve parpadeo de la mujer. Comenzó a hacerse espuma en la herida. ¡Había mirado, estaba viva!
En poco tiempo, el corte estaba totalmente soldado y una leve línea subrayaba el hecho de haber sido degollada en su baño. Esa línea desaparecería poco tiempo después.
—Aggg, creo que ya puedo hablar.
Remo la sacó de las aguas rojas tomándola en sus brazos. Ella se agarró a su cuello todavía sin mucha fuerza, aunque ganando energía a cada instante. La puso en pie y se las apañó para hacerse con varias telas de secado con las que la limpió. La sangre preciosa de la mujer empapó las telas y Sala sintió escalofríos pensando que toda la sangre de la bañera y la que ahora coloreaba aquellos paños… era suya. Remo volvió a subirla en brazos y se la llevó a la cama.
—¿Estás bien?
Sala mantenía un leve mareo, pero el cuello ya no le dolía. Había perdido mucha sangre, se había desmayado cerca de la muerte, y ahora parecía simplemente que hubiera dormido con una mala postura.
—Se te ve mejorada, la piedra te aliviará rápidamente —la animó él.
La chica pasó una mano por su cabello mojado pintándola de rojo.
—Voy a lavarme.
Sala regresó al poco tiempo como nueva. Pero en sus ojos un sufrimiento taladraba su aspecto físico hermoso, sano.
—Debemos permanecer alerta. La asesina que te hizo eso no trabajaba sola.
—¿Era una mujer?
—Sí. Ya no le cortará el cuello a nadie más.
—¿No me escuchaste? Hice todo el ruido que me fue posible… ¿Qué hacías?
—Escuché agua…
Sala mostró en el rostro cierta desesperación. Tenía el recuerdo de la impotencia, de sentirse abatida y sin poder evitar una muerte agónica… a solo unos metros de Remo, sin que él hiciera nada por salvarla. Ese pensamiento le hizo casi tanto daño como el cuchillo.
—Remo, perdona…, pensar que, ha estado muy cerca, esta vez ha estado muy cerca. Ningún día como hoy he sido tan consciente de lo que es perder la vida.
El hombre se inclinó junto a la cama y le mostró dos flechas ensangrentadas.
—¡También te atacaron a ti!
Una bocanada de alivio inundó su ser mientras visualizaba a Remo luchando por su propia vida. Lograr salvarla no debió ser nada fácil. Parecía algo absurdo, pero aquello la reconfortó como una venda en sus pensamientos ajados. Como si necesitara justificar su ausencia en aquel momento clave, como si fuera síntoma de que él se preocupaba por ella.
—Tus vidas se multiplican y vuelves a estar en deuda conmigo, te he vuelto a salvar el pellejo.
Remo gastaba bromas en los momentos más inverosímiles. Ella sabía que pretendía animarla. Respiró hondo y le siguió la broma.
—¡Yo te salvé en Sumetra! —protestó ella siguiéndole el juego.
—Yo te salvé en la Ciénaga Nublada, y ahora me sigues debiendo una.
Cerraron los portones cubre ventanas. Con precaución. Ese arquero podía seguir ahí fuera agazapado esperando otra oportunidad.
—Quiero saber quién ha sido —comentó la mujer abandonando el tono de la broma.
—Lo vas a saber.
Remo salió a la calle. La noche había cambiado. Sí, era la misma, pero ahora Remo paseaba con tranquilidad sabiendo que, por el momento, estaban a salvo. Recuperó el cadáver de la asesina apartando un chucho que comenzaba a lamerle el rostro. A esa hora las calles estaban felizmente desiertas. Si algún guardia del barrio lo veía, tendría serios problemas para explicarse. Tena se enfadó cuando vio a Remo intentando entrar en la posada, por la puerta de atrás, con una mujer muerta en sus brazos.
—¿Estás loco? ¡No voy a consentir que…!
Remo la fulminó con una mirada tremenda, dañina.
—Esta mujer ha estado a punto de matar a Sala.
Tena se llevó las manos a la boca muy sorprendida. Lo ayudó finalmente a transportarla entre las cocinas. Por fortuna la posada estaba vacía. La mayoría de los curiosos se habían marchado después de beber a la salud de Remo el resucitado, en la barra.
—Tena, avisa a Cóster.
Remo abandonó a la muerta en el piso de la habitación de Sala. Al menos por el momento era el lugar más seguro para esconderlo. Sala se quedó mirando a quien estuvo a punto de ser su verdugo.
—¿Te suena? —preguntó Remo.
Lord Cóster, encapuchado, no tardó mucho en llegar con un séquito de dos guardaespaldas que se quedaron abajo, protegiendo la entrada a la posada Múfler. Subió los peldaños y, cuando estaba retirando la capa, echó un vistazo al cadáver de la mujer que miraba con ojos azules hacia un vacío inquietante. Miró a Sala y a Remo como buscando los vestigios de la lucha.
—¿La conoces? —preguntó Sala.
—Sí, están pasando muchas cosas, Sala. Desde que Remo salió de esa marmita… asombrando a la mitad de los asistentes y conjurando al otro medio a bendecir a los dioses, me cuentan que hay mucho movimiento en palacio y que en los templos hay colas para hacer ofrendas. Acudí a la cena en palacio. El rey disculpó tu ausencia en el banquete aclarando que estabas indispuesto por la lógica de los acontecimientos.
Cóster agarró un racimo de uvas de la fuente que trajera Sala y tomó asiento en la butaca.
—He recibido dos ofertas de colaboración para acabar con tu vida, Remo, de corredores diferentes, con los que hacía tiempo que no me hablaba. Sé de buena tinta que en cuanto te secaste el agua del cuerpo, Rosellón había puesto precio a tu cabeza. Esa mujer a la que has matado se llamaba Silma. Pertenece a un clan de asesinos bastante prestigioso llamado «Furia Negra», conocidos en toda Venteria. Fue fundado por arqueros plúbeos, asesinos a sueldo que mantienen una casa en las ciudades más importantes de aquí al cabo de Magalia en el sur de Avidón. Al principio admitían solo a tiradores, ahora son un pequeño ejército en la sombra, con mercenarios de toda índole. Silma es la hermana del jefe aquí en Venteria. Nadie conoce su nombre, ni le ha visto la cara. Se le conoce como «el Nocturno», dicen que es el mejor tirador de Furia Negra fuera de Plúbea. Sus flechas envenenadas son letales.
Remo sabía de lo que estaba hablando Cóster. Habían escondido las flechas que Remo sacó de su cuerpo. No podían contar a Cóster toda la verdad, sin mencionar la piedra de poder así que, sus explicaciones debían ser bastante imprecisas.
—Silma penetró en mi baño mientras yo… me descuidé, jamás pensé que fuésemos asediados por profesionales. ¿Cómo supieron que Remo estaba aquí en tan poco tiempo?
—Debisteis ser más prudentes. Media Venteria sabe que el tipo del milagro reside en esta pensión. Venían a por él, no a por ti. ¿Cómo acabaste con ella?
—Yo la sorprendí por la espalda mientras intentaba degollar a Sala. Giré su cabeza hasta que vi sus ojos y sus huesos crujieron.
Cóster hizo una mueca con sus ojos como de asco. Comió otra uva y después explicó un plan…
—¿Y tú estás bien, no te han herido? —preguntó Cóster repasando con sus ojos a Remo de pies a cabeza.
—Tuve suerte, no, no estoy herido.
—Veamos, «Furia Negra», «el clan de los dientes», «los cuchillos de sangre», esos son los clanes de asesinos que seguramente tienen ya como objetivo tu cadáver, Remo. Os dejaré aquí mis guardaespaldas. Cuando los vean acudirán a mí. Puedo protegeros de todos menos de los Furia Negra y, por supuesto, los sicarios habituales de Rosellón. Silma… sabrán que no ha regresado.
—¿Qué aconsejas que hagamos?
La pregunta la había hecho Remo. Sala permanecía misteriosamente callada.
—Yo me encargo de Furia Negra —dijo ella con la vista vidriosa sobre el cadáver de Silma.
Visiblemente incómodo Lord Cóster miró a Remo.
—Vamos, Sala, ¿qué tienes en mente? Con «el Nocturno» no podréis negociar. ¿Qué pretendes?
—Tenemos que anticiparnos o lo siguiente será que nos acribillen desde cualquier tejado. No podemos correr riesgos, y desde luego, hemos puesto en riesgo a Tena y sus clientes. Remo, esta situación debemos repararla.
—No vamos a reparar nada… Voy a matar a ese Nocturno.
—Remo, no es tan sencillo… no dudo que puedas acabar con él… Sala estoy seguro de que podríais vencerlo con cierta planificación. Pero tened en cuenta que el Nocturno pertenece a un clan muy grande. Sería como iniciar una guerra donde todos saldríamos perjudicados.
Cóster se explicaba con temor. Parecía increíble que alguien así, con esa aparente fragilidad que le otorgaba su cojera y la prudencia que siempre demostraba, tuviera como oficio encargar muertes. Era la voz de la experiencia, de lo razonable, en asuntos delicados como aquellos. Nadie mejor que Cóster podía conocer cómo funcionaba ese mundo oscuro.
—Yo arreglaré esta situación —dijo Sala manteniendo el mismo tono frío—. Hace años trabajé para el Nocturno.
La miraron. Remo frunció el ceño, como solía hacer siempre, con ese rostro extraño, agresivo.
—¿Eras una Furia Negra?
Lord Cóster no podía expresar de una forma más contundente su sorpresa. Se había quedado de piedra, como una estatua humana de esas que actuaban en las calles de Venteria.
—Cuando no tenía dónde caerme muerta el enmascarado me protegió.
—¿El enmascarado?
—El Nocturno siempre lleva una máscara, incluso con los de su clan. Nadie conoce su identidad. Nocturno, enmascarado, Kalenio, esos son los apelativos que yo aprendí en su día. Me ayudó, no entiendo por qué ahora ha intentado matarme.
—Me da igual si fue tu maestro, tu padre o tu abuelo… No dejaré que vayas sola.
—Contaba contigo.