CAPÍTULO 11
Intenciones ocultas
—Yo declaro y reclamo una nueva vida para estos hombres. Estas son ¡vuestras cartas de libertad!
El público aplaudió y se lanzaron coronas de flores al aire en honor a los veinte trabajadores, antes esclavos y, ahora, después de los primeros meses de trabajos en los hornos y las fraguas, por fin, con aquella ceremonia un tanto improvisada, envueltos en los pétalos de las flores que llovían sobre sus sonrisas… libres.
Tomei estaba exultante. No dejaba de hacerle comentarios a Fenerbel y a su esposa sobre la bondad que demostraba Rosellón con aquel gesto. Loebles y Tondrián aplaudieron con entusiasmo el paseo que dieron los implicados exhibiendo sus documentos.
—Este es un día grande —subrayó Tomei.
—Ahora sus compañeros trabajarán con más ansias. Rosellón ha cumplido su promesa.
Después de aquel desfile, el noble convocó a los arquitectos en el castillo, en el ala prohibida. En una sala a la que llamaban el Salón de las Águilas. En todas las piedrasde las paredes había frescos representando el ave. La mayoría, de una calidad magnífica, captaban escenas de vuelo o posado de las rapaces. Se habían dispuesto varios sillones muy grandes alrededor de una mesita baja. Sobre el tablero de la mesita había un bordado en oro con el escudo de Vestigia.
—Acomodaos —invitó Rosellón.
Les sirvieron licores en graciosas copas de plata.
—Odio la esclavitud y todas sus formas. Desde hace años siempre he tratado de ser condescendiente con los que me sirven, aunque muchas veces mis colegas, otros nobles, me han reprochado esa cercanía. Yo no vengo de alta alcurnia. Mi título me lo gané… derramando sangre y haciendo mérito al servicio del rey.
La historia del general era muy misteriosa, pero si algo se comentaba siempre a propósito de él, precisamente era que se había hecho a sí mismo.
—Mi señor —Tomei se erigía siempre como portavoz de sus compañeros— me preguntan mis colegas, y si no es así que me desmientan, cuándo vamos a comenzar la obra para la que esas fraguas y las minas se han puesto en marcha.
Todos asintieron. Rosellón sonrió como si esperase la pregunta.
—Llevamos semanas probando esas instalaciones haciendo armas y planchas de hierro, acero y demás. Hasta hemos realizado tenedores y cuchillos de mesa. Hemos probado todo el material y creo que ya estamos en disposición de abordar la obra para la que hemos sido contratados. —Ahora era Fenerbel quien explicaba al noble sus inquietudes—. Los hombres andan desorientados, mis capataces que, siguiendo sus indicaciones no saben del proyecto principal para el que han sido contratados, sienten que estamos desperdiciando tiempo y recursos en vulgares trabajos de herrería.
Se abrió una puerta y, de no ser porque la tenían en frente, ninguno de los que se sentaban en el Salón de las Águilas hubiera advertido siquiera la presencia de Bramán. Sus pasos no dejaban sonido alguno en las alfombras. Rosellón con un gesto de su mano lo invitó a sentarse. El hechicero tomó asiento.
—Querido Bramán, llegas en el momento justo. Ha llegado la hora de poner luz sobre todas las dudas y misterios que rodean el trabajo de estos artistas ilustres.
Bramán sonrió con aquellos pliegues tan desagradables que se le formaban en la piel de la cara. En la penumbra de la estancia sus ojos parecían más azules. A Tomei le trepó una serpiente fría por la espalda nada más verlo sonreír.
—Tengo que haceros una confesión que no puedo demorar más. Tomei, querido amigo, si recuerdas nuestras conversaciones pasadas, si en ti aún anida la fuerza que vi en el pasado, entenderás mejor que ellos lo que voy a contar. ¿Qué tenemos en Vestigia si no es la tiranía de un hombre que no ha sabido terminar una guerra? ¿Se merece nuestro reino un rey tan desastroso como Tendón?
El silencio se posó en la faz hierática que mantenían los cuatro. Tomei se sintió observado por las águilas que decoraban las paredes y el techo.
—Eso es alta traición —susurró Loebles de forma casi inaudible.
—Sí, como todo aquello que pueda incomodar a Tendón. Vosotros no le conocéis, no estáis a su lado cuando condena a hombres a la muerte más atroz sin temblarle la voz. Ha arruinado estirpes enteras con sus decisiones. Ha esclavizado a su pueblo con esos impuestos indignos. Si el pueblo no produce, su solución para seguir ingresando dinero es aumentar más la presión fiscal, dice que eso motivará el progreso, ya que al tener que pagar más, las buenas gentes tendrán que producir mejor para lograr estar a bien con el fisco y mantener sus familias. ¡Dice que incentiva a los gandules! —Rosellón gesticulaba mucho. Su voz no era la de un viejo—. ¡No estáis aquí para construir colosos, estáis aquí para que los colosos seáis vosotros!
Hubo un silencio corrupto por el miedo en aquella sala. Inesperadamente fue Bramán quien se dirigió a ellos.
—Es muy importante vuestra colaboración. No se trata simplemente de que diseñéis maquinaria de guerra, armaduras ligeras o espadas ejemplares. Vosotros sois gente formada, gente culta que posee conocimiento y el nuevo orden que mi señor Rosellón pretende debe basarse en eso, aunque el traspaso de poder haga inevitable una guerra donde, sí, vuestro conocimiento para fraguar armas mejoradas puede ser definitivo.
Rosellón prosiguió penando sus palabras bélicas de una ilusión juvenil.
—Esas armas, vosotros con vuestras artes las mejoraréis. Esas armas serán nuestro futuro. Os hablo de armas de diseño práctico y material de primera. Esas armas nos proporcionarán un futuro donde no esté Tendón sentado en el trono de Vestigia.
—No pienso participar en ninguna…
—¡Alto, querido Tondrián…! Primero pensad bien lo que vais a decir. Aquellos de vosotros que se unan a mí, forjarán en esas fraguas la nueva nación. Una donde no haya hombres esclavos de otros hombres, lo habéis visto hoy mismo. Es el principio. Aboliré la esclavitud. ¡Vosotros sois humanistas, gente formada! Una nación donde haya prosperidad y donde se nos respete por lo que producimos y no por la fuerza que podríamos desarrollar. La obsesión de Tendón durante media vida fue profesionalizar al ejército, sólo ha pensado como un militar, pero no es un buen rey, no para la paz. La miseria se ha comido ciudades enteras. ¿Qué queda en Luedonia que recuerde tiempos pasados? ¿Qué me decís de Nurín? Ese puerto debiera haber sido el desembarco obligado de todo el comercio de Avidón y no Banloria. Plúbea hoy es la gran nación porque Vestigia se quedó dormida después de la Gran Guerra.
Rosellón siguió enumerando fracasos.
—¿Y qué pasará si nos negamos? —preguntó Tondrián.
—Pensadlo bien, meditadlo con vuestras familias. No me contestéis ahora mismo. Esta noche permaneceré abajo, en el salón de las estatuas, procurando mis oraciones al calor del fuego de la chimenea hasta bien entrada la noche. Quien allí aparezca cuando caiga el sol, estará conmigo y pondrá todo su empeño en que Vestigia sea liberada de esta pesadumbre. Los que no estén de acuerdo, serán recluidos. Prometo no tomar ninguna represalia con ellos, pero, como comprenderéis, no podré dejarlos en libertad, no, sabiendo que podrían revelar mis planes. Se quedarán aquí en el castillo sin poder usar el correo ni las palomas mensajeras. Pero serán tratados como mis invitados hasta que finalice todo y no sean ya una amenaza. Les acabaré demostrando que se equivocaban, y sueño con un futuro donde estén felizmente integrados en la nueva Vestigia. Os dejo para que podáis deliberar, comprendo vuestra sorpresa, pero así como el fuego sorprende por su luz, es el calor lo que cambia la madera. No os guieis por palabras como traición o guerra. Pensad en la prosperidad para los vestigianos.
Rosellón salió de la estancia. Bramán lo siguió, sin pronunciar una sola palabra. Los cuatro quedaron a solas.
—¿Tú sabías algo de esto? —le preguntó Tondrián a Tomei. Más que preguntar parecía acusarlo con el dedo.
—No… —Tomei afiló sus ojos ¿cómo se atrevía a suponer tal cosa?—. Bueno, reconozco que sí que conocía algunos de los pensamientos que Rosellón albergaba sobre la mala marcha de nuestro gobierno. Pero no imaginaba que aquellas ideas… ¡Jamás habría mantenido con vosotros una farsa semejante si hubiera conocido sus planes! Realmente piensa rebelarse contra el rey.
Le vinieron a la cabeza cientos de aquellas conversaciones y, automáticamente, las veces en las que él lo había apoyado en sus juicios y opiniones. Pero eran solo eso, comentarios al calor de buenos caldos de uva, en compañías selectas. Tomei no se lo tomó nunca realmente en serio. Ahora estaba paralizado. Veía en Rosellón un hombre de valor extraordinario, alguien que no expresaba sus sueños a la ligera, alguien que luchaba por ellos. Pero también veía su conspiración como un intento temerario de conseguir un sueño imposible. Tomei en los últimos tiempos había engendrado muchas dudas sobre él, sobre sus secretos. Rosellón acababa de desvelar sus planes, había puesto las cartas sobre la mesa.
—¡Quiere que construyamos su ejército! ¿No lo entendéis? —exclamó Tondrián.
—¿Por qué nosotros? ¿Por qué esta parafernalia de los cinco colosos? ¿Para qué montar este teatro en la corte? —preguntó Loebles.
—Nosotros no somos tan importantes para él —comenzó a hablar Fenerbel, en tono muy apagado, serio, con un atasco de preocupación en la forma de pronunciar las palabras—. Lo que ha hecho Rosellón simplemente es abrir sus minas y sus fraguas sin que nadie se lo prohíba ni le pida explicaciones. Tiene una Orden Real que lo autoriza. Ningún alguacil vendrá a meter sus narices en los almacenes. ¿No lo veis? Lo de los colosos era la excusa para que el rey se saltara la orden expresa en los tratados de paz de cerrar las minas y fundiciones de armamento. El embajador de Nuralia no se opondría a la utilización de la explotación para fines religiosos o artísticos.
Brillante. Retorcido, pero brillante.
—Hay que reconocer que la idea es… demasiado buena. Ahora tiene, además, una legión de trabajadores abyectos, dispuestos a lo que se les mande —apostilló Loebles—. Ha sabido ganarse su favor y creo que les dará igual construir planchas de acero que espadas y escudos. ¡Hoy lo aclamaban como a un rey!
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Tondrián.
Silencio.
—Sabéis… yo no soy político, pero cuando le oigo hablar así… cuando habla de Vestigia y de la situación que vive el pueblo… pienso que tiene razón…
Tomei no lo dijo convencido. Fue un impulso, con espontaneidad. La lógica decía que apartarse de esas pretensiones sediciosas era lo más sensato. Una revolución como la que planteaba el noble provocaría una guerra. Sin embargo Tomei, de entre todos los artistas se sentía cercano al general. Sabía que Rosellón esperaba de él precisamente eso, que lo ayudase y… ¿Acaso podía Tomei negarle su ayuda?
Tondrián no podía creerlo y lo interrumpió enseguida.
—¿Estás con él? En serio, ¿te planteas la sedición? ¿Acaso Tomei, el hombre que yo más he admirado de cuantos hay vivos en este mundo, se deja seducir por el poder y la codicia?
—No es poder para mí ni codicia de riquezas. En mi vida he conocido lujos y miseria. Mientras vosotros celebrabais grandes acontecimientos, yo fui desauciado por la enfermedad de mi esposa.
Silencio. Tomei continuó al cabo de unos segundos.
—No se trata de gloria. Creo que Vestigia está pudriéndose y veo con estupor cómo el rey no hace nada para impedirlo. Este proyecto mismo, los cinco colosos, ni tan siquiera fue idea de Tendón. Rosellón tuvo que convencerlo durante mucho tiempo porque ese hombre no desea mover ni un solo adoquín del reino.
Silencio. De las llamas saltaron algunas chispas como única respuesta a Tomei.
—Mirad, yo soy práctico. ¿Qué quiere Rosellón? Que hagamos escudos y espadas, armaduras, flechas…, haré lo que sea con tal de no estar preso —sentenció Fenerbel—. No consentiré que mi familia viva en una cárcel. Después, si Tendón le da su merecido, siempre podremos decir que fuimos obligados a cooperar con él, que amenazó a nuestras familias.
—¡Pero eso no sería cierto! ¿No comprendes, Fenerbel? Esto es una cuestión moral. No puedo creer que estés hablando en serio.
—¡Por los dioses, Tondrián, no quiero que me encierren! ¿Cuánto puede durar esto? ¿Un año? ¿Dos?
—Pues yo os juro aquí y ahora que ese cautiverio para mí será un retiro espiritual. Tengo la convicción absoluta de que este hombre no anhela el bien de los súbditos, ni tan siquiera pretende el bien común. Rosellón es un sanguinario, por mucho que se haya retirado de la vida militar, no se olvidan sus masacres, ni las hazañas de la Horda que pueden medirse más por litros de sangre derramada que por victorias. Siempre ha mandado a asesinos. ¿Qué os hace pensar que un hombre así tiene principios? Lo veréis con vuestros propios ojos. Gustosamente entraré en una cárcel mucho más dura que la que aquí se me ha ofrecido antes que colaborar con ese hombre. ¡No dirán de mí que fui un traidor!
En una de las paredes una de las águilas pintadas pestañeó. El ojo que allí miraba no era de piedra. Rosellón había ordenado a Bramán que espiase en el escondite de siempre.
—Mi señor, Tomei tal y como esperábamos ha demostrado lealtad. Fenerbel se arrima a lo que más le conviene, no quiere oír hablar de reclusión. Loebles parece estar paralizado, pero me apuesto la mitad de mis dones a que esta noche estará con nosotros en el salón de las estatuas.
—¡Fabuloso! ¿Y Tondrián?
—Ese es un caso perdido, irreductible. No va a colaborar.
—Cuanto mejor sea nuestro trato hacia él, mucho más fácil será la convivencia con los demás.