CAPÍTULO 17

El plan de Sala

Una silueta delgada, provista de capa y capucha fue traída a presencia de Remo. Supo que era Sala antes de que retirase el atuendo. Olía a azahar y a jazmín. No se lo decía, pero le encantaba el perfume que dejaba en aquellos muros en cada visita.

—Por favor, dejadnos —suplicó al carcelero que, obediente hasta la sospecha, cerró el portón sin poner mala cara.

Sala se inclinó y besó a Remo en la frente. Fue como tener cerca una cesta de frutos recién recolectados.

—No he podido venir antes —se disculpó la mujer—. ¿Qué ha pasado? Estás herido.

—Me ha visitado Rosellón Corvian. Mostró que me tiene aprecio.

Sala no rio aquella gracia lamentable. Sufría de ver heridas. Comenzó a curarlo con su blusa.

—Te vas a manchar esa camisa de forma estúpida, déjalo.

—Remo, he escrito a Lord Véleron. —Ella seguía a lo suyo sin hacerle caso.

—Patrio se alegrará de las noticias…

—No creo, si lo dices por lo que creo que lo estás diciendo, no es momento ahora para la ironía, Remo, ni estoy preparada para discutir contigo, así que hazme el favor de callarte si no vas a decir algo positivo, o al menos no hagas que odie el hecho de venir a verte.

Silencio.

—Has tardado mucho en venir —le reprochó él.

—Solo dos días.

—Aquí dos días… No nací para los tiempos muertos. En Sumetra por lo menos me pegaban…

Remo realizaba rutinas de ejercicios todos los días precisamente para matar ese tiempo. Lo que realmente llevaba peor no eran sus condiciones de confinamiento sino la espera. La simple espera al desenlace del juicio.

—Ponte en mi lugar, Remo, hijo de Reco. Ponte un poco en mi lugar. Estoy haciendo todo lo que puedo por sacarte de aquí. He hablado con Cóster, le he escrito a quien tiene de veras influencia en el rey, la única persona que te aprecia que tiene poder para influir en contra de Rosellón. Rolento sé que hará cuanto pueda. ¿Por qué te acusan de lo que pasó en la Ciénaga tanto tiempo después?

—No te esfuerces tanto por mí, Sala, Rosellón sabe lo que hace. Me ha ofrecido un trato absurdo. Está muy intrigado con lo que me pasó con la Maldición. Sala, ¿cómo sabe Rosellón esos detalles? Esto no es casualidad. El secuestro de Patrio Véleron tiene un significado que no alcanzo a entender, un sentido oculto. De lo que sí estoy seguro es que Rosellón y Blecsáder tienen alguna conexión. Tal vez Rílmor negociaba con ambas partes. Rosellón desea saber cómo volví a ser humano. Sabe que no se lo voy a decir. Me conoce, entonces ¿por qué sigo vivo? Creo que Rosellón está muy seguro de cuál va a ser la sentencia en el juicio, así que no es necesario que pidas favores por mí. Lo que más odio es la espera. Cuando esté todo atado en su cabeza, la sentencia será la muerte.

—Tal vez sí Rolento habla con el rey…

—No sueñes con finales felices, Sala. Rosellón sólo necesita un par de testigos que corroboren que maté a Selprum, no necesita más. Cualquier explicación que se ofrezca después en mi favor, nada podrá influir en el hecho legal de que di muerte a Selprum Ómer, general del ejército de Vestigia. Esos testigos no tendrán más que decir la verdad. Nadie se preocupó jamás por la historia de lo que me pasó antes, nadie se preguntará los motivos por los que di muerte a Selprum. La sentencia no tendrá en cuenta todo eso. La pena: la horca, o el hacha del verdugo… lo que nos lleva a la única salida: la piedra.

Sala suspiró.

—Tal vez si…

Remo prosiguió cortándola.

—Rosellón tiene mucha influencia sobre gran parte de la Horda. Él fue quien creó la compañía. Yo maté a Selprum delante de muchos hombres fieles a Trento… si con esos no puede, encontrará a otros que hayan oído el rumor, dispuestos a confesar que fueron testigos del hecho. Los comprará, es inmensamente rico…

—No quedan muchas opciones, la verdad —dijo la mujer.

Remo la miró y extrañamente esbozó una sonrisa.

—Remo, ¿qué es la muerte para ti?

Lo preguntó por intuición. Remo miró hacia el ventanuco.

—Sala, no lo sé, es una pregunta demasiado buena como para gastar una respuesta pobre.

—Buena frase.

—Es de Arkane.

Lo que le escocía a Remo por dentro es lo que había sentido cuando Sala preguntó. De pronto la muerte era como una promesa de prosperidad. Su corazón no se había encogido, al contrario, la muerte lo detenía todo, toda aquella tortura lenta en la existencia. Detenía y destrozaba la injusticia, le provocaba una sensación liberadora, un final sin valoraciones de ningún tipo. Un final sencillo para una vida complicada.

—No perdemos nada por intentar otros caminos, Remo, estoy de acuerdo contigo en que es muy complicado…

Cuando se quedó solo en la celda estuvo dándole vueltas a esa idea. Pensó que quizá, la única conexión que le quedaba con el mundo de los vivos sería completar su venganza.

¿Acaso no era responsabilidad de Rosellón todo lo que le había sucedido? Cuando Arkane lo nombró capitán, Selprum pudo llevarlo a la ruina gracias a su apoyo. Fue Rosellón, fueron sus hombres puestos al servicio de Selprum, los que asaltaron su casa aquella mañana y la expoliaron llevándose a Lania. Selprum tenía ambición, deseaba más que otra cosa ser capitán de la Horda y chocó de frente con la intención de Arkane. Sin embargo, Rosellón Corvian, general de gran prestigio, hábil político, ya tenía decidido su futuro. Rosellón deseaba colocar a Selprum en su puesto de general para un retiro que le permitiera conservar su poder. La decisión de Arkane rompía los planes de ambos, y el general dio su apoyo para que Selprum pudiera eliminar a todos aquellos hombres que presenciaron la sucesión. Todos estos años de soledad y dolor eran consecuencia directa de aquel momento.

Ahora Lord Corvian era Consejero Real, el único en doscientos años con poderes ejecutivos. Rosellón podía firmar decretos como si fuesen de puño y letra del rey. Estaba a punto de conseguir finalizar el trabajo de su discípulo Selprum y enviar a Remo más allá de las puertas doradas de la muerte. La única forma de impedirlo: usar la joya de la isla de Lorna.

Sala regresó dos días más tarde. Atardecía y Remo no esperaba visitas. Debía ser algo muy urgente como para que Sala hubiera sobornado a los guardias. No había otro modo para que la dejaran verlo a esas horas. Resultaba ser muy lucrativo ser centinela en Ultemar.

Venía absolutamente renovada de ánimos, exultante.

—¿Cuál es el motivo de tu alegría? ¿Se han muerto todos ahí fuera?

Sala quitó el nudo que mantenía su capa ceñida en su pecho y respiró hondo. Había venido a toda velocidad. Con sus cabellos negros sobre la blusa intensamente blanca, encima de sus pechos, que subían y bajaban por su respiración agitada. Sala estaba muy hermosa.

—Remo, conozco la forma de sacarte de aquí —susurró alterada por una sonrisa que no la dejaba hablar con nitidez—, librarte de todo este lío. Escúchame, demos por bueno que Rosellón tenga testigos, demos por bueno que logre una confesión en tu contra y que el Tribunal apoye ese testimonio. Supongamos que la sentencia del rey sea… la muerte.

En mitad de su alegría aquellas palabras se le habían atragantado a la mujer.

—Sé lo que estás pensando. Quieres cargar la piedra, y que me escape. Una dosis de escándalo en la capital. La fuga de Remo, hijo de Reco, el forajido más peligroso de Vestigia. Es lamentable que todo termine así, proscrito de por vida, aunque yo también lo contemplo, creo que es la única forma de salir y darle a Rosellón motivos para sentir temor. Ya me hice a la idea de perderlo todo.

Remo parecía recitar en voz alta algo que llevaba dentro desde hacía tiempo. Su maldición particular, la sal en la herida temporal en que se había convertido su existencia.

—¡No, Remo…!, verás, he estado investigando. Cóster tiene muchos amigos en la corte y repasando tu caso con un notario retirado, nos contó cómo eran los procesos en la antigüedad. Creo que puedo sacarte de esta sin convertirte en el hombre más buscado de Vestigia. Te hablo de ser libre de verdad, no un forajido.

—¿Juicios antiguos?

—Sí. Hay leyes que permanecen en nuestro código, por tradición. Hay algo importante, Remo. Según mi información, el rey cuando dicta sentencia en un juicio esta debe ejecutarse de inmediato. No hay espera. No hay margen para cometer errores. Esto quiere decir que, si te condenan a muerte…

—Lo sé, la decisión real es firme y no se puede cuestionar, ni se puede contradecir ni apelar, por lo que, por respeto a su condición de monarca, la ejecución es inmediata.

—Bien, pues cuando el rey dicte tu sentencia de muerte…

Sala le explicó el plan susurrándole al oído. Remo sintió los labios de la mujer rozarle la oreja. Susurraban palabras de esperanza.

Uno de los carceleros rondaba por allí y sus pisotones se escuchaban de lejos. Sala fue muy cauta explicándole a Remo todos los pormenores de su plan. De cuando en cuando hablaban de cosas triviales en voz alta para que el carcelero no sospechara nada y después continuaban con la trama.

—Lo más importante de todo es que, cuando la piedra esté cargada…

—¿Y cómo vas a hacer para cargar la piedra?

Sala miró sus ojos verdes.

—Remo, pues cómo va a ser, ya le he pedido a Cóster que me busque un trabajo especial. ¿Cuánto duran los efectos de la piedra?

—Bueno, es una pregunta difícil. La carga no es igual siempre y la descarga tampoco. El efecto sobre la fuerza es más efímero que el efecto curativo. Depende de la calidad de la carga. Si el caudal de energía es grande el efecto curativo puede durar horas.

—Lo que nos interesa es que te salve la vida.

—En el momento justo después de mirar la piedra, a veces, nada te puede siquiera dañar, tu piel se torna invulnerable, después, si te hieren te curas en el acto. Cuando pasa un tiempo y la energía se ha diluido, pierdes la fuerza, pero sus efectos curativos permanecen ralentizados. Una herida pueda sanarse aunque no se cierre inmediatamente.

—¿Estás seguro?

—He probado todas las combinaciones posibles a lo largo de estos años…

—Si el juicio se alarga demasiado, tendrás problemas.

—Si el juicio se alarga demasiado me declararé culpable y de esta forma todo se agilizará. No estoy seguro de que tu plan funcione, pero no perdemos nada por intentarlo. Si la cosa se pone fea, usaré la piedra de todas formas.

Sala estaba muy cerca de él, echada en su pecho. Lo besó en la mejilla rozando la comisura de sus labios.

—¿Recuerdas en la poza? —susurró la mujer en su oído.

Remo sonrió un poco forzado.

—Remo, si todo saliera bien, si consiguiéramos que te libres de la condena sin convertirte en un paria, ¿volverás a tu casa?

Remo la miró muy serio. A Sala le habría gustado formular la pregunta de otra forma… pero la traicionó el subconsciente. No había preguntado un «volveremos». Había preguntado con «volverás». Percibió que excluía precisamente lo que más deseaba ella, que era dar la sensación de que estaban juntos, pero no sabía cómo arreglarlo después de escuchar lo que dijo Remo.

—No lo sé. Quiero terminar la casa, pero creo que, más tarde o más temprano volveré a viajar. ¿Qué harás tú?

Sala sintió que no deseaba abordar la cuestión desde ese ángulo, pensó que se había equivocado al plantearle a Remo aquella pregunta. Ahora parecía asumido que cada cual iría por su lado.

—¿Yo?

¿Qué podría responder ella? Había una cosa cierta. Ella prefería quedarse en Venteria, pero deseaba que eso sucediera manteniendo la relación con Remo. Deseaba que él se quedase con ella, pero Remo daba por sentado que se iban a separar. Sala, harta de especulaciones…, decidió hablarlo con claridad, llanamente.

—¿Y si te quedas conmigo aquí en Venteria una temporada?

La pregunta fue bastante sincera.

—No. Quiero empezar en otro sitio. Fue un error pretender vivir donde estuve con ella. Creo que todavía no estoy preparado para algo así. Me iré.

—Remo, si precisamente estabas enfadado porque no deseabas que te quitasen esa tierra…

—Sí, bueno, no he dicho que no pueda regresar. Sería como mi punto de apoyo, un lugar para volver.

Sala sintió que se conectaban varias piezas de un rompecabezas en su interior. En cierto modo siempre había temido ese momento, porque sabía que podía suceder. Parecía que hubieran estado haciendo una pirueta sosteniéndose en equilibrio resistiéndose al destino. Después del fracaso en la vida en común, Sala fue la que estuvo dispuesta a abandonarlo. Sí, estuvo completamente decidida. Remo entonces cambió y, sin quererlo, Sala volvió a tener ilusión con la idea de seguir juntos. Sabía que ese camino quizá no llegaba a ningún sitio. Aquello fue un espejismo. Veía a Remo ahora enquistado en su decisión de seguir sin ella, parecía despreciarla adrede, como sabiendo que le hacía daño. Precisamente para facilitar su propia huida.

—¿No ha significado nada para ti lo que sucedió los últimos días entre nosotros?

Remo guardó silencio.

Se vio miserablemente arrastrada a formular una pregunta que no deseaba. Pero era imposible no hacerla.

—¿Puedo ir contigo, Remo?

—No, no quiero hacerte más daño.

Remo de pronto, encogió el rostro. ¿Era dolor? ¿Era pena? Con bastante rapidez recompuso su faz. Miró al suelo y dijo.

—Sé… sé que te he hecho mucho daño. No soy bueno para ti, Sala, no…

Sala sintió cómo se le desplazaba el corazón en las entrañas. Sintió cómo ese hombre no podía dar más de sí. No podía hacer nada más por ella. En realidad rechazarla le era doloroso. Sí, lo vio reflejado en su cara durante una fracción de tiempo muy escaso, pero inequívoco. Remo estaba convencido de que ella sería feliz alejada de él y se lo estaba poniendo fácil. Sala, fríamente pensaba igual que él, pero lo quería. No podía evitar ahora sentir una interminable emoción de pena. Le dio un golpecito en el pecho, como amistoso, pero sus ojos evitaban los del hombre.

—¿Seguirás buscando a Lania? —preguntó ella de repente, volviendo a enfrentar la mirada pétrea de él—. ¿Esa va a ser tu vida? Envejecer solo…

La miró y las motas marrones de sus ojos verdes parecían escombros.

—Cuando viajo no estoy mal… ya no se trata de buscar a nadie…

—¿Y con ella sí podrías quedarte en un lugar? Si volvieras a verla sí podrías volver a ser feliz.

—No lo sé, supongo que es demasiado tarde. Yo hace tiempo que no la buscaba para recomponer mi vida. La buscaba por otras razones. Por saber cuál había sido su destino, por enterrarla en casa, o matar a quienes le hubieran hecho daño.

—Estás acostumbrado a eso, a largarte. Si con ella vas a ser el fantasma insensible que has sido conmigo, si no te esfuerzas, si no rozas a esa persona, si no intentas amarla con todas tus fuerzas…

—¡Sala, vete…!

—Si no logras ilusionarte con las cosas pequeñas de cada día, cosas como verla despertar a tu lado, cosas como compartir un baño en el río, cosas como…

—No me hables de sentimientos. ¡Deja de hablar de ella cuando estés conmigo! Aquí, en estos muros no puedo escapar de mis pensamientos. Deja de compararte con Lania, deja de intentar algo que no saldría bien, no me tienes que convencer de nada. ¡Déjame en paz, Sala!

El zarpazo no la pilló de sorpresa. Sabía que el camino que pisaba estaba muy herido, contaba con una reacción adversa en él, pero aquellas palabras le hicieron daño. Pensó gritarle, pensó reprocharle mil cosas, pero lo miró allí arrinconado, echándola de su lado como un hombre que en el desierto se aparta del oasis para morir en las arenas. No podía seguir… las emociones no la dejaban hablar. Se levantó y se fue hacia la puerta de la celda.

—¡Carcelero! —gritó sintiendo que la garganta se le rasgaba por una congoja aguda.

—Deberías dejarme morir mañana —dijo Remo a su espalda—. Sería todo más fácil. No le quites la vida a nadie por mí.

—¡Carcelero! —gritó mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas y decidía no volver a mirarlo a la cara.

Sala se fue sintiendo la mirada de Remo sobre su espalda, pensando que no había hecho nada por retenerla allí, que jamás se había esforzado por ella, que nunca había intentado realmente amarla. Lo había dado todo por perdido desde el primer momento. ¿Por qué ahora se le hacía un mundo a ella? ¿Por qué de repente sentía ese vacío dentado, esa ansia feroz de no perderlo, la sensación de que sin él la soledad sería insoportable? ¡Estúpida, estúpida, estúpida!, se repitió agarrándose el medallón hasta hacerse daño en la mano que trataba de contenerlo.

Cuando la mujer se hubo marchado, un buen rato después, los labios del hombre se abrieron.

—Si la volviera a ver —susurró Remo, hijo de Reco sintiendo cómo la celda se volvía lóbrega, como cuando se apaga un candil—… podría morir tranquilo.