CAPÍTULO 22
Explicaciones
Remo caminaba por las calles de Venteria, acompañado de Sala. Habían recogido sus pertenencias en la prisión de Ultemar, no más que una capa, un jubón, las botas y un petate con enseres de aseo y una bolsa con pocas monedas de oro, no más se trajo de Belgarén. Tomaron un carruaje que los dejó en la parte baja de la ciudad. Desde ahí disfrutaron de un paseo tranquilamente. En varios puestos, en la puerta de las tabernas, comenzaba a instalarse el rumor de la milagrosa salvación de un preso. Ellos sonreían cuando se topaban con aquellas habladurías y cambiaban de sitio sorprendidos por la rapidez con la que se había extendido en aquellas zonas alejadas de palacio.
—¡Vamos, Remo, cuéntamelo! Me conoces perfectamente, sabes que no puedo resistirlo más, mi curiosidad no me deja pensar en nada más. ¿Cómo demonios has logrado —ahora bajó la voz— sobrevivir a eso?
—Cuando lleguemos a la pensión te lo diré.
Se lo preguntó muchas más veces antes de llegar a la casa de Tena Múfler. Sala contenía una sensación estupenda de positividad, percibía que la suerte, los dioses, el sino… un perfume de infalibilidad los envolvía sin lugar a dudas después de lo que acababan de contemplar sus ojos.
Cuando Tena los vio llegar juntos no pudo por más que salir a abrazarlos.
—¡Por todos los dioses! ¡Entonces es cierto! ¡Es cierto!
La posadera los empujó a entrar a su salón, y allí pudieron descubrir que se había corrido mucho el rumor. Vecinos, algunos tenderos a los que habían frecuentado para comprar herramientas antes de marcharse a Belgarén, y bastantes desconocidos los rodearon de inmediato y comenzaron a felicitar a Remo. Él se negó a contar lo sucedido. Le preguntaban una y otra vez y él decía cosas como:
—Volved a vuestras casas, no voy a contar nada, porque no hay nada que contar.
Sala estaba muy fastidiada. Cuando Remo dijo que estaba cansado, que deseaba echarse un rato a dormir, ella se adelantó a Tena para acompañarlo a la habitación… a su habitación.
—Sala, puedo dormir en cualquier parte —decía el hombre mientras ella tiraba de su brazo escaleras arriba.
—Calla.
Remo miró la disposición en el cuarto. Le vino el recuerdo de cuando regresó de su travesía y ella lo afeitó en el baño, también de su despertar de la maldición. Le era muy familiar aquella habitación cálida. Aquellas almohadas suaves.
—Esta habitación me cura siempre —dijo sentándose en la cama.
Ella abrió las ventanas. Estaba todo un poco desordenado, las sábanas revueltas y, acostados sobre ellas, el arco y las flechas de la mujer. Sala lo retiró todo al instante.
—Ven, siéntate.
Tener a Remo otra vez allí era especial para ella. Remo se había salvado una vez más. Precisamente fue esa habitación el punto de partida de ese Remo que ella había intentado amar. Un hombre que habitaba en un rincón del que tenía justo en frente…, incómodo por recibir elogios, torpe hasta no poder más cuando tenía que aceptar cariño, cansado y quizá un poco harto de que la muerte lo acechara. Agresivo, cabezota, terrible, frío y cruel.
—Te vi a ti, al principio.
No sabía exactamente a qué se refería Remo, pero aquella frase misteriosa la sacó de sus pensamientos.
—¿Qué quieres decir?
—Cuando entré en el agua hirviendo pasó algo muy extraño, ¿quieres saberlo?
Sala se lanzó a su boca y lo besó, lo abrazó. Copió el impulso primero que tuvo él en aquella primera ocasión. Estaba tan feliz, tan contenta que había necesitado hacer eso y, por primera vez, decidió no pedir permiso o requerir consentimiento, ni esperar iniciativa alguna de él.
—Creí que, de una vez por todas, los dioses habían decidido tu muerte. Remo esta vez.… esta vez sí que pensé que estabas muerto… entraste en la olla, escuché golpes, el agua se derramaba haciendo humo en el suelo.
Remo la apartó con dulzura pero rápidamente.
Ahora se puso colorada… Pero estaba desahogándose.
—Cuenta, cuenta, no me hagas caso, creo que llevo demasiadas horas sin dormir.
—¿Recuerdas nuestro juego de la respiración en la poza…?
—Sí.
—Pues te vi a ti.
Ella tenía los ojos abiertos de par en par.
—No entiendo qué significa eso. Remo explícate… ¿pensaste en mí cuando estabas hirviendo?
—Verás, cuando entré en el agua no me quemé en absoluto. Me agradaba estar bajo el agua. Era una tibieza lo que me rodeaba y me sentía francamente bien. Tanto fue así que, sorprendido, abrí los ojos, de pronto, bajo el agua, estaba como en un lugar más amplio, parecido a nuestra poza y te vi, como siempre, aguantando la respiración delante de mí.
Ella estaba fascinada. Lo que contaba Remo era muy misterioso, de locos. Un pequeño detalle, sin saber porqué, la había colmado de alegría: él se había referido a «nuestra poza».
—Después tu rostro cambió. Eras otra.
—Vaya… ¿Quién?
—Ziben Electeriam delante de mí, con los ojos abiertos, rodeada de una luz azulada. Me dijo algo…
—¿Quién?
—La Guardiana del templo de la Isla de Lorna. Ziben.
Me dijo esto:
«No podré protegerte fuera del agua. El espectro se ha despertado, aléjate de él. Busca La Puerta Dorada cuando todo se vuelva oscuridad».
—Vaya…
Hubo silencio. Uno distinto al habitual, rodeado de una sustancia intangible, como sagrada.
Alguien llamó a la puerta.
—¿Sí?
La voz de Tena Múfler al otro lado de la puerta dijo:
—Sala, han llegado emisarios reales para entregar en mano una invitación para acudir a palacio del rey; también han llegado varias personas, Lord Cóster trae lo menos diez hombres vestidos de forma muy elegante y desearían hablar con Remo, creo que son nobles. Hay varios sacerdotes de órdenes religiosas…, y está aquí Lorkun.
—¡Lorkun! ¿Lorkun? Que pase él; a los demás, diles que… diles que Remo está cansado.
Remo asintió feliz de evitarse el baño de multitudes. Fue a la ventana y vio la calle atestada de carruajes y gente aglomerada tratando de entrar en la taberna. El bullicio comenzaba a ser notorio para un lugar de paso como aquella posada, que no tenía cerca templos o plazas.
Apenas el religioso penetró en la habitación, Sala se le colgó al cuello en un abrazo que casi lo derriba.
—¡Lorkun, qué maravilloso reencuentro! ¿Dónde has estado? ¿Qué ha sido de tu vida en este tiempo? ¿Te has enterado de lo que ha pasado hoy? ¿Es por eso que vienes…?
—Sala, calla y déjalo hablar —gruñó Remo.
Lorkun apuró la distancia hasta una butaca y tomó asiento, sonriente.
—Remo pareces tan famoso como uno de esos jugadores del torneo de las banderas. Me costó trabajo que me dejaran pasar al despacho de Tena. Sé que ha sucedido algo extraordinario, me acabo de enterar de lo del juicio y la condena. Ahí abajo todo el mundo habla de un milagro…
Con su estilo habitual, muy pausado, llevó su tono de voz desde la alegría a la sombra. Remo no le quitaba ojo de encima y supuso que lo estaría evaluando. Lorkun se avergonzaba de su estado físico, su desaliño y delgadez; creía transparentar las tormentas que enfrentaban sus pensamientos. Pero compartir habitación con Remo y Sala, en sí mismo, ya era reconfortante.
—¿Acaso has usado la piedra, Remo?
—No, fue algo más extraño e increíble que el poder de la piedra. El cansancio está en tus ojos y te veo más delgado. ¿Estás bien, te ha sucedido algo malo, Lorkun?
—Si me prometéis que no vais a hablar hasta que regrese, traeré algo de comer. ¡Pero esperadme!
Rieron y aquella risa le hizo cosquillas a la mujer en el estómago, como un acceso de ternura, una consciencia momentánea de que esos hombres y Tena eran las personas más importantes para ella y, coincidir allí juntos, la emocionaba. Se sintió un poco estúpida y a la vez privilegiada. Sala no recordaba haber tenido tantas personas a su alrededor, incondicionales como aquellas. Sí, bueno, los problemas con Remo no los estaba teniendo en cuenta ahora. Había vuelto a burlar la muerte, eso era lo que importaba.