CAPÍTULO 39
La lección de Arkane
El capitán Arkane se acercó a Remo después del entrenamiento del día. Habían probado el combate cuerpo a cuerpo y el joven soldado no parecía encontrarse cómodo luchando. El capitán lo había observado y quiso charlar con él.
—Remo, ¿qué te sucede?
—No se me da bien el combate cuerpo a cuerpo.
—Por eso nos adiestramos.
—Lo haré mejor la próxima vez.
El ingreso de Remo en la Horda había sido muy prematuro y la mayoría de sus compañeros lo aventajaban en varios años de edad, lo que redundaba en cuerpos mejor formados, más recios y fuertes. Tenía la sensación de que no era rival para ellos. La inminente llegada de los combates en su adiestramiento quitaba el sueño a Remo y temía que el capitán se decepcionase con él.
—Remo, no estás dando todo lo que puedes dar. Dime qué te pasa —sugirió Arkane al día siguiente, después de otra bochornosa actuación de Remo. Ni siquiera con Lorkun como oponente, Remo podía pelear con destreza. Su amigo ya tenía formación en artes de lucha y Remo sentía que no estaba a la altura de lo que se esperaba de un guerrero.
Esa misma noche fue a hablar con Arkane a las afueras del campamento, en una loma donde solía sentarse a fumar.
—Mi señor, mi capitán, ¿está ocupado?
—Remo, siéntate. Mi ocupación puede ser compartida, mirar las estrellas y la hierba del prado, en esta noche hermosa, son quehaceres llevaderos.
—Usted es un maestro que yo admiro y…
—Remo —interrumpió Arkane—. Yo sé lo que soy, no hace falta que me adules. No es tu estilo. ¿Qué te preocupa, joven?
—Tengo miedo. Cuando pienso en la idea de los combates, o peor, las batallas… siento miedo. Miro a los demás, esta hermandad es de valientes y yo soy un crío que se ha colado entre gigantes. Deseo más que nadie esta vida. He pasado miedo otras veces y no deseo continuar sintiéndolo. ¿Qué se hace para luchar contra el miedo?
Remo se veía a sí mismo ridículo. No podía concebir cómo esos hombres luchaban unos con los otros con esa aparente falta de temor. Temió que Arkane se riera de su pregunta, pero muy al contrario, el capitán lo miró con gravedad.
—Remo, el combate, la lucha, pelear con otro hombre, es algo antinatural. Sale de nuestro ámbito de equilibrio. Nos exige una actitud que puede chocar con tu naturaleza pacífica. El miedo es tu mecanismo de defensa frente a esto. Sí, muchos no lo saben, pero precisamente en el momento en que te sientes más vulnerable, cuando estás invadido por el miedo, tu cuerpo podría correr durante horas sin agotarse, tus manos podrían desbaratarle la cara a tus enemigos, presa del terror. Te digo que el miedo, como el manejo de las armas, se aprende a controlar con el tiempo. Entra y altera el cuerpo, el entendimiento, pero cuanto más lo consumes menos efectos te provoca. Todos sentimos miedo, Remo. El bellaco más burlón, el tipo más engreído que puedas pensar, sentirá miedo de veras cuando tenga enfrente la posibilidad de morir. Un adversario superior a otros infunde miedo y suele darse cuenta. Por esta razón, su miedo está dormido. Solo hay una medicina contra el miedo. Conocerse a sí mismo. Sí. Saber nuestras limitaciones, saber cuánto dolor podemos soportar, conocer cómo golpea tu puño, cómo soporta tu pierna una carrera larga. El entrenamiento no quita el miedo ni el combate tampoco. El miedo siempre estará ahí. Pero debes aprender a vivir con él y aprender a no exteriorizarlo. Cuando sientas miedo y sepas dominarlo, podrás fingir que no lo tienes.
Hubo un silencio, Remo reflexionaba.
—Hay algo peor que sentir miedo.
—¿Qué?
—Las personas que normalmente son victoriosas, que se sienten superiores al resto, porque han pateado ya a muchos o han sobrevivido en situaciones complicadas, tienden a ser temerarios. Tienden a relajar su espíritu y acuden a un combate con la sensación de que triunfarán con facilidad. Remo, yo cambio a un hombre miedoso por uno de estos. El que siente miedo, está alerta; si vence su pánico matará al otro sin lugar a dudas.
—Pero el miedo me bloquea. El miedo hace que no pueda ni mirar a la cara a esos hombres de los que habla. Hay hombres que son salvajes, los he visto a sus órdenes. ¿Cómo hace para que le tengan respeto a usted?
—Remo, el miedo que tú sientes hacia ellos, es el mismo que ellos me tienen a mí. Es de la misma naturaleza. Se cuentan cosas sobre lo que yo hice o dejé de hacer. Esas historias son importantes, porque fecundan en mis semejantes un respeto inmerecido. No valen nada, pero a ese tipo de gente les sirve para respetarme. Hay gente que solo sabe responder frente al miedo. No conocen el amor o el respeto. ¿Por qué me temen si jamás me probaron?
Remo reflexionó.
—Usted tiene fama de ser el mejor luchador, maestro de las cinco artes de lucha. Campeón de…
—Sí, Remo, escucha bien. Un hombre nunca sabe si puede con otro hasta que lo vence. Lo único que hace una persona sensata es prepararse, entrenar, entrenar y entrenar. El día en que te midas con otro, debes ser el mejor Remo posible. Si tienes miedo, porque el otro te dobla en peso y estatura, porque has oído que es una bestia que ha destrozado a no sé cuántos, Remo estás luchando contra muchos adversarios. No le estás prestando atención a él.
Remo se acostó en su tienda pensando en las palabras de Arkane. Soñó con peleas y combates, y allí sí, en sus sueños, otorgaba lecciones físicas a sus rivales, propinaba patadas y puñetazos letales, se zafaba de agarres y era capaz de torcer el gesto al adversario más feroz. Remo en sus sueños peleaba como un relámpago, igual que Arkane.
Precisamente, y para la sorpresa de todos los compañeros de tienda de Remo, el capitán Arkane los esperaba al alba.
—Buenos días, Remo. Coge tu espada de prácticas y acompáñame.
Al instante el muchacho obedeció. ¿Iba Arkane a darle una clase magistral? Sintió sobre él alguna mirada de envidia. Fue un relámpago en sus dependencias, ciñéndose las sandalias y alcanzando la espada para salir con el capitán. En el pecho latía su corazón feliz. Si Arkane iba a ser su maestro estaba seguro de que podría enfrentarse al miedo.
Por fin se encontró con el capitán que lo aguardaba en el mismo lugar donde había fumado, dominando una visual de todo el asentamiento militar.
—Dime de entre todos los soldados que conoces a quién temes más. ¿Cuál de ellos es el hombre al que no serías capaz ni de interrumpir cuando habla?
Remo pensó mirando al campamento. Los hombres ser reunían en filas para acudir a distintas tareas. Unos al desayuno, otros a correr al bosque, otros a preparar leña, los menos madrugadores tendrían que limpiar y fregar lo de la cena. Remo veía caras burdas, serias, fuertes en su mayoría, irrisorias, soñolientas, si debía buscar un rostro al que temer, lo tenía claro.
—Búrcelor es imponente, es tan grande… Me parece agresivo y cruel, me da pánico si un día tuviera que enfrentarlo.
—Remo, tú eres más joven. Tu cuerpo aún no tiene la fuerza que tendrá, pero aun así, te enfrentarás a Búrcelor para analizar tu miedo. Ven conmigo.
Abrió mucho los ojos ¿qué demonios iba a hacer Arkane? El capitán se dirigía con paso firme al campamento. Remo lo seguía tratando de detenerlo con voz baja y demasiado respeto.
—Señor, señor, ¿qué va a hacer?
—¡Atención, escuchadme todos! —gritó Arkane, y agarró la mano de Remo. Con un movimiento rápido desarmó al muchacho y clavó la espada en el barro—. ¡Desafío de honor!
Todos los hombres del campamento que estaban cerca se detuvieron. Pronto se propagó el silencio hacia los demás.
—Remo me ha contado que Búrcelor lo lleva molestando durante varios días y está ya harto de que no tengáis en cuenta que él también se merece respeto.
El aludido superó a varios hombres para escuchar bien al capitán, cuando vieron que se acercaba a un círculo improvisado, le hicieron un pasillo los demás. Búrcelor tomó la palabra mirando a Remo con gravedad.
—Mi capitán, ¿sería tan amable de repetir la guisa…?
—Sí, Remo me ha dicho que está harto de tus necedades. —Todos los soldados miraron al suelo incluido Remo, a quien las orejas le ardían por el miedo, la vergüenza, la mentira que contaba Arkane, pero por encima de todo contagiado del respeto que los demás le tenían al turno de palabra del capitán—. Sí, Búrcelor. Me ha dicho que no dejas de molestarlo, y además que no te aplicas en tus labores diarias y que una noche te fuiste del campamento con otros para visitar casas de citas, que te emborrachas y le escupes el suelo cuando pasa cerca de ti.
Hubo risas entre algunos de los que estaban situados lejos del implicado.
Búrcelor tenía una cara tan agresiva y dura, que cuando bromeaba con sus amigotes Remo sentía que podría estar a punto de golpearlos. Pero ahora, sintiéndose insultado, furioso, miró a Remo y sencillamente el muchacho no pudo soportar el peso de tanta agresividad. Era un tipo grande, de casi dos metros, con una musculatura entrenada, hielo en la mirada y una boca desproporcionadamente grande a juego con el tamaño de sus manos. Tenía el pelo largo recogido siempre con ungüentos, que lo estiraban hasta una coleta descuidada. Además del tatuaje de la horda, decoraba su piel con varios símbolos donde aseguraba dormían los espíritus de los hombres que mataba en las batallas. Búrcelor era un tipo rudo, maleducado, sus modos le evitaban ascender a caballero, porque su destreza matando estaba fuera de toda duda.
—Remo te desafía a un combate esta tarde, antes de que caiga el sol. ¿Aceptas o das por bueno su testimonio?
El piso era de barro, con algunas hierbas maltrechas. Remo no dejaba de mirarlo pero no podía ver nada. Estaba tan aterrorizado que sentía que Búrcelor lo mataría simplemente con su respuesta.
—No sé la locura de este niño loco, pero esta tarde se despedirá del mundo de los vivos.
Remo escuchó pasos acercarse. Búrcelor parecía dispuesto a matarlo en ese mismo momento. Remo levantó la mirada y el tipo se detuvo con un gesto de la mano de Arkane.
—Mírame a la cara, Remo.
Que lo llamase por su nombre alivió un poco al muchacho. Debía de tener el miedo pintado en el rostro, porque de repente Búrcelor pareció sonreír.
—Es una broma, verdad…, ¿verdad, muchacho?
Remo correspondió a los ojos de aquella bestia humana y se preguntaba cómo podía alguien ponerse frente a esa mole y plantarle cara.
—Remo, contesta a Búrcelor —dijo Arkane sin abandonar aquel tono tajante.
Sintió la mirada del capitán. De pronto tuvo una encrucijada ante sí. Por una parte la posibilidad de decirle a Búrcelor que era todo mentira; eso enfadaría al capitán, sería decepcionante. La otra opción era terminar de enfadar a Búrcelor.
—Te desafío —dijo casi sin voz escondiéndole la mirada.
A Remo le sorprendió la reacción de la gente. Todos levantaron las manos y vitorearon, gritaban porque estaban sedientos de combates. Al otro lado del círculo que se había formado, el maestre Selprum sonreía divertido mientras cotilleaba sobre aquellos acontecimientos. Búrcelor escupió al suelo próximo de Remo y él sintió que podía morir incluso de un simple escupitajo de aquella mole.
La multitud se disipó y el capitán pareció rehuirlo. «Fantástico, encima no me da más consejos», se dijo Remo con ironía. De pronto lo vio todo claro. Era una lección. El capitán le estaba dando una lección muy sencilla. No vuelvas a molestarme por temas de cobardía o te haré pelear con tipos como Búrcelor. Sí. El capitán debía odiar a los cobardes y a partir de esa tarde igual había uno menos en su regimiento. Lorkun fue a verlo de inmediato.
—Remo… ¡TE HAS VUELTO LOCO! —gritó su amigo.
—Lorkun, sé que no me vas a creer, pero no ha sido idea mía. Fui a pedirle consejo a Arkane, y después de explicarme una serie de cosas, me metió en este lío.
—¿Sabes quién es ese tipo? Búrcelor es un malnacido, Remo. Es fuerte como una roca y es… —Lorkun parecía fuera de sí.
—Tranquilo, tú no vas a pelear con él.
—Jamás haría algo así. Te puede matar de un manotazo.
Remo se alejó. Acudió a uno de los campos que usaban para atinar con los cuchillos sobre dianas y muñecos hechos de paja y madera. Encontró un parecido sospechoso entre uno de aquellos muñecos burdos, alienados y patéticos consigo mismo. Búrcelor me va a hacer picadillo, dijo ensimismado en su soledad.
—Remo…
Giró su cabeza alarmado. Era Arkane.
—Señor, ¡me ha sentenciado a muerte!
El capitán sonrió.
—Remo. Tienes la oportunidad de tu vida hoy. Búrcelor adolece precisamente del defecto que te expliqué. No tiene miedo, lo ha olvidado, piensa que es tan superior a ti que ahora mismo debe estar pensando en otra cosa, no en el combate.
—Creo que sí que piensa en el combate, casi puedo escuchar las risas de él y sus compañeros. Me va a matar.
—Remo, eres joven, pero ya tienes fuerza como para hacer daño a cualquiera con tus puños. Todavía recuerdo cuando te alistaste y le plantaste cara a Selprum.
—Pero aquello era muy distinto. Selprum me obligó a plantarle cara y me dio una espada. Si por lo menos tuviese mi espada…, pero cuerpo a cuerpo, sin nada que pueda darme esperanzas.
—Remo, escúchame. Eres rápido, eres listo. Tienes tiempo de planificar un combate en el que no tienes nada que perder. Nadie se reirá de ti si te vence. Nadie se extrañará si caes al primer golpe. Remo, es una prueba muy dura, pero hoy es el día en que aprenderás que cuando tienes frente a ti a otra persona luchando contigo, te puede herir, pero tú también puedes herirlo, él puede hacerte daño, pero el dolor no es tan atroz como el que imaginas ahora. El dolor te ayudará a comprender. Podías haberte echado atrás, pero no lo hiciste.
—No quería decepcionarlo.
—No, Remo, si lo piensas has aceptado porque no tenías otra opción que la de ser valiente.
—No me siento valiente.
—Jamás te sentirás valiente si entiendes que el valor es un estado tranquilo de ver las cosas difíciles. El valor es eso que ahora te corroe, es como una brasa que te calienta el corazón. El valor deja de ser importante cuando es engullido por un estado de confianza innecesaria.
Remo confiaba mucho en Arkane, pero pensaba que aquello era un error.
El tiempo pasó y mandaron a llamar a Remo. Le hicieron un pasillo y hubo muchas burlas. Lorkun estaba en primera fila en un gran círculo que habían hecho. Búrcelor permanecía en pie esperándolo. De repente estar allí a la vista de todos, pisando aquel espacio neutro donde iba a suceder el combate, le hizo pensar profundamente en las palabras de Arkane. Ya no había que lamentarse más. Estaba hecho. Ahora debía intentar sobrevivir a aquello. Le daba igual que se rieran, incluso le daba igual satisfacer al capitán. Solo quería dejar de tener el miedo que tenía a Búrcelor.
Se dio la señal y el tipo se acercó con varias zancadas. Remo retrocedió con pasos más cortos. Remo no sentía miedo…, era el pánico más horrible que jamás había sentido en su vida. Búrcelor tomó impulso y le asestó una patada frontal que mandó a Remo volando hasta casi donde estaban los espectadores.
—Maldito enclenque enredador… ¡vas a pagar lo que has dicho!
Remo había sentido la fuerza descomunal de Búrcelor. El pie de ese hombre estrellándose contra su cuerpo, el vuelo, la caída sobre el terreno mojado… Analizó todo y pensó que todavía no había sufrido de veras un golpe limpio, no había sentido dolor.
Remo no se levantaba y Búrcelor no deseaba pisarlo sin más. Lo agarró por una pierna y lo llevó como si fuese un cadáver hacia el centro del círculo. El terreno era barroso, se deslizó sin problemas.
—Levántate.
Remo hizo ademán de levantarse y entonces sí, sintió un fogonazo. No lo vio venir. Fue un golpe rápido y seco. Crujió algo indeterminado entre su mandíbula y el cuello. Estaba muy aturdido, parecía perder la vista y el oído, pero ¿y el dolor? Sentía un pinchazo lejano, pero su corazón, con mil latidos, no parecía alterarse más que por la amenaza de recibir otro. Entonces pensó rápido que Búrcelor lo golpearía de nuevo, así que dio un respingo y se alejó prodigiosamente arrastrándose por el barro.
—Rata —dijo el grandullón.
Se escuchaban risas. Remo estaba a punto de llorar. Sí, de pronto aquella violencia, la impotencia, ahora sí, la llegada de un dolor en la cara insoportable, sentía una angustia en el cuello, pensó que lloraría como un niño. Temblaba.
—Hijo de mil perras…
Búrcelor le pateó en el costado, y al intentar hacerlo de nuevo él se protegió con un acto reflejo. El nudoso pie del grandullón se aplastó contra su brazo dolorosamente, pero Remo no pensó en ese dolor. De nuevo el dolor desaparecía en el momento álgido en el que sucedían las agresiones. No era la primera vez que le pegaban, pero Remo estaba analizando por primera vez lo que sucedía cuando alguien lo hacía. De pronto recordó las palabras de Arkane: «El miedo es tu mecanismo de defensa frente a esto, precisamente en el momento en que te sientes más vulnerable, cuando estás invadido por el miedo, tu cuerpo podría correr durante horas sin agotarse, tus manos podrían desbaratarle la cara a tus enemigos presa del terror».
Volvió a escabullirse con rapidez. Esta vez Búrcelor falló su embestida con la pierna y Remo pudo alejarse y ponerse en pie.
—¡Cobarde! —dijo alguien.
Remo miró a la cara a Búrcelor. Estaba disfrutando, con la enorme caja de su mandíbula abierta y sus dientes grotescos riendo. Volvía a por él. El grandullón le lanzó un puñetazo. Remo sintió que se le venía encima, que lo destrozaría pero pudo zafarse. Otro brazo intentó acertar y Remo volvió a esquivarlo, echándose atrás.
—¡Búrcelor, tendrás que atarlo, jajajaja…!
Remo comprendió que si uno de esos puños lo alcanzaba estaba perdido. Sentiría un nuevo fogonazo, y quedaría inconsciente con total seguridad. Apretó los puños. Tenía que plantarle cara. Aunque fuese una sola vez. Esperó de nuevo el ataque y esta vez, cuando esquivó, logró acto seguido pegarle un puñetazo a Búrcelor, que por su parte se echó a reír. Remo le había acertado de lleno en plena cara y el tipo se reía. Entonces rápido como un rayo, echó la frente hacia delante y aplastó la nariz del grandullón.
Búrcelor retrocedió doliéndose. Sí. El enorme y cruel gigante se retorcía de dolor y agarraba la nariz rota que no paraba de sangrar. Remo gritó y fue a embestirlo en respuesta a una furia que jamás había sentido en su vida. Esta vez con su pierna en ristre trató de derribarlo. Más bien rebotó contra él, porque pareció que no lo notaba. Volvió a embestir y pasó lo mismo excepto en el detalle que Búrcelor lo retuvo con una mano y subió una de sus rodillas que se estampó con la cara de Remo. Después le asestó un tortazo con la mano a medio cerrar. No se rompió nada pero quedó inconsciente en el suelo.
Todo había terminado. Arkane detuvo la pelea en el instante en que Búrcelor intentaba que el chico volviera en sí un poco, después de golpearlo varias veces… para rematarlo.
Al día siguiente le dolía hasta el último músculo y cuando vio su propia imagen reflejada en el agua con la que Lorkun lo curaba, Remo pensó que jamás volvería a ser apuesto, que su vida sería solitaria… sin damas…
—Estoy deforme.
—Ese tipo te dio varias patadas hasta que Arkane paró la pelea. Estabas inconsciente…, pero casi le vences… fue increíble el cabezazo.
—Lo hice casi sin pensar…
—En serio, debes de tener la cabeza más dura del campamento. Yo no hubiera podido hacer eso. La gente habla sobre ti, sobre lo cerca que estuviste de vencer.
No. Remo no tenía la cabeza más dura, ni había hecho nada que no fuese capaz de hacer cualquiera. Misteriosamente comenzaba a aprender lo que Arkane quería decirle. El capitán se reunió con él cuando estuvo presentable.
—Bueno, Remo, andarás enfadado conmigo por meterte en semejante lío.
—Digamos que mientras que Búrcelor no decida matarme…
—Hablaré con él para que no tengas problemas. ¿Te diste cuenta de lo que intenté explicarte?
—Creo que sí. Ahora soy capaz de mirar a la cara a esos hombres. Creo que las personas no sabemos quiénes somos fuera de nosotros mismos.
—¡Bien, Remo, bien dicho!
—Mi cabezazo fue casualidad, le partí la nariz de puro milagro.
—Sí. El rodillazo que te tumbó a ti mientras él estaba sangrando fue una casualidad que ayudó a Búrcelor…
—El miedo no ha desaparecido, pero en cierto modo ha cambiado. Creo que un hombre con suerte y agudeza puede vencer a cualquiera. Si cuando le partí la nariz le hubiese pateado la entrepierna…
—Lo hubieras vencido. Este combate te perseguirá durante mucho tiempo. Pensarás qué podrías haber hecho, cuál habría sido la mejor estrategia, ya estás pensando como un luchador. Cuando peleas la mejor combinación se da con la mente fría y el cuerpo caliente. El miedo te da lo segundo, conocer tus miedos y limitaciones te otorga lo primero. El que posee los dos, es invencible.