CAPÍTULO 37
Capitanes
En una llanura comenzaba a nacer un campamento militar inmenso. La guardia real lo escoltó hacia un terreno en barbecho de tierra cenicienta donde unos doscientos hombres en diez filas de veinte estaban formados para recibir a su nuevo capitán. Trento, vestido con la armadura de combate de la Horda del Diablo lo esperaba en posición de mando. Remo se percató de que su amigo había limpiado la armadura de todo vestigio, símbolo o emblema de la orden de cuchilleros fundada por Rosellón, exceptuando la marca tribal de la Horda. El tatuaje que todos tenían en la espalda y que decoraba algunas placas y petos.
Remo bajó del caballo y abrazó a Trento. Después caminó mirando el rostro de aquellos hombres.
—Mi nombre es Remo, para vosotros capitán, mi capitán, como prefiráis. Somos pocos en esta división que no llega a doscientos hombres. Al menos todavía no valéis lo que valen doscientos hombres. Alguno puede que piense que la gloria se repartirá en cuerpos más numerosos, pero os digo que conocí glorias pasadas de pocos hombres contra muchos. Sé que, de entre todos los que estáis aquí, la mayoría venís obligados, que precisamente no sois lo mejorcito que vuestros capitanes poseían. Otros sois nuevos, alistados por la necesidad que carcome vuestros ojos. La guerra nos obliga y no tenemos el tiempo que yo hubiera deseado para vuestra instrucción, tendremos que improvisarla mientras nos sumamos a la movilización de tropas que el rey planea para acudir a la guerra. Voy a ser claro con vosotros. La ley del ejército la tomaréis al pie de la letra para relacionaros con los demás batallones, pero dentro de esta «hermandad» no existen más leyes que las del acero y la confianza. Cuando estemos en el campo de batalla, si yo veo a un compañero en apuros, iré en su ayuda. Cuando esté medio muerto, serán mis hermanos los que me quiten la vida para que no sufra. Si tengo miedo, pediré ayuda, si no puedo vencerlo, me arrojaré al abismo, al menos así no seré un estorbo para los demás. El cobarde que sobrevive a una batalla vive muchos años, pero vive como un fantasma. Si alguien me traiciona, si contraviene mis órdenes o perjudica mis propósitos, se las verá conmigo, no habrá un consejo de guerra. Lo que pase en nuestra hermandad será solamente responsabilidad nuestra. Si alguno de vosotros es condenado por otro oficial, yo me encargaré de levantarle el castigo injusto, pero el que sea justo, yo mismo se lo doblaré.
El silencio que vino después de estas palabras fue interrumpido por cierto carraspeo de gargantas, no por aplausos ni alabanzas. Trento miraba a los soldados con desconfianza. Él tenía una lágrima en uno de sus ojos y se apresuró a retirarla.
—Quiero ver el campamento —dijo Remo.
—No está construido aún, señor —contestó uno de los de la primera fila.
—Pues esa será vuestra primera tarea. Id al puesto de avituallamiento y conseguid lo necesario. ¡Romped filas!
Remo fue donde estaba Trento.
—Remo, estos no saben el peso de tus palabras, lo que acabas de decir… Todavía recuerdo cuando no eras más que un crío… ¡Hablas como el felino, como Arkane!
Le puso la mano en el hombro.
—Su mensaje y sus enseñanzas han sido mi mayor tesoro este tiempo. ¿Te unes a nosotros?
—De buena gana lo haría pero, querido amigo, yo tengo ahora también mi responsabilidad. Soy capitán, igual que tú.
Remo lo miró sorprendido.
—¡Por los dioses, Trento, qué alegría!
—Rosellón había cursado una orden para degradarme y pensaba abrir un proceso contra mí después de acabar contigo, eso motivó a Tendón a hacerme capitán. Yo mandaré lo que queda de la vieja división de cuchilleros de la Horda, que es bien poco, no más de veinte hombres, los hacheros y otras tropas, un destacamento no muy superior al tuyo. Somos trescientos.
—¿Qué nombre les vas a poner? Veo que has eliminado las armas.
—No puedo eliminar mis tatuajes, así que el escudo de armas se mantendrá siempre en algún lugar. No tengo idea sobre nombres todavía.
Remo fue a su corcel y agarró la brida para dirigirse hacia donde estaban sus hombres; Trento lo seguía hasta que se escuchó el galope de un caballo que venía precisamente del punto de reunión masivo de todas las tropas. Superó toda la columna de hombres a pie hasta donde estaban Trento y él.
—Perdón por el retraso, capitán, mi nombre es Dárrel. Soy caballero de los espaderos del bosque de Firena. He venido a unirme a su grupo, señor, según la orden del capitán Vilco.
—Me alegra ver que tengo siquiera un caballero entre toda la tropa —dijo Remo.
Un poco desubicado, Dárrel hizo a su caballo girar, como inspeccionando la tropa que acababa de superar.
—¿Estos son sus hombres?
Remo asintió.
—¿No hay más caballeros ni maestres… ni…?
—No, Dárrel. Eres el único que conoce de verdad la guerra entre todos ellos.
Dárrel, miró los cielos como pidiendo explicaciones a los dioses. Quedó en silencio trotando junto a ellos.
—Dárrel adelántate a la oficina de avituallamiento y ayuda a estos hombres iletrados a montar algo que pueda considerarse parecido a tiendas de campaña.
—Sí, mí señor.
Trento sonrió cuando el recién llegado espoleó su caballo alejándose.
—Estos jóvenes pensando solo en la gloria…
—Debe de ser frustrante empezar de cero con un destacamento nuevo, un capitán sin caballeros, sin maestres…
—Te corrijo, tienes un caballero.
Rieron a carcajadas.